Doctor en sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales Francia, investigador Titular de Tiempo Completo del IISUNAM. Investigador Emérito del Sistema Nacional de Investigadores. Miembro de la Academia Mexicana de Ciencias. Miembro del Centro de Análisis de Intervención Sociológica de París. Docente de Posgrado en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.
Este artículo propone algunas hipótesis en torno al complejo cúmulo de factores que pueden explicar el feminicidio en México, poniendo el énfasis en la ruptura acelerada de la solera cultural que sufren amplios territorios del país, particularmente en la frontera norte, y en la alteración en los roles de género que eso ha provocado. Discute también sobre la orientación profunda del movimiento feminista en esta que ha sido caracterizada por algunas autoras como “La cuarta ola del feminismo”.
En lo que hace al feminicidio ubiquemos primero con algunas cifras el tamaño del problema: El Salvador y Honduras encabezan la lista con índices de hasta 14 y 8.4 muertes violentas por cada 100 mil habitantes; en contraste, Chile y Colombia cuentan con la media más baja del sub-continente, con apenas 0.5 casos, México cuenta con la octava tasa de feminicidios más alta de América al registrar 1.52 muertes violentas por cada 100 mil mujeres en 2019.(1)
Los contrastes son asombrosos: El Salvador: 13.9; República Centro Africana: 10.4; Sudáfrica: 9; Honduras: 8.4 (Chicago Tribune nov. 19, 2019). En el otro extremo: en Suiza cada 3 semanas una mujer fallece como consecuencia de la violencia doméstica. Una cada tres días en Francia, mientras en México mueren diez mujeres diariamente en 2020, una cada dos horas y media. Sorprenden también los 22 casos de feminicidio en Suiza con los 531 de Honduras en el mismo periodo, contando ambos países con alrededor de ocho millones de habitantes (Pantzer, 2017).
Más allá de los montos, es una realidad en todo el mundo que el mayor peligro que pueden enfrentar las mujeres está en sus propios hogares. El reporte, realizado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito publicado en 2018, concluyó que, de las casi 87,000 mujeres reportadas como víctimas de homicidio doloso en todo el mundo durante 2017, alrededor del 34 por ciento fueron asesinadas por su pareja y el 24 por ciento por un familiar.
Si bien México como país no se encuentra entre los primeros lugares del homicidio doloso contra las mujeres, al desglosar las cifras territorialmente, el asunto cambia: si las estadísticas por países revelan cifras alarmantes en El Salvador, Sudáfrica y Honduras con 14, 9 y 8 muertes violentas de mujeres por cada cien mil habitantes respectivamente, en México, tan sólo en Ciudad Juárez –en el año 2009– alcanzó la cifra exorbitante de 19 asesinatos violentos de mujeres sobre estos mismos parámetros.
“Y algo más, esos cadáveres mal enterrados eran solo la parte visible del horror, pues los reportajes hacen referencia a más de quinientas desaparecidas.”
Este laboratorio fronterizo de la ignominia con su faz horrenda de muerte, violaciones, mutilaciones, estrangulamientos, suplicios, cortes, incineraciones, permitió levantar las primeras hipótesis en torno al asesinato de las mujeres. Anotemos que las más de trescientas mujeres asesinadas entre 1993 y 2002 eran mujeres jóvenes, la mayoría entre trece y veinte años de edad, morenas, pobres, ninguna tenía coche y solo una era profesional (Vallinas 2003). Y algo más, esos cadáveres mal enterrados eran solo la parte visible del horror, pues los reportajes hacen referencia a más de quinientas desaparecidas (Villamil 2003, con datos de Nuestras hijas de regreso a casa). ¿Por qué, a lo largo de los dos decenios en que doblamos el siglo, algo tan abominable estaba teniendo lugar en nuestro norte?
A juzgar por las cifras antes expuestas, hay una correlación ineludible entre esta violencia y el grado de desarrollo de las naciones, y sin embargo no puede establecerse que entre más pobre es un país más propenso está al feminicidio. El horror de Ciudad Juárez puso en claro, una vez desechadas las hipótesis simplistas y sensacionalistas (asesinos seriales, tráfico con los órganos de las víctimas, pandillas de camioneros, producción de videos recreando escenarios de drogas, sexo, tortura y muerte), que el meollo del asunto se relacionaba con la precariedad anómica, con la pobreza enferma, con las sociedades rotas en su solera cultural, y no se trata pues de la pobreza autosustentable que reivindicó con fuerza Vandana Shiva (2004), sino de la pobreza rota en su solera cultural a que haremos referencia más adelante.
Desde el punto de vista de la economía, reubicar en dos decenios a cerca de 30 millones de mexicanos en la región binacional del norte, sacándolos en buena medida de pequeñas ciudades y del medio campesino puede reflejar dinamismo, pero desde el punto de vista de la salud social eso ha generado grandes alteraciones, ha potenciado desórdenes extremos.
