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Nuestra comunidad universitaria es muy amplia, conozcámonos más.
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FOTO: EQUIPO ¡GOOOYA!
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Andrés Martínez Ortega

Facultad de Filosofía y Letras

Estudiante de literatura dramática y teatro en la UNAM. Mis cuentos han aparecido en antologías como “Invenciones a cuento” (Dirección de literatura y fomento editorial) y “Quisiéramos olvidar” (Attica Libros). También he publicado en el Blog de los jóvenes, Tierra Adentro y Milenio impreso y digital. Soy miembro de la primera generación del Diplomado de Escritura Creativa y Crítica literaria de la UNAM. Me gusta la lucha libre —colecciono figuras de mis luchadores favoritos—, ver películas y leer. Desde luego, me encanta escribir, aunque a veces el deseo de hacerlo me lleve a frustrarme. En la crónica compartida, quiero expresar el modo en que un artista, más allá de su calidad como objeto de consumo, puede “desnudar” su identidad, dar cuenta simbólica de los pasos que lo han llevado a ser quien es y, así mismo, inspirar a sus seguidores.

¡Goooya! en la Academia de San Carlos

Número 12 / ENERO - MARZO 2024

Así se vibran los eventos del periódico de lxs estudiantes de la UNAM

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Andrés Martínez Ortega

Facultad de Filosofía y Letras

Afuera queda la laberíntica urbanidad y los edificios que organizan el espacio en cuadras enormes y que dan por resultado calles cuya rectitud parece interminable, calles en las que conviven las históricas construcciones de cantera —que lucen sus balcones y ventanas como hechas bajo el mismo molde— con montones de negocios: maquillaje, calzado, bisutería, uniformes militares, papelería; una tienda tras otra, coloridas por todas esas cartulinas fosforescentes que anuncian ofertas de a tres por diez o de a cinco por quince. Afuera queda el gentío, la mujer que anuncia baños de a cinco pesos, el hombre que al levantar una caja se le cae el pantalón y deja al descubierto sus bóxers, el señor que carga su bicicleta sobre el hombro. El movimiento del Centro Histórico permanece al margen del gran portón de la Academia de San Carlos y la sensación que me navega mientras miro el domo de cristal del patio interior es la de habitar un refugio en el corazón del ajetreo.

Es jueves. El día se desmenuza a través del gris de las nubes, los vientos que cruzan la tarde parecieran anunciar el desenlace del calor. El patio de la academia está organizado por cuadrantes de sillas. Música pop ameniza el ambiente, voces entreveradas con ecos se arremolinan en los oídos. Hace falta poner mayor atención para dilucidar las palabras de los otros, priorizar la oreja por encima del resto del cuerpo. Hay colaboradores, reporteros, fotógrafos, invitados, acompañantes, quizá algún curioso. Sin embargo, los protagonistas son, ante todo, jóvenes estudiantes de distintas generaciones y escolaridades que se saludan, se abrazan, conversan, pasean por el recinto cargando con las manos o bajo el hombro un ejemplar de la publicación para la que han escrito y una pluma roja y plateada de cola sinuosa. Un regalo. Y toda esta creciente convivencia —que se traduce aquí en letras y letras— no es por nomás: estamos para atender la presentación de la entrega número 11 del periódico ¡Goooya!, el cual lleva por título “Las drogas a debate: entre libertades personales y realidades sociales”.

Asistir a estas presentaciones es también hallarse en el detrás de bambalinas de un evento. Se puede apreciar a los jóvenes mover la boca, como hablando para sí mismos, probablemente ensayando lo que dirán cuando tengan el micrófono en manos; miembros del equipo editorial reciben a los asistentes y a los invitados, también repasan los nombres de los colaboradores y dan indicaciones sobre la dinámica a seguir una vez que den las 5 de la tarde; un hombre monitorea la cámara situada al frente de la escultura del centro del patio —habrá transmisión virtual— y es él quien detenta, suspende, saborea los últimos segundos antes de inaugurar el evento; él, con una cuenta regresiva que suscita la ilusión de estar en un set televisivo. Esto último lo piensa Sarahí, que es mi acompañante en esta ocasión.

“Tres, dos, uno…” Entonces sucede la lluvia de aplausos, el repentino sonar de un grito de emoción y todo esto sirve de cortinilla para dar paso al saludo de Mariana Vega, coordinadora de vinculación. “Muy buenas tardes. Bienvenidos, bienvenidas y bienvenides al lanzamiento del nuevo número de ¡Goooya!, el periódico de las y los estudiantes de la UNAM…” Ella se encuentra en el sillón de hasta en frente, ese pequeño territorio donde la presencia se magnifica para los ojos escrutadores de un público que casi ha agotado los asientos disponibles. La acompañan el Dr. John M. Ackerman, director del PUEDJS-UNAM; el Dr. Mauricio Juárez Servín, director de la FAD; y Demian Ernesto Pavón, coordinador editorial.

