Edit Content
Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creativdad.
Adrien Olichon/Pexels
Picture of Jimena Cordero Estrada y Paola Welsh Martínez

Jimena Cordero Estrada y Paola Welsh Martínez

Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Vallejo

El baile de los 43

Número 3 / OCTUBRE - DICIEMBRE 2021

Un final sorprendente reescribe la historia del yerno de Don Porfirio y su amante

Picture of Jimena Cordero Estrada y Paola Welsh Martínez

Jimena Cordero Estrada y Paola Welsh Martínez

Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Vallejo

De todos los finales que pude llegar a imaginar, ni en sueños se me habría ocurrido éste. El egoísmo me cegó y te mantuve conmigo hasta el último instante; sé que debí haberte alejado antes de que esto se convirtiera en una pesadilla, pero no lo hice, porque fuiste el único que realmente se preocupó por mí y no esperó nada a cambio; no sabes lo feliz que me hizo sentir… nunca lo sabrás.

Cuando entro a mi casa, estoy sin aliento, aún llevo puesto el traje que mandé a hacer para la ocasión. Me duele el cuerpo y el alma. ¿Por qué tuve que dejarlo?, ¿a dónde se fue toda mi valentía? Las lágrimas corren por mi rostro, pero no hay tiempo para pensar en eso.

Me detengo sólo un segundo para tomar aire y noto que una silueta está observándome, sus ojos se encuentran llenos de odio y su mirada es tan intensa que podría matar a alguien; está de pie junto a la escalera, sin moverse. Dime, ¿cuándo fue la primera vez que me viste de esa manera?, ¿en qué momento tus sentimientos por mí cambiaron?, ¿te has dado cuenta de quién soy en realidad?

No se mueve, sólo sé que no está muerta porque puedo escuchar su agitada respiración. Quiere provocarme miedo, pero hace mucho que ya no le temo; desde nuestra noche de bodas me di cuenta del monstruo con el que me casé. Y supe que no había vuelta atrás.

Con el brillo de la luna que se cuela por la ventana, situada detrás de las escaleras, alcanzo a vislumbrar una figura irregular sobre el descanso. Una parte de mí anhela que no sea verdad y sólo se trate de una ilusión.

“Te conocí en un baile, pero créeme, jamás fue mi intención que todo terminara así”, pienso, mientras contengo las lágrimas que se van acumulando en mis ojos.

Los recuerdos vuelven a mi mente a tal velocidad que me es imposible dar un paso más: revivo el día en que la conocí por casualidad y terminé enamorándola sin querer, la primera charla a solas con su padre, el día de mi boda; y luego, la primera vez que lo vi, nuestro primer baile, todas las escapadas, borracheras, charlas y risas… recuerdo que ya no habrá una próxima vez.

Me casé con la hija favorita del presidente. No fue algo por amor, sino por dinero: con la fortuna de Amada y el favor de Don Porfirio, la empresa que mi padre me había heredado prosperaría enormemente.

Celebramos el banquete de bodas en una propiedad de mi suegro. Y antes de que aquél diera inicio, salí a fumar un puro al balcón, pensando que eso cambiaría mi estado de ánimo, pues me encontraba muy irritado, pese a ser “el día más feliz de mi vida”.

No pasó ni un minuto antes de que alguien interrumpiera; se trataba de un mesero, muy atractivo, alto, de prominente bigote y grandes ojos almendra. Me hizo saber que Amada estaba buscándome para recibir a nuestros invitados; por lo cual regresé al salón fingiendo que realmente me importaba todo cuanto ocurría a mi alrededor y que de verdad estaba enamorado de mi esposa.

Luego de la fiesta, Amada y yo nos dirigimos a nuestro nuevo hogar; pero no pude consumar mis deberes maritales, por lo que, al alba, me dijo con un tono lleno de odio:

–Los verdaderos hombres no habrían malgastado ni un minuto, sólo los maricones harían tal cosa como escapar de sus obligaciones.

Cada noche durante los siguientes meses me obligaba a tener relaciones con ella, para dejarla embarazada y darle un nieto a Don Porfirio. No me gustaba para nada y siempre deseaba que todo se acabara lo más rápido posible.

