ISSN : 2992-7099

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Revista Tlatelolco, PUEDJS, UNAM
Vol. 2. Núm. 2, Enero – Junio 2024

 

¡Quousque Tandem! La indignación que viene, de Oscar Ariel Cabezas. Ediciones Qual Quelle, Santiago de Chile, 2022.

Freddy Urbano Astorga*

Sociólogo por la Universidad ARCIS, con un Diploma de Estudios Aavanzados en Sociología en la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) y Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (Argentina). Sus áreas de investigación son las trasformaciones sociales en los sectores populares, los temas de la participación de política y la militancia.

Resumen

Palabras clave:

Abstract

Keywords:

Sumario:

Al aproximarse los 50 años del Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, seguido por 17 años de una dictadura cívico militar que impulsó una política institucional sistemática de violencia y terror hacia la población, parece no estar del todo acabada la ascendencia de este hecho trágico en cada una de las manifestaciones y eventos político-sociales de la historia reciente de Chile. Recurrentemente, damos un vistazo al pasado para tratar de encontrar las claves que nos permitan dilucidar los hechos que presenciamos en el presente. Y es así que en las últimas dos décadas, sobre todo a partir de los movimientos de estudiantes secundarios, y posteriormente las masivas marchas contra la educación de mercado, han avivado un profuso debate sobre aquellas dimensiones sociopolíticas que han gestado la masividad de estas movilizaciones estudiantiles: en específico, hacemos referencia a aquel debate que confronta marcos interpretativos en torno a la gestación de este tipo de movimientos sociales y la espesura social que ha concitado su participación en los espacios públicos. Y que, a nuestro parecer, tuvo su máxima intensidad en los análisis sociales y políticos en torno a las revueltas populares que emergen a partir del 18 de octubre de 2019. 

Un primer aspecto central, que retoma Oscar Ariel Cabezas en su libro ¡Quousque Tandem! La indignación que viene, es la inscripción de estos acontecimientos sociales y políticos en una lectura de amplitud histórica, sin eludir a la vez la consideración que le cabe a un análisis de las situaciones del presente en que se gesta su aparición: el autor va más allá de una lectura que restrinja su mirada de la sociedad chilena en torno a si la relevancia de las manifestaciones ciudadanas y las revueltas populares responden a eventos de ocurrencia política o, más bien, a procesos de acumulación de orgánica social. Hay un retorno a lecturas y análisis en que sus acontecimientos son vistos en el concurrir de un escenario histórico reciente, y que Eric Hobsbawm concibe como lecturas de un tiempo histórico que requiere ser atendido más allá de un tiempo cronométrico que nos muestra la historia en toda su extensión. El autor acomete esta tarea de modo prístino, ya que incluye en su análisis una lectura de este tiempo histórico en que, dada la propia singularidad de Chile, sus hitos se expresan en un puente entre siglos: nuestra propia historia reciente, en la que Cabezas nutre sus lecturas, está dada por un siglo XXI que está influido por los hechos del siglo XX.  

Desde el análisis que nos propone Cabezas, podríamos ensayar que su libro traza la historia de un tiempo revelador: Latinoamérica tiene su propio tiempo histórico. Sí, ese gran tiempo histórico analizado para la vida política y social europea del siglo XX por Hobsbawm, que estipula un tramo entre la Primera Guerra Mundial y la caída del muro de Berlín en 1989; por contrapartida, en este lado del mundo se gestó un tiempo significativo que durante la segunda mitad del siglo XX tuvo un hito significativo a partir de la Revolución Cubana en 1959, que influye gravitacionalmente en la vida política y social latinoamericana. Son años que marcan a fuego la vida de este lado del mundo y que, en el caso de Chile, nos muestra que la historia reciente está influida por los hitos impulsados por el proyecto de la Unidad Popular liderada por Salvador Allende, la tragedia que desencadenó el Golpe de Estado, y por último la instalación y consolidación del proyecto neoliberal. Parafraseando a Alain Badiou, diríamos que la comprensión histórica de un siglo va más allá de una sumatoria de años y décadas, y que lo fundamental es rastrear sus hitos históricos que nos convocan a su impulso inaugural y así también a sus posibles cierres. En este sentido, la trazabilidad de entre siglos que nos propone Cabezas está concebida en lo que Badiou denomina como un pensar la historia de nuestra época a través de sus resultados. 

