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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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RODNAE Productions/Pexels
Luisa María Jazmín Reyes Hernández

Luisa María Jazmín Reyes Hernández

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 2 Erasmo Castellanos Quinto

¡Hola! Me llamo Luisa, tengo 17 años y soy una estudiante de preparatoria. Me gusta bailar a oscuras en mi habitación, pintar con acuarelas, leer o escribir poesía, andar en bicicleta y perderme por la ciudad. Ah, y me encanta la ropa floreada.

Despedida en la playa

Número 4 / ENERO - MARZO 2022

Tres relaciones a distancia, construidas en la red social, enseñan a hacer, amar y ser en la vida real

Luisa María Jazmín Reyes Hernández

Luisa María Jazmín Reyes Hernández

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 2 Erasmo Castellanos Quinto

De las tantas personas que habitan allá afuera y esperan ser conocidas, o de las muchas  aventuras que se pueden vivir en internet, decido quedarme sólo con tres de ellas.

La primera aconteció al enviar un comentario en el momento preciso, a las tres de la mañana, buscando alguna compañía entre los millares de transeúntes en una avenida digital. Mientras que, del otro lado de la pantalla, un joven solitario observó un destello y acogió el llamado con curiosidad, como quien recoge de la arena una concha de mar que han traído las olas. Luego vino el intercambio de números y las conversaciones que se extienden hasta el amanecer; era yo quien lanzaba preguntas cual dardos en búsqueda de dar en el punto estratégico. Me sincero y confieso que le conocí un poco al principio, me atrevo a afirmar, su nombre es Héctor y es dos años mayor que yo. Como dije, comenzamos a hablar y de pronto la emoción nos dominó; cantábamos al unísono por la noche y hacíamos planes que implicaban recorridos por la ciudad y viajes a la playa.

Desafortunadamente el tiempo se consumió, la necesidad de palpar un rostro real y sentir que una mano se entrelaza con la propia son exigencias poderosas a las que uno acaba por ceder y lo construido a la distancia, con playas y vagones ilusorios, se debilita y se marcha.

Prueba de esas fugaces llamaradas también es mi segunda vivencia, la cual gira en torno a Valeria: una mujer regiomontana con una forma de amar peculiarmente sincera. La búsqueda de “personas como yo” nos llevó a encontrarnos y a hablar de manera frecuente. Significaba mucho para mí el tener la certeza de que al terminar el día, ella y yo nos contaríamos los hechos de nuestra vida que considerábamos relevantes. Luego, cuando comenzaron a correr los meses, esta clase de reportes eran ya semanalmente; después, y lo expreso con cierta tristeza resguardada, cada mes; finalmente dejaron de llegar, las notas de voz o cualquier tipo de señal se detuvieron abruptamente. Ella y yo nos quisimos por un tiempo, casi durante dos años; después nos distanciamos –supuse que había conocido a otra chica de su ciudad, tal vez ella pensó lo mismo de mí–, y aunque sigo recordando su nombre, su número y un par de cosas sobre ella, prefiero reservarme la oportunidad de escribirle, para recordarla con cariño, al menos hasta que me sea posible visitarla y decirle lo mucho que la aprecio. De vez en cuando me acuerdo de su voz y nos imagino hablando, cantando, gritando… cercanas, abrazadas, amadas… con nuestros ojitos brillantes mirándose mutuamente y con nuestras amplias sonrisas recién estrenadas.

La tercera sucedió por afinidad de gustos musicales. Una tarde se me ocurrió expresar mi gusto por los boleros y un hombre español llamado Salva buscó interactuar conmigo; intercambiamos cartas y, aunque hoy en día éstas ya no suelen llegar en hojas blancas y sobres plagados del olor de las manos escritoras, me complacía esperar su respuesta a lo que yo le escribía por mail. Él tiene un carácter fuerte, pero siempre ha sido muy amable conmigo; me contaba sobre su juventud, sobre los viajes que realiza debido a su empleo y acerca de la muerte de su amada. Es una pena decir que también nos hemos distanciado, aunque de vez en cuando me emociono cuando vuelve a surgir  la oportunidad de conversar un poco. Él suele felicitarme por mi cumpleaños, cada año, pero yo no soy buena para recordar fechas importantes y nunca he podido enviarle mis felicitaciones en la fecha exacta, sin embargo, seguro se alegrará al saber que escribí sobre él.

En fin, todo esto ocurrió en momentos distintos, separados entre sí por un par de años, pero siempre dentro del mundo intangible, ése, el de las redes sociales. Ya ha pasado un largo tiempo desde las promesas que pacté con cada uno de estos usuarios: visitar la playa, caminar felices por las calles y escuchar baladistas urbanos. Puedo decir que ninguna se ha cumplido. He hecho todo aquello sola; disfruto de la marimba que se coloca frente a mi ventana durante los domingos por la mañana, me alegran las particularidades y detalles –grafittis revueltos, stickers en los pósters, murales coloridos– de las calles que frecuento. Por último, me encanta sentir la fría arena mojada entre mis dedos mientras escribo esto, porque no podría esperar a que la promesa se cumpla; se me iría la vida y la playa no seguiría esperándome. La respuesta final a todo es que posiblemente nunca se cumpla ninguna de las tres promesas, con la velocidad del tiempo volando y las personas cambiantes, porque incluso sí creí que pude conocer a Héctor, a Valeria y a Salva… ¿Realmente qué puede decirme el mundo digital de ellos si ni su rostro es algo certero?

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