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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Foto de Felix Mittermeier / Pexels
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Sergio Francisco Romero Muñoz

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Mi nombre es Sergio. Desde pequeño me gusta escribir historias de todo tipo, pero hasta hace poco me decidí por intentar mostrar esas historias al mundo. Mis principales inspiraciones son los textos de Alan Moore, J. J. R. Tolkien, Julio Cortázar y Federico García Lorca, aunque también me inspiro en las letras de las canciones de Human Tetris y Kinó. En mis historias me gusta representar realidades fuera de las ataduras sociales en las que vivimos, por eso me gusta mezclar elementos de la naturaleza y situaciones fantásticas.

Como el viento las canciones

Número 9 / ABRIL - JUNIO 2023

Nos miramos como animales, nos acariciamos mutuamente y danzamos sobre las ramas.

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Sergio Francisco Romero Muñoz

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Pasamos largos y místicos momentos uno en compañía del otro. Nuestros cuerpos se unieron en sintonía, al ritmo del agua que golpeaba nuestras mentes. La realidad se mezcló con la fantasía, creando un nuevo mundo con suelo real y plantas imaginarias. Mantuvimos un contacto íntimo, ojo a ojo, durante lo que para nosotros fueron milenios, pero para las demás personas solo fueron unos pocos días. Caminábamos alrededor del cuerpo de agua, buscando animales y entes verdes, solamente para apreciarlos y comparar su belleza material con nuestra belleza espiritual. En algún momento nos creímos árboles, plantados uno al lado del otro por la eternidad, anclados al suelo con la tierra sobre nuestras raíces, y el viento húmedo haciendo bailar nuestras hojas como en un vals. Miramos las nubes y las nombramos. En ellas veíamos colores y escuchábamos sus conversaciones que secretamente mantenían entre sí.

Una multitud de  amores nacieron durante nuestra estancia en ese paradisíaco lugar, donde la consciencia humana coexiste con la cruel naturaleza, que frente a nosotros se pintaba como la obra más perfecta jamás creada por Dios.

Nuestro hogar era era el mismo que habitaban los espíritus de los animales antiguos. Descubiertos bajo las luces del cosmos, nuestros sentimientos se unieron y así perduraron por años, cual cadena inquebrantable.

Sobre nosotros se escuchaba el ulular de nuestro guardián, un búho que a nuestros ojos se alzaba en macabro vuelo, desfigurado la realidad tras su aleteo. Cuando logré mirarlo a los ojos, me encontré en un espacio desolado, habitado solamente por un ser ajeno a las ideas humanas, ni vivo ni muerto, solamente era lo que era y nada podía cambiarlo. Sentí que el tiempo me era ajeno mientras sostenía su mirada sobre mí. Sus ojos verdes miraban todo, y a la vez se centraban en mí. Cuando salí del trance, miré de nuevo al gran búho, una flamante mancha en la oscuridad de la noche. Cubría su cuerpo con una armadura de plumas marrones y sobre sus ojos, dos grandes grupos de plumas hacían de corona. En un debido momento, cantó sobre nosotros y empapó nuestras almas con el agua del mar. Nos abrió los ojos y conectó nuestros pies con las raíces que descansaban bajo tierra.

Ambos decidimos construir un nido, intentando aceptar nuestra realidad más orgánica. Con ramas que eran espadas sobre el suelo formamos un nido, un hogar para las parejas que se buscan el uno al otro y viven juntas hasta la muerte. Ramas, hojas y restos que dejaba el mar, formaron poco a poco nuestra fortaleza del amor, como una cuna tibia y húmeda. Las aves celosas de nuestro hogar, volaban sobre nosotros en alturas que constantemente cambiaban. Veía sus ojos bajo el cielo tranquilo, nos miraban como si fueran a atacarnos, pero no lo hacían. Mientras ellas envidiaban nuestra fortificación, nosotros envidiamos sus colores, su vuelo tranquilo, sus cantos apacibles, queríamos volar con ellas y amarnos en el cielo.

Cuando nuestro nido estuvo completado, dormimos en él, arrullados por el mar que como un toro, golpeaba la franja de tierra que lo dividía de nosotros, intentando tocarnos con su fría mano. Nosotros no hacíamos caso de él, mientras más fuerte sonaba, más lo ignorábamos y nos hundíamos en nuestros amores desconocidos para los demás humanos.

