Escuela Nacional Preparatoria Plantel 8
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El ser humano posee un instinto natural de supervivencia: evitamos el peligro, nos alejamos de lo que nos daña y priorizamos nuestro bienestar. Sin embargo, parece que este instinto básico se adormece en ciertas situaciones, y una de las más intrigantes es el amor. Desde la literatura griega con Helena y Paris, cuyo amor desencadenó la caída de Troya, hasta las historias cotidianas donde alguien permanece en una relación dañina, vemos cómo el amor parece desafiar nuestra naturaleza de autopreservación. Todo esto nos lleva a preguntarnos: ¿Por qué el amor nos hace actuar en contra de nuestra propia supervivencia?
Desde una perspectiva biológica, la evolución nos ha diseñado para alejarnos de cualquier amenaza, preservar la especie y proteger nuestra integridad. Nuestro instinto de conservación nos alerta ante peligros evidentes. Sin embargo, este mecanismo parece colapsar cuando se trata de lo que apodamos “amor”. En este artículo, hablo de este extraño fenómeno que, de una u otra forma, la mayoría experimentará alguna vez. El objetivo principal es comprender por qué el amor puede hacernos vulnerables y brindar estrategias para recuperar nuestra capacidad de autocuidado.
¿Es amor o es apego?
Todos hemos sido —o conocemos a alguien que ha sido— el amigo atrapado en una relación tóxica. Desde afuera, podemos ver con claridad el nivel de “radiación” que emana de esa relación, pero la persona involucrada parece incapaz de salir. Puede llorar, contar episodios de maltrato e incluso mostrar signos físicos del daño, pero cuando le ofrecemos apoyo, en lugar de preguntarnos: “¿Cómo salgo de esto?”, dicha persona nos pregunta “¿Cómo perdono esto?”. Parece que la indignación natural ante el maltrato se disuelve y es reemplazada por miedo y tristeza. Vemos cómo la capacidad de preservar la propia vida e integridad se desvanece. ¿Será entonces que el amor nos debilita? ¿Nos vuelve ciegos?
Para responder a esto, primero debemos entender qué es el amor y más importante aún, para saber qué es, necesitamos saber qué no lo es. El psicoanalista Erich Fromm, en su obra El arte de amar, establece que el amor verdadero se compone de cuatro elementos esenciales:
Por lo tanto, podríamos partir de la premisa de que el amor es respeto e integridad hacia el otro. Una persona que no te ama no te respeta, no te valora como un fin en sí mismo, sino como un medio. En palabras del escritor Walter Riso: “En cualquier relación de pareja que tengas, no te merece quien no te ame, y menos aún, quien te lastime. Y si alguien te hiere reiteradamente sin «mala intención», puede que te merezca, pero no te conviene.”
Nuestra sociedad nos ha contado siempre que el amor “todo lo puede”. Sin embargo, ya hemos descartado esa idea. El amor no todo lo puede, porque amar no es maltratar ni herir, aunque insistamos en justificarlo con ese pretexto. Lo que, en mi opinión, sí puede con todo es el apego, y más aún, el apego afectivo, porque todo aquello que nos mantiene atados a una persona sin ser amor, es precisamente eso: apego.
El apego es un lazo emocional que nos une a alguien, a veces con tal intensidad que nos cuesta soltar, incluso cuando el vínculo nos daña. Su efecto es más adictivo y nocivo que el alcohol, anestesiando los sentidos de una manera aún más peligrosa. No es el amor lo que nos mantiene atrapados en relaciones tóxicas o desgastantes, sino el miedo a la pérdida, la necesidad de seguridad y la inercia de la dependencia emocional. El amor es libre y nutritivo; el apego, en cambio, puede transformarse en una prisión disfrazada de afecto, en un espejismo que nos hace confundir necesidad con amor y costumbre con lealtad.
Una vez que hemos definido el concepto de amor y apego, podemos comenzar a preguntarnos: ¿cómo es que caemos en los brazos de ciertas personas, ignorando por completo nuestra propia supervivencia y dignidad? Aquí es donde entra en juego el amor, pero no el amor romántico, sino el amor propio.