Son sus resultados los que signan un sentido a nuestro propio tiempo histórico y, tal como lo señaló Tomás Moulian, hay una fiesta, una derrota y una tragedia en sus contenidos. Es por eso que, en tránsito a conmemorar los cuatro años del levantamiento popular contra las políticas económicas neoliberales –pandemia de por medio– y los cincuenta años del golpe de Estado, parece ser un momento oportuno para interrogarse y comprender la condición política y social en la que vivimos y respiramos en nuestro Chile actual: sobre todo a partir del revés electoral que provocó la derrota en el plebiscito del 4 de septiembre de 2022 y, como consecuencia, el rechazo a la nueva constitución política edificada en una convención constituyente de participación plural y diversa. En este sentido, el texto que nos ofrece Cabezas retoma el ensayo desde un enfoque sociohistórico de nuestras conflictividades políticas y malestares sociales. Ahí está la vitalidad que moviliza la escritura de este texto y es, a mi juicio, la idea de que los acontecimientos manifestados en el pasado siguen, en su faceta fantasmagórica, incluidos en el sentido de los propios acontecimientos del presente.  

De este modo, el texto nos sigue convocando a una lectura que va más allá de los análisis de la Realpolitik chilena y que retoma su interés por los efectos devastadores que el modelo neoliberal ha producido en las formas de vida del ciudadano.  En “Un oasis neofascista”, nos propone un camino a las profundidades de las configuraciones subjetivas políticas y sociales de la sociedad nacional, en que el acento está puesto en un análisis crítico que no cede a las figuras esquemáticas y estandarizadas que califican y ubican al ciudadano en una suerte de enajenación nacional-consumista: por ejemplo, la noción de “facho pobre”.  A mi juicio, Cabezas realiza un giro subjetivo para comprender los efectos de la inoculación sociocultural vivificada en la fase de consolidación del modelo neoliberal, y que se expresa en prácticas sociales y políticas que internalizan un temor al cambio. 

En el oasis neofascista, la democracia es un sistema político que está capturado por los intereses económicos de las grandes corporaciones transnacionales, quienes operan a través de un Estado cautivo y agenciado por dirigentes políticos de la antigua izquierda de los ‘60 que se han sumado a su causa. Ya lo había advertido el sociólogo y militante del PT brasileño Chico de Oliveira: una de las particularidades de la consolidación del modelo neoliberal en las denominadas experiencias transicionales del Cono Sur, fue la inclusión de dirigentes provenientes del mundo de la izquierda en la agencia del sistema económico, a través de un Estado que durante la década de los 90 es despojado de su antigua constitución estatal-benefactora, y que en la era del consenso de Washington se confirma como una poderosa tríada: democracia, estado y mercado. Oscar Ariel Cabezas concibe a esta tríada como el poder de la capitalocracia y la define como un concepto que da cuenta del espacio pseudodemocrático de articulación interna entre Estado y reproducción ampliada del capitalismo transnacionalizado. 

En el escenario del poder de la capitalocracia, la democracia es un relato bonachón sin sustancia política que recurrentemente es utilizado como herramienta de control social y normativo, en que la prédica de quienes la agencian es situar a las demandas ciudadanas que irrumpen en el espacio público en el lado de los enemigos. Para el poder político y económico neoliberal, aquellas subjetividades sociales y políticas disruptivas con el orden establecido se transforman en el enemigo que hay que combatir: el leguaje de la guerra evocado por Piñera en el momento más álgido de la revuelta deja entrever lo que Cabezas denomina el odio del poder neoliberal a la manifestación de la pluralidad de mundos en lo público. Porque no es solamente el temor a la irrupción de las subjetividades desbordadas que amenazan al orden policial neoliberal, sino también, es la amenaza latente para descomponer el discurso de una subjetividad cultural y política estandarizada a la lógica de consumo. La pluralidad de mundos es la expresión de subjetividades sociales y políticas que en las últimas décadas han sido el bastión de resistencia en las calles frente al discurso del nacionalismo de mercado que intenta por medio de la fuerza y el control policial su descomposición. 