Así pues, nos encontramos a partir de la década de 1980 frente a una severa redistribución especial de la población. Y es que a partir de ese decenio se puso en claro una franca desindustrialización en los polos tradicionales como el Valle de México, Monterrey y el estado de Hidalgo, al tiempo que los estados norteños se convirtieron en zonas de industrialización acelerada: Baja California pasó de 46 mil asegurados a 81 mil, entre 1981 y 1986; Sonora de 40 mil a 54 mil; Tamaulipas de 59 mil a 73 mil. Y algo más, la clase obrera que acudió hacia esas regiones no tenía liga alguna, ni en cultura laboral, ni en organización sindical, ni en edad promedio, ni en la distribución entre sexos, con la fuerza de trabajo de la industria en crisis del centro del país y del Monterrey histórico.
En la franja fronteriza se concentró en esos años el 80% de la actividad maquiladora de nuestro país: se registró 1 millón 327 mil trabajadores en esta industria hacia mediados del año 2000; en comparación con 1 millón que había crecido en sólo 15 años, representando cuatro de cada diez trabajadores en la manufactura mexicana, pero haciendo gravitar en su entorno a muchos millones más de compatriotas, contingentes que se afanan en adaptar una improvisada infraestructura de vivienda, alimentación, servicios y transporte entre degradados panoramas urbanos y familias rotas.
“en la maquila privó, sobre todo en esos decenios, una relación de género desbalanceada que llegó a ser de tres hombres por siete mujeres…”
Rosa Isela Pérez (2003) aseguró que, de cada tres madres, dos eran solteras, y Víctor Ballinas (2003) nos recordaba que, en el año 2001 el 56% de los niños nacidos en Ciudad Juárez fueron registrados como hijos de madres solteras, porcentaje muy superior al promedio nacional. A ello contribuye sin duda la situación de hacinamiento provocada por los bajos ingresos y una infraestructura deficitaria de vivienda, así como el que las parejas tienen en ocasiones diferentes horarios o buscan cubrir tiempos extra, lo que no les permite una presencia estable en los hogares. En estas condiciones los niños no encuentran en sus familias una fuente de valores ni la suficiente comunicación con sus padres y hermanos (Pérez Torres 2003).
Ejemplo por excelencia de la división del trabajo global y las ventajas comparativas, en la maquila privó, sobre todo en esos decenios, una relación de género desbalanceada que llegó a ser de tres hombres por siete mujeres, casi en su totalidad jovencitas de entre 15 y 25 años: cuerpos en plenitud, miradas de lince capaces de coser, atornillar, soldar, ensamblar pequeñísimos objetos en la electrónica, en el vestido, aunados a una actitud sumisa que se explica por la alta rotación o peregrinar de la mano de obra en las distintas empresas, por el ingreso temprano al medio laboral y por la fuerte gravitación femenina que acaba siendo callado disciplinamiento.(2)
En entrevistas personales con jefes de maquiladoras en Tijuana pudimos corroborar lo que Norma Iglesias (1983), Lilia Venegas (1988) y Patricia Fernández-Kelly y Anna García (1989), en estudios ligados directamente a la vida de las trabajadoras habían ya descrito: las mujeres jóvenes, por su poco entrenamiento y su inexperiencia organizativa, constituyen un factor obvio para la optimización de la productividad y son generalmente intimidables debido a su falta de información y a su falta de conocimiento sobre el mercado de trabajo. En este medio laboral no se sabe bien quienes son sus líderes sindicales y qué acuerdos firman con las empresas.
Sea como sea, durante muchos años en ese escenario norteño, esas mujeres jóvenes son las que tienen un empleo, las que tienen la disciplina y sin duda la resignación para trabajar por ese salario con esas cadencias infernales, con esos horarios. Pero, dígase lo que se diga, son las que al final de la semana cuentan con un ingreso, llegan a los bailes con algo que se llama capacidad de pago (de las bebidas, de los tacos y de los caldos a la salida), son las que en ciertos momentos del baile y de la fiesta en el galerón se dan el lujo de escoger con qué tipo quieren bailar y salir y seguir.
“Al terminar la semana son las mujeres las que tienen recursos, por modestos que sean, son ellas las que tienen el “poder” social y eso no es fácilmente asimilable, constituye de hecho una profunda alteración de los roles de género.”
Los hombres habitan esa sociedad esperando cruzar la frontera y desempeñar el rol más heroico de ganar en dólares. Pero mientras, eso no se logra y no se logra fácilmente, los hombres se reúnen en los espacios públicos para tomar o jugar fútbol y con mucha dificultad se encargan de los hijos y del hogar mientras la mujer, la hija o la hermana se encuentran en la faena. Al terminar la semana son las mujeres las que tienen recursos, por modestos que sean, son ellas las que tienen el “poder” social y eso no es fácilmente asimilable, constituye de hecho una profunda alteración de los roles de género. Aparece entonces aquí y allá lo que nos hemos permitido calificar con ironía como un “machismo ultrajado”. Los medios de comunicación y la frecuencia de los asesinatos le confieren a esta agresión de género una cierta “normalidad” en el ambiente cotidiano y eso abre un espacio para la impunidad: “si otros matan mujeres sin ser castigados, el que lo haga yo no puede ser tan grave”.
