En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
Valeria Gutiérrez Gálvez / Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9
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María José López Graciano

Facultad de Filosofía y Letras

Soy estudiante de la FFyL y como miembro de la comunidad universitaria desde antes del comienzo de la pandemia, he mostrado interés dentro del debate feminista y sus implicaciones sociopolíticas, por ello, en este texto mi objetivo se centra en visibilizar la misoginia existente no sólo fuera de la Universidad, sino dentro de esta, ya sea entre profesorxs y académicxs, inclusive en el entorno contemporáneo: entre compañerxs. Considero de suma importancia la difusión de información en materia de género, ya que algo casi invisible como lo son los micromachismos forman parte de la exclusión de las mujeres dentro del espacio político y social de nuestra Casa de Estudios.

La violencia de género en su mínima expresión: el mansplaining

Número 9 / ABRIL - JUNIO 2023

Hablemos de esta forma de micromachismo que ha excluido históricamente a la mujer

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María José López Graciano

Facultad de Filosofía y Letras

¿Qué es el mansplaining? Responder a esta pregunta resulta sencillo, el mansplaining (del inglés) significa hombre explicando, y alude a aquellas situaciones en las que un hombre (como suele suceder) busca demostrar su poder por medio de la vía intelectual, tal es el caso, que al mantener algún debate con una mujer informada del tema (inclusive más que él), busca minimizar explicándole la situación desde una tonalidad condescendiente, es decir, se persigue el objeto de posicionarse intelectualmente superior en todos los sentidos.

El mansplaining está presente en la vida de toda mujer, y es el resultado de la tradición patriarcal en la que nos vemos inmersas desde que habitamos este plano terrenal. En otras palabras, y con la definición, el mansplaining es una forma en que la violencia de género sale a relucir en la cotidianidad de las cosas y es casi imperceptible al ojo humano. Cada vez resulta más difícil detectarlo, puesto que gracias a la difusión masiva del tema, ahora la mayor parte de las instituciones se visten con la toga morada para disimular que no existe.

Dentro de la escuela, por ejemplo, corremos la fortuna de ingresar a la educación superior en mayor número a comparación del siglo pasado, y, por fortuna, somos cada vez más partícipes dentro de los espacios académicos; pero resulta lamentable la exposición constante a esta violencia, ya que es común que al participar en clases o simplemente al mantener una charla dentro de las aulas o fuera de ellas, alguno de nuestros compañeros nos expliquen el tema como si no tuviéramos la misma capacidad intelectual para discernir la información presentada. Es curioso que cuando una mujer demuestra (porque para demostrarlo tenemos que gritarlo a los cuatro vientos) conocer más con relación a temas que suelen ser mayormente de interés masculino (como los conflictos bélicos), el tema se transforma en otro completamente distintos, porque es comprensible sentirse incómodo a lo desconocido.

El ámbito docente/académico es un poco más complejo, e ilustraré con un ejemplo: dentro del período de conferencias de mi Facultad asistieron diversas profesoras y profesores, académicas y académicos para dar a conocer los avances de sus nuevos proyectos de investigación; la tarea era simple, a cada uno se le otorgarían de 15 a 20 minutos para exponer y posterior a ello, se continuaría la sección de preguntas del público, es decir, otras profesoras y profesores, académicas y académicos, y algunas alumnas y alumnos tendrán la posibilidad de generar preguntas, comentarios e incluso sugerencias. Francamente, las preguntas eran profundas e interesantes, y cómo no serlas si venían de la boca de expertas y expertos en sus respectivas áreas de conocimiento. Sin embargo, me percaté inmediatamente del fenómeno del mansplaining (sí, otra vez).

Cuando todos expusieron se prestó la atención que los ponentes merecían, y al comenzar la ronda de preguntas y respuestas, relacioné lo sucedido con lo que desde mi experiencia me sucede todo el tiempo al conversar con otros hombres: cuando la expositora era una mujer, casi siempre las preguntas que se le dirigían iban acompañadas de un pequeño comentario e incluso de alguna interrupción por parte de alguno de los presentes, cuestionando la información que poseían respecto a su área de estudio, sin mencionar que durante el ejercicio de la conferencia, un hombre de cuyo nombre no quiero acordarme, mantenía conversaciones ‘discretas’ sin ponerle atención a su colega; incluso, cuando era alguna mujer la que generaba el comentario, se le llegaba a interrumpir cuando su intervención era algo larga y profunda, a pesar de que los hombres presentes podían hacerlo sin ninguna llamada de atención.

Retomando lo anterior las instituciones han jugado un papel fundamental dentro del movimiento feminista, ya que a partir del reconocimiento de nuestros derechos civiles, ha sido posible garantizar nuestra participación como miembros activos de la sociedad, sin embargo, la participación no es sinónimo de minimización en los espacios que compartimos con los hombres.

El mansplaining ha sido catalogado como un micromachismo y esto explica la posición privilegiada que tienen los hombres dentro de nuestra estructura social, y cómo ello les ha permitido intervenir en el libre ejercicio de la expresión de las mujeres, convirtiéndose en una clara forma de excluirnos nuevamente de los lugares que históricamente han sido y siguen siendo dominados por otros hombres (tal es el ejemplo de la academia) y demerita por completo la lucha de la mujer a través de los siglos por la emancipación hacia la esfera pública, hacia nuestra visibilización y hacia la equidad de género.

A consecuencia de ello, se pone en juego la seguridad y confianza con la que las mujeres estudiantes, docentes y académicas se desempeñan en el medio, también es una forma de desprestigio a su trabajo. El mansplaining no sólo es una forma de violentar sistémicamente (y a veces psicológicamente) a una mujer, también es una forma de exclusión de aquello a lo que se nos ha negado históricamente el acceso: la participación social.

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