Nuestra sociedad suele ver el amor propio como un acto de egoísmo o egocentrismo, cuando en realidad es todo lo contrario. Respetarse a uno mismo es la base para poder respetar a los demás. Como se dice en la Biblia: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. El amor no es algo que se entrega exclusivamente a los otros; también debe dirigirse hacia uno mismo. No se trata de narcisismo ni de arrogancia, sino de valoración y respeto personal.
Si no te amas a ti mismo, difícilmente podrás amar a los demás, porque el amor es una entrega. Y no puedes entregarte si crees que no eres valioso, porque si lo haces, sentirás que das algo sin importancia, por lo que, como consecuencia, serás capaz de tolerar casi cualquier maltrato. El apego, en su esencia, nace del miedo, el miedo es la otra cara del apego. Tememos a muchas cosas: la soledad, el abandono, el cambio, la incertidumbre… Y, ¿cómo se supera el miedo? Enfrentándolo.
¿Precisamente a qué tememos cuando nos apegamos?
El miedo a la pérdida es quizás el más común entre nosotros. Una persona adicta emocionalmente suele entregarse tanto a su pareja que termina olvidándose de sí misma. Su mundo exterior se convierte en un vacío inmenso, lleno de peligros, y su única fuente de seguridad es la persona a la que se aferra. De esta forma, el ser amado deja de ser un compañero y se convierte en el sentido absoluto de la vida. Frases como “Tú eres mi vida” o “Sin ti no soy nada” reflejan esta dependencia extrema, que no es más que una señal de inmadurez emocional.
Uno de los síntomas más evidentes del apego es la incapacidad de apropiarnos de nuestra propia felicidad. En lugar de asumir la responsabilidad de nuestro bienestar, le entregamos ese poder a otra persona, esperando que nos complete, que nos haga sentir plenos. Pero la verdad es que nadie tiene la obligación de hacernos felices; esa es una tarea que nos corresponde solo a nosotros. Entregamos tanto de nosotros mismos a la otra persona que nuestras vidas se fusionan por completo: compartimos actividades, amistades y hasta una identidad común. Sin embargo, nos enamoramos de individuos, no de extensiones de nosotros mismos. Entonces, si renuncias a tus propias opiniones, pasatiempos e independencia, ¿qué harás cuando el amor te dé la espalda?
Otro error frecuente es la ilusión de la eternidad. Incluso si estuvieras con tu pareja toda la vida, precisamente tendría esa duración. Cierra los ojos un segundo. Eso dura “Para siempre”. Creemos en el amor eterno, pero la realidad es que todo en este universo está en constante cambio. Como dice el famoso proverbio: “Nunca nos bañamos dos veces en el mismo río”, porque el agua sigue fluyendo con el ciclo del agua y nunca es la misma. De la misma manera, nuestras células se renuevan cada cierto tiempo, nuestro carácter evoluciona, nuestras experiencias nos transforman. No somos exactamente los mismos de hace cinco años, y sin embargo, seguimos siendo nosotros. Si todo cambia, ¿por qué esperar que el amor se mantenga inmutable? Tu pareja cambiará, al igual que tú. Y en el mejor de los casos, ambos crecerán juntos en la misma dirección. Pero ¿qué pasa si no? Si el cambio es negativo, si la relación se vuelve dañina, lo más sano sería alejarnos.
Aun así, muchas veces nos aferramos a lo que ya no es. Nos sostenemos de la esperanza sin fundamento, de la fe ciega en que las cosas volverán a ser como antes. “Él o ella se dará cuenta de lo que valgo y cambiará”, pensamos. Pero esa es una visión muy poco realista. No niego que las personas puedan mejorar, pero muchas veces el cambio que esperamos simplemente no llega. Y aunque duela con toda el alma, es necesario abrir los ojos y ver las cosas como realmente son. Pero en todos los casos, es mejor una buena separación que una mala relación. De esta forma, podríamos decir que el amor es una democracia “Te doy tanto como tu me das, y si no me conviene, empaco mis maletas y me voy”. No tienes que soportar ningún maltrato. Repito que todos somos especialmente valiosos per se. Ninguna persona debería verse distinto a un fin.