Cansado de vivir con ella, renté una mansión en Reforma, donde me pasaba el día entero con Andrés, mi mejor amigo y el único en quien confiaba. Iba y venía a su antojo, siempre trayéndome noticias de cuanto pasaba en la sociedad; todo era muy normal, hasta que un día entró de repente al salón principal y con una inmensa sonrisa en su rostro, me dijo:

–¿A que no adivinas qué acabo de hacer? He encontrado una manera en la que tu vida se vuelva más interesante: hace unas semanas me enrollé con el secretario de gobernación y me invitó a unirme a un club donde podemos ser nosotros mismos sin que se nos juzgue. Todo es tan fabuloso que decidí no privarte de la felicidad y solicité tu ingreso, a lo cual, los demás accedieron. Tu bienvenida es mañana a medianoche, en el número 41 de la calle de la Paz.

No podía creerlo y por un momento dudé de si todo se trataba de una broma pesada, pero en sus ojos había una intensidad que me invitaron a acudir al club.

A la noche siguiente, me puse mi mejor traje. Andrés pasó por mí en su carruaje personal a las doce menos veinte y partimos hacia el club. Luego de un rato, nos detuvimos frente a una casona con una puerta negra y el número 41 grabado en color dorado.

Mi amigo me explicó que esa noche tendría que bailar con todos y cada uno de los miembros. La verdad, me tranquilicé un poco: era una de las cosas que se me daba muy bien.

Apenas llegué al centro de la habitación, la orquesta comenzó a tocar “Sobre las olas” de Juventino Rosas. Bailar con 41 miembros del club fue una tarea que me tomó bastante tiempo terminar y ninguno de ellos me impresionó con todo su dinero o poder… hasta la última persona que se me acercó: era un joven apuesto, de cabello color canela, de bigote y barba, un poco más alto que yo.

Había algo en él que me resultaba familiar. Lo miré detenidamente, pero en ese momento tomó mi mano izquierda, la guio hasta su hombro, me sujetó por la cintura, me atrajo hacia él y al ver mi cara atónita, sonrió. Y por fin lo recordé… era el mesero que me interrumpió mientras fumaba en el balcón la noche de mi boda.

La atracción fue mutua y como ya era un miembro oficial, comenzamos a pasar mucho tiempo en el club haciéndonos compañía. Al fin tenía un lugar dónde poder ser yo mismo sin ser juzgado, allí nadie nos dirigía miradas escandalizadas ni cuchicheaba si nos tomábamos de la mano.

Durante 13 años llevé una doble vida. A ojos de la sociedad, me comportaba como el esposo perfecto, pero la realidad era diferente. Casi nunca volvía a casa a dormir, Amada comenzó a sospechar y en lugar de preocuparme, le permití hacer las conjeturas que se le antojaran; al final, ella no podía decirle nada a nadie, ya que, de saberse, su estatus y el de su padre correrían grave peligro.

“Por favor, quédate a mi lado, aunque no sea para siempre e incluso si es sólo por ahora… eso sería suficiente”. A pesar de haberle dicho eso, no esperaba que lo nuestro durara tan poco y que terminara así.

Todo se fue al carajo cuando lo dejé marchar de la habitación, pues nos percatamos de que había un silencio inusual; al no verlo volver, fui a buscarlo. Estaba a punto de entrar al salón, cuando escuché una voz furiosa que gritaba:

–¡Pide refuerzos y llama al presidente! –dijo un hombre alto y corpulento que se encontraba dentro de la habitación, no era un miembro, ni uno de los mayordomos–. ¡No podemos dejar que esto salga a la luz!

Cuál no fue mi sorpresa al descubrir que el ejército había irrumpido en el club. Luego de titubear por unos segundos, me asomé por la puerta entreabierta y vi que estaban deteniendo a mis 42 compañeros, incluido él; lo supe porque era el único que llevaba un vestido perla.

