Facultad de Contaduría y Administración
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El amor es una de las fuerzas más poderosas de la existencia humana, pero también una de las más incomprendidas. A lo largo de la historia, ha sido moldeado por estructuras sociales que lo han reducido a una visión romántica y limitada. Sin embargo, cuando se expande su significado, el amor puede revelarse como un acto de rebeldía contra un mundo que nos empuja hacia la indiferencia, el individualismo y la desconexión. Comprender el amor como una construcción en constante transformación, nos permite resignificar nuestras relaciones y desafiar las normas impuestas, convirtiéndolo en una herramienta revolucionaria capaz de generar cambios profundos en la sociedad.
Vivimos en un sistema que fomenta la competencia y la productividad por encima de la solidaridad y el bienestar. Nos hemos acostumbrado a ver la vida como una serie de obligaciones, olvidando lo que realmente nos hace felices. La celebración del amor se limita a fechas señaladas, mientras que en el día a día pasa a un segundo plano. Sin embargo, el amor no debería ser solo un sentimiento efímero, sino una forma de estar en el mundo. Amar es un compromiso con el respeto, la conexión y el servicio. Y este compromiso empieza con nosotros mismos.
Nos enseñan a medir nuestro valor en función de nuestra productividad, logros o apariencia, dejando de lado nuestra esencia. Nos inculcan la idea de que cuidarnos a nosotros mismos es egoísta, cuando en realidad, es un acto de resistencia. El amor propio no es un lujo ni una moda, sino una necesidad para vivir con dignidad y bienestar. Amarnos implica reconocer nuestras necesidades, poner límites saludables y alejarnos de aquello que nos hace daño: es aprender a escucharnos y tratarnos con la misma compasión con la que trataríamos a alguien que amamos profundamente.
Pero el amor propio no es solo una cuestión individual, sino que tiene una dimensión colectiva. Una persona que se ama y se respeta contribuye a construir una sociedad más equilibrada. Cuando dejamos de romantizar el sacrificio y entendemos que merecemos descanso, cuidado y felicidad, rompemos con un sistema que nos quiere agotados y conformes. Amarnos a nosotros mismos es el primer paso para transformar nuestra realidad.
Así como el amor propio es esencial, el amor hacia los demás es lo que nos permite construir un mundo más justo. Si nos limitamos a pensar en el amor como algo individual, seguimos fortaleciendo el modelo de aislamiento que nos impone el sistema. En cambio, cuando lo entendemos como un principio colectivo, podemos ver que amar también es luchar por la equidad, por el respeto y por la dignidad de todas las personas.
El amor hacia el mundo implica empatía, solidaridad y una visión humanista que desafíe la indiferencia. Cuando elegimos preocuparnos por el bienestar de los demás, cuando nos unimos para exigir justicia o cuando defendemos los derechos de quienes han sido marginados, estamos practicando un amor que trasciende lo personal. No es suficiente con amarnos a nosotros mismos; si realmente queremos un cambio profundo, necesitamos llevar ese amor a nuestras relaciones, a nuestras comunidades y a nuestras acciones diarias.
Desde esta perspectiva revolucionaria, el amor también puede ser un acto político. Elegir amar en un mundo que nos empuja al egoísmo es un desafío a las estructuras de poder que nos separan y nos debilitan. Cuando nos preocupamos por el bienestar de los demás, cuando cultivamos la solidaridad y cuando valoramos la felicidad, estamos transformando nuestro entorno. El amor, entonces, es una herramienta de cambio social que nos permite construir comunidades más justas y conscientes.
Para comprender mejor esta idea, pregunté a varias personas de distintas edades cómo definían el amor, y sus respuestas refuerzan esta visión: palabras como respeto, libertad, conexión, servicio y felicidad destacan la diversidad de su significado. El amor es una experiencia plural, en constante evolución, que no puede reducirse a una definición única. Es una energía que nos impulsa a vivir, a desafiar las normas que nos limitan y a buscar formas de relación más genuinas y satisfactorias.
Si el amor fuera el centro de nuestras decisiones, ¿cómo se vería la sociedad? Seguramente, sería un mundo donde el respeto y la cooperación prevalecieran sobre la competencia y la opresión. Un mundo donde nadie tuviera que elegir entre su bienestar y su seguridad, donde el cuidado mutuo fuera una norma y no una excepción. Imaginar una sociedad transformada por el amor no es un idealismo ingenuo, sino una posibilidad real si decidimos hacer del amor una práctica cotidiana. Esto implica cuestionar las estructuras que perpetúan la desigualdad, reconocer nuestra interdependencia y actuar en favor del bien común. Solo así el amor dejará de ser un concepto abstracto para convertirse en una herramienta concreta de cambio.
En definitiva, el amor es mucho más que un sentimiento pasajero; es una forma de resistencia y transformación al enfrentarnos a una sociedad que nos quiere aislados, desconectados de nosotros mismos y de los demás. Pero tenemos la posibilidad de desafiar esta imposición. Hagamos del amor una práctica diaria, celebremos su presencia en cada acción que realicemos y elijamos vivir con autenticidad. Porque amar, en su esencia más pura, es la revolución más poderosa que podemos ejercer.
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