Otro problema es que no se nos enseña a renunciar. Nos aterra la idea de equivocarnos y, en consecuencia, nos aferramos a relaciones, situaciones o personas incluso cuando sabemos que ya no nos hacen bien. Aquí entramos en el sesgo en el que creemos que hemos invertido demasiado. Pensamos: “No puedo dejarlo ahora, después de todo lo que he dado”, como si el tiempo y el esfuerzo fueran garantía de que algo debe funcionar. De igual forma podría aplicar para el matrimonio, que se ve como si fuera el máximo punto del amor, de hecho se ve como un sacramento, y puede causar terror romperlo. Es irónico que nos casemos por amor, pero que divorciarse por desamor sea mal visto. A pesar de todo, muchas de las veces, hay separaciones que deberían de ser tan festejadas como una boda.
Por último, está el miedo a la soledad, el miedo a estar con nosotros mismos. En realidad, no sabemos cómo hacerlo, porque estar solos implica enfrentarnos a nuestro propio silencio, analizar nuestros pensamientos sin distracciones. Todos cargamos con cosas que preferimos no recordar o asuntos que evitamos enfrentar, pero la verdadera soledad no es solo la ausencia de compañía, sino la ausencia de estímulos externos que nos mantengan ocupados: personas, pantallas, ruido constante. Estar solos con nosotros mismos significa sentarnos en silencio y observarnos con honestidad. Y quien piense que esto es fácil, nunca ha meditado. Erich Fromm sostenía la idea que el amor es nuestra forma de superar nuestra separatidad. Nacemos en contra de nuestra voluntad y morimos de la misma manera, en realidad, siempre hemos estado solos y luchamos contra corriente. No nos sorprende que tengamos miedo a ello. A manera de conclusión, podemos decir que el apego es un fenómeno complejo con múltiples causas, y este artículo apenas ha arañado la superficie. Si te interesa profundizar más, te recomiendo explorar las fuentes utilizadas. Sin embargo, lo que hemos explorado nos deja una imagen clara: el apego funciona como una adicción. Al igual que un adicto, quien se aferra a una relación dañina sacrifica su instinto de preservación con tal de obtener pequeñas dosis de afecto.
Pero ahora surge la pregunta clave: ¿cómo rompemos ese círculo vicioso? Como autora de este texto y superviviente de una relación tóxica, me gustaría que cada lector encontrará una respuesta a esta pregunta. Que pudieran liberarse de su verdugo y descubrir lo que realmente significa el amor. Por eso, quiero compartir algunos consejos que han sido puestos a prueba por mí misma.
Si el amor tiene un límite, es la dignidad. Nunca negocies tu dignidad por amor. Aprende a disfrutar tu propia compañía, a estar solo sin que el silencio te asuste. ¿Te gustan los lenguajes del amor? Úsalos para ti mismo. Si valoras las palabras de afirmación, háblate con cariño. Si disfrutas del contacto físico, date el placer de un spa o haz yoga. Descubre cosas nuevas, aprende un arte, explora el mundo a tu manera. Haz que la reconquista sea para ti.
Cuanto más te conozcas y te fortalezcas, menos vulnerable serás al apego. Y con el tiempo, la incertidumbre dejará de parecerte una amenaza y se convertirá en una aventura.
Elimina los estímulos que te atan a esa relación. ¿Conoces el contacto cero? aplícalo. Realiza tu propio ritual de despedida. No busques respuestas en quien ya te lastimó, búscalas en ti. Es normal temerle a nuevas relaciones después de una experiencia así, pero amar no es una garantía de que nunca sufrirás. Amar es entregarse con fe, sabiendo que la incertidumbre es parte del viaje. No te prometo que no habrá dolor en el amor, pero sí te prometo que, cuando aprendes a amarte, cada experiencia se convierte en un aprendizaje, y cada herida vendrá con una lección.
Es mejor perder amando que no haber amado nunca.
Por: Natalia Sánchez Méndez
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Por: Valentina Díaz Díaz
Representa complejidad, es subjetivo y depende del contexto social