A mi parecer, el libro asume la tarea desafiante de descifrar el campo de significación sociológica de la sociedad chilena actual, ante un escenario político y social zigzagueante y resbaladizo en el cual, en un tramo corto de nuestro presente, hemos sido protagonistas del entusiasmo de las revueltas a partir del 18-O, pero en la brevedad que nos ofrece el tiempo líquido, nos toca experimentar la desdicha de la derrota electoral del 4-S. Tomando el lenguaje de Umberto Eco, nuestro acontecer nacional se exhibe como una realidad aparentemente “pendular”, que transita entre el brillo de una comunidad demandante de cambios, y que a la vez, transgrede su propio deseo de otro Chile: Entre el 18-O y el 4-S, la fiesta y la tragedia oscilaban en el mismo colgante de una sociedad que políticamente se muestra desconcertante.          

El oasis neofascista es el caldo de cultivo de un resbaloso acontecer, en el que se requiere comprender las fibras contenidas de un tejido social que vertebra, en un mismo campo político-cultural, a subjetividades sociales y políticas confrontadas entre prácticas integristas adheridas a la estandarización cultural-nacional y aquellas prácticas que pujan por una sociedad que cultive la pluralidad y la habitabilidad de distintos mundos de vida. Ahí está el desafío: no sólo reiterar los diagnósticos que intentan explicar nuevamente la derrota electoral, sino también procurar una lectura que no se embriague con el desencanto y brinde la posibilidad de repensar el deseo de cambio.  

En el capítulo “Hecho maldito del país neoliberal”, el autor no esquiva la complejidad que encierran las contradicciones entre padecer el contagio del modelo neoliberal y, a la vez, propiciar un análisis crítico sobre su fase de consolidación. Hay una suerte de nudo gordiano que en las condiciones sociopolíticas del Chile actual parece insalvable y de difícil solución, pero el texto nos abre hacia un pensamiento colateral que rescata aquello novedoso de las actividades que brotaron en el contexto de marchas y protestas ciudadanas en los espacios públicos desde el 18-O. 

De este modo, el texto se nutre de un análisis en que la memoria, la iconografía y los simbolismos de los acontecimientos brotados en la revuelta popular nos sugieren que detrás de estas actividades han emergido acciones políticas creativas que no deben ser desestimadas, a pesar de que la contingencia política del país promocione su omisión: justamente, ahí está el otro valor del texto de Cabezas que, a pesar de encontrarnos en medio de un naufragio y de los pronósticos que le asignan el óbito a las escrituras octubristas, su texto no pierde la frescura para buscar suelo firme.

En dicho capítulo, Cabezas se decanta por una memoria que busca mantener el nexo expedito entre pasado y presente a la fuerza de un recuerdo que estimula simultáneamente el desencaje y la expectación. Hay otro Salvador Allende que brota de las manos mancebas de luchadores que lo dibujan y lo pintan para estos tiempos, colorido y florido: pareciera que su figura retoma otra vida y escapa a la monumentalidad conveniente que promueve la política oficial. Así también la memoria promueve sus nuevos sitios que se suman a aquellos del pasado, y que dan una continuidad a los relatos del dolor. Tal como lo señala la ensayista Nelly Richard, la recuperación de cada sitio de memoria, tiende a confeccionar sus propias estrategias de la rememoración para otorgar figuración social al trauma histórico y a la vez, rendir homenaje a sus víctimas. Así también, dejar grabado en la comunidad las huellas documentales y testimoniales de aquellas vivencias individuales y colectivas cuyo pasado de sufrimiento debe ser rescatado tanto del olvido como de la insignificancia de lo habitual. 

