Facultad de Estudios Superiores (FES) Acatlán
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Con Nazarín (1959) Luis Buñuel, director hispano-mexicano, puso de nuevo el lente en la llaga del humanismo cristiano, herido, olvidado, casi inexistente y casi imposible, y presenta, como es habitual en su cine, una parábola de tintes nietzscheanos que, a su vez, es profundamente católica.
La cinta nos presenta la historia de Nazario, un sacerdote idealista que intenta vivir de acuerdo con los principios cristianos más puros, pero que enfrenta las contradicciones de su fe cuando entra en contacto con la realidad social y humana de su entorno. Nazario actúa según lo que inconscientemente asume que Jesús de Nazaret habría hecho. Ese entusiasmo por el cristianismo verdadero lo lleva a acoger, en un acto de compasión, a Andara, una prostituta herida y prófuga de la ley. No obstante, su decisión de ayudarla pone en entredicho su propia posición como sacerdote al desafiar las convenciones y normas de su comunidad.
Esas acciones motivadas por su fe, chocarán a lo largo de la historia con una iglesia que ha sido cooptada por una fe pervertida, puramente ritual y estéril, y con una sociedad que, por su parte, sumida en la ley del más fuerte, en el capitalismo más rapaz y en la más trasnochada misoginia, traerá miserias que un solo humano “bueno”, un solo individuo de “buenas intenciones”, compasivo y misericordioso, no puede contrarrestar.
Buñuel explora la figura de Nazario como un mártir moderno, pero también pone en duda la efectividad y el sentido práctico de su pureza moral. El filme, caracterizado por la ironía y el simbolismo (vale la pena recordar el pasaje onírico de una pintura de Jesucristo riendo a carcajadas) plantea preguntas sobre la fe, la compasión, la posibilidad de redención y, aún, la imposibilidad de volver praxis la ética del catolicismo en un mundo donde el pragmatismo se impone con violencia ante la moral.
Para el espectador surgen entonces ciertas preguntas: ¿la misericordia es un error?, ¿es ésta la causante del mal en el mundo?, ¿hemos de ver cada quien por sí mismos? Contrario a lo que muchos piensan, Jesucristo no se ahogó en su infinita misericordia; fue el mundo, en su infinito egoísmo y crueldad, quien lo asesinó.
Las condiciones materiales impuestas por el orden burgués, han, desde las superestructuras ideológicas, poco a poco reducido todo proyecto ético a un ejercicio individualista y acaso meramente retórico, que le arrebata toda su potencia transformadora y, a partir de los propios sesgos ideológicos determinados por dichas condiciones materiales, forma en las personas la idea de que la moral, el amor al prójimo y la misericordia en el caso de la cinta, es una mera frivolidad.
De esto se ha encargado el gran capital y pecado la iglesia al no resistir lo suficiente a la subordinación de su ética, al adoptar, ciertamente a la fuerza, una actitud terriblemente pasiva ante los problemas materiales que están fuera del convento, al dejar que se haga del cristianismo un mero ritual, folclore, pensamiento mágico, una moral de apariencia, una postura individual sin actos y no edificante (al más puro estilo luterano), despojada de su potencial transformador y, por lo mismo, no cristiana en todo el esplendor de la palabra.
Allí se ubica el mensaje fundamental de Nazarín, una crítica mordaz a una forma puntual de cristianismo católico que se ha “protestantizado”, así como la reflexión en la paradoja del individuo cuyos ideales de colectividad son truncados por la propia alienación colectiva.
Por supuesto, en un mundo donde las nociones del bien y el mal se desdibujan cada vez más en el relativismo moral y en el idealismo nihilista de la indefinición política, el sujeto que intenta hacer el “bien”, tomar posturas, proponer alternativas y praxis transformadoras, en otras palabras, aquel que ama al prójimo y que, en consecuencia, es revolucionario de cara al individualismo que la ideología hegemónica impone, es visto como un loco, un soñador, un fanático, un inferior a los ojos de los enajenados, de los alienados que se asumen desengañados, más conscientes y legítimos, cuando, para colmo, ni siquiera sospechan su condición.
¿Es entonces la imposibilidad de éxito de este individuo motivo para abandonar el ideal del bien común? El hecho de que los “buenos” sean los menos ¿es razón para tirar por la borda su misión? Por el contrario, es ello un motivo para colectivizar la impronta.
En tiempos donde el anarcocapitalismo y el sionismo tienen una avanzada sin precedentes (véase Israel, Siria, Argentina, Ucrania y los Estados Unidos), es imperativo el llamado colectivo a la revolución. Ateos, creyentes, católicos, paganos, agnósticos, prostitutas o sacerdotes; extiéndase a todos la invitación y hágase, Buñuel, tu voluntad.
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