Emile Durkheim se sirvió del concepto de anomia, enfermedad social, para describir el panorama descompuesto de las áreas paupérrimas en las grandes ciudades de la industrialización temprana. “La anomia es una situación extrema asociada a los procesos modernizadores que desarraiga a los individuos, los arranca de sus tierras o de su cultura imponiéndoles la vida en ambientes totalmente extraños y sin pasado…” (Paris, 1990).
Si, como nos dice Habermas citando a Paul Berger, […] la más importante función de la sociedad es nombrar […]; el hombre está congénitamente compelido a imponer orden
significante sobre la realidad. La separación de la sociedad original, los cambios bruscos y continuados, conducen a los individuos al encierro, a la pérdida de control y de significado sobre el entorno, a no nombrar, que es la pesadilla por excelencia que sumerge al individuo en el mundo del desorden, del sin sentido y la locura. […] A la inversa, la existencia en un mundo significante, nombrado (nómico), puede ser un objetivo buscado con los más altos sacrificios y sufrimientos (P. Berger, citado en Habermas,1973).
“no es por la pobreza o la crisis industrial y financiera que aumentan los asesinatos, (…) sino por las perturbaciones severas al orden en una colectividad, cuando el individuo pierde los límites morales compartidos socialmente.”
De hecho, no es por la pobreza o la crisis industrial y financiera que aumentan los divorcios, el alcoholismo, los delitos, los asesinatos o el suicidio, podemos afirmar interpretando a Durkheim, sino por las perturbaciones severas al orden en una colectividad, cuando el individuo pierde los límites morales compartidos socialmente.
Recordemos un ejemplo a este respecto, relativo a la falta de interacción entre padres e hijos que nos ha narrado Marianne Bar-Din: “no hay socialización antes de que el niño alcance la edad escolar reglamentaria. Los niños que crecen en esos desordenados hogares, en esos cuartos donde nadie les habla o los escucha, han desarrollado un poderoso mecanismo de defensa, una desatención selectiva que los aísla de las experiencias externas, desagradables. Logran ignorar su entorno para no ser más confundidos. Los niños no parecen sufrir por el caos físico que los rodea. No sufren por esa causa dado que no la ven. Quedó claro que uno de los problemas más graves en la interacción padre hijo era la falta de comunicación verbal… La profunda desorganización acarreada por la pobreza extrema no permite la existencia de la familia nuclear como la conocemos.” (Bar-Din 1989).
Esto provocará que un poco más adelante en sus vidas la situación les sea enormemente desfavorable: tendrán que enfrentarse a un entorno social y sobre todo escolar que, principalmente a partir de la secundaria les exigirá una capacidad de comunicación verbal y escrita que les provocará una gran angustia. Con tan pocos recursos comunicativos y con tan poca comprensión del entorno al que deberán hacer frente, en infinidad de ocasiones prefieren no exponerse siquiera al fracaso al tratar de entablar una relación con el sexo opuesto sustituyendo la interacción verbal por una relación llena de mensajes agresivos y de desprecio, lo que es muy significativo para lo que discutimos.
Todo lo anterior ha dado paso a ciertas analogías que nos permiten hoy construir un escenario tremendo: en la Edad Media la cacería de brujas se desató cuando las mujeres comenzaron a tener un rol protagónico, haciendo imperar una racionalidad instintiva que ponía en cuestión la jerarquía y el papel preponderante de las instituciones y del orden: fueron entonces juzgadas y quemadas (Covarrubias, 2001).
Al rastrear con mirada feminista la caza de brujas, Helena Bayona y Aurora Díaz Obregón (2019), anotan: surge la evidencia de que su persecución tenía en común el ser malas cristianas o el ser viudas, pues este era un estado especialmente peligroso al negar sobre ellas la autoridad masculina y tener experiencia sexual, lo que las convertía en elementos subversivos y amenazadores.
A partir de las enseñanzas del boom maquilador norteño, con su tremenda alteración hacia el reparto tradicional de los roles de cada género, ¿es posible entender la progresión de eventos feminicidas en el resto del país y su tremenda propagación en lo que va del siglo?
