En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
Erick Sánchez García / FES Acatlán
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Yuriko Alondra Márquez Chávez

Facultad de Estudios Superiores (FES) Acatlán

Tengo 18 años, soy estudiante de Relaciones Internacionales, me gusta transmitir lo que pienso a través de la fotografía y la escritura, me gusta involucrarme en temas de interés social, ya que creo que la voz y la perspectiva de todos es importante.

¿El coquette es el nuevo punk?

Número 14 / JULIO - SEPTIEMBRE 2024

La resistencia feminista desde la hiper feminidad

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Yuriko Alondra Márquez Chávez

Facultad de Estudios Superiores (FES) Acatlán

El estilo coquette ha emergido como el nuevo punk, redefiniendo la feminidad y convirtiéndose en una herramienta de lucha contra la misoginia y los prejuicios. Si tuviera que definir el estilo coquette con un color, sin duda sería el rosa. Pero no porque el rosa sea visto como algo aniñado, como nos acostumbraron a verlo, sino un rosa que representa una lucha contra la imposición de su uso y, al mismo tiempo, contra las críticas recibidas por usarlo. Este color es uno de los más cargados ideológicamente, representando la coexistencia de lo impuesto y lo resignificado.

Históricamente, la moda ha sido catalogada como algo exclusivamente para mujeres, considerada frívola, superficial y sin profundidad, centrada en consumir y seguir tendencias. En el mundo audiovisual se refleja al personaje fashionista como fanática del rosa, que disfruta del brillo y goza de cierta ingenuidad, casi siempre con un tono de burla. En el siglo pasado, se consideraba la moda como algo menor y banal, relegado a las mujeres en su ámbito doméstico y juzgado con mayor dureza que otros pasatiempos. Sin embargo, ¿qué hobby no implica consumir materiales caros? La moda se mira con más prejuicio por ser considerada como actividad femenina.

La moda, en realidad, refleja las circunstancias sociales, políticas y económicas de su contexto, mostrando quiénes somos y quiénes queremos ser. Aunque podemos criticar su impacto ambiental y las injustas condiciones laborales, la moda sigue siendo un sistema que comunica y refleja nuestra sociedad. Por ejemplo, Mary Quant, la icónica diseñadora que representó la emancipación femenina en los sesenta, junto a Vivienne Westwood, fueron pioneras en la innovación y la rebeldía contra las normativas sociales. Quant, con su estilo sencillo y colorido, es conocida por popularizar la minifalda, símbolo de libertad y provocación en los años sesenta. Quant democratizó la moda usando materiales económicos y accesibles. Westwood, por su parte, prácticamente inventó el punk, mezclando elementos como los tartanes y piezas de vestir interiores, como el corsé y la crinolina, para usarlas de forma visible y transgresora. En los ochenta, creó la “minicrini”, fusionando la minifalda de Quant con la crinolina del siglo XIX. Quant representó el optimismo y hedonismo de los Swinging Sixties, mientras Westwood encabezó el punk desde sus inicios, criticando la industria del consumo y siempre activa como feminista. Ambas se rebelaron contra la seriedad del buen vestir británico, levantándose contra la sociedad machista y patriarcal con sus audaces diseños. De este modo, el punk se caracterizó por su actitud de rebeldía y contracultura; de manera similar, el coquette desafía las expectativas tradicionales sobre la feminidad.

Desde la revolución de la moda impulsada por pioneras como Quant y Westwood en los años sesenta y ochenta, hemos visto cómo la feminidad ha sido reinterpretada y reclamada en diferentes contextos. Si bien, en el pasado se asociaba la feminidad con la superficialidad y la debilidad, en la última década hemos presenciado un cambio de paradigma. En los últimos años, ha surgido una reivindicación de la feminidad que busca sacarla del lugar de lo banal y tonto. En 2010, la figura aspiracional era la de una girl boss, donde mostrar feminidad usando rosa, moños y tules era impensado, pues se asociaba a la debilidad y superficialidad. La única forma de ser exitosa era adoptando características masculinas: trajes y actitud seria. El feminismo de la girl boss fracasó porque, para la mayoría de las mujeres que deben trabajar para sobrevivir en esta sociedad capitalista, no hizo ninguna diferencia real. Solo reemplazó en pocos casos a su jefe por una mujer, sin cambiar la raíz misógina del capitalismo. Esto se relaciona directamente en cómo visualizamos el poder. ¿Por qué la imagen de una mujer poderosa se asocia exclusivamente con elementos habitualmente vinculados a la masculinidad?