Aquí hay una cuestión vital que nos entrega el libro ¡Quousque tandem! La indignación que viene respecto de este punto: el museo sobre el estallido de octubre, el muralismo desplegado en las paredes de La Alameda y en aquellas esquinas que están marcadas con la caída de los luchadores sociales, son aquellos lugares de la memoria, de esta memoria que todavía tiene el aroma fresco de lo acontecido. Es a esta memoria que el texto le asigna un papel relevante, no sólo para combatir el latente olvido que busca consumirse al dolor y la tragedia de quienes padecieron la violencia institucional del gobierno de Piñera, sino también esa memoria de luchadores que a pesar de la desfavorable coyuntura política actual, sus recuerdos persisten y se transmiten para no caer en la insignificancia de lo habitual. 

Es por eso que, tanto la iconografía, como los simbolismos que germinaron en el curso de la revuelta popular, forman parte de ese repertorio singular que brota en el andar de las calles y avenidas, recreando estéticas barriales donde asoma lo más común y genuino de aquel habitante de las grandes ciudades, ignorado por el relato triunfal de la capitalocracia: donceles luchadores con vestiduras de personajes de comics e historietas y arropados de rodelas de metal se alzaron en aquella fuerza popular que impuso esa barrera de resistencia entre marchantes y policías. Ahí también está esa pluralidad de mundos que exhibe, a través de banderines y pancartas, la fibra de un pueblo mestizo y aguerrido. Y finalmente, el “matapacos”, ese perro negro, callejero y sobreviviente de las calles de la capital, labra otras simbologías de las luchas políticas y sociales que sin más, logra imponerse como emblema en las manos alzadas de la multitud postergando a un olvido transitorio a ese otro gran emblema de las luchas políticas de los pueblos del mundo: El Che Guevara.    

En el libro, la lectura e interpretación de los símbolos y la iconografía de la revuelta no incurre en la tentación de romantizar análisis transigentes y celebratorios: en “Hecho maldito del país neoliberal”, Cabezas ejerce una escritura que frecuentemente cruza el relato estético de las luchas políticas del presente con las demandas sociales que recrearán las luchas políticas del porvenir. Ensaya esa escritura necesaria para tiempos grises de la lucha popular contra el poder de la capitalocracia, que busca ensombrecer y deslegitimar aquellos acontecimientos que desencadenaron un movimiento ciudadano efectivo contra las políticas neoliberales. Es por eso que la memoria obra como un mecanismo inmune para arropar aquellas jornadas que desde el 18-O pusieron en jaque la consolidación del modelo. 

En la actualidad, nos encontramos ante un escenario político paradojal. Por un lado, sigue intacta la distancia entre la ciudadanía y los partidos políticos y persiste un ambiente de crisis de representación con el sistema político; por otro lado, paulatinamente se va consolidando otro proceso constituyente, anclado ahora en el poder parlamentario bicameral. En este ambiente país, pasivo en apariencia y que tiende hacia una restauración de las políticas de cohabitación y consensos políticos desde las élites, no parece verse amenazado por un porvenir cercano que diga otra cosa.

Sin embargo, hay una cuestión central que nos plantea Cabezas en el capítulo “La indignación que viene”, y esta va más allá de las políticas del olvido impulsadas por la institucionalidad política, así como también de las acciones del gobierno de Gabriel Boric que traicionaron el espíritu de la revuelta. Y es que la revuelta popular no sólo fue un pueblo en las calles poniendo en jaque a las políticas neoliberales profundizadas en el gobierno de Piñera, sino que además, es la expresión de un pueblo diverso que expresa una pluralidad de mundos contra toda estandarización cultural promocionada por un nacionalismo de mercado.

Justamente, ahí está el desafío que nos plantea Cabezas: ante un escenario político en restauración de la legitimidad de las élites y las estructuras políticas institucionales, se ha promovido un ambiente de parálisis conceptual para pensar el porvenir de la revuelta. Sin embargo, el hambre, las injusticias y las desigualdades no van a desaparecer ante un ambiente político que promueve la extinción de las revueltas populares. Éstas estarán siempre latentes a activarse en la misma medida en que el modelo neoliberal exacerba los límites de sus propios abusos. Por eso, el “hasta cuándo” está ahí, subyacente bajo la delgada capa que da solidez al sistema económico. Quizás los indignados del porvenir son quienes nos refrescarán las esperanzas del deseo de otro Chile.