Facultad de Filosofía y Letras
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Mi familia y yo acostumbramos a cenar con la televisión encendida, vicio difícil de dejar, sólo se interrumpe los domingos. Los domingos se escucha a José José. Pero esa noche nos encontrábamos cenando y viendo Mariana, Mariana, película adaptada de un cuento largo –o novela corta, según–, escrito por José Emilio Pacheco. Ese fue, sin lugar a dudas, el libro que me introdujo en el gusto por la lectura y siempre me pareció fantástico, conmovedor, melancólico, profundo.
Cuenta la historia de Carlos, un niño que empieza a sentir los cambios del mundo que conoce a partir de un fuerte enamoramiento, extraño, sí, pero fuerte. Este libro no sólo habla de los cambios de la pubertad, sino del cambio de toda una época y una cultura, habla del trastorno de la identidad.
Carlos, niño de clase media, concurre a una escuela donde sus compañerxs son de diversas nacionalidades. Entre ellxs encuentra a Jim, de raíces estadounidenses y que se convertirá en su mejor amigo. Una tarde Jim invita a Carlos a comer a su casa y ahí es donde conoce a su mamá, Mariana, una mujer de 28 años. A partir de ese día Carlos se enamora de Mariana locamente y no deja de pensar en ella.
La película, inferior al libro desde mi parecer, cumple en capturar la esencia del mismo, lo indispensable, el hecho innegable de que el amor de Carlos por Mariana es real e imperturbable. O eso creía yo, hasta aquel momento en que alguien en el comedor dijo: “Eso no puede pasar”.
¿Es irreal que un niño de 10 años se enamore de la mamá de su amigo? O, ¿es irreal que un niño de 10 se enamore de una mujer 18 años mayor?
Conmocionado, enojado, perturbado y decidido procedí a explicar por qué, a mi parecer, eso sí puede pasar y de paso la importancia de la obra literaria.
La posguerra y la modernización son el espacio donde se constituye la historia de Carlos. La novela y la película plantean un paralelismo entre Carlos y la ciudad, ambos crecen, cambian, subvierten su identidad.
Carlos es amigo de Jim, que vive con su mamá, una señora de 28 años que gusta de una vida al estilo gringo, con acceso a una cultura que Carlos no puede tener. Así, el despertar erótico más no sexual de nuestro protagonista a partir de que conoce a la mamá de su mejor amigo lo lleva a escapar de la escuela, buscar a Mariana y confesar su amor febril sin saber que esto le resultará muy mal. Nuestro protagonista atraviesa por el cambio de la niñez a la adolescencia. Es decir que, en esencia, podemos decir, el problema es el de la identidad misma. No parecerá extraño el observar el paralelo que propongo, porque Carlos se pregunta: ¿cuál es su lugar en el mundo, cuál es su identidad? Se siente perdido. Sin embargo su sentir no es único, es el país, es la ciudad completa la que se siente en dicho estado, ontológicamente perdido.
José Emilio Pacheco logró, atinadamente, remarcar el problema que la filosofía existencialista había planteado: la angustia ontológica, el trastorno de la identidad indefinida. Esta novela es una muestra, en la tradición mexicana, de la conjunción entre filosofía, literatura y cine.
Aquí la nostalgia del pasado es un punto fundante. El hecho de comenzar con el recuerdo de algo de lo que no se tiene verdadera certeza nos arrastra ya a una zona de melancolía, al ejercicio de la memoria. El ejercicio de recordarnos aquel viejo bolero (“por alto que esté el cielo en el mundo, por hondo que sea el mar profundo…”, que años después Café Tacuba pondría en el imaginario de una generación muy distinta a la del milagro mexicano) va más allá de un simple tema de moda de la época. Si Carlos recuerda la canción es debido a que, por primera vez a lo largo de su corta vida, ha comprendido y entendido la letra, ha llegado a la raíz de la canción que recuerda.
¿Será que el primer amor siempre está condenado al fracaso, a la imposibilidad? ¿O es el amor mismo una imposibilidad, algo que no existe y, sin embargo, da vida, como el recuerdo? El amor que Carlos profesa es un amor que necesita ser vivido y que no lo será. Él amó a Mariana desde la inocencia del pensamiento, desde la obsesión malsana. El amor es una enfermedad, por ello resulta irónico que los padres de Carlos lo lleven al psicólogo, de igual forma el hecho de que un cura lo incite al onanismo que resulta inconcluso porque el amor no es de corte sexualizado, sino erótico.
Recuerdo el silencio que dejó mi exposición, silencio que sólo llenaba el ruido de la televisión, donde Carlos confesaba su amor a Mariana. Con el ambiente incómodo seguimos viendo la película.
Ahora, un poco a la distancia, suelo pensar que tal vez ese comentario desatinado no lo era del todo. Tal vez el amor es una imposibilidad en sí mismo, para prueba tantas concepciones que hay sobre el mismo, tantos modos de ejercerlo, de elegirlo, de hacerlo. Porque ningún filósofo, ningún poeta, ni ninguna estrella pop ha logrado descifrar lo que es el amor. Es decir que se define como indefinible, paradójico. Porque en el amor se es uno siendo dos, se simpatiza y se sucumbe ante aquello que se juraba no sucumbir y se pierden, voluntariamente, batallas. Al amor se entra con sus modos y nimodos y, lo más importante, al amor no se le conoce sin el desamor. Uno y otro van siempre juntos. Ahora pienso que tal vez esa exclamación, “eso no pasa”, que alguien, no se quién hizo en aquella cena, se refería más bien al hecho mismo del amor. El amor sí es una imposibilidad, simplemente no pasa.
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