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En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
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Vania Espejel

Escuela Nacional de Ciencias de la Tierra

Alumna de primer semestre, me gusta escribir, descubrir y la naturaleza

Contexto político para perdidos, primerizos y decepcionados

Número 13 / ABRIL - JUNIO 2024

Sólo soy una votante primeriza tratando de entender su derecho y obligación

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Vania Espejel

Escuela Nacional de Ciencias de la Tierra

Un día encontraremos baches, ruinas y viejas historias de aquel México aguerrido, sufrido y combativo que se abrió paso a un futuro más libre, igualitario y democrático, pero ese largo camino sigue sin recorrerse, y se ha ido por algunos atajos erráticos, al punto de terminar por tomarse un descanso, entre un suelta y afloja de poder, mismo que puede cambiar de nombre, de sexenio o de partido pero suele terminar por parecer otra letra de la misma sopa.

Sin lugar a dudas no soy “política”, ni estudio derecho –aunque bueno, muchos políticos tampoco lo hicieron–, tampoco conozco mucho de negocios, sin embargo soy ciudadana; todo lo anterior me vuelve conocedora por participación. Escucho las pláticas en la sobremesa, las noticias y a los profesores opinar, veo a los candidatos usando TikTok y también instagram, leo artículos y libros, recuerdo un poco de mis clases de secundaria o tan sólo  puedo ponerme un poco esnob y hablar del famoso poder del pueblo. Pero, ¿qué pueblo?, ¿el letrado, el longevo, el marginado, o el que emigró? 

¿Y que no somos todos el mismo pueblo? En realidad no lo sé, porque sólo soy una votante primeriza tratando de entender su derecho y obligación o, en otros momentos busco evadirlas. Soy alguien que nota al final que política también es un Tren maya, o la señora en la fila del banco quejándose de los inmigrantes, o la inflación (que no entiendo, pero a la que culpo cada vez que en la tienda cien pesos es menos despensa), voy así descubriendo el sentido de “lo personal es político”. Tengo cada vez más claro que la primera pérdida, primeriza y decepcionada soy yo, sin el chisme completo de dónde viene todo y sin mucha seguridad de si realmente un voto nos lleve a algún lado distinto.                        

Trato de meditar con mi conocimiento superficial de las cosas, por ejemplo, cómo es que en mi cotidianeidad la credencial del INE es básica: una identificación que me da ingreso a un bar antes que pensar en los procesos de democratización del sufragio para las mujeres en los cincuentas, o ya entrados los con el IFE como institución “autónoma y garante de las elecciones para legitimar al gobierno”, o antes, el fraude del 88 que demostró la necesidad de dar fe de la transparencia de las decisiones, o pensar incluso en cómo se manipula ante nuestros ojos el poder y su conservación.

En este momento la velocidad de las cosas y el acceso a la información y desinformación termina en una imposibilidad de volver a comprar el cuento de una caída en el sistema, ya no seremos víctimas de la tecnología a la hora de tener presidentes, ¿verdad?  Esto es lo mismo que me suena la famosa devaluación del ‘94, son temas que conozco y desconozco, que me resultan ajenos, pasados, pero quizás también reproducibles, con un pequeño ajuste de fórmula: nuevos medios para una cara bonita, para una alteración en los votos.

Tampoco hay que olvidar que antes de ser pueblo, de ser ciudadana, soy persona; todos los somos de hecho, venimos cargando ideas, deseos y percepciones de nuestro mundo, de un país, de un gobierno, de las caras tras los candidatos de toda una planilla, del dinero, de las despensas, de la promoción, de la política como concurso de popularidad y no de la calidad de cuentas rendidas frente al país, cuántas inversiones en mejorar, crecer, diversificar, proteger, cuántas metas prometidas fueron cumplidas.

Todos estos acontecimientos se pintan en una pizarra de garabatos como cuando le pusieron letras a las matemáticas por primera vez, entonces quizás, estoy perdida, o quizás más libre entre memes, sensaciones, feminismos y la complejidad de nuestras elecciones. Ando entre la necesidad de sentirnos individuales pero también de seguir tratando de encasillarnos en términos, en ideas, en partidos, en candidatos… ¿Será que el desconocimiento de la historia nos hará repetir errores? O en realidad mi inexperiencia me llevará a un cajón dónde vea cuadros, cruces y tinta en mi pulgar sin entender mucho, sin sentirme partícipe.

¿Cómo hacemos entonces para decidir? Diré, con un poco de contexto, que es necesario observar a nuestro alrededor y detenernos a pensar en la amplitud y complejidad implicada en todas nuestras acciones, en las decisiones, porque quizás no hemos tomado las decisiones correctas pero al menos cada una de ellas debería ser una decisión pensada, tratando de ser primerizos –o no– pero seres preparados, expectantes y realistas.

Y como muestra de que somos personas sintientes, además de seres medianamente racionales, también está la decepción, esa barrera entre nuestras responsabilidades y el nudo en la garganta que nos hace preferir la distancia, sentirnos ajenos al mundo, sin esperar un cambio, sin sentirnos con ánimo de progreso, decididos a que si algún día tocamos esa meta como país no será mientras vivamos. O por otro lado las ganas de gritar a los cuatro vientos y de vuelta el dolor que nos genera: lo vemos en comunidades enteras desplazadas, contaminadas, enfermas, donde las grandes empresas pasan factura de daños, de malos salarios, de destrucción al ecosistema, donde las madres aún lloran por desaparecidos y muertos, aquí donde los cuentos de terror retratan perdidos en las fronteras, de un sueño americano a una pesadilla hispana.

Para poder dejar de sentirnos oprimidos, violentados y silenciados por aquellos que deberíamos escoger para sentirnos vistos, cuidados y representados debemos poder contar con una cultura del cuidado y el cuestionamiento, salarios más dignos, vidas con salud básica, acceso a una educación sin limitantes por moralidades; muy lejos de nuestra actualidad: individual, con ganas de superioridad y competencia olvidando esa igualdad, esa justicia anhelada.

El camino sigue difuso pero maleable para que un día todos tengamos el conocimiento justo, la preparación adecuada, la percepción resarcida y en una bella utopía se pueda percibir la voz representativa de la heterogeneidad de personas, necesidades e ideas, con intención de prosperar en conjunto Para evitar más situaciones parecidas a la mía, aprendiendo a caminar entre décadas de gente corriendo y pretendiendo qué aún con todo contra podremos apagar un incendio.

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