Abogado, procurador e investigador (Universidad Nacional de La Plata).
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Pasadas las 20:00 horas del domingo 19 de noviembre de 2023, el candidato a presidente de la República Argentina por el frente “Unión por la Patria”, Sergio Massa, subió al escenario a reconocer la victoria de Javier Milei, candidato de “La Libertad Avanza”. Con ello finaliza un ciclo electoral maratónico que se extendió desde las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias del 13 de agosto, las Elecciones Generales del 22 de octubre y por último, el Ballotage del 19 de noviembre; no obstante, no es lo único que se termina: la presidencia de Milei viene a marcar un quiebre en los clivajes que organizaron las principales antinomias de la vida política argentina, así como también en consensos sobreentendidos como básicos para la convivencia democrática.
No podría haber habido mayor diferencia entre los dos candidatos que disputaron la última vuelta: por un lado, Massa, un político profesional de dilatada trayectoria ante numerosas agencias del estado, hábil navegante de los intersticios del poder y con numerosas terminales en el mundo corporativo; enfrente, Milei, un economista excéntrico ajeno a la estructura tradicional de partidos, quien comenzó a ganar tracción en los medios de comunicación para terminar convirtiéndose en un fenómeno de redes sociales a caballo de una retórica que combinó en varios grados un discurso economicista críptico y profundamente anti estatista, sumado a una multitud de elementos conservadores, inspirado en figuras como Murray Rothbard y Milton Friedman. Pero el verdadero acierto que propulsó a Milei de las pantallas hacia los cargos públicos fue otro. Si bien la extracción ideológica de Milei no resulta del todo extraña a la vida pública argentina, lo que representó una novedad fue la instrumentación de la misma mediante un “estilo político espectacular” (Frasier, 2019), declamando en forma altisonante entre insultos e improperios contra “los políticos chorros”, y “la casta”, lo cual encontró calado en especial entre jóvenes varones en una primera instancia, pero que fue rápidamente difundido mediante redes sociales, donde proliferaron los recortes en video de Milei “domando” y/o “destrozando” zurdos. En sintonía con otros fenómenos vinculados a movimientos de alt-right, la personalidad de Milei imbrica con facilidad en la lógica confrontativa de las redes sociales, pero sería intelectualmente perezoso reducirlo a ello: Milei trabajó sobre una imagen de autenticidad que conectó directamente con la fatiga de una sociedad frente a una clase política atildada, cuando no inmersa en intrigas palaciegas.
El contexto social y económico convirtieron la extravagancia de Milei de un bug a un feature. Mientras algunos tímidos proyectos ultra derechistas intentaron cobrar vuelo en los años anteriores (Cynthia Hotton, Juan José Gómez Centurión, Alfredo Olmedo, por nombrar algunos), ninguno tuvo la potencia suficiente para derribar un consenso político que se comenzó a desgastar por su propia lógica.
Luego de la crisis política y económica del 2001, el mapa político argentino se estructuró sobre un clivaje entre un polo nacional-progresista con eje en valores de justicia social, soberanía política y desarrollismo económico, encarnado en las sucesivas iteraciones frentísticas capitaneadas por el peronismo con centralidad en la figura de Néstor Kirchner y Cristina Fernández; y un polo liberal-derechista más o menos inestable, con énfasis en la iniciativa individual y la meritocracia, el cual se reconfiguró varias veces a partir del insistente consenso social en torno al kirchnerismo, revalidado electoralmente en tres elecciones consecutivas. El año 2015 permitió a este cúmulo de dirigentes, partidos e instituciones constituirse en torno a la candidatura y posterior presidencia de Mauricio Macri y su propuesta PRO como un proyecto competitivo. Éste, a pesar de no revalidar su mandato, sumido en la incapacidad para contener la inflación, y endeudamiento mediante con el Fondo Monetario Internacional, “fue el síntoma y catalizador de la derechización de la sociedad” (Canelo, 2019) al cabo de más de una década de hegemonía progresista.
