Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
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En esta oscuridad sólo pienso en los ruidos que cubren mi soledad. La madera cruje, los llantos me arropan. Los murmullos se multiplican, las risas son escasas. El silencio es rey en donde el ruido es esclavo. ¿En dónde estoy? No lo sé, todo ha sido ausencia de luz, no siento nada, sólo oigo, pero no escucho.
Una trompeta interrumpe la insonoridad. Las notas penetran mis oídos, pero no alcanzo a percibir la melodía. Pueden ser tantas, como aquellas que oía con la abuela. ¿Sus favoritas? Las de la Sonora Santanera. Y si la memoria es lo único que queda de mí siempre recordaré cuando cumplió 70 años y bailamos “Perfume de gardenias”.
La lentitud de sus pasos hizo especial aquella danza en donde los pies no fueron indispensables. Nuestros corazones se sintonizaron con el baile. Sus ojos me dijeron todo cuando las lágrimas cubrieron su rostro. Tres días después murió, la enterramos con canciones de los santaneros.
Aquí estoy, con la cabeza en el recuerdo, movida por el rasgueo de una guitarra acompañada de esa voz tenue cantando “Amor eterno”. ¿De quién me acuerdo? De la tía Julia y su tardes pegada a una bocina de la que emergía el canto de Juan Gabriel. Mi tía siempre lloró con la melodía de el Divo de Juárez. Con esa enterró a su hijo, respondía mi padre.
Mi papá y su gusto por José José. Alguna vez confesó –o quizá mintió– haberse emborrachado con el Príncipe de la canción. Nunca supe si aquella historia era una más de sus mentiras, pero cómo me gustaba escuchar su anécdota cantando “Me basta” con el oriundo de Azcapotzalco.
Daría lo que fuera por escuchar a mi padre, pero todo sucedió muy rápido. Lo último que escuché fue a mi madre cantar a dueto con Luis Miguel. Ella conocía mejor las canciones que el Sol. Su voz ahora me llega con la misma melancolía con la que añoro el ruido. El que alguna vez me molestó ahora se convierte en la rememoración.
Sigo aquí, amortajado en esta caja oscura, viviendo artificialmente de recuerdos que algún día se habrán de comer los gusanos. Escucho con la memoria, no con los oídos. La música es vida, y ahora sólo tengo canciones o quizá nada, sólo silencio. Silencio que quisiera romper con cualquier melodía, la que sea.
No sé a donde voy. ¿Hay música allá? ¿Las únicas melodías que escucharé serán las de mi memoria? ¿Cuáles escoger? No lo sé. Pero si me pudieras escuchar pediría una sola cosa: una canción de The Smiths, solamente una para poder llegar a donde sea que vaya. Sólo quiero ir a donde haya música y gente, que se rompa este silencio, este zumbido, esta muerte.
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