Con respecto a lo primero, en los últimos 4 años el feminicidio se incrementó 111 por ciento y su evolución histórica ha registrado un crecimiento constante: en 2015 la tasa de feminicidio fue de 0.7 por cada 100 mil mujeres, equivalente a 411 casos totales, pero en 2018, la tasa alcanzó 1.48 feminicidios por cada 100 mil mujeres, equivalentes a 891 casos totales (GLAC-El Financiero, 2019). Con respecto a su dispersión, Ciudad Juárez, Chihuahua, y Culiacán, Sinaloa, fueron los municipios con más feminicidios en México en términos absolutos en 2020: 28 delitos registrados cada uno, seguidos por Monterrey, Nuevo León; Acapulco, Guerrero, y Ecatepec, Estado de México (Pérez, Maritza 2020).
Ciudad Juárez y Monterrey pueden caber en el tipo maquilador, pero no Culiacán, Acapulco o Ecatepec. Acapulco, en tanto ciudad turística por excelencia, asocia un fuerte crecimiento demográfico y en consecuencia cinturones urbanos altamente deprimidos, elevadas tasas de trabajo femenino y grados de violencia fuertes debido a la actividad de las bandas asociadas al tráfico de estupefacientes. Detengámonos en Ecatepec, se trata en realidad de una ciudad dormitorio con muy baja actividad formal y ya no digamos industrial, un municipio que pasó de cien mil habitantes a cerca de dos millones en los últimos treinta años. Como lo han señalado Nelson Arteaga y Jimena Valdés (2010) “la lectura de las actas ministeriales de mujeres que perdieron la vida violentamente permite inferir que gran parte de esas víctimas habitaba en zonas de reciente urbanización caracterizadas por la fractura de las relaciones sociales de carácter vecinal. La mayoría de las mujeres asesinadas habitaba en condiciones de hacinamiento (con) bajos niveles educativos de las víctimas y de las personas que las rodeaban…”
“se observa una correspondencia entre las regiones con más violencia letal y más altos índices de feminicidios”
Pero estos investigadores agregan un dato que es de gran significación: “los casos permiten sugerir que eran mujeres con una mayor independencia sobre el sentido y uso de su vida (generando) una disociación de las relaciones de poder en el grupo familiar a partir del trabajo femenino u otras formas de empoderamiento (…), cualquier forma de independencia o resistencia al control “incita” o “provoca” la violencia masculina (…), quienes han sido asesinadas optaron por construir una vida que hasta ahora sólo estaba permitida a los hombres: ir a fiestas, buscar una nueva pareja, tener relaciones sexuales con la persona que quisieran, contradecir una autoridad masculina que consideraban absurda (…), cuerpo y sexualidad son las más propensas a ser víctimas de violencia asesina por parte de los hombres, en tanto representan una mayor amenaza para las formas tradicionales de afirmación de la masculinidad (…), hipotéticamente, estos comportamientos son permitidos a todos, pero para cierto sector pueden implicar, en un punto, la muerte.”
Culiacán está fuertemente marcada por la violencia asociada al narcotráfico. En general se observa una correspondencia entre las regiones con más violencia letal y más altos índices de feminicidios: en estos casos, sin embargo, baja el porcentaje de mujeres agredidas en sus hogares y las mujeres son frecuentemente atacadas en los espacios públicos, muchas veces por grupos o pandillas de varones, y se trata de asesinatos muy poco sancionados por el Estado, es decir que se desarrollan en un ambiente de enorme impunidad (Chicago Tribune, nov. 19, 2019.)
Los ejemplos citados nos permiten señalar distintos referentes explicativos en torno a la violencia de género y al feminicidio: lo que reveló el boom maquilador fue la predominancia laboral de las mujeres, sobre todo en su inicio; un cambio radical en la cultura obrera que, al asociarse a la pobreza, al desorden urbano, a las familias rotas y a la baja escolaridad desembocaron en conductas machistas violentas debido a la alteración de los roles de género. No es pues la maquila por sí misma el motor de la violencia, sino más bien la combinación de la anomia que está asociada a su dinamismo con una alteración en el comportamiento de los sexos producido a su vez por la matriz laboral que acompaña a la industria maquiladora (sobre todo de la electrónica y el vestido, las más demandantes de la mano de obra de las mujeres). Tendríamos, en resumen: espacios anómicos, con, segundo: alteración de los roles de género.
“estamos ante un fenómeno de copycat: “la impunidad generalizada me da las justificaciones para ejercer mi barbarie.”
Al lado de estos dos elementos explicativos de los altos índices feminicidas, uno tercero estaría asociado a la violencia del entorno, como es el caso muy probablemente de Culiacán y algunas ciudades de Guanajuato y Zacatecas vueltos en los últimos años arenas de lucha por su control entre cárteles y bandas rivales. Un cuarto elemento tiene que ver con la procuración de justicia. Solo en 2 de cada 100 casos los agresores son enjuiciados, de acuerdo con un informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe. Cuando a esto se suma, en el caso de nuestro país, que las figuras públicas, como el candidato del partido oficial a la gubernatura de Guerrero (en donde se encuentra Acapulco), es señalado por acoso sexual por varias mujeres y no recibe sanción alguna por esa causa, cunde el ejemplo de que la violencia hacia las mujeres no es algo grave.
