Facultad de Estudios Superiores (FES) Aragón
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La llamada “inclusión forzada” —entendida como la representación de ciertos grupos minoritarios de forma impuesta— ha generado diversos y polémicos debates. La mayoría, centrados en torno a si es correcto o incorrecto cambiar el tono de piel, la sexualidad o el género a ciertos personajes ya existentes. A raíz de esto, algunas cintas se han visto afectadas en su recaudación —en especial las producidas por Disney—, sin lograr recuperar su costo de producción. Ejemplo de ello, fue la película para niños Lightyear (2022) que, con un presupuesto de doscientos millones de dólares, solo recaudó poco más de su costo de filmación; su fracaso, según algunos críticos o aficionados, lo han adjudicado a un beso lésbico que se incluye “forzadamente” en una escena.
Tomar partido por alguna posición ideológica o lucha social no es el propósito de este ensayo; el núcleo de mi exploración es entender por qué las personas respaldan o no estas producciones que aparentemente muestran inclusión. Quisiera responder algunas de las preguntas que surgen alrededor de esta conversación: ¿es la inclusión la responsable de la baja audiencia en determinados filmes?, ¿son malas las películas y, por eso, la gente no las apoya?, o ¿es algo que viene de raíz social? Para profundizar en el tema, es necesario abordarlo desde una perspectiva analítica.
Previo a desarrollar el tema, resulta pertinente aclarar algo. Diversas películas familiares e infantiles se han visto afectadas en taquilla respecto a su recaudación. Por esta razón me centraré en analizar el fenómeno que estas tienen con el espectador, en especial las realizadas por Disney, debido a la polémica que surge alrededor de ellas. El filósofo Louis Althusser introdujo el concepto “aparato ideológico”, en su obra Ideología y aparatos ideológicos de Estado, publicada en 1970. A diferencia de los instrumentos de coerción gubernamental, estos mecanismos no ejercen control por medio de la fuerza, sino a través de la ideología, valiéndose de instituciones como: la familia, la religiosa, la educativa y los medios de información.
Desde temprana edad, es cierto que los contenidos van moldeando nuestra forma de ver el mundo, forjando la idea de lo que es bueno y lo que es malo; lo que es bello y lo que es feo, uniformando el pensamiento. Althusser explica este fenómeno al sostener que: “Enunciando este hecho en un lenguaje más científico, diremos que la reproducción de la fuerza de trabajo no sólo exige una reproducción de su calificación sino, al mismo tiempo, la reproducción de su sumisión a las reglas del orden establecido, es decir una reproducción de su sumisión a la ideología dominante por parte de los agentes de la explotación y la represión, a fin de que aseguren también «por la palabra» el predominio de la clase dominante” (en Ideologías y aparatos ideológicos del Estado).
Un ejemplo de esto es el remake La Sirenita (2023), en el cual la elección de una actriz afrodescendiente para interpretar a Ariel disgustó a un sector –conservador– del público, viéndose reflejado en su recaudación. Este rechazo por ver a una sirena cuyo tono de piel no sea “blanco” (dado que no existen los tonos de piel, para empezar), con ojos azules y cabello rojizo, por parte de la ideología dominante, muestra que cuando algo rompe con lo establecido, recibe un castigo, en este caso reflejado en la asistencia.
Otro problema surge cuando estas narrativas confrontan distintos mecanismos ideológicos tradicionalistas, como el amor monógamo y heteronormado. Los medios masivos se enfrentan a dos pilares cercanos a nuestra cotidianidad: la familia y la religión. Lightyear (2022) y Strange World (2022) incluyeron personajes LGBTQ+, desafiando la heteronormatividad y el modelo de familia tradicional. Aunque como sociedad hemos avanzado en temas como los derechos de la mujer, las cuestiones raciales y la diversidad sexual, estos avances aún generan resistencia en sectores más conservadores (siendo estos últimos los más abundantes).
Los productores de telenovelas de Televisa Juan Osorio, Pedro Ortiz de Pinedo y Rosy Ocampo, en entrevista con Leo Zuckerman en su programa nocturno “Es la Hora de opinar”, transmitido el 19 de abril del 2024, comentan que es posible comunicar mensajes de diversidad siempre y cuando lo hagas “de una manera sutil”. En palabras de Juan Osorio: “Vas cuidando que va a ser agresivo ante la vista del ama de casa, los hijos y la familia que se sienta a ver el contenido”. En dicha plática, mencionaban que deben “cuidar mucho” no pasar la línea de lo que la gente está dispuesta a aceptar; si la llegan a rebasar, las audiencias cambian de canal. Al mismo tiempo, el mensaje que se quiere transmitir debe ser de forma natural, que el público no lo sienta impuesto o de una forma pedagógica, refiriéndose a que los espectadores sientan que los están educando. Esto no parece más que ser otra cara del conservadurismo, aunque bien disfrazada.
Otro caso, que quisiera mencionar es el de La Familia Mitchell vs. Las Máquinas (2021), donde la protagonista es abiertamente lesbiana aunque ciertamente no encontró demasiadas críticas. En esta animación producida por Netflix, se mostró la orientación sexual de Katie Mitchell de forma sutil, con detalles como el pin con una bandera de colores que porta en su sudadera y dos diálogos: uno donde menciona sentirse diferente y otro donde su madre pregunta por su interés romántico. Al no mostrar el mensaje de forma agresiva hacia el espectador, como lo sugiere Juan Osorio, logró conectar con todos los sectores, tanto liberales como conservadores. No por nada, en Rotten Tomatoes –importante página de evaluación de contenidos– tiene una aprobación del 89% por parte del público. Pareciera que las minorías deben representarse bajo estándares determinados, aprobados por las mayorías conservadoras.
El aparente poco apoyo que tienen este tipo de contenidos se debe a la conjunción de los tres elementos que hemos abordado a lo largo del texto: la ideología, su representación y la debilidad de sus argumentos. Hay que pensar entonces si el rechazo o el apoyo a estos contenidos se debe a los materiales, a los productores o al público que en su conjunto aún se muestran reacios a recibir o crear determinados contenidos. Esta reflexión abriría el camino a un futuro con más y mejores espacios para historias inclusivas, donde la diversidad sea un elemento narrativo auténtico y no percibido como impuesto.
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