Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
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¡Glum! ¡Glum! Era el sonido característico del fin de una jornada académica, los niños salían para degustar las mejores gelatinas, obviamente las que vende mi madre. Sandía, grosella, piña, mandarina o frutos rojos, no importa el sabor, todas bailan al ser puestas en las palmas. Por lo menos, una vez al día reproducía ese baile y le colocaba una tonada: ¡Gelas, Gelas, Gelas! Mi madre en desesperación me decía: Pepe, guarda silencio, necesito escuchar al cliente. Solo obedecía tres segundos.
Ahora palpo el enojo, mis gritos hacían una melodía horripilante al juntarse con las agudas voces infantiles, la fórmula permaneció durante todo el periodo escolar. Llegó el verano, los niños se toman un descanso del estudio, pero nosotros decidimos compartir el producto con más gente. El mercado fue una buena locación, especialmente los domingos.
Si bien ese día había un mayor número de catadores, aborrecía la repetición del sermón, dado que nos colocamos en la puerta de la iglesia. El aburrimiento se presentó, tomé la decisión de correr, muy mala decisión… si me lo preguntan. Solo encontré un fuerte regaño producto de mis emociones; tomé asiento, cuando de repente me percaté de una mancha pequeña en mi brazo izquierdo. ¿Cómo era eso posible? Si no había lodo cerca. Limpié, limpié, limpié y no podía retirar esa mancha, parecía estar impregnada en mi piel, como si de un tatuaje se tratara.
Asustado corrí al regazo maternal, expliqué lo acontecido y entre risas conocí el nombre de dicha mancha:
–Cariño, eso es un lunar.
–¿Una luneta? –cuestioné, una sonrisa se impregnó en su rostro
–Cariño, luneta no: lunar. Siéntate, te explico: los lunares son insignias del buen comportamiento, cuando tenemos buenas acciones brotan en nuestro cuerpo. Existen de diferentes tamaños y entre más grande el lunar, es porque nuestra conducta se marca exquisita.
Asombrosa me parecía la explicación, lo cual me permitía ser catador, observador y crítico de escuincles. Si bien, solo existía una regla como tal, desconozco el cómo y el por qué, asumí que si tenían varios lunares en la cara, no solo habían hecho algo bondadoso, sino también estaban dotados con mayor sabiduría. Ser reclutador de lunares, se volvió mi profesión.
Un nuevo ciclo escolar dio inicio y con ello mi nueva vida como estudiante. Antes, durante y después del colegio contemplé rostros. ¿Cuántos lunares habrán pasado por mis pupilas?
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