Sergio González (1999), Marcela Lagarde, Israel Covarrubias (2001) se han atrevido a sugerir que estamos ante un fenómeno de copycat: “la impunidad generalizada me da las justificaciones para ejercer mi barbarie.” Así, hay áreas geográficas, municipios o regiones que en ciertos momentos ven dispararse los índices de violencia contra las mujeres, aunque en periodos subsecuentes esta cae con rapidez, regularmente cuando el fenómeno prende las alarmas de la opinión pública y las autoridades refuerzan las acciones policiacas alterando súbitamente hacia abajo tales índices. En esos casos no es lo deseable que las autoridades concurran con su arsenal coercitivo a esa región y que luego de un tiempo se retiren sin reforzar el tejido ciudadano, el entrenamiento de las policías, las legislaciones, los tribunales ad hoc, los equipos de abogados y jueces especializados en la temática, brazaletes, etc.
Hay un quinto aspecto que deberá ser explorado con mayor detenimiento, pero nos permitimos enunciar: por un lado, la correlación entre precariedad, anomia, hacinamiento y aislamiento vecinal es muy alta, particularmente en el medio popular (ni qué decir durante esta pandemia). Paralelamente, en el último medio siglo la llamada industria chatarra y la mala dieta de muchas regiones del mundo han deformado prácticamente los cuerpos volviéndolos obesos. Un alto porcentaje de mujeres y hombres de entre treinta y cuarenta años comienza a perder o ya ha perdido los rasgos más atractivos de su primera juventud. Y cuando decimos atractivo nos referimos a los estándares de belleza que han impuesto los estereotipos de origen europeo principalmente, con los que nos bombardean insistentemente los medios de comunicación.
En esos ambientes familiares de precariedad, a veces de familias extensas, los hombres por lo antes enunciado pierden desde muy temprano el atractivo hacia sus parejas (las mujeres sin duda también, pero las reservas de contención en ellas, según lo estudiado y según las estadísticas, son más firmes). Se conjugan entonces: deformación corporal con bombardeo de la belleza joven femenina, y los hombres a partir de cierta edad comienzan a voltear hacia los cuerpos jóvenes del entorno inmediato: hacinamiento, pérdida de atributos corporales y bombardeo de estereotipos de belleza parecerían formar parte, aún no sabemos hasta qué grado del abominable feminicidio en ascenso (privatizar por la fuerza el cuerpo ajeno y luego suprimir para evitar ser inculpados).
Viene al caso aquí recordar que, si bien la familia nuclear ha acompañado a la modernidad, también es cierto que cuando esos átomos o núcleos se desempeñan en un medio roto y anómico se genera una alta propensión al aislamiento de esas familias acentuándose la indefensión de mujeres, niñas y niños. Sin ir en contra del referente nuclear, debemos preguntarnos si algo más sano no resultaría el que esos núcleos familiares fueran siendo poco a poco reinsertados en un entorno colectivo de dimensiones intermedias al que los miembros amenazados puedan recurrir y el que imponga cierta vigilancia hacia los abusos del patriarcado, el machismo y el machismo ultrajado.
“la dinámica de los movimientos sociales a lo largo de la historia, éstos han tenido tres momentos: confrontación directa ante la injusticia, acuerdos pactados, e institucionalización.”
Imposible hablar de todo esto sin hacer referencia a los actos de protesta y a las reivindicaciones de las mujeres. Según los estudiosos de la dinámica de los movimientos sociales a lo largo de la historia, éstos han tenido tres momentos: confrontación directa ante la injusticia, acuerdos pactados, e institucionalización. Así, el movimiento obrero pasó de las batallas campales, las tomas de fábricas y la destrucción de las máquinas (movimiento ludista en el siglo XIX inglés), a los pactos, las huelgas bajo acuerdos sindicales y la consolidación de las leyes laborales.
El movimiento de las mujeres parece caminar al revés: en sus tres olas históricas a partir del siglo XVIII (Gutiérrez Ibacache 2015; Amelia Valcarcel 2009), logra significativos avances en lo referente a los derechos cívicos en educación, igualdad en el voto, derechos laborales y de maternidad, castigo a la violencia de género, a la trata, y mejores oportunidades en el terreno de la política y en otras áreas (Marcela Lagarde 2007). Pero las estadísticas ponen en claro, sobre todo en nuestros países, que la realidad se ensaña en ir a contrapelo de esos derechos logrados con gran sacrificio. Esa violencia creciente evidencia que los acuerdos no se respetan, que sus derechos se quedan en el papel y que es necesario pasar a la acción directa, a romper los monumentos, las fachadas y las obras de arte (romper las máquinas), porque de otra manera su voz, sus logros, pero sobre todo su integridad física no será respetada.
