Carlos Montemayor Aceves, mejor conocido como Carlos Montemayor (1947-2010), fue un poeta, novelista, tenor y traductor mexicano, activista social en defensa de las comunidades indígenas y de los grupos más vulnerables de este país. Su novela Guerra en el Paraíso, es referente para comprender la historia contemporánea de México a propósito de la “Guerra Sucia”.
Discurso leído por el destacado escritor y ensayista chihuahuense el pasado 13 de noviembre en la Universidad de Bologna, Italia, en las sesiones de “Post-Scripta. Incontri Possibili e Impossibili tra Culture”. Originalmente el texto se publicó en dos partes en La Jornada el 4 y 5 de diciembre de 2003. Revista Tlatelolco realizó un trabajo de edición y recuperación para publicar íntegro y en una sola entrega este discurso por primera vez. El valor crítico y literario de este texto, sintetiza en buena medida la visión del gran escritor que es Carlos Montemayor y ofrece, asimismo, un horizonte oportuno de ideas para las y los lectores interesados en la memoria literaria e histórica.
I (México D.F. Jueves 4 de diciembre de 2003)
Algunos afirman -entre ellos mis editores- que escribo novelas históricas. En cierta forma podríamos decir que se trata de novelas históricas, sí. Empero, pienso que la mayor parte de las novelas así llamadas modifican la perspectiva o replantean una visión historiográfica previamente dilucidada. Es decir, las novelas históricas suelen ser el vehículo artístico de una historiografía ya consolidada o el enfrentamiento con esa historiografía académica u ”oficial” previa. En ese caso, la novela persuade por su aparente realidad humana y la historiografía por su aparente objetividad científica.
Pero no me propongo escribir novelas que reformulen o replanteen una visión historiográfica ya establecida. Mis novelas no constituyen una reformulación de períodos históricos ya analizados previamente por especialistas; no escribo novelas históricas que ofrezcan sólo interpretaciones nuevas. El tipo de novela que propongo es aquella que constituye en sí misma la primera formulación histórica y narrativa de los hechos. Mis novelas son la primera formulación de los procesos históricos que trato. Me ocupo de temas y hechos sociales relevantes que no han sido tratados por historiadores ni especialistas ya sea por su complejidad política, por la peligrosidad de la información militar o por la dificultad de penetrar en ciertos círculos sociales o clandestinos.
No había ningún otro libro de investigación metódica, abarcante, sobre el movimiento guerrillero de Lucio Cabañas antes de Guerra en el Paraíso. La novela fue resultado de un trabajo de campo, de una investigación antropológica, hemerográfica y bibliográfica, de un trabajo de historia oral; particularmente de testimonios orales, porque uno de los ejes fundamentales en que me baso es la entrevista con los protagonistas, con los sobrevivientes, con familiares de los protagonistas fallecidos.
Las armas del alba también fue resultado de un proceso de investigación histórica, trabajo de campo y de una minuciosa recopilación de testimonios orales acerca de uno de los hechos esenciales en la historia social de la sierra de Chihuahua: el ataque de un grupo guerrillero compuesto de jóvenes estudiantes y campesinos a la guarnición militar de la ciudad de Madera el 23 de septiembre de 1965. Desde entonces se sucedieron por diversas zonas urbanas y rurales de México numerosos movimientos guerrilleros. Por ello he dicho repetidas veces que el amanecer del 1 de enero de 1994 en las montañas de Chiapas empezó en verdad el amanecer del 23 de septiembre de 1965 en las montañas de Chihuahua. La leyenda conservó la memoria de ese alzamiento, pero con muy poca información disponible acerca de sus causas, desarrollo, hechos de armas y protagonistas sobrevivientes. Estos acontecimientos permanecían hasta ahora como algo nunca revelado al gran público, como acontecimientos aún no analizados por historiadores. Las armas del alba es una novela, ciertamente, pero también una aportación historiográfica. Por ello, como en Guerra en el Paraíso o Los informes secretos, los personajes aparecen con sus nombres reales y la fuerza y objetividad de los hechos son constantes que se integran en la misma estructura literaria.
