Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9
Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9
El reloj marcaba las 9:46 de la noche, sabía que era hora de que mi gata vendría hacia la ventana de mi habitación y se quedaría con la mirada clavada hacia la nada, sin mover ni un solo pelo y se iría exactamente a las once de la noche.
Aquel hábito lo había adquirido desde hace tres meses atrás, al principio no se me hacía raro pues ella suele mirar cualquier abertura y más si podía ver a los vecinos ir y venir. Sin embargo, llegaba y se iba a una hora muy exacta, sin hacer nada más que tener la mirada clavada en el vacío. Y eso parecía extraño.
No era como si se quedara sólo a admirar la nada para cazar a las aves o insectos que pasaban por ahí. Sus ojos dejaban de ser esmeraldas y se tornaban azabache, todo lo contrario a la luna; y aunque le llamara por su nombre o le sirviera de comer, ella no se inmutaba.
Aquel día, había estado jugando con una viuda negra y por más que intentaba quitársela y tirar los restos de la araña, iba en busca de ella y al final, terminó comiéndosela. Por ende, terminó envenenada y tuve que internarla en el veterinario.
Llegué a bañarme para intentar relajarme e irme a dormir. Salí y en mi celular indicaba que eran las 9:40. La curiosidad hizo que me cambiara rápidamente, sin hacer la rutina después de la ducha y por fin, eran las 9:46. Me asomé a la ventana justo en el punto dónde la minina se quedaba embobada.
Me asombré cuando vi un niño de no más de doce años sobre el techo de las canchas de fútbol que estaba detrás de mi casa. Tenía el uniforme que usaban los pequeños que entrenaban en aquel recinto, aunque estaba muy delgado y pálido. El menor corrió después de ver mi rostro y por alguna razón, tuve la necesidad de seguirle.
Salí brincando de la ventana, mis pies se enredaron pero eso no me impidió seguir corriendo y escalar las bardas que dividían la parte trasera de mi hogar y del campo. Logré ver su descolorida piel bajar hacia las gradas, le imité. De pronto, ya no estaba, ya no pude divisarlo.
Bajé hacia el pasto y me tumbé sobre él mientras intentaba recuperar fuerzas. Quizá estaba muy cansada porque comencé a sentir unos dedos recorrer mi espalda, como si estuvieran debajo de la hierba. Me levanté y, como si alguien me hubiera convencido, comencé a escarbar con mis propias manos. Aventaba las bolas de tierra, desesperada por saber si encontraba algo… Aquella sensación desapareció cuando sentí una mano helada. Me detuve.
Analicé la escena, sólo estaban dos manos pequeñas, tiernas pero blancas, casi como los faros que alumbraban el lugar. Las dejé ahí mismo y fui en busca de una pala. Estaba decidida a desenterrar todo lo que estuviera debajo de las canchas.
Iba de un lado a otro, encontré las piernas y los pies en las esquinas. En el centro estaba el dorso y cerca de la puerta para entrar al campo, estaban los brazos, sólo faltaba la cabeza pero el cansancio comenzaba a rodear mi cuerpo, además, casi todo el pasto estaba lleno de agujeros. Suspiré.
La encontré cerca de las gradas pero no tenía ojos y le hacían falta dientes, tenía una cicatriz sobre su ceja. La tomé y la llevé con el resto de los miembros del cuerpo.
Me dirigí hacia los baños, intenté sacar la mugre de mis uñas y al finalizar, estaba buscando en qué secarme. Vi un pequeño estante que tenía candado y con algún pasador que sostenía pequeños mechones de mi cabello, logré abrirlo. Fue una horrible sorpresa ver lo que estaba ahí.
Muchos pares de ojos, con todas las variaciones de colores; dientes, muelas y colmillos, cabellos de distintas texturas. Pero lo que más me atrajo la atención, fueron aquellas cuencas mieles sin vida. Podía reconocer aquella mirada y cuando la dejé de ver, me trajo una profunda tristeza.
Se trataba de los ojos de mi vecino, aquel que había desaparecido tres meses atrás y nadie supo nada de él. Aquel que siempre saludaba a mi gata y que se ofrecía a cuidarla cuando no estaba en casa. Aquel que siempre estaba sonriente y me enseñaba algún nuevo truco que aprendió en las canchas de fut. Ahora sabía de quién era el cuerpo que había desenterrado. Rompí en llanto, quería traerlo de vuelta.
—No debías de estar aquí –. Sonó una voz masculina detrás mío antes de sentir un golpe en mi nuca.
Le reconocí, cómo no hacerlo si era el entrenador de aquel lugar, el entrenador que todos amaban y que nadie pensaría que sería capaz de asesinar a una sola mosca.
Mi vista se volvió borrosa, más con las lágrimas que inundaban mis ojos y todo se volvió negro.
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