Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
La oscuridad acoge mis fragmentos,
pues del saber del frío de la noche es este sentimiento.
“Abandonada”
Escucho desolada, cual barco hundido entre arrecifes,
¿en cuántas palabras podría ocultar mis sentires?
Sin importar el peso del olvido, sigo aquí,
desesperada porque me mires.
“Abandonada”
Que me mires, y que sin que suelte palabra
sepas la macabra duda en la que inerte mi mente se “encontraba”.
“Abandonada”
Encontrar, ¿abandonada es sinónimo de perdida?
Pienso, en afán de buscar un seudónimo para la herida.
Si estoy perdida significa que podría ser hallada, pero jamás, pues nadie me buscaba.
“Abandonada”
Me repite el silencio cuando observo la nada, el creciente desprecio que genero cuando desesperada busco una razón para estar…
“Abandonada”
Perturbando mi mente: un comentario, un chiste o una mirada. Lo que sea necesario para decirme que no seré amada.
“Abandonada”
¿Pero quién me abandonó?
¿Dios? ¿Un amor? ¿O todo aquel que me dejó?
Sé quién no, el temor. Ese que me forjó, que me enseñó a sobrevivir pero no sobre vivir.
No me dejó, ni cuando sollozaba.
“Abandonada”
Repite cruel el vacío, trayendo mi mente fiel al olvido devuelta. Olvido al que sola me
condeno, sin importar si es amigo, amor o el ajeno quien me llama.
¿Y quién me llama? Si me encuentro…
“Abandonada”
Sigo buscando desesperada ese amor que encienda la llama, mi corazón lo aclama angustiado, gritando. Deseando sentirse amado. Especial, encontrado, no abandonado, necesitado.
Un amor o una razón, cualquier lógica o mecanismo: teológica, antropológica, psicológica o
delirica. Siempre lo mismo.
Un motivo de mi vivir, una voz que suplique mi existencia. Alguien que desee mi presencia, no solo mi “no ausencia”.
Mi presencia Pídeme; que me quede, que te bese, que te abrace, que te rece.
Ningún deseo será el que cese mi ciega devoción.
Encantada, arrastrándome te daré lo que me pidas para dejar de sentirme…
“Abandonada”.
Por: Enrique Nájera Sánchez
Ayer, por fin comprendí que te habías ido para siempre
Por: Martín Guadalupe Flores Hernández
Ningún premio en dólares sustituye al amor