Facultad de Filosofía y Letras
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Durante la pandemia de COVID-19 dejé la universidad por circunstancias económicas. Al regresar, me encontré con una “generación fantasma” de estudiantes que, como yo, quedaron atrapados entre la inercia de la crisis y la fragmentación académica. A pesar de las dificultades, seguimos adelante, pero es evidente que las autoridades deben tomar medidas urgentes para apoyarnos en nuestro camino hacia la titulación.
Cuando recién ingresé a la universidad, había una gran movilización política y social: el movimiento estudiantil del 2018, las elecciones federales, la proliferación de activismos feministas y disidentes de género. Si bien esta realidad ya era complicada –por la incomodidad de analizar a fondo los problemas estructurales de nuestra sociedad y la presión de enfrentarnos a ellos–, la pandemia nos terminó de embestir en medio de estas discusiones. Mi economía familiar se desplomó. Sobrevivimos algunos días con el salario de mi madre, una cajera; mientras que mi padre, que era taxista, vendía dulces desde la ventana de nuestra casa. Yo me convertí en un trabajador a tiempo completo.
Me vi obligado a aceptar que nunca me titularía. Hasta que un día, noté que era posible retomar la escuela. La pandemia había terminado y la economía familiar se estabilizó. Entré al sistema y mi matrícula seguía disponible. Así que me inscribí nuevamente al primer semestre.
Durante estos años, he notado algo curioso. Aquellos compañeros de mi primer periodo en la universidad seguían rondando las aulas, pero en distintas etapas de la vida, fragmentados. Un amigo muy querido de Estudios Latinoamericanos describió este fenómeno así: “somos como los fantasmas de un castillo: estamos presentes, pero sin habitar realmente el espacio”. Es así que, si tuviera que nombrar a mi generación la llamaría “generación fantasma”: dispersos en distintos niveles académicos, algunos son profesores, otros adjuntos, muchos tesistas, pasantes, semestre mixto, nuevo primer ingreso…
Todos vivimos la pandemia en diferentes momentos de nuestra vida: los compañeros que conocí cuando regresé al primer semestre no vivieron presencialmente su bachillerato, los que estaban delante mío, cayeron directamente en las garras del teletrabajo y la precarización laboral; ni hablar de los niños que no tuvieron el valioso espacio de socialización temprana en la primaria y secundaria, o los adultos que perdieron sus trabajos. Pero si algo caracteriza a la generación fantasma es que no terminamos de habitar un espacio. Al margen de la academia y el trabajo, al margen de nuestras propias vidas.
Es así que hago el siguiente exhorto:
A mi parecer, las autoridades universitarias deben atender urgentemente el problema de los reingresos post-pandemia. No es un secreto que las políticas neoliberales se han enraizado también en nuestra querida Casa de Estudios. Parece haber una postura de “limpieza matricular” para fomentar la deserción escolar de la generación fantasma. No solo considero que es deshumanizante y clasista, también es contraproducente. Los órganos directivos de una universidad pública se rigen por los principios de la administración pública. Hoy en día, está en boga el enfoque de la gobernanza y el cogobierno. La UNAM debe acercarse a estos casos y buscar alternativas para facilitar los procesos de titulación y educación de quienes vivimos la pandemia. Algunas alternativas que se me ocurren son:
En cualquier caso, esto debería hacerse a petición escrita del interesado, cumpliendo con el requisito de haber ingresado entre 2019 y 2022.
La generación fantasma es una red fragmentada de estudiantes que ya no coinciden entre sí. Por eso es tan difícil hacernos notar y alzar la voz. Muchos creímos, durante bastante tiempo, que éramos los únicos en esta situación. Por eso es crucial que las instituciones universitarias tengan la voluntad de ayudarnos. Somos almas en pena. No nos exorcicen, ayúdennos a llegar al cielo.
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