Facultad de Ciencias
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La desigualdad de género en el ámbito educativo es un fenómeno persistente que, aunque ha evolucionado, sigue manifestándose desde las primeras etapas de la educación formal. En muchos casos, esta desigualdad no solo se refleja en las oportunidades, sino en la forma en que las actividades escolares son asignadas según el género, lo que tiene profundas implicaciones en la formación de la identidad de los estudiantes.
Desde la infancia, los niños y niñas se ven expuestos a un entorno académico que reproduce estereotipos de género. Actividades como el fútbol para los niños y el voleibol para las niñas son ejemplos claros de cómo las escuelas tienden a asignar roles y expectativas distintas basadas en el género, naturalizando estas diferencias como si fueran innatas. Esta distinción, aunque aparentemente inocua, establece límites sobre lo que se “permite” o no, según el género, afectando la autopercepción y las oportunidades futuras de los estudiantes.
Históricamente, las sociedades han sido organizadas bajo sistemas androcéntricos, donde el poder y la autoridad se atribuyen predominantemente a los hombres, mientras que las mujeres han sido relegadas a roles secundarios. Este modelo jerárquico se ve reforzado en las aulas escolares, donde los comportamientos y actitudes de los niños y niñas son moldeados por un sistema que valida estas dinámicas de poder desde una edad temprana.
En este contexto, Pierre Bourdieu, un influyente sociólogo, ha señalado cómo los sistemas educativos contribuyen a la reproducción social y de las desigualdades, incluidas las de género. En su obra La dominación masculina (1998), Bourdieu argumenta que las estructuras patriarcales que existen en la sociedad se ven reforzadas por las instituciones educativas, creando una perpetuación casi automática de las jerarquías de género.
Investigadores como Jiménez y Galeano (2020) destacan la necesidad de tratar la educación desde una perspectiva de género para combatir estas desigualdades sistémicas desde la raíz. Sin embargo, señalan que este enfoque suele implementarse tardíamente, en niveles como el bachillerato o la universidad, cuando las concepciones de género ya están profundamente arraigadas.
Una educación con perspectiva de género implica un cambio profundo en la manera en que se enseña y se vive la escuela. Este cambio no solo requiere una revisión de los contenidos educativos, sino también una transformación en las actitudes y prácticas de los docentes y directivos. Si no se logra este cambio integral, los esfuerzos por erradicar la desigualdad de género serán superficiales.
Implementar este enfoque en la educación básica puede tener efectos significativos. Las niñas, quienes a menudo son las más afectadas por la discriminación de género, comenzarían a percibir que no están limitadas y que pueden acceder a las mismas oportunidades que sus compañeros varones. De igual forma, los niños también se beneficiarán, ya que dejarán de ver la masculinidad como un mandato de poder y control sobre los demás.
La educación tiene el potencial de ser una herramienta para la liberación si se concibe de manera crítica. En el contexto de la igualdad de género, una educación crítica implica reconocer las formas en que el sistema perpetúa las desigualdades y trabajar activamente para desmantelarlas. Freire, pedagogo brasileño, sostiene que el acto de enseñar no es neutral y que los maestros deben adoptar una posición que fomente la equidad y la justicia, incluidas las de género.
Romper con las conductas patriarcales desde la infancia requiere un esfuerzo conjunto entre las escuelas y las familias. Los padres y madres deben participar activamente en este proceso de desaprender comportamientos que perpetúan la desigualdad, permitiendo que los cambios en las escuelas sean efectivos. La Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia Contra las Mujeres (CONAVIM) resalta que la perspectiva de género ayuda a comprender de manera más profunda la relación entre los seres humanos y cómo las desigualdades se reproducen en distintos ámbitos, incluida la educación.
Transformar el sistema educativo para que genere ecos en cuanto a igualdad de género no es solo una cuestión de justicia social, sino una necesidad para asegurar que las futuras generaciones crezcan en un entorno que promueva el respeto, la equidad y la inclusión. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) ha señalado en múltiples informes que la educación inclusiva, que respeta las diferencias de género, es fundamental para lograr una sociedad más justa y equitativa. Según la UNESCO, la educación debe preparar a los estudiantes no solo en habilidades académicas, sino también en valores de igualdad y respeto mutuo.
Los resultados de implementar de manera correcta la perspectiva de género pueden verse a corto, mediano y largo plazo; se empezarán a notar cuando se tome en cuenta que las niñas no están condenadas a adaptarse a lo que va a ser su vida, siguiendo patrones de sumisión en la sociedad contemporánea y también se notarán cuando se cambie el pensamiento sobre que la vida debe girar en torno a lo que van a hacer y ser los niños.
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