En un escenario tal, ¿quién puede afirmar que sus protestas deberían institucionalizarse, ir hacia la concertación o que sus métodos son ilegítimos? Es como si los partidos obreros, los sindicatos y el keynesianismo no hubieran mejorado en nada el salario obrero y que la jornada laboral se mantuviera en doce horas, exigiendo además a esa masa de explotados mantener el decoro. Ahora bien, aquí queremos ir hacia la idea de que al lado de las reivindicaciones cívicas del movimiento de las mujeres y al lado de los actos radicales de protesta a que ha sido orillado el movimiento feminista, el verdadero corazón de esta propuesta se encuentra en el cambio total de paradigmas sociales y culturales que contiene en sí misma y que por momentos es difícil de sacar a la luz, al menos a la luz para una opinión pública generalizada.
Permítasenos reproducir una polémica a este respecto que resulta bastante esclarecedora. El sociólogo francés Alain Touraine, autor de innumerables interpretaciones en torno al movimiento de las mujeres y autor del libro El mundo de las mujeres (2013), ha puesto en claro que ellas, de acuerdo con encuestas recientes y debates de actualidad, se encuentran viviendo en un universo coherente de sus representaciones y de sus prácticas, y que ese universo se diferencia profundamente del de los hombres porque se orienta a la creación de sí mismas y a la recomposición de la sociedad, mientras que los hombres, habiendo conquistado el mundo y sus recursos en pocas manos, han reducido a los trabajadores, a los pueblos conquistados, a las mujeres y a los niños a figuras inferiores.
Por no haber sido definidas en su identidad sino como el otro con respecto al hombre, según las palabras de Simone de Beauvoir, ahora estas movilizaciones están siendo capaces de dejar atrás, para las propias mujeres y para los hombres, la oposición entre cuerpo y espíritu, entre vida privada y vida pública. Para las mujeres deja de ser central la conquista del mundo y pasa a primer plano la construcción de ellas mismas como sujetos. No debería causarnos sorpresa, agrega este autor, que asuman de manera tan comprometida y con tanta determinación el nuevo paradigma predominantemente cultural que se nos avecina.
Una propuesta como la anterior ha sido bien recibida, aunque también ha sido criticada por reducir las opciones de futuro a una esfera fuertemente centrada en lo individual, en los cambios culturales en el plano del sujeto, de las mujeres como sujeto individual, aunque estén logrando cambiar los referentes culturales en que hasta ahora se ha desenvuelto el mundo.
Permítasenos una digresión en torno a esta crítica del sujeto tomado individualmente en detrimento de la movilización colectiva, para luego entrar en las luchas feministas propiamente dichas. “El sujeto vive en medio de una naturaleza dual, nos dice Touraine, al mismo tiempo inmersa en una estructura, en una historia, en una cultura y no por ello prisionero, sino con una potencialidad de libertad, de conciencia individual, de construir su propia existencia, conformada por un esfuerzo de alejarse del mercado y de los aparatos tecnocráticos, salir de la cultura de masa, del autoritarismo de los colectivos y de los liderazgos que buscan absorberlo.” En este esfuerzo y en esta acción de oposición y resistencia el individuo busca construirse a sí mismo, ser actor, dueño de sus conductas y en el centro de esto y de manera muy avanzada, podemos destacar la lucha de las mujeres. “Ser sujeto es primeramente hacer de mi vida un proyecto de vida, de tal forma que mi proyecto gobierna mi vida, no la serie contingente de hechos.” (Touraine, 1995 y 1993).
¿Está implicado aquí, entonces, el que estamos hablando de una etapa posterior, superior y mejor de la humanidad? ¿Son sujetos que se pasean por San Francisco, por Barcelona, por Berlín, por las facultades de filosofía y ciencias sociales de Bruselas, de París y de Londres, de Sao Paulo y de Buenos Aires, por la híper tecnologización de Tokio, Shanghái y Singapur? ¿O también pueden serlo las mujeres zapatistas exigiendo un trato igual frente a los hombres? Sin duda las dos cosas son ejemplo de subjetivación, y así lo considera Touraine, como momentos que rompen y se sobreponen a lo que se encuentra estructuralmente, históricamente determinado: ¿son ejemplo de ello los Caracoles zapatistas construyen su autonomía, saliéndose de las reglas del juego, visibilizando a lo femenino, sufriendo la precariedad, pero gozando de la libertad?
Solo que en estos segundos casos (mujeres en el zapatismo y Caracoles), el referente comunitario es insoslayable: la fuerza para evadirse de lo determinado se encuentra en el empoderamiento colectivo, y si ese empoderamiento condujera ahora o más tarde a la subjetivación de los integrantes de esos territorios, con las mujeres en su centro, sería imposible negar que, en la precariedad, ¿en el atraso?, esas posibilidades de subjetivación están indisolublemente ligadas a lo colectivo, por más que en lo grupal, como advierte Touraine, se esconde o subsiste la herencia de opresiones históricas y se generen liderazgos indeseados (¿quizás luego redimibles?).