¿Y yo qué hice? Nada, simplemente me quedé inmóvil en el oscuro pasillo; aún no me habían visto, pero era cuestión de tiempo antes de que empezaran a registrar todo el lugar. Para nuestra mala suerte, habíamos acordado que la mitad de nosotros iríamos de traje y los demás con vestido. ¿Cuál era la explicación lógica que podíamos darle al ejército para que no nos llevaran a Lecumberri, o a quién sabe dónde?

Ante la posibilidad de ir a la cárcel, lo único que pasó por mi mente fue escapar. Cuando el peligro acecha, no eres capaz de pensar en nadie más que en ti mismo. Y aunque ahora me arrepiento de salir huyendo, ya es muy tarde para regresar.

De nada me sirve revivir el pasado. Reanudo mi camino con un paso algo torpe. Ella sigue de pie junto a las escaleras. Conforme voy acercándome, logro ver que está sosteniendo algo brillante, largo y… ¿qué demonios está haciendo con un cuchillo? Bajo la vista a su vestido y está lleno de oscuras manchas. Su expresión ha cambiado, ahora me sonríe.

Lo que vi en la escalera todavía está ahí, sin moverse. Cambio el paso lento por zancadas veloces y espero lo peor; apenas estoy en el quinto escalón cuando la realidad me golpea en la cara. Gracias al brillo de la luna, alcanzo a observar pequeñas mechas de cabello esparcidas por el suelo, junto con charcos negros que resplandecen.

Las lágrimas inundan mis ojos; ante mí yace un cuerpo al que ahora le falta el cabello y, a pesar de las condiciones en las que se encuentra, puedo reconocerlo. Sigo avanzando tratando de ignorar mi dolor. Alguien también se ha encargado de quitarle el bigote, la barba y las cejas; donde antes había cabello, ahora solo hay sangre.

La mirada que tiene en su rostro es horrible: está llena de miedo y sufrimiento. Termina de romper mi corazón. Su vestido que antes era perla se ha convertido en marrón, ahora está rasgado, lleno de sangre y barro.

Mi llanto va aumentando de intensidad, al mismo tiempo que me acerco a abrazarlo una última vez para pedirle perdón por haberlo abandonado y escaparme sin tratar de rescatarlo. Si yo no hubiera huido, quizá no lo habrían apresado y Amada no hubiera usado las influencias de su padre para llevarlo hasta allí. Si yo no hubiera huido, aún se encontraría con vida.

Comienzo a gritar lleno de dolor. Me aferro aún más a su cuerpo, hasta que no queda ni un centímetro de separación entre nosotros. Bajo la voz y susurro su nombre, mientras sigo recordando.

No la estoy mirando, pero sé que se acerca a donde nos encontramos. Sé muy bien lo que va a pasar a continuación. Sólo era una cuestión de tiempo, pero nada de eso me importa ya; las dos últimas cosas que hago es besar su mejilla y susurrarle cuánto lo amé.

Un dolor punzante invade mi espalda. Los segundos se vuelven más largos. Lo último que veo es su rostro… y ahora, todo está oscuro.

Más sobre Ventana Interior

México a blanco y negro

Por Natalia López Hernández
Matices sobre la desigualdad, el dolor y la rabia

Leer
Amor universitario (y latinoamericanista)

Amor universitario (y latinoamericanista)

Por Christian Osvaldo Rivas Velázquez
El romance y la teoría social se cruzan en C.U.

Leer
Obligación

Obligación

Por Aarón Giuseppe Jiménez Lanza
¿Cuál es nuestro deber en tiempos sombríos?

Leer
Los tolerantes

Los tolerantes

Por Andrés Arispe Oliver
Qué terrible paradoja fue haber tolerado al intolerante

Leer
Agua de sangre

Agua de sangre

Por Antonio Bernal Quintero
¿Hasta qué límites salvajes nos podrían llevar las disputas por el agua?

Leer
El DeSeQuIlIbRiO

El DeSeQuIlIbRiO

Por Carlos Damián Valenzuela López
Un caligrama describe mejor que mil palabras

Leer

Deja tus comentarios sobre el artículo

El baile de los 43

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

seventeen + eleven =