Facultad de Derecho
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Desde que éramos niñes nos contaron historias de brujas, decían que algunas de ellas podían comernos, llevarnos o chuparnos la sangre. Sin embargo, se omitieron las historias de brujas que resistieron a las imposiciones sociales, las que incursionaron en la botánica y sus prácticas medicinales, las que generaron espacios seguros y compartieron sus saberes dentro de un sistema patriarcal.
Mujeres sabias, poderosas o libres; mujeres perseguidas, torturadas y quemadas vivas en la hoguera… “por brujas”. Según el Malleus Maleficarum (famoso tratado de brujería), las acusadas eran desnudadas, afeitadas, maltratadas y penetradas con agujas para buscar “la marca del diablo”; cuando se negaban a “confesar”, arrancaban sus miembros o quebraban sus huesos, terminando colgadas o quemadas en eventos públicos frente a la comunidad, y muchas veces frente a sus hijas, las cuales estaban siendo azotadas y exhortadas a no seguir los pasos de su madre.
Silvia Federici explica en su libro El Calibán y la Bruja, cómo la caza de brujas fue una guerra contra las mujeres, un intento coordinado de degradarlas, demonizarlas y destruir su poder social. Durante la Inquisición, se estima que fueron asesinadas más de 60,000 personas, en su mayoría mujeres. Muchas de ellas acusadas de brujería, asegurando que éramos más crédulas, más propensas a la malignidad y embusteras por naturaleza. Mujeres como Margaret Jones, comadrona y practicante de medicina, conocedora de plantas y sanación, o como Mima Renard, mujer hermosa que tras enviudar se dedicó al trabajo sexual, y se le acusó de usar poderes mágicos para encantar a los hombres. Mujeres como Sarah Good, quien fue acusada de brujería el 6 de marzo de 1692 por besarse con una mujer. Mujeres que fueron ejecutadas en público quemándolas en la hoguera.
La reivindicación de las brujas en los círculos feministas es recordando y reconociendo la historia de quienes fueron perseguidas y asesinadas por ser diferentes, buscamos alzar la voz por quienes continúan sus prácticas en la clandestinidad para defenderse de la represión, y abrazamos los saberes ancestrales de nuestras hermanas fortaleciendo su identidad y siendo resistencia cultural.
Mujeres chamánicas como María Sabina, que desafían los roles de género en un papel de liderazgo y poder espiritual, quienes utilizan sus saberes ancestrales, quienes son terapeutas y conocedoras de herbolaria, quienes defienden los territorios y protegen el medio ambiente. Mujeres sabias, autónomas, curanderas, parteras y también aborteras; porque sí, antes de que se hablara de que tenemos derecho a decidir, las hierbas medicinales siempre hicieron el paro.
Mujeres antipatriarcales, anticapitalistas y antirracistas, mujeres que resisten y reconocen el valor de la práctica espiritual. Porque como escribió Bell Hooks: “A pesar del sexismo de las religiones patriarcales, las mujeres hemos encontrado consuelo y refugio en la práctica espiritual”. Prácticas que a menudo enfatizan la importancia de la conexión con lo sagrado, ya sea a través de la naturaleza, la energía cósmica o lo divino. Muchas mujeres indígenas participan en ceremonias relacionadas con la cosecha, el solsticio, el equinoccio o el agradecimiento a la Madre Tierra con ofrendas de alimentos, danzas, cantos y oraciones para expresar gratitud y mantener una conexión espiritual con la tierra y sus elementos. Bordan y tejen historias y símbolos, practican rituales de sanación y se rodean de flores y hierbas curativas.
Porque somos brujas en resistencia, descendientas del linaje de aquellas que no pudieron quemar, somos morras practicantes de lo espiritual y defensoras de nuestras raíces curanderas, sanadoras y hierberas.
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