¿Pueden la crítica a la cultura y la crítica literaria apoyarnos en la comprensión de la época violenta que atraviesa el México contemporáneo? Hay pocas muestras de que, en efecto, esto es posible. No obstante, son las excepciones las que nos rescatan y, fincado sobre esta esperanza, quisiera articular una reseña sobre un estudio de reciente hechura que cumple de sobra esta condición. Se trata de Los cárteles no existen: Narcotráfico y cultura en México, un libro publicado hace un lustro (2018), por Malpaso editores, México, que estimula preguntas, interroga y sacude las certezas que tenemos con respecto a temas centrales en la agenda nacional, específicamente los relativos al llamado “narco” (fenómeno del crimen organizado) y sus principales expresiones culturales y literarias en lo que va de este siglo y un poco más atrás. Menester será mantener las comillas con ese término pues, en principio, el libro escrito por Oswaldo Zavala articula una defensa argumentativa para sostener que el “narco” es una mera invención con definidos y oscuros —valga el oxímoron— fines políticos.
El libro de este escritor, académico y periodista, parte de una serie de agudos cuestionamientos hacia las narrativas políticas del Estado mexicano —y también del estadounidense—, en torno a la relación histórica que ha sostenido con diversas organizaciones delictivas nacionales y extranjeras. Y es que, al menos desde la década de los setenta del siglo pasado, existen elementos suficientes para exponer una complicada trama de relaciones y complicidades entre autoridades y criminales, atravesada por el intervencionismo de Estados Unidos en la política antidrogas en nuestro país. Esta situación, ya de por sí inestable, se agudiza en la época contemporánea, en especial con la llegada de Felipe Calderón a la presidencia en 2006 y su declaración de “Guerra contra el narco”.
Así, un primer punto importante respecto a este corte temporal en el libro es la manera de abordar la violencia (o las violencias) que han repuntado desde ese gobierno panista y su política bélica. Allí, el fracaso no solo es suficientemente cuantificable respecto a las vejaciones —y Zavala nos da una cifra tras otra al respecto—, sino que se expone de fondo la crisis sociopolítica que, al parecer, nuestro país no termina por solventar.
La política militar de combate a las drogas de Calderón (y compañía, hablando de su gabinete y demás involucrados en la política de seguridad nacional) no careció del sustento político-económico de Estados Unidos, y articular este punto es preciso para comprender de fondo el problema. Zavala no deja de señalar fuentes oficiales a la mano y la obsesión de los gobiernos norteamericanos por imponer agenda en este tipo de temas, en sucesivas injerencias políticas que a la postre han implicado la obtención de réditos.
Para ejemplificar lo anterior, se nos pinta el enclave del sexenio calderonista y la implementación de las llamadas Reformas Estructurales con su sucesor Enrique Peña Nieto, reformas que continúan beneficiando a buena parte de sus impulsores y ejecutores estadounidenses y mexicanos. Trump —dice Oswaldo Zavala— “llegó tarde al fin del mundo”, pues se le adelantaron por lo menos dos presidentes (Barack Obama y George Bush Jr.) para ejecutar sendas políticas extractivistas y generar con ello caos, crímenes y violencia en los países y regiones de extracción. Habría que regresar a esta parte de la obra (Zavala, 2018, pp. 123-139) si queremos ponderar un análisis asertivo hoy, cuando el multimillonario empresario ha vuelto al poder presidencial en EE. UU.
Sirva este preámbulo contextual (al tiempo, binacional y transexenal), para ir al punto que considero central en esta investigación: la exposición de una cultura hegemónica oficialista de Estado que reproduce prejuicios e instaura imágenes poco fidedignas respecto al crimen organizado en México, la cual ha construido no solamente un dispositivo lingüístico, aceptado y reconocido socialmente, sino que ha impactado a fondo en uno de los “momentos clave del lenguaje” (Rancière, 2019, p. 199), que es la literatura. Como señala Zavala a lo largo del libro, esta no se salva de reproducir estereotipos, lenguajes-retóricas o narrativas que legitiman la violencia.
Cualquier aparato estatal requiere de códigos lingüísticos y culturales para operar, aparte de su maquinaria burocrática, militar y política. Por ello, debemos desconfiar de las palabras y utilizarlas con precisión, para no caer justamente en las lógicas de dominación que criticamos. A propósito de este punto, la obra de Zavala recuerda a la escritora y académica norteamericana Saidiya Hartman, quien, a su vez, articula una crítica lingüística y cultural que estipula no reproducir patrones de violencia al estudiar fenómenos asociados a ella (Hartmann, 2008, pp. 1-12). Y resulta importante recalcar este reparo, pues nos encontramos ante autores que no rehúyen de su posición política para sus análisis, sino que lo pautan dentro de su ruta crítica.
No solo han sido novelistas o poetas los encargados de reescribir, a veces sin saberlo, las narrativas que propugnan lo que dicta el poder oficial del Estado. Bajo este supuesto, Zavala recorre las narrativas periodísticas relativas al “narco”, las cuales se insertan en dicho fenómeno y están plagadas de conceptos efectivistas para vender la nota, ya sea en prensa local, nacional o internacional: “levantados”, “decapitados”, “narcomanta”, “sicario-sicariato” y, recientemente, “narco-Estado”. Esta clase de términos amplía el lenguaje y al mismo tiempo lo empobrece, dado que nos alejan del sentido real que las palabras pueden tener en el mundo. También es importante señalar que dichas articulaciones se reproducen en estudios serios en la academia de diversas universidades, tal cual señala el autor, quien entabla controversia y discrepa de la noción que tienen algunos de sus colegas cuando reproducen los patrones lingüísticos oficialistas en sus artículos o libros. Nos encontramos así ante un problema de análisis generalizado, ya no solamente extensivo a la cultura.