Es así como nace la presentación: con el sendero abierto para que los estudiantes conformen paneles y expongan, en la velocidad de 2 minutos, el trabajo —texto, ilustración, fotografía, video— que realizaron para el periódico. Las intervenciones se van recargando una tras otra, las reflexiones rodean a otras reflexiones y comienzan a brotar palabras comunes: se habla de expresar lo que se trae dentro, de problematizar, de situarse en los campos grises de un tema tan complejo —también polémico, se reitera de cuando en cuando— como lo es el de las drogas. El objetivo del nuevo número —rastreable desde el título— se va explicitando a fragmentos: no se trata de condenar a las sustancias y a las adicciones, sino de extender la mirada, rebasar los prejuicios, generar pensamiento, abrir debate: aproximarse a una problemática amparados por el deseo de quien busca comprender antes que enjuiciar. Y es tan amplia la pluralidad de perspectivas —se recibieron aproximadamente 180 colaboraciones—  que el periódico es un espejo que contiene otros espejos. Hay relatos personales, como el de un estudiante que se entiende a sí mismo como un amigo malacopa, disertaciones en torno al capitalismo farmacopornográfico y reflexiones sobre la amistad como espacio seguro para quienes atraviesan una adicción.

Entre paneles, participan los invitados. El primero se define a sí mismo como un peluche amarillo sin piernas, además de que le gustan los conciertos, las peras y las drogas. Lugo Potamio es dueño del canal de Youtube “Lugo y las drogas” y lanza al vuelo su voz quebradiza, agallinada. Habla de la necesidad de descubrir los matices, de arrebatar el estigma impuesto a quienes consumen cotidianamente cualquier tipo de sustancia: el enfoque es humanitario, concentrado en la particularidad de las historias de vida. Por qué se consume lo que se consume. Por qué se es como se es. Una vez más, la mirada que atraviesa la superficie, la mirada que, en palabras de Lugo, rompe el paradigma: ahí está el pensamiento preparatoriano, ceceachero, universitario. Y en cuanto termina su discurso, caen los aplausos, los vítores, y Sarahí dice “lo quiero mucho”. ¿Quién no podría quererlo?

El segundo de los invitados es Víctor Ronquillo, escritor y periodista cuyo discurso trasluce una juventud todavía latente. Por un instante, asistimos a una regresión de años: es posible ver al Víctor del CCH Naucalpan, quien tuvo que construir un espacio para expresarse; Víctor, quien apertura uno de los momentos medulares de la presentación al hablar del espíritu que anima a ¡Goooya!: “¿Qué espíritu? El espíritu de abrir un espacio al auténtico pensamiento universitario, un pensamiento que es emergente, un pensamiento crítico, que nos da la buena noticia de la inteligencia”. Y poco a poco, comienza a develarse el propósito subterráneo de esta presentación, una esencia que emana de lo intangible y que, sin embargo, transversa el ambiente. Es el volver a los diecisiete, remanso del tiempo.

El último de los invitados —ya mencionado antes— es el Dr. Mauricio Juárez Servín, quien ofreció su experiencia de robusta juventud: de cómo crear licuados enérgeticos, la ecuación del café, la Coca-Cola y las vitaminas; de la adicción al trabajo o el anglicismo común de las redes sociales, workaholism

Y hay algo que se devela a medida que las manecillas del reloj continúan su viaje: por debajo de cada intervención, late una necesidad vital, las ganas de decir un pensamiento, una emoción. Desatar la pluma, soltar los trazos en el papel, tomar la fotografía en el instante preciso. Late la búsqueda por apropiarse de los materiales del arte: la palabra, los colores, la cámara, el pensamiento, la experiencia. Esto se intuye en las voces de cada uno de los colaboradores-panelistas, y entonces el acontecimiento se ha convertido en un mosaico de formas de decir: hay muchachos cuyas palabras se atropellan, se chocan, se muerden sin perder el interés del público; hay quienes hacen volar sus sentires con tanta fluidez que parecieran estar en una Ted Talk —eso me lo susurró Sarahí— o en una asamblea universitaria; no faltan aquellos cuyo tono se aboca a la calma y a la sutileza. De esta amplitud de maneras de pensar, de sentir, brota la unidad, al final, se trata de diferentes fracciones de una misma institución, de los cuerpos que pueblan a la comunidad de la UNAM. Y es ahí donde está el propósito subterráneo: el sentido de pertenencia, la confianza en voltear y saberse acompañado. Hay ideas aterrizadas en el lenguaje, posturas novedosas, propias de una juventud robusta pero desengañada.

Es en esto donde se cristaliza la sensación de refugio: el optimismo por el decir.

Finalmente, se estaciona la noche: el gris se intercambia por la oscuridad, las calles se tiñen del naranja de las lámparas y comienza a sentirse la presión por cerrar el evento. Yo mismo me digo: la línea B va a estar bien recia a esta hora.

Ocurren los procedimientos de costumbre: los comentarios del público, los remanentes de la presentación, un señor se dice conmovido ante el devenir del evento, un par de chicas se dan el tiempo de exponer las publicaciones con las que fueron seleccionadas por el comité editorial. Ahora vienen las felicitaciones, los abrazos, la fotografía colectiva de la cual escapo debido a mi timidez. Y la corona del hecho, como es habitual, se materializa en el estruendo del goya, universidad.

Y ahora, el bullicio está adentro de la academia, y afuera confrontamos a la procesión del silencio. 

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