Podríamos decir que Tomóchic, de Heriberto Frías, es la primera formulación histórica y literaria de la masacre perpetrada por el ejército de Porfirio Díaz en un poblado de la sierra de Chihuahua a finales del siglo XIX. Podríamos reconocer que las Memorias de Pancho Villa o El águila y la serpiente de Martín Luis Guzmán son también resultado de investigaciones documentales y testimoniales del autor, o de historia oral, particularmente en el caso de las Memorias de Pancho Villa, y que al mismo tiempo son libros de arte. Ambos autores crearon novelas que no confrontaban ni reformulaban una historiografía previa, sino que formaban parte de la primera expresión historiográfica y de la primera y profunda expresión literaria. Los muchos o pocos lectores de Heriberto Frías o de Martín Luis Guzmán lo siguen siendo no sólo por atender a la importancia histórica de la obra de estos autores, sino por su importancia narrativa.
En fin, a este tipo de literatura no deberíamos llamarle novela histórica. Creo que todavía no tenemos un deslinde crítico suficiente para designarla. El escritor argentino Miguel Bonasso, que también escribe novelas así, de investigación, como Don Alfredo, le llama ”novela de no ficción”. La ventaja de esta expresión es que aleja de la novela el fantasma de lo ficticio.
II (La memoria literaria y la historia, Carlos Montemayor/ II y última , México D.F. Viernes 5 de diciembre de 2003)
Los chihuahuenses somos una parte de la especie homo sapiens que se caracteriza, entre algunos otros rasgos, por su pragmatismo. Un pragmatismo indisociable de la tenacidad, sin la cual sería imposible sobrevivir en nuestras tierras. La misma terquedad, la misma voluntad, la misma capacidad de lucha que exigen nuestro suelo, nuestras minas, nuestros bosques, ha requerido también el arte y el pensamiento entre nosotros: muchas veces ante la misma soledad que poseen los desiertos, muchas veces porque la terquedad nos conduce también al aislamiento. De ahí que el intelectual chihuahuense sea doblemente terco, o al menos, parafraseando al viejo Lenin, irreparablemente tan terco como la realidad. Me apoyo en estas justificaciones preliminares para expresar un desacuerdo personalísimo con la tendencia académica a considerar la literatura como obra de ficción. Sé que este disparate es usual en casi todas las universidades, pero sugerir, suponer un abismo entre la literatura y la realidad me parece inconciliable con la terquedad pragmática de un chihuahuense como yo, que ya suficientes problemas tiene con dedicarse a la literatura y no a la minería, como para que le digan que lo que está haciendo es, además, ficción. Permítanme demorarme en algunos planteamientos acerca de los supuestos que los términos realidad y ficción entrañan en la actividad de todo ser humano, quizás particularmente en el político y en el historiador, no siempre en el escritor.
Por un lado, damos a la palabra historia varios sentidos; por otro, conferimos distintas calidades a la palabra realidad. En ocasiones Historia significa sólo el pasado. En otros significa solamente las obras de los historiadores. En otro momento la palabra se aplica a la disciplina que se supone los historiadores ejercen. En otros se aplica a un profesor o juez ficticio: un pasado que da lecciones a las generaciones futuras, en frases como: ”la historia nos enseña”, ”el juicio de la historia”.
Otras ficciones complican más el uso de esta palabra. Primero, creer que el pasado es algo que existe. Segundo, creer que además sigue siendo algo real. Tercero, ir más allá y creer que el pasado es una Realidad. Cuarto, creer que el historiador trabaja, por tanto, con la Realidad y no con invenciones o supuestos. Quinto, creer que el historiador sólo ve hechos históricos reales, comprobables y objetivos. Sexto, creer que esa realidad que se llama pasado está ahí nada más, atrás, intacta, inamovible. Séptimo, creer que es posible, entre otras cosas, acudir hacia ese pasado y tomar con pinzas un pedazo para traerlo a nuestros días y verlo objetivamente como franca y llana realidad, no como inferencia ni invención. Octavo, que, por tanto, esa realidad objetiva es la esencia del conocimiento de la Historia (digo de la Historia para recalcar la confusión del término como pasado, bibliografía y disciplina).