En el mundo de la moda, hay aspectos socialmente impuestos, que están tan internalizados como el poder de la masculinidad y el desprecio a la feminidad. Partamos de que masculinidad no implica ser hombre y feminidad no implica ser mujer. Son aspectos polares que todos tenemos en mayor o menor medida. La relación de la masculinidad con el hombre y la feminidad con la mujer fue impuesta, y cotidianamente vemos la jerarquía del primero sobre el segundo casi sin darnos cuenta, como cuando vemos en la portada de una revista una figura que implica poder. Lo primero que percibimos son tipologías y características tradicionalmente asociadas a la masculinidad: sacos, trajes, camisas y corbatas. Muy difícilmente se asocian al poder recursos relacionados con la feminidad, porque estos atributos se asocian a la debilidad y delicadeza. Internamente, seguimos sosteniendo la idea de que lo masculino es lo fuerte, lo válido, lo admirado, y lo femenino es lo delicado, débil y que necesita protección.

El poder no es solo fuerza bruta; el poder está en lo sensible, en usar rosa, vestidos, faldas, y especialmente en vestir todo lo que uno desee. A partir del año pasado, hemos visto una oleada de tendencias hiper femeninas, a veces mezcladas con otras subculturas. El estilo coquette puede ser visto como el nuevo punk, permitiendo a las mujeres reafirmar su amor por los gustos considerados clichés y enorgullecerse de su consumo. Este movimiento se ha convertido en una forma sana de escapismo, reivindicando una feminidad que tuvimos que ocultar para no parecer tontas. Términos como girl dinner y girl math, y películas como Barbie y Priscilla, hicieron de 2023 el año de la hiperfeminidad como herramienta de lucha contra la misoginia.

Así como el punk utilizó la moda para desafiar el statu quo y expresar descontento social, el coquette emplea la estética hiper femenina con colores como el rosa, moños y tules como una forma de resistencia contra la misoginia y la minimización de la feminidad. Si bien es cierto son incontables las formas en que la industria de la moda nos violenta como mujeres, comenzando por la imposición de estándares de belleza que nos exigen ser cada vez más delgadas y ocupar el menor espacio posible; este mito de la belleza como nuestro único objetivo afecta a millones de mujeres que trabajan insalubremente en esta industria, con jornadas laborales extendidas y salarios mínimos. Al mismo tiempo, se nos exige gastar más del triple que los hombres en ropa. A pesar de esto, solo el 14% de los CEO de empresas de moda son mujeres. Además, nos afecta de forma directa en nuestro ámbito privado, cuando se nos critica por llevar algo muy corto, etiquetándonos de putas; o algo muy largo, llamándonos monjas. Se nos juzga si el escote es demasiado profundo, si combinamos una falda con tacones o si usamos tenis todo el día. Nos dicen que no es femenino usar colores chillones o que no es tierno y romántico vestirnos de manera que no se ajusta a las expectativas.

El surgimiento del estilo coquette representa un desafío directo a estas normas opresivas. Este movimiento no solo reivindica la feminidad en un contexto donde se nos critica y juzga constantemente por nuestras elecciones de vestuario, sino que también se convierte en un acto político de resistencia. Al igual que el punk desafió las normas sociales en su tiempo, el estilo coquette se posiciona como una herramienta de comunicación y transformación social. En lugar de aceptar pasivamente los dictados de la industria, adoptar y celebrar lo que tradicionalmente se considera femenino, se convierte en una declaración audaz de poder y autonomía. El vestir es político, y muchas de nosotras luchamos por una industria justa, ética y responsable. La moda no es frívola, ni banal, ni tonta; desde qué consumimos y cómo lo usamos, hasta cómo pensamos sobre lo que llevan los demás resignifica el sentido de la moda, porque el vestir es un acto político.

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