En un libro célebre, La recherche de soi (La búsqueda de uno mismo), (2006), el iraní Farhad Khosrokhavar interroga a Touraine sobre el sujeto y la subjetividad desde una perspectiva extraeuropea que rompe en distintos ángulos el discurso sellado del maestro: “el problema que se plantea es el de saber si en medio de la precariedad, entre los excluidos, entre las personas desposeídas de su ‘dignidad’, existe una aptitud que pueda constituirlos en sujetos, si pueden construir una definición de sí mismos en términos positivos o si eso no es posible…
Usted (Touraine) re-encanta constantemente la realidad social, (sin embargo) hay mucha más des-subjetivación en el sujeto que en vuestro discurso en torno a él… En Irán he visto cómo una revolución ha construido actores mortíferos en los años ochenta, fascinados por la muerte, su propia muerte o la muerte de otros… veo claramente en los barrios islamistas una ruptura mental entre el Nosotros y el Ellos, los integrados… Estos jóvenes quieren al mismo tiempo ser modernos a través del consumo, pero les parece ridículo trabajar por el salario mínimo y optan por enriquecerse transgrediendo la ley, echando mano de la violencia en un entorno social racista que los estigmatiza… ¿El mundo actual no se encuentra acaso compuesto, por un lado de lo que podríamos llamar una sociedad de individuos dotada de una esfera de derecho, y en el otro por sociedades cada vez menos democráticas en razón de la disparidad creciente de las clases en su seno? ¿No es esta modernidad la dominante y se encuentra en las antípodas de una sociedad de sujetos de la que usted nos habla?”
Estamos entonces ante una paradoja en la que sujetos altamente individualizados (entre ellos una franja de mujeres sobre todo en el mundo del gran desarrollo), llevan a cabo un cambio de paradigma cultural, nuevos valores imponiéndose, qué duda cabe, pero al mismo tiempo se afianzan crecientes espacios del mundo producto de la precariedad y la violencia con una valorativa anclada en el patriarcado y en el machismo, aceptando que incluso ahí no dejan de brotar luchas exigiendo la igualdad de oportunidades, brotes de libertad, de subjetivación.
Digamos de pasada que una derivada de este exagerado acento en lo individual, en lo subjetivo y en lo cultural ha empujado a muchos posicionamientos feministas hacia una fuga hedonista, una especie de ego-feminismo. Éticamente un pensamiento basado en el individualismo o el sujeto no es defendible y en la concepción de este importante sociólogo la idea de sociedad, de colectividad se vuelve a imponer, aunque por un camino algo forzado que es el de los movimientos sociales y más precisamente el de la lucha de las mujeres. No podría ser de otra manera, claro está, en la medida en que nuestro mundo, como decimos, no está habitado en su gran mayoría por individuos subjetivados y lo está más bien por una necesidad de unirse colectivamente ante la precariedad y la violencia, por lo comunitario, aunque también, claro está, por pandillas, por masas manipulables, por liderazgos indeseados y autoritarios, que no están desapareciendo sino incrementándose y que amenazan, con oleadas de migrantes, a las fronteras de los espacios ordenados de las metrópolis occidentales, el horror al que le cuesta trabajo asomarse al mundo del gran desarrollo, de la gran tecnología, a la ciber modernidad, el horror al que nos expuso la pandemia por covid 19.
Como dice Daniel Gutiérrez Vera (2003): “subrepticiamente, Touraine transpone el registro individual en el colectivo, con lo que en última instancia su concepción del movimiento social como actor y sujeto viene a ser una imagen amplificada del individuo que se desenvuelve en sociedad. En esa medida, hablar de los grupos como actores o sujetos es usar una simple analogía, una expresión metafórica no necesariamente feliz.”
A esta crítica, a este difícil pasaje desde un individuo subjetivado hasta lograr su proyección en el terreno de la movilización social, a esta inconsistente imbricación entre lo individual y lo colectivo, Touraine responde recurriendo a una de sus temáticas favoritas: el feminismo, el movimiento de las mujeres, considerando que el accionar de ellas es al mismo tiempo subjetivante, de toma de conciencia de un lugar y una adversidad, y es también lucha colectiva contra una dominación.