Zavala discute de tal forma el papel político de la escritura y sus autores, sobre todo —e independientemente de la profesión— confrontando a quienes no conciben, o no quieren concebir, la idea de que México es un país donde es difícil hacer diferencias efectivas entre criminales y fuerzas del orden, pues intercambian papel usualmente. Así, México es observado por él como un sitio en donde, según se mira en distintos capítulos, la noción schmittiana de “amigo-enemigo” parece haberse difuminado, y a ello se debe en buena medida la frenética inestabilidad que atravesamos.
Si Zavala es tan meticuloso con el lenguaje y la literatura, es porque confía en ellos en tanto elementos de transformación de mundo: sea para hacerlo más violento o para resignificarlo en otra dirección, pero ambos son elementos de vital importancia. Si bien en Los cárteles no existen… se nos muestra una acertada señalización de falencias históricas —y con ello, políticas— explícita en los discursos vistos en series, películas, literatura y demás mecanismos de la cultura moderna, también se muestran casos en los cuales podemos concebir obras no solo realistas, sino que entablan una verdadera intención crítica; creaciones que tienden a politizar a quienes las lean, para seguir la imagen deleuziana de “máquinas literarias” (Deleuze, 2021).
Huelga aparte el famoso (y desgastado) “compromiso” sartreano en literatura, la selección de obras que hace el autor y su posterior análisis nos dejan un renovado interés por escarbar temas literarios apuntalando el debate sobre las dimensiones de politicidad insertas en el arte. Encontramos a César López Cuadras —joya oculta de la literatura mexicana actual—, Daniel Sada, Roberto Bolaño y Juan Villoro resignificados. Sin embargo, respecto a estos autores, que seguramente forman parte de una preselección amplia, erudita y rigurosa, resulta indicativo que no haya escritoras. ¿Qué es lo que les impidió estar en la lista? Si el libro continuase escribiéndose hoy, ¿se sumaría alguna autora? De igual forma, resalta que —salvo Bolaño, poético hasta en su prosa— los poetas hayan sido “expulsados” de la república de Zavala. Este tipo de inquisiciones o deudas me interpelan en lo personal, pero no las considero carencias significativas: son más bien cuestionamientos que me surgen después de encontrarme con una propuesta teórica y metodológica de alto calado, original y con potencial de sobra para extender sus ideas en mis investigaciones. Los buenos libros nos abren ideas propias.
Tampoco puede pasar desapercibido el apartado del libro que repara en someter a juicio la crítica que despolitiza las obras literarias (Zavala, 2018, pp. 180-182). El autor muestra algunos ejemplos que, conscientemente o no, restan claros elementos políticos a obras literarias, que arrancan a las obras de su historia y, en ese sentido, las desvirtúan. Hablamos, insisto, de un problema generalizado para repensar el análisis actual de la cultura y la crítica literaria a nivel local, regional y global. Pensemos solamente cuántas obras del tipo nos invitan a romper con las visiones convencionales de la crítica, o cuántas van más allá del propósito endógeno que cierra al lenguaje en sí mismo. Es raro todavía atender este tipo de propuestas que, no obstante, comienzan a verse cada vez más en las universidades y no carecen de tradición. Pienso en grandes críticos de la cultura latinoamericana que van de José Carlos Mariátegui y Ángel Rama hasta Josefina Ludmer. En su línea se encuentra Zavala (matices aparte) para resituar y darle vitalismo a la crítica literaria ortodoxa, aquella en que, según Harold Bloom, nada debe relacionarse con la historia y la política.
La conclusión del libro es una breve evaluación, hecha en 2019, sobre la política de seguridad del recién electo presidente Andrés Manuel López Obrador, en la que se reflexiona sobre los movimientos administrativos hechos hasta ese momento, poco después de comenzar gestiones. La postura de Zavala deja ver sus preocupaciones sobre la continuidad de las políticas fallidas de seguridad, sobre todo aquellas que apuntalaron la violencia sistémica en esta nación. Ahora bien, sería más que oportuno utilizar las herramientas que Zavala ofrece en este libro para ponderar las políticas de seguridad de AMLO y, claro, las de Claudia Sheinbaum en el presente. Los cárteles no existen… permite en su conjunto abrir una dimensión crítica de análisis hacia la cultura, un elemento al alcance de todos que ha sido y es juzgado con demasiada severidad y poca profundidad. Hoy que los corridos tumbados, las narco-series, las películas y las obras literarias continúan estableciéndose en el consumo popular, es un tema que debería preocuparnos, quizás más que hace cinco años.
Finalmente, cabe destacar la importancia del señalamiento que hace Oswaldo Zavala de que “nuestra mejor literatura está por escribirse” (Zavala, 2018, p. 45), porque es probable que ya se esté escribiendo y, en ese caso, nos compete a los demás corresponder con una labor crítica y de investigación que esté a la altura.
Deleuze, G. (2021). Proust y los signos. Anagrama.
Hartman, S. (2008). Venus in Two Acts. Small Axe, 12(2), 1-14. (publicada con permiso de Duke University Press). https://doi.org/10.1215/-12-2-1
Rancière, J. (2019). Disenso. Ensayos sobre estética y política. Fondo de Cultura Económica.
Zavala, O. (2018). Los cárteles no existen: Narcotráfico y cultura en México. Malpaso editores.
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