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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Ilse González Morales / Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9
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Ilse González Morales

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9

Una joven escritora en formación. Apasionada por las artes, el cine y dar a conocer su opinión.

El Venado que Quería Volar

Número 4 / ENERO - MARZO 2022

No hay que rendirse si no podemos cumplir nuestros sueños, hay veces en que solo falta hacer las cosas de manera diferente

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Ilse González Morales

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9

Había una vez, en una época cualquiera, en un lugar cualquiera, un bosque. En él se podían encontrar todo tipo de lugares: rocas, valles, colinas, lagos; y en él habitaban todo tipo de animales: conejos, búhos, ardillas, osos.

Pero de entre todos los lugares había uno que era único, y de entre todos los animales existía uno muy especial. Una pequeña isla de tierra rodeada por un río de aguas rápidas y feroces. Sobre ella se encontraba un frondoso arbusto lleno de redondas y rojas bayas.

Desde la otra orilla del río, un joven venado soñaba despierto con probar un par de esas bellas y jugosas bayas. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera para conseguirlo. Lo que fuera. Si tan solo pudiera cruzar ese horrible y malvado río. De solo mirarlo, con sus aguas veloces y su rugido ensordecedor, las advertencias de los demás venados resonaban en su cabeza.

–Esas son las aguas más rápidas de todos los bosques.

–Si alguien pusiera siquiera una pata ahí dentro, no sobreviviría.

–Tan solo escucha la corriente, no existe río más bravo, ni criatura que sea capaz de llegar al otro lado.

La idea de cruzar nadando le provocaba una sensación de vértigo y le hacía un nudo en el estómago. No. Cruzar el río definitivamente no era una opción, pero entonces debía de encontrar alguna otra forma de llegar a la isla. ¿Tal vez si saltaba muy alto? No, el río era demasiado ancho. ¿Tal vez si tiraba un tronco y pasaba por encima de él? No, no era tan fuerte como para poder tirar un árbol. ¿Tal vez si estiraba su cuello con todas sus ganas? No, qué tontería.

El venado estaba tan perdido en sus pensamientos que casi no notó la voz que le empezó a hablar.

–Disculpe señor, pero no pude evitar notar que usted tiene los ojos clavados en esas bayas, al otro lado del río.

El venado miró hacia arriba; miró hacia un lado; miró hacia el otro; miró hacia abajo y ahí estaba, un pequeño petirrojo era quien le hablaba.

–Sí, tengo los ojos pegados a esas bayas y me temo que así los he tenido toda mi vida –le contestó el venado– pero el río es imposible de cruzar y ese también, así siempre ha sido toda su vida.

–Bueno, no para nosotros –respondió el petirrojo– nosotras las aves podemos volar sobre el río y comer esas ricas bayas, créame cuando le digo que no decepcionan para nada.

Al decir esto, sin saberlo, el petirrojo le había dado una idea al venado.

–Enséñame a volar –le gritó el venado al petirrojo– Si me enseñas a volar, podré llegar a la isla y comeré de esas deliciosas bayas con las que tanto he soñado.

–¡Pero que idea tan descabellada! Todo el mundo sabe que los venados no vuelan, ninguno jamás lo ha hecho.

–En ese caso, yo seré el primero. Por favor, enséñame.

–¿Qué razón tendría yo para enseñarte? –lo cuestionó la pequeña ave– ¿Por qué habría de hacerlo?

–Bueno, si yo me convierto en el primer venado volador, tú serías quién me lo ha enseñado todo. Aclamarán tu nombre por todo el bosque durante mucho tiempo por haber logrado lo imposible.

–Mmm… hablas desde la razón querido amigo y no puedo negarme a tu oferta. Está bien, seré tu maestro.

Durante las siguientes semanas, el venado trabajó día y noche aprendiendo, memorizando y practicando todo lo que el petirrojo le enseñaba. Aprendió cómo aletear, cómo planear, cómo despegar y cómo aterrizar, entre muchas cosas más. Muchas cosas de aves.

Después de un tiempo, el venado sabía tanto sobre volar que prácticamente podía sentir que era tan normal para él como lo era caminar. Pasaba todos sus días con sus nuevos amigos petirrojos. Comían, paseaban e incluso dormían juntos en las copas de los árboles. El venado podía sentir que ya era uno de ellos, un ave, y que pronto sería el primer venado volador.

Pasó el tiempo y llegó el momento de la verdad. El día de hoy, los petirrojos y el venado subirían a un árbol y desde ahí volarían hasta la isla.

