Querido Cleantes:

Últimamente he pensado en la muerte más de lo usual. Tuve un sueño en el que había muerto –esto lo sabía con la certeza con que se saben las cosas en los sueños–, pero la muerte no era muy distinta a la vida cotidiana. Los días transcurrían sin mayores complicaciones e indistintos entre sí. Entonces una voz en el fondo del todo me dice que ese es justo el castigo por mis pecados: la monotonía. No pude evitar pensar, al recordar el sueño, que tal vez ya habitamos ese infierno.

Esta muerte que tengo pegada a mi carne desde siempre, porque ya entonces comprendí el final de todo lo que amo como inevitable, supo mi nombre y yo me atreví a aceptarla. Y este amor que hoy siento, será mañana sólo un recuerdo y después nada. El dolor es el precio por amar, el dolor que ocasiona lo irrecuperable. ¡Y cuántas cosas he perdido! El tiempo me ha arrebatado tanto y seguirá haciéndolo mientras yo viva. Pero no hay nada de excepcional en esto, pues la muerte y el olvido es lo más común a los hombres.

No puedo lamentar mi propia muerte, es algo inevitable y además algo que yo no padeceré, lo padecerán los otros. Y con esta idea en mente, quisiera disminuir en lo posible su sufrimiento, por eso te escribo, mi más querido discípulo, esperando que pueda serte útil, pero sin caer en la pretensión de tener la Verdad absoluta, pues mis ideas sobre el mundo y las personas se han gestado con mis experiencias limitadas, entre tantas cosas, por una época, mi educación y el tiempo. No tomes esto como máximas morales, porque no lo son; mi vida ha sido una acumulación de vicios y errores –que no es sino otra forma de llamar a la Experiencia–, y espero puedas cometer los tuyos propios.

Entre esas minucias de la vejez, noto especialmente mi cuerpo cansado. Vivo con dolencias continuas, las actividades que disfrutaba antes se han vuelto ahora insufribles. Incluso la comida me llega a parecer repugnante. Nunca creí que mi propio cuerpo, lo único que verdaderamente tengo, se volviera un extraño para mí mismo. La memoria es una enemiga cuando se ve cubierta de la fantasía, hay tantos vacíos entre la persona que fui y la que ahora soy, que me veo incapaz de llenarlos, temo que muchos de mis recuerdos sean más el producto de la imaginación que de la realidad. La cara de mi madre es apenas un esbozo confuso en mi memoria, su voz se pierde entre el ruido de los años y su olor no me es posible encontrarlo. Pero sé que la quise y así funciona la memoria, sólo guarda lo esencial. Me olvidarás, no le temas a eso, no es sinónimo de que no me quieras, por el contrario, es lo más natural que así sea. Nuestra estadía en la tierra es limitada como nuestra memoria; nuestra eternidad está en los otros.

En estos días he rememorado con nostalgia la voluntad que impulsaba mi cuerpo durante mi juventud. Todo me parecía ilimitado y un deseo de pluralidad me dominaba. Deseaba serlo todo, tenerlo todo, pero la vida está hecha de decisiones, de limitaciones. Saberlo en ese entonces me hubiera ahorrado muchos sufrimientos. Espero, querido Cleantes, que tengas el criterio para discernir entre lo que quieres en esta vida y lo que los demás quieren para ti. Siendo fiel a ti mismo es que encontrarás la verdadera paz, e incluso los errores de juventud en tu lecho de muerte, los aceptarás. Te deseo esa paz.

Zenón