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En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
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Andrea Murcia Monsivais Cuartoscuro.com
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Maritza Isabel Hernández Martínez

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Me gusta aprender cosas nuevas y divertirme en el proceso.

Coacción y explotación del cuerpo femenino

Número 13 / ABRIL - JUNIO 2024

Acércate al oído del hombre político y susúrrale: mi cuerpo no es de tu propiedad

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Maritza Isabel Hernández Martínez

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

El cuerpo es un espacio político. Está a la venta, se ofrece como regalo al disfrute del varón. Sujeto al poder masculino, tabú para el goce femenino. La piel se lastima, se quema y se escode. Basta con moverse para sentir las incómodas cuerdas y las miras de desaprobación. ¡Mi cuerpo es mío, tengo autonomía, yo soy mía!, gritan las mujeres en las avenidas. Acércate, lentamente, al oído del hombre político y susúrrale: mi cuerpo no es de tu propiedad. 

La cuerpa está a la venta, su propietario es una industria –masculina– que disfraza el placer de abuso. El primer acercamiento a la sexualidad, un tema considerado tabú, parte de aquellas imágenes que muestran cuerpos desnudos, la mayoría de mujeres. El fácil acceso que los varones tienen a dicho material y a las escenas cinematográficas permite a los consumidores satisfacer sus fantasías eróticas. 

Por el contrario, la sexualidad femenina -como la masturbación-, es obscena e incómoda de abordar dentro de la sociedad, familia o instituciones escolares. Muchas mujeres jamás tuvieron un acercamiento semejante al material pornográfico (revistas, películas, etc.) como los varones. Bailar desnudas en las calles es un acto desagradable porque el desnudo femenino solo es atractivo si se puede acceder a él. 

La sociedad condiciona y establece los roles de género (femenino o masculino) y, con ello, las jerarquías de poder. La mujer se encuentra bajo una política patriarcal que señala, educa y castiga. Su participación se limita al ámbito del hogar, cuida y educa a los hijos, su papel queda al mismo nivel que el de la servidumbre; en efecto, es esta participación la que garantiza la existencia, desarrollo de la sociedad y trabajo del hombre. Previo a este sistema capitalista se encuentra el Contrato Sexual planteado por Carole Pateman (1988).

Carole Pateman, teórica política y feminista británica, nace el 11 de diciembre de 1940. En su obra El contrato sexual, publicado en 1988, desarrolla la desigualdad de género establecida dentro del Contrato Social que, al mismo tiempo, conlleva un contrato sexual. Este contrato permite observar de qué manera y a través de qué mecanismos los hombres se apropian y explotan sexualmente los cuerpos de las mujeres: “La historia ayuda a comprender los mecanismos mediante los cuales los hombres afirman el derecho de acceso sexual a los cuerpos de las mujeres” (Pateman, 1988: 29). 

Lo que caracteriza a este pacto es su origen, construido por “individuos libres e iguales”; sin embargo, surge una interrogante: ¿y las mujeres? Dudando de la aparente libertad universal, Carole Pateman indica que el concepto “individuo” no considera al sexo femenino. En síntesis, si las mujeres no forman parte del contrato social es porque previo a este se forma un contrato sexual (Pateman, 1988). 

El Diccionario de la Real Academia Española define a la pornografía como “Representación explícita de actos sexuales que busca producir excitación”. Empero, esta palabra va más allá del diccionario, son mujeres que muestran su cuerpo ante las cámaras, sujetas a agresiones físicas y/o verbales, generalmente por parte del varón, un hombre cuyo carácter es fuerte, dominante y violento. Es así que en la pornografía el sexo con violencia se mercantiliza y normaliza, aunado a este concepto se encuentra el acto de violación. 

En el contrato de prostitución, Pateman (1988) señala la violencia a la que están expuestas las prostitutas; agresiones físicas, verbales e incluso sexuales (violación). Y en el caso de la actriz, participa en escenas que representan un abuso sexual, sin negar que, en realidad y fuera de lo que se establece en un guion, la actriz sí puede sufrir violencia –sexual, psicológica, verbal, económica, emocional–. 

En palabras de la poeta, escritora y activista feminista Robín Morgan (1974), “El acto de violación […] alienta la fantasía sexual masculina en la cultura patriarcal de la agresión sexual […]  La pornografía es propaganda sexista, ni más ni menos. La pornografía es la teoría: la violación es la práctica” (Morgan como se citó en Prada, 2010. p. 12). 

La pornografía brinda una idea errónea, denigrante e infame del género femenino. Rosa Cobo, teórica, investigadora y escritora feminista española, señala en Pornografía: El placer del poder (2020), que el porno cinematográfico expone la violencia sexual contra las mujeres y abre la posibilidad de que los hombres puedan ejercer violencia hacia el cuerpo femenino. En palabras de Rosa Cobo: “Es preciso analizar la pornografía como una institución que promueve la desigualdad y la violencia sobre las mujeres” (Cobo, s.f). Su teoría pretende alertar a la sociedad sobre los efectos de consumir este contenido, es decir, replicar y normalizar actos violentos representados en el porno. 

La pornografía es un mecanismo que garantiza el poder masculino. Como evolución del capitalismo, es la nueva herramienta de sujeción masculina. El goce sexual no se encuentra en la mujer, sino en el hombre. No es una liberación femenina porque está sujeta a una industria. La acumulación capitalista no es una liberación de la clase, ha creado formas brutales de esclavitud [prostitución] (Federici, 2010). 

El sistema capitalista transforma y subordina la cuerpa –objeto del contrato laboral y sexual– de las mujeres. El patriarcado, por su parte, demanda el acceso al cuerpo femenino para un fin meramente sexual. La pornografía pretende rectificar estas ideas, mostrando en las escenas o fotografías el cuerpo desnudo de la mujer; junto a esto, las acciones –presuntamente actuadas– que ejerce el hombre como: golpes, bofetadas o llamándola “puta” como un insulto. 

El hecho de que el Estado no se involucre en las denuncias que imponen las actrices, es un problema político –lo personal es político–. Ante esto surge la siguiente interrogante: ¿el cuerpo es realmente de nosotras? No, si está bajo el manto de la ley del silencio. La industria de la pornografía ofrece un cuerpo irreal como un producto atractivo. Detrás de las cámaras hay un cuerpo que es territorio industrial y capitalista. No es libertad, es abuso.

 

Bibliografía 

    • Federici, S. (2010). Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Traficantes de Sueños.
    • Pateman, C. (1988). El contrato sexual. México, UAM 
    • Prada, N.  (2010). ¿Qué decimos las feministas sobre la pornografía? Los orígenes de un debate [Archivo PDF]. Que_decimos_las_feministas_sobre_l64.pdf 

 

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