Lo apoya una declaración como la de Elena Apilánez (2016), cuando establece que mujer emancipándose y feminismo se encuentran en un mismo acto y no parece haber dificultad alguna en esa amalgama: “las luchas por la ampliación de derechos y el reconocimiento de la ciudadanía, las luchas por el control de una sexualidad no escindida ni separada del ser, las luchas por el derecho a ser nombradas, las luchas por la transformación esencial del orden social, entre otras, no son otra cosa que una lucha permanente por el acceso a posiciones de sujeto y, siendo ya sujeto, por la modificación del orden social (patriarcal) como totalidad… Si el obrero tenía como fuerza el trabajo, nos dice en otra parte esta autora, la mujer ha echado mano de la sexualidad y, además, ha sido capaz de combinarla con su vida pública. Esto significa que ha sabido conjugar placer y responsabilidad, algo a lo que el hombre no ha llegado…”
Ahora bien, esta autora subraya un tema revelador cuando nos hace conscientes de que “Alain Touraine divide al movimiento de las mujeres entre un movimiento feminista histórico y una generación de mujeres postfeministas. El primero, afirma el maestro, posee una tradición histórica de lucha y combate social que le permite formar parte de la gran familia de los movimientos sociales, mientras que el segundo centra sus luchas en la transformación cultural… que conlleva un rechazo profundo a la tradición modernizadora y un cuestionamiento de la dominación masculina…, un post-feminismo que, en sí mismo, no puede constituir un movimiento social sino, más bien, un movimiento de reconstrucción cultural a través de la superación de los conflictos y de las polaridades que constituyeron la fuerza principal del modelo europeo de la modernización” (2006).
Según esto el movimiento feminista nos estaría permitiendo por primera vez con cierta claridad pasar desde una concepción basada en términos de ruptura y pasaje a algo nuevo, a una concepción gravitando en términos de un post movimiento social en torno a un nuevo paradigma cultural que deja atrás el conflicto y la polaridad.
En esta referencia se está aceptando que pudiera quedar atrás la noción de movimiento social tributaria de una concepción dinámica, confrontacionista y etapista del acontecer de las sociedades y estar siendo sustituida por una basada no en el pasaje de tal etapa hacia tal otra, y en su superación, sino en la profundización de un entramado valorativo, axiológico (cultural), que ya existe embrionariamente en el interior mismo de la situación presente y que el feminismo ha venido a revelar.
Lo que hemos llamado entonces nuevos movimientos sociales no se caracterizaría por el referente al movimiento y al cambio del modelo social presente sino por el anhelo de fortalecer una identidad básica, un sedimento en torno a un conjunto de referentes de género, de defensa del medio ambiente, de resistencia contra una dominación patriarcal que se ejerce en la política y en las finanzas, aquí, en el mundo de la vida de hoy, aquí, no en la sociedad que sigue, principios que habrán de ser portados colectivamente (no encerrados en lo individual), pues de otra manera su contundencia se diluye. Es la sedimentación y no el movimiento lo que caracteriza a estas manifestaciones post, llamadas erróneamente movimientos.
No cabe duda de que la casi totalidad de los movimientos sociales del presente siglo caben claramente en la definición de Touraine de la gran familia de los movimientos sociales,(3) pero si las luchas de las mujeres aceptan el calificativo de postfeministas tendríamos que indagar cuáles son las características de esas manifestaciones sociales post movimientos sociales. Sin duda en muchas de las luchas de este siglo ya existe ese embrión post que Alain Touraine prefiere llevarlo hacia la subjetivación en el terreno de lo cultural, aunque, como lo hemos anotado, con un exceso de acento en lo individual.
Es claro que el proceso de subjetivación del feminismo (y de los post movimientos), tiene que ser un asunto que se mueve de ida y vuelta de lo individual a lo colectivo. Esas manifestaciones post constituyen los nuevos actores intermedios y tienen como característica ser esencialmente sociales (es decir colectivos), y prácticamente territoriales, son tierra o están más cerca de ella, son la democracia de la tierra de Vandana Shiva, son diversidad biológica, son naturaleza, son defensa del medio ambiente, son protección (proteccionismo), son sinergia y sincronía, son cultura, valores, ética, son lo público como espacio de libertad, son eco-feminismo, son mujer. Se alejan de algunas tarabillas: el patriarcado, lo masculino dominando al resto, el Estado, el afán heroico de cambiarlo todo cuando se llegue allá arriba, la urgencia homocéntrica de que este mundo tiene que cambiar mientras yo esté vivo, el mono-pensamiento y el mono-cultivo, las mega-corporaciones, los mercados abiertos, los andamiajes altos de la política, la diacronía, el crecimiento a toda costa y la explotación de la naturaleza, el hierro, el cemento, lo privado como ámbito de opresión…
Todo ello se aleja de algunas tarabillas: uno, del encierro individual (del ego-feminismo), creyendo que un mundo mejor será posible sin la solidaridad del colectivo; dos, de dirigirse necesariamente hacia los andamiajes altos de la política con la pretensión, luego, de redimir a la sociedad, y tres, de intentar representar a todos, acumular todas las fuerzas y no mantenerse en sus espacios, en sus identidades y, en el extremo, en sus territorios, en las regiones medias, en el mutuo empoderamiento y el intercambio entre regiones medias y municipalidades confederadas, en la tierra, en la naturaleza, en la mujer.
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