En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
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Blanca Amely Martínez Godina

Facultad de Ciencias

Soy Amely, estudiante de Actuaría en la Facultad de Ciencias. Como mujer y además en el campo de la ciencia, me gustaría abordar y desarrollar ideas desde esta perspectiva. Actualmente disfruto mucho escuchar podcasts sobre educación sexual o temas relacionados con mujeres y el movimiento feminista.

La ciencia de ser mujer

Número 14 / JULIO - SEPTIEMBRE 2024

Reivindicando el trato que merecemos en un mundo lleno de prejuicios

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Blanca Amely Martínez Godina

Facultad de Ciencias

Según la Real Academia Española, un estereotipo se define como “la imagen o idea aceptada comúnmente por un grupo o sociedad con carácter inmutable”. Por otro lado, el prejuicio se describe como “la acción y efecto de prejuzgar”, donde prejuzgar significa “juzgar una cosa o a una persona sin tener de ellas cabal conocimiento”. Dicho de otro modo, son fenómenos sociales distintos en su origen y naturaleza, pero ambos pueden tener efectos negativos en la sociedad. Los estereotipos son creencias cognitivas que influyen en el comportamiento y pueden llevar a discriminación y exclusión social. Los prejuicios, por su parte, son reacciones emocionales sin fundamento racional que pueden terminar en comportamientos hostiles; en particular, se basan en aspectos como el estrato social, idioma, género y orientación sexual; pueden manifestarse como racismo, xenofobia, homofobia, sexismo, edadismo y ableísmo.

 

En la sociedad contemporánea persisten numerosos estereotipos y prejuicios, como los roles de género. Estos son comportamientos, actitudes y emociones que se consideran característicos para una persona en función de su sexo biológico. Según la OMS, estos roles son socialmente construidos y varían entre diferentes sociedades y culturas. Por ejemplo, se espera que los hombres sean fuertes, agresivos, proveedores y emocionalmente distantes, lo cual puede ser perjudicial ya que restringe su expresión emocional y limita sus opciones profesionales. La tensión por cumplir con estos roles puede afectar la salud mental y la autoestima, y puede llevar a la discriminación si no se ajustan a las expectativas de “masculinidad”. Por otro lado, se espera que las mujeres sean educadas, complacientes, maternales, lo cual puede afectar múltiples aspectos de sus vidas desde la infancia hasta la adultez, como restricciones en el crecimiento personal, decisiones en la educación, trayectoria profesional y estilo de vida, bienestar mental y emocional, autoestima y agresión basada en el género.

 

Estos estereotipos a menudo conducen a la discriminación contra las mujeres y son considerados ilícitos cuando resultan en violaciones de los derechos humanos y las libertades fundamentales. De hecho, existen tratados internacionales de derechos humanos, como la convención “Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer”.

 

Un estudio del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que incluye datos de 75 países (80% de la población global), revela que aproximadamente el 90% de las personas tienen algún prejuicio contra las mujeres, además, alrededor de la mitad de personas en el mundo consideran que el hombres es superior como líder, más del 40% cree que los hombres son mejores ejecutivos y de manera preocupante, el 28% justifica que un marido golpee a su esposa. El PNUD destaca que es fundamental comprender que estos prejuicios no solo son de hombres a mujeres, sino que las mujeres también los pueden tener hacia su propio género.  

 

Aunque los sesgos de género son prevalentes en todo el mundo, en 38 países ha habido cambios, pero 11 han empeorado. Tayikistán, con un 99.92%, y México con un 90.09%, son los países con los mayores obstáculos en la superación de los prejuicios hacia el género femenino.

 

El concepto de integridad física incluye tanto la condena de la violencia machista contra las mujeres hasta el reconocimiento de los derechos reproductivos de las mismas; aunque la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha declarado en múltiples ocasiones que el acceso al aborto es un derecho humano, existe una discrepancia significativa en la opinión pública, ya que un 58% de la población cree que el aborto nunca debería ser una opción permitida.

 

En el campo científico, los estereotipos y prejuicios de género son particularmente evidentes. Las mujeres que trabajan en la ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM) a menudo enfrentan una dualidad de identidad, se encuentran con desigualdad de género, falta de representación y prejuicios en la educación. Estos prejuicios también se manifiestan en los propios investigadores, como resultado de una cultura que no ve a la ciencia como una actividad para las mujeres. Un estudio publicado en Nature Human Behavior sugiere que las mujeres están en desventaja ya que la mayoría asocian la “ciencia” con lo “masculino”. La percepción de la ciencia está repleta de estereotipos, ejemplificados por personajes como Frankenstein o Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Según encuestas realizadas en 1957 y 1975, los científicos deberían ser hombres mayores, calvos o como Einstein, trabajando en laboratorios aislados en temas secretos o peligrosos.