Un día, desperté gracias a la caricia de la luz amarilla que bajaba del cielo. Levanté la cabeza y miré el mismo paisaje que se había presentado frente a mí durante varios días. Mi cuerpo apenas cubierto por una ropas desgarradas, se levantó del lecho y comenzó a caminar. La brisa me refrescaba el rostro, y la tierra húmeda abrazaba mis pies. A mi alrededor la naturaleza creaba música compleja, con ruidos de animales, de agua y plantas, viento y tierra. Mis oídos disfrutaban del espectáculo mientras mis ojos se perdían entre el mar y el cielo.

Regresé al nido solo para sentarme y escuchar su respiración calmada a mi lado. Pasé mis manos sucias por los elementos que, fusionados, creaban nuestro nuevo hogar. Bajo mis palmas sentí las delicadas hojas que aún no se secaban. Me recosté y cerré los ojos por un momento. Al abrirlos pude verle acariciando su cuerpo semidesnudo con sus largos dedos. Su piel morena reflejaba el sol que nos cobijaba con su cálida luz. Plumas habían comenzado a crecer en nuestros cuerpos, sentíamos como se movían con el viento. Entendimos que la naturaleza cada vez nos hacía más animales, nos despojaba de nuestra humanidad para poder experimentar la verdadera libertad, el sueño que siempre tuvimos. Al mirarnos, sentimos como nuestro amor creció perpetuo, ya que nuestro amor era natural, fuera de las concepciones humanas. Éramos dos espíritus libres unidos por una emoción que no hacía más que existir y ser nuestra razón para vivir. Aprendimos a volar como los pájaros, aleteamos por la vida, moviendo la realidad bajo nuestras alas. Recorrimos las orillas del mar, visitamos las copas de los árboles, descubrimos las cimas de las montañas, dibujamos nuestro camino en las nubes, pintamos el cielo con nuestras plumas, y movimos la tierra con el viento que arrastramos. Y al final de nuestro viaje, regresamos a nuestro nido.

Nos miramos como animales, nos acariciamos mutuamente y danzamos sobre las ramas, alrededor de nuestros pensamientos inundados por las amenazadoras olas del mar Báltico. Nuestros sentimientos se sintieron reales en nuestros pequeños corazones. Sentimos las plumas del otro con nuestros cuerpos. Nos amamos, sentíamos la pasión dentro de nosotros y a nuestro alrededor. Todo era paz en la costa.

Finalmente, llegó la noche en que nuestro plumaje desapareció, se desvaneció con las corrientes frías del aire norteño. Nuestros cuerpos reposaban desnudos sobre los trozos de madera y hierba. Aquellas manos que antes fueron alas, se enredaron, sintiendo el calor de la otra. La húmeda frialdad del bosque nos alcanzó, pero nuestras almas resistieron. Unidas aún con espíritu animal, podrían resistir. Pero el cuerpo no.

Decidimos volar hacia otras tierras. Nos encontramos perdidos por momentos, pero logramos encontrar uno de muchos caminos que llevan a la civilización. Caminamos y percibimos poco a poco como nuestra humanidad regresaba por completo. El viaje por el mar fué inolvidable, pero dentro de la vida existe la muerte, el final de las cosas ajenas a Dios. Ese día, dos humanos llegaron a la ciudad, dejando atrás los cuerpos inertes de dos aves radiantes, dos aves que conocieron el mar Báltico, y se enamoraron en sus pacíficas costas.

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Como el viento las canciones

3 respuestas

  1. Excelente texto, lleno de misterio y amor, en donde dos seres se perdieron el uno con el otro, conociéndose y haciéndose uno mismo a la vez en tan sólo unos días. Así es como se debe de vivir, intensamente y sin dejar escapar ni un sólo segundo. Las metáforas están perfectas. ¡Muy bien por el escritor! 👏👏👏

  2. Me sorprendió como me llevó por la naturaleza, como uso las palabras para darme un recorrido por personajes de una manera por demás suave.

  3. Me estremeció el relato, te hace recordar lo que se siente enamorarte desde el fondo del alma. Muchas gracias por el relato.

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