La opción por el ahora saliente Alberto Fernández constituyó una impugnación a Macri y el anhelo por regresar a los años de expansión post-crisis, pero en ninguna manera un cheque en blanco para la política, la cual comenzó a verse percibida como un elenco sospechosamente estable en medio de una pauperización general de los niveles de vida, y con ello, el riesgo de haber cambiado para que nada cambie. Los niveles de autonomía (y fondos) para la administración se encontraban considerablemente reducidos cuando el impacto de la pandemia del COVID-19 cayó sobre Argentina.
Las políticas de contención implementadas para reducir los daños ocasionados por la pandemia procuraron ser comprensivas y brindar una red de apoyos para todos los sectores sociales; sin embargo, a medida que se prolongó el aislamiento obligatorio, diferencias comenzaron a salir a flote, en particular entre empleados “en blanco”, formalizados y protegidos, contra los trabajadores autónomos y cuentapropistas, operadores en los márgenes de la economía, cuyo grado de desprotección quedó en evidencia. Al mismo tiempo, el confinamiento trasladó el ágora definitivamente al ámbito virtual, donde Milei ya se encontraba bien establecido desde 2018. Por último, el gobierno de Fernández entró en una espiral destructiva de errores no forzados, declaraciones desafortunadas y escándalos personales que le restaron capital político ante la sociedad en forma vertiginosa; para peor, fallas de origen en la distribución de áreas cruciales de la gestión, parceladas en forma horizontal entre distintas extracciones de una coalición no exenta de tensiones, contribuyeron a paralizar la gestión y menoscabar la autoridad del gobierno. Todo esto redundó en un distanciamiento profundo entre política y sociedad, y dio cuerpo a la imputación de “casta” sostenida por Milei desde sus primeras apariciones públicas.
Bajo este clima se desarrolló el largo año 2023, que culmina con datos que indican cada vez más vacíos en el entramado social, por donde se escurren sujetos que ya no encuentran maneras de ser representados bajo las pautas del discurso democrático (o bien se solazan “triggereando” al mismo, en la medida que lo perciben monótono y estólido); ni de ser compensados mediante la política distributiva, que no ya no iguala la línea de partida sino que maniata a las redes del clientelismo; ni se permiten negociar o disputar con el estado mediante organizaciones basadas en la solidaridad y reciprocidad como sindicatos y movimientos sociales, en la medida que los ámbitos de sociabilidad, comunidad y producción se ven profundamente transformados por la ubicuidad del mundo digital.
Milei propone una aventura política inédita, al menos en su conformación actual: un consenso mercantilista, donde la noción de comunidad pasa a mutar en un juego de suma cero. Fue capaz de desarrollar una alternativa política en torno a un cúmulo de ideas marginales y traducir las mismas al lenguaje del descontento al punto de ser aceptadas no sólo por el espectro político, sino volverlas deseables para la mayoría de la población. Friedman estaría orgulloso.
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Una respuesta
Estoy de acuerdo con el artículo en que la victoria de Javier Milei representa un quiebre en los clivajes políticos tradicionales de Argentina. Su discurso anti-político y anti-estado, así como su estilo mediático, conectaron con el descontento de una sociedad que se siente desilusionada con la política tradicional.
Además del contexto económico y social que el artículo menciona, creo que la victoria de Milei también se debe a la crisis de representación política que vive Argentina. Los partidos tradicionales han perdido credibilidad y legitimidad ante la ciudadanía, que los percibe como corruptos e ineficientes. Milei, por su parte, se presenta como un outsider que no pertenece al sistema político y que promete limpiar la casa.
En este sentido, la victoria de Milei es un síntoma de un problema más profundo: la crisis de la democracia en Argentina. Si los partidos tradicionales no se renuevan y no encuentran una manera de conectar con la ciudadanía, es probable que Milei no sea el último outsider que llegue al poder.