Olvidamos que la ”historia” y la literatura, las ciencias y las artes, son acciones sobre nuestro propio presente, o acciones que desde hoy parten hacia todo lo que somos capaces de ver aquí y ahora, llámese vida o verdad humana, vida o verdad del universo, vida o verdad del pasado. La objetividad es una de las ficciones más atractivas y enceguecedoras de los historiadores y políticos. La pasión por la objetividad tiene como riesgo más peligroso el conducirnos a la formulación oficial de la realidad. La versión oficial en turno es una secuela lógica de los conceptos realidad y objetividad cuando no aceptan cuestionamiento alguno.
Cada vez que me siento tentado por la tendencia de creer en la objetividad pura y llana, suelo releer un párrafo de El conocimiento histórico de Marrou, que incluí en mi novela Los informes secretos. Por la terminología de la policía política de México, al personaje de esta novela se le llama ”el objetivo”, que, claro, es un historiador. El policía que lo investiga informa a su jefe superior inmediato al terminar su reporte del 3 de julio (la acción transcurre en 1995), que los colaboradores o historiadores de ”el objetivo” son sospechosos en múltiples sentidos, sobre todo porque se especializan sólo en conflictos agrarios de comunidades indígenas. Dos días después, el 6 de julio, el policía informó esto:
Ayer el objetivo no explicó precisamente qué se propone hacer con los informes y documentos, sino por qué se lo propone. La explicación es confusa; le transcribo la grabación que entregó nuestro elemento… Luego leyó un párrafo de un historiador francés apellidado Marrou:
šQué ilusión tan grande esa de poder abordar las cosas mismas, el pasado tal cual realmente fue! ƑQué sería, por ejemplo, conocer el asesinato de César desde las cosas mismas? ƑAcaso decir que en el instante m del devenir universal, en un punto de la superficie terrestre definido por las coordenadas x de latitud Norte y y de longitud Este de Greenwich, dentro de un recinto murado en forma de paralelepípedo rectangular donde se hallaban reunidos unos trescientos individuos machos de la especie homo sapiens penetró otro individuo perteneciente a la misma especie siguiendo una trayectoria rectilínea, que en el instante m + n doce de ellos empezaron a moverse siguiendo con rapidez unas trayectorias convergentes que se juntaron en el punto c con la trayectoria del antes citado y que en las extremidades prensiles de los miembros superiores derechos de los doce había unas alargadas y afiladas pirámides de acero que se hundieron en el cuerpo y le causaron procesos catabólicos y anabólicos usualmente llamados muerte?
Luego continuó:
Para entender el asesinato de César necesitamos conocer valores como república, monarquía, aristocracia, legalidad, dictador, senado, nobilitas, conspiración ambición, ingratitud, libertad. Sin estas nociones, los ”hechos” se convierten en una imagen mutilada de la realidad humana.
Los conceptos ”objetivos” de otras disciplinas forman un complejo semántico que hace empalidecer a la palabra literatura. Pierden sentido sobre todo cuando nos proponemos descifrar la dimensión humana, política, social, ideológica, emocional, sensual, sensorial, de la ”realidad” de hoy o de ayer, que será una acción que formule o defina el presente, el pasado o el futuro desde nuestra perspectiva vital, ideológica, científica de hoy. Porque nosotros inventamos los hechos históricos. Siempre es un hoy cuando los inventamos. Hoy es cuando creamos un nuevo pasado.
El historiador quizás se apasiona por su descubrimiento de ”hechos históricos”; el escritor se apasiona por la vivencia humana que hizo posible a esos posibles hechos. La literatura es una de las formas de conocimiento de la realidad, no una forma de ficción. Cuando los trabajos del historiador y del novelista se hermanan, se aproximan, no se debe a la pasión por la historia, sino a la pasión por la realidad humana, a la pasión por lo humano.
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