 

Durante la Edad Media, los conventos desempeñaron un papel esencial en la educación de las mujeres, permitiendo su participación en la investigación académica, sin embargo, con la fundación de las primeras universidades, muchas quedaron excluidas, encontrando refugio en la botánica. Laura Bassi, en el siglo XVIII en Italia, se convirtió en la primera mujer conocida en obtener una cátedra para una disciplina científica. A pesar de los logros de algunas mujeres, los prejuicios culturales eran evidentes, afectando la educación y la participación de las mujeres en la ciencia. Muchos de estos prejuicios se originaron en la filosofía cristiana. Santo Tomás de Aquino, en su obra La Suma Teológica, reflejó esta visión al afirmar que las mujeres estaban naturalmente sometidas a los hombres debido a que la naturaleza había dotado a estos últimos de mayor discernimiento.

 

En el siglo XXI, los estereotipos de género siguen siendo una realidad, con menos del 30% de investigadoras en los campos STEM, según datos de la UNESCO. Estas mujeres a menudo enfrentan una remuneración inferior y un progreso más lento en sus carreras en comparación con sus colegas masculinos. Audrey Azoulay, directora de la UNESCO, sostiene que la plena igualdad de las mujeres sería un indicador seguro de civilización y duplicaría las fuerzas intelectuales de la humanidad. Un estudio de 2015 del instituto Geena Davis titulado “Gender bias without borders” muestra que la representación en las grandes pantallas de mujeres que trabajan en la ciencia se limita solo al 12%, algo que no se separa mucho de la realidad. En América Latina las investigadoras representan el 45%, lo que ha llevado a la implementación de políticas y regulaciones para prevenir la discriminación y la violencia de género en universidades y centros de investigación. Un estudio de Elsevier en 2017 reveló que la participación de las mujeres en la autoría de publicaciones científicas aumentó un 40% entre 2011-2015 en nueve de doce países estudiados, incluyendo un incremento del 38% en México. Sin embargo, en el campo de las invenciones, el aumento fue solo del 14% a nivel mundial y del 18% en México. En México, a pesar del aumento en el número de mujeres en el Sistema Nacional de Investigación, de 1% en 1984 a 36.6% en 2017, este disminuye en niveles de categoría más altos, donde sólo representan el 21.7%.

 

En las escuelas se enseña sobre los científicos, pero raramente se menciona a las mujeres, para abordar esto, la doctora en química, Valeria Edelsztein, escribió el libro Cocina, limpia, gana el Premio Nobel y nadie se entera (basado en un titular de la revista Family Health-1978 cuando Rosalyn Yalow ganó el Premio Nobel de Medicina.), que revisa las contribuciones de científicas más notables y a menudo ignoradas a lo largo de la historia, desde Hipatia, la primera matemática conocida, hasta una mujer que practicaba medicina disfrazada de hombre en el siglo III a.C.

 

A lo largo de la historia, las mujeres han desempeñado un papel esencial en la ciencia y tecnología, contribuyendo significativamente al progreso de estas, sin embargo, sus logros han sido ignorados y rara vez se les ha otorgado el reconocimiento merecido, como es el caso de Marie Curie y Rosalind Franklin. A pesar de las contribuciones, las carreras científicas siguen siendo predominantemente masculinas y persiste la brecha de género en este campo. Esta brecha no surge en lo profesional, sino que comienza desde la infancia. Tanto los niños como las niñas están expuestos a estereotipos y prejuicios de género, lo que condiciona su desarrollo y comportamiento. Según un estudio publicado en la revista Science, a los seis años las niñas ya se perciben a sí mismas como menos capaces que sus compañeros y evitan participar en actividades “destinadas a personas muy inteligentes”. Además, a menudo se cría a las niñas con la idea de que las disciplinas STEM son dominios masculinos y que las habilidades femeninas en estos campos son innatamente inferiores. Debido a esto, para promover el acceso y la participación equitativa de las mujeres en la ciencia, la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2016 proclamó el 11 de febrero como el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia.

 

Nos enfrentamos a múltiples obstáculos que no se limitan a una infraestructura o las políticas, sino que incluyen prejuicios culturales profundamente arraigados que nos afectan a diario. Los espacios de toma de decisiones, tanto formales como informales, son menos accesibles para las mujeres por la creencia generalizada de que no pueden separar su emocionalidad en el laboratorio y que la experiencia racional de observación y análisis es exclusiva de los hombres. Además, se considera que las responsabilidades familiares son casi exclusivamente femeninas.

 

María Cecilia Hidalgo, destacada bioquímica y la primera mujer en obtener un doctorado en ciencias en la Universidad de Chile, dirigiéndose a las científicas y las aspirantes a serlo, envía un mensaje de autoempoderamiento femenino donde nos alienta a creer en nosotras mismas, a ser fuertes para superar obstáculos y a aprender a manejar las frustraciones. Porque a pesar de las situaciones injustas que podamos encontrar al dedicarnos a la ciencia, estamos abriendo camino para las futuras generaciones. 

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