Poemas en prosa

Miguel Ángel Zapata

Miguel Ángel Zapata

El peruano Miguel Ángel Zapata ha publicado libros de poesía, ensayo literario, ediciones críticas, notas sobre arte contemporáneo, antologías y traducciones de poesía norteamericana. Es considerado uno de los poetas más originales de su generación en Hispanoamérica. En poesía destacan: Cancha de arcilla Poemas en prosa (Editorial Summa, 2021), Un árbol cruza la ciudad (Máquina Purísima y Tucán de Virginia), Los canales de piedra. Antología mínima (Valencia, Venezuela: Universidad de Carabobo, 2008), Un pino me habla de la lluvia (Lima, 2007), Iguana (Lima, 2006), Los muslos sobre la grama (Buenos Aires, 2005), A Sparrow in the House of Seven Patios (Nueva York, 2005) (primera edición de sus poemas traducidos al inglés por Suzanne Jill Levine, Anthony Seidman y Rose Shapiro), Cuervos (México, 2003), El cielo que me escribe (Lima, 2005-México, 2002), Escribir bajo el polvo (Lima, 2000), Lumbre de la letra (Lima, 1997), Poemas para violín y orquesta (México, 1991), Imágenes los juegos (Lima, 1987), entre otros. Reside en Long Island, Nueva York, donde se desempeña como catedrático de literaturas hispánicas en la Universidad de Hofstra. Zapata ha sido profesor y dictado cátedra en universidades del Perú, México, Argentina, Chile, Venezuela, Estados Unidos, Espaňa, Inglaterra, y Francia.

12 agosto, 2021

El destacado poeta peruano Miguel Ángel Zapata (Piura, 1955) es una de las voces más consolidadas y firmes de la poesía latinoamericana en la actualidad. Su nombre implica trabajo y compromiso poético de hace décadas; está ligado a una sensibilidad transformadora que toca las fibras más sensibles de quien lo lee. Una de sus búsquedas es el de la prosa poética o el poema en prosa (Cf. su más reciente libro: Cancha de arcilla, 2021), que ya en sí podría considerarse un subgénero dentro del quehacer de la poesía moderna. En Revista Tlatelolco estamos de plácemes al publicar una selección de los más representativos poemas en prosa de este gran escritor.

AMOR DE PASO

Penetrarte como al agua la penetran los delfines sin herirla, sin dejar evidencia que no he naufragado por buscarte por perseguirte entre los bares y las luces de la ciudad para llenarte de besos aunque siempre supe que te dejaría como se deja un país o una plaza sin flores que cortar.

LOS CANALES DE PIEDRA

Vine a Venecia a ver a Marco Polo pero su casa estaba cerrada. El segundo piso lo vi desde una góndola y le tomé una foto a los geranios de su balcón. El agua del canal es de un verde raro, tal vez sea una combinación del tiempo, los vientos, y la tenue luz de sus callejones de piedra. Vivaldi aquella noche estaba dando sus clases a las niñas del coro. Corelli fue su invitado de honor. Después de uno de sus conciertos del cura rojo nos fuimos a la plaza San Marcos a beber vino en El Florián. Marco me decía que no permaneciera por mucho tiempo en ninguna parte del mundo.

El mundo es como la plaza de San Marcos, murmuraba, hay que cruzarla miles de veces para que puedas ver las verdaderas aguas del tiempo. Al otro lado de la plaza está la vida escondida con el vino derramado por la muerte. Venecia es nuestra solo por esta noche: después hay que abandonarla como a las mujeres de Rialto. Siempre hay algo extraño y hermoso en los geranios púrpuras del Mundo.

Yo solo escribo lo que veo, por eso camino. Sigamos hacia la cumbre para ver los canales desde el cielo de la noche. Después pasemos a la Basílica a poner unas velas a mi madre: ella está viva, tiene la memoria de los ríos. A veces imagino ciudades, como tú, una ciudad dentro de otra, una plaza es mejor que todos los rascacielos del mundo. San Marcos es mi plaza, mi vida, o sea como las alas de las palomas.

Esta noche no daré clases a las niñas del coro en el Hospicio de la Piedad dijo el cura rojo. Entonces, Marco, veloz como de costumbre nos dijo: naveguemos mejor por los  cuatro ríos sagrados esta noche. Busquemos el pecado, pidamos perdón a los cielos por no habernos bebido todo el vino y amado a todas las mujeres de Venecia.

MI LORO HA MUERTO

Mi loro ha muerto en una clínica de Huntington. Su vida fue un milagro. Era la envidia de todos los pájaros del vecindario. Cantó durante cinco años una pieza de Boccherini y un par de rancheras mexicanas que se sabía de memoria. En sus días agitados silbaba a las muchachas que pasaban por la acera de mi casa.

Cuando estaba alegre, la casa era un jolgorio. Sus silbidos armoniosos contagiaban de alegría a los pericos envidiosos de la otra jaula. Yo mejor hubiese sido canario, me decía: la muerte es una canción de cuna bajo un tremendo álamo que nos protege. Al álamo le gusta su familia, y deja caer sus hojas como moneda ensangrentada. Es un cielo enorme desde donde se ven las cascadas, las alas de las aves que retornan a ver el agua del principio.

Hoy estoy triste. Mi loro era un pedazo de cielo en este mundo de miedo.

MI CUERVO ANACORETA

Mi cuervo brilla con el sol y nadie puede verlo como canario. Escribe con su pico la soledad de la noche y tamborea su cántico ante la gruta del agua que lo ve caer sin una letra. Mi cuervo es pájaro anacoreta, canario esculpido con carbón. El cuervo que se colaba por las alcobas es más vivo que loro verde repitiendo sílabas sin son. Mi cuervo brilla y brilla mejor que un cometa prendido en el cristal. Ya se posa en mis papeles cuando le hablo sin pensarlo, y cuando me mira es un aire emplumado, flauta de tinta que gotea mi envoltura.

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