Encontraron un pino grande y fuerte, justo a la orilla del río. Comenzaron a escalar y aunque los venados no están hechos para hacerlo, este ya tenía bastante práctica. Los venados no suben árboles, pero, a fin de cuentas, el día de hoy se trataba de lograr lo imposible.

Finalmente, llegaron hasta una rama gruesa y larga. Con toda la naturalidad del mundo, uno a uno, los petirrojos se acercaron hasta el final de la rama, saltaron, abrieron sus alas y llegaron hasta la isla. Salta y vuela, salta y vuela. Uno a uno, llegaron al arbusto y voltearon en dirección al pino, en donde su amigo de cuatro patas seguía esperando. Era su turno.

Desde ahí arriba, el venado alcanzaba a ver el bosque entero. Contempló la isla, y en ella, su tan deseado arbusto. El viento le azotaba la cara y sus patas temblaban un poco, pero, aun así, pudo sentir que podía hacer cualquier cosa. Incluso volar.

Sin darse tiempo de pensarlo dos veces, el venado corrió hacia el final de la rama y saltó con todas sus fuerzas. Se elevó y se elevó hasta llegar muy alto… pero no podía, no podía volar. Claro que no podía, era un venado no un ave. Los venados no pueden volar.

Comenzó a descender. Estaba cayendo. Estaba cayendo justo en el río. Moriría. Seguro que moriría. Caería al río, la corriente lo arrastraría y él moriría. Eso era lo que estaba por pasar, el venado estaba tan seguro de ello como de que era un venado, bueno… de hecho de eso ya no estaba tan seguro. ¿O sí? No, sí. Él era un venado. Pero no uno volador.

Sintió un gran golpe seguido de un dolor intenso por todo su cuerpo y la sensación de fría agua por todo su pelaje, sus patas y su cara. Había llegado al río. En su visión lo único que había era negro. Y así es como sería por siempre.

Pero luego abrió los ojos. ¿Por qué podía abrir los ojos? Se supone que debía estar muerto. Pero la cosa es, que no lo estaba. El venado levantó su cabeza. Vio la isla, vio el arbusto y vio a los petirrojos que a su vez lo estaban mirando a él.

Fue entonces que se dio cuenta que seguía en el río. Se había caído del árbol y se había dado un buen golpe, pero fuera de eso estaba bien. Estaba vivo.

El río. El río al que tanto le había temido toda su vida. El río del que le habían advertido tantas veces. El río que una vez había creído contenía tanta maldad como para privarlo de sus bayas. Ese río no era más que una pequeña corriente de agua. No tan profunda, no tan feroz.

Ciertamente sonaba como el río más bravo de todos, y se veía como la corriente más rápida. Pero ahí, en medio de él, no lograba moverlo ni un centímetro. No había nada que temer, no existía nada insuperable.

Volar sonaba como una gran idea. Había estado tan concentrado en ello que incluso llegó a creer que podría aprender a hacerlo, llegó a creer que podría ser como un ave. Desesperadamente había buscado una solución a un problema que ni siquiera existía. Nunca se había dado cuenta que la solución había estado en frente de él todo el tiempo. Para llegar al otro lado del río, solo debía cruzarlo.

El venado se levantó. Poco a poco, pues aún le dolía todo por la caída. Despacio, subió a la pequeña isla. Le costó un poco de trabajo y casi tropieza varias veces, pero con un par de pasos, estaba en frente del arbusto. Los petirrojos cantaron de alegría al ver que su amigo estaba bien y lo recibieron con las alas abiertas a su pequeño festín. El venado se agachó y por fin pudo disfrutar de sus bayas.

FIN

La gente a nuestro alrededor no siempre tiene la razón, muchas veces hablan desde la ignorancia y no por eso deberíamos renunciar a lo que queremos.

No debemos buscar ser algo que no somos ni hacer cosas que no están en nuestra naturaleza, por muy convencidos que estemos de que es la manera correcta de hacer las cosas.

Estancarse en la idea de que existe una sola solución a nuestros problemas nos impide ver el panorama completo y encontrar soluciones más eficientes o incluso más sencillas.

Como el río, ser fiel a uno mismo no es algo fácil de afrontar. Muchas personas van a decirnos que debemos tenerle miedo porque es algo malo y peligroso. Pero en realidad no lo es, puede que incluso sea el camino que debemos tomar para obtener lo que deseamos.

No hay que rendirse si no podemos cumplir nuestros sueños, hay veces en que solo falta hacer las cosas de manera diferente. A veces, la única forma de aprender es cayendo.

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