Cuando se usa el término estigma social se hace referencia a una situación en la que un grupo de personas son víctimas de estereotipos, discriminación y pérdida de valor social (Link & Phelan, 2001). A lo largo de la historia las personas con trastornos mentales han sido estigmatizadas, y este acto ha continuado vigente, (Castro H, 2005). El estigma hacia la salud mental tiene sus orígenes en la desinformación del público en general generando suposiciones negativas hacía los diagnósticos (Michaels et al., 2012), creando etiquetas de dichos diagnóstico y atribuciones acerca de su tratamiento (Moses, 2014) variando según el contexto social y la sintomatología de cada trastorno (Suárez et al., 2019).

La internalización de los estigmas crea un autoestigma en las personas con trastornos mentales, en este fenómeno se aceptan las atribuciones negativas y denigrantes; cabe mencionar que no todos se autoestigmatizan sino que atraviesan por una elección (que en ocasiones no es consciente) sobre dicha situación, ya sea aceptar el estigma, rechazarlo o ignorarlo (Michaels et al., 2012).

¿Qué consecuencias tiene esto?

Las consecuencias de la estigmatización durante la adolescencia afectan la calidad de vida pues el estigma tiene mayor impacto en esta etapa (Lynch et al., 2021), además el estigma tiene un papel importante en la decisión de no buscar atención especializada en salud mental (Lang et al., 2013).

La adolescencia puede dividirse en 4 fases, la infancia media/tardía (entre los 7 y 10 años), la pubertad (entre los 11 y 14 años), la adolescencia media/tardía (entre los 15 y 18 años), y edad adulta temprana (entre los 19 y 25 años) (Crone & Achterberg, 2022), al ser un periodo de cambios importantes en el desarrollo, la estabilidad emocional puede verse severamente afectada agravando psicopatologías o causando su comienzo (Silvers, 2022). La estigmatización de los jóvenes que padecen trastornos mentales afecta gravemente su entorno social (Moses, 2014), es común que a una persona con depresión se le diga que “salga de ella” (Link & Phelan, 2014) infravalorando su condición, que la depresión y ansiedad impliquen “debilidad” y que no sean vistas como enfermedades serias (Jorm & Wright, 2008), que las personas que consumen sustancias sean víctimas de segregación (Radcliffe & Stevens, 2008) y que adjetivos como peligroso, impredecible o incapaz son utilizados para referirse a personas que padecen depresión y esquizofrenia (Suárez A et al., 2019).

¿Qué ocurre con el estigma hacía el consumo de sustancias?

El estigma de las personas que consumen sustancias crea atribuciones desacreditadoras a quienes consumen sustancias, a pesar de tratarse de enfermedades crónicas y tratables (NIDA, 2021). Estas atribuciones los vinculan con marginación, impulsividad y la posibilidad de cometer actos delictivos (Radcliffe & Stevens, 2008). La desinformación y el hecho de que algunas personas con problemas de adicción puedan llegar a robar, mentir o comportarse agresivamente cuando atraviesan por el síndrome de abstinencia o síntomas de paranoia, tiende a reforzar las creencias estigmatizadas (Volkow, 2020).

El género también parece influir y contribuir al estigma social, por ejemplo, el conocimiento y la investigación sobre el comportamiento adictivo es menor en mujeres que en hombres, pese a que en los últimos años, el porcentaje de mujeres con dependencia a sustancias ha ido en aumento en Francia (Vitte, 2018). En EUA, las mujeres tienden a ocultar sus problemas con el consumo de sustancias porque podrían ser acusadas de abuso infantil y perder la custodia de sus hijos (NIDA, 2021b). Por otro lado, cuando las personas con Trastorno por Consumo de Sustancias son encarceladas, al estigma social sobre el consumo se suma el estigma por haber estado en la cárcel (NIDA, 2021b).

Otra idea errónea de la sociedad hacia el uso de sustancias es que solo basta de la fuerza de voluntad para detener el consumo, minimizando la gravedad de esta condición (Volkow, 2020), se debe tener en cuenta que el autocontrol disminuye con el uso continuo de la droga (NIDA, 2020). Algunas de las repercusiones de este estigma social son que los consumidores niegan serlo para evitar recibir algún tipo de maltrato o prejuicio durante una consulta médica, esta omisión de información puede interferir en la efectividad de los diagnósticos o inclusive ocasionar interacciones farmacológicas (McCance-Katz et al., 2010).

¿Qué deberíamos hacer al respecto?

En mi humilde opinión, considero que erradicar la desinformación que circula sobre los trastornos mentales es una tarea que no terminará pronto, las campañas de concientización tienen efectividad, pero este problema es educacional y sobre todo generacional, por lo que empezar a hablar abiertamente sobre la salud mental podría ser un buen comienzo, confío en que algún día no habrá más estigma social.

Referencias:

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