Para el filósofo franco-griego Cornelius Castoriadis, quien en 1968 publicó, junto a Edgar Morin y Claude Lefort, un libro sobre el mayo francés, las instituciones se corresponden con las significaciones imaginarias que las conforman histórica y socialmente. A través de tensiones sociales se disputa lo instituido, es decir el imaginario social efectivo consolidado y presentificado en las instituciones que tiene una fijeza y estabilidad relativa, y lo instituyente, lo que desde el magma sociohistórico surge como imaginario social radical, que hace emerger nuevas significaciones en el proceso de autocreación de la sociedad (Castoriadis, 1999, pp. 327-334). La universidad es una de las instituciones que podría representar lo que Castoriadis señala como proceso de reproducción del pensamiento heredado, institución que conserva y preserva prácticas y formas medievales, pero que es, simultáneamente, el lugar donde se producen conocimientos nuevos que modifican por completo nuestra manera de entender el mundo.
En este texto voy a referirme al proceso de institucionalización de la interdisciplina en México a través de abordar algunos aspectos de la trayectoria de un personaje que es en sí mismo una figura-institución y que ha generado, a lo largo de su extenso itinerario intelectual, una serie de entidades dentro de la universidad con perspectiva interdisciplinaria, siendo precursor y dejando una huella profunda en Latinoamérica en ese ámbito.
En congruencia con el sentido de la convocatoria para participar en esta publicación, la idea es dar a conocer algunos de los hitos de este largo pero sostenido proceso para introducir, incorporar e impulsar el enfoque interdisciplinario, marcando un precedente importante en la región. Esta institucionalización de la interdisciplina en México no está escindida de una forma de conceptualización de la misma.
La trayectoria de Pablo González Casanova no se entendería sin la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), institución de educación superior pública y gratuita, heredera de una de las primeras universidades de América, que se constituyó en 1551, y que casi al mismo tiempo que la revolución de 1910 se refundó como Universidad Nacional, obteniendo su autonomía en 1929. Ha sido la sede de importantes movimientos sociales, como el de 1968 y huelgas que han defendido su carácter público y gratuito (1985-1986 y 1999-2000). Actualmente se encuentra entre las primeras del espacio iberoamericano, no sólo por su tamaño sino por la calidad de sus producciones y de la enseñanza impartida.
Podríamos decir que el enunciado opera también a la inversa, la UNAM no sería lo que es sin los aportes y entidades generadas por Pablo González Casanova. El intelectual mexicano se formó ahí en Derecho y aunque la maestría la cursó en el Colegio de México y el doctorado en la Sorbona en París, a partir de que volvió a la Universidad como profesor e investigador en 1953 no ha dejado de hacer aportes en sus casi 70 años de trabajo, por lo cual es también profesor e investigador emérito y doctor honoris causa. La trayectoria y el largo itinerario de Pablo González Casanova, pasa por su formación multidisciplinaria, (aunque algunas veces se le suele llamar sociólogo por su doctorado, se formó en Derecho, Antropología, Historia, Filosofía y ha estado siempre atento a los desarrollos de las ciencias de la materia y de la vida) su perspectiva crítica y su sistemática y permanente apuesta por la interdisciplina entendida como trabajo colectivo entre especialistas que dialogan para intentar resolver problemáticas complejas.
Entre 1957 y 1965 fue director de la entonces Escuela y hoy Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. En ese año de 1965 publica su emblemático texto La democracia en México, en el que se perfila su posición disidente y podemos vislumbrar ya un enfoque con tintes interdisciplinarios cuando señala en la formulación del problema: “cuando se habla de la necesidad de vincular la Economía con la Sociología y la Ciencia Política, no se pasa de decir una serie de lugares comunes, que sólo deberían ser el punto de partida para el análisis científico del desarrollo como fenómeno integral, económico, político, social y cultural” (González, 1995, p. 14). Interrelaciona tres fenómenos: 1. La estructura política formal con la estructura real de poder, 2. El poder nacional y la estructura internacional y 3. La estructura de poder y la estructura social (González, 1995, p. 16).
Entre 1966 y 1970 dirigió el Instituto de Investigaciones Sociales. Fue rector entre 1970 y 1972, años en los que propuso y encabezó la creación de los Colegios de Ciencias y Humanidades (los CCH’s). En 1986 creó y dirigió el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Humanidades y en 1995 desde un enfoque visionario propuso incorporar también a las ciencias en ese trabajo interdisciplinario, dando como resultado el CEIICH, que este 2021, festeja sus 35 años. Considero significativo mostrar algunas pinceladas del magma que subyace a estos procesos de institucionalización de la perspectiva interdisciplinaria y, sobre todo, cuál es el entendimiento que sobre la interdisciplina ha propuesto. No pretende ser un trabajo exhaustivo pues como puede constatarse González Casanova ha producido una obra muy extensa que examina muchísimos temas.
Algunos de los rasgos distintivos de nuestro personaje son la capacidad de impulsar, generar y lograr institucionalizar sus innovadoras propuestas, es decir, es un intelectual que, sin perder nunca la producción conceptual, cuenta también con una gran capacidad organizativa para fundar y dirigir instituciones que requerían una gran articulación, manejo de personal, distribución de recursos, modificaciones curriculares y de las prácticas académicas. Como bien señala el estudioso de su trayectoria José Gandarilla, “al pretender asir la totalidad, en una línea de investigación crítica de la teoría social, ya estaría vislumbrando los problemas de la organización del conocimiento” (González, 2021, p. 179).
2. La autoalteración de la institución universitaria. Los Colegios de Ciencias y Humanidades, el germen de la perspectiva interdisciplinaria en la educación media-superior
Según Castoriadis, la relación entre lo instituido y lo instituyente es una relación de recepción/alteración, y las instituciones en tanto que intrínsecamente históricas, sumidas en el devenir histórico-social son la fuente misma de la autoalteración, lo que compete también a un nuevo modo de instituirse (Castoriadis, 1999, pp. 332-333). Teniendo en mente esta proposición es que vamos a abordar la creación de los Colegios de Ciencias y Humanidades.
Roberto Follari (2005), haciendo referencia al libro coordinado, entre otros, por Leo Apostel (1975) reitera que “La propuesta interdisciplinar en su primera formulación explícita, surgió como modo de tranquilizar a los estudiantes que habían realizado tomas de universidades y rebeliones en la calle a fines de los sesenta” (p. 8). En ese sentido México no fue la excepción y de forma simultánea a lo que se discutió en el Seminario sobre la Interdisciplinariedad en las Universidades, que se llevó a cabo en Niza del 7 al 12 de septiembre de 1970, cuyas reflexiones se vierten en el libro mencionado, se generó en América Latina y en particular en México, un análisis semejante en varias de sus conclusiones: la necesaria articulación de la enseñanza y la investigación, una ruptura del modelo jerárquico entre maestros y estudiantes y “contra los peligros de una cultura fragmentada, el profesor debe suministrar marcos de pensamiento interdisciplinario que permitan a los estudiantes situar los problemas y entender los vínculos que unen fenómenos aparentemente inconexos” (Briggs & Michaud, en Apostel, 1975, p. 306).
Luego del importante papel desempeñado en 1968 por el entonces rector Javier Barros Sierra apoyando y respaldando las demandas estudiantiles por la democratización del país y el respeto a la autonomía de las instituciones de educación superior, la dura represión sufrida por los manifestantes (la masacre del 2 de octubre en la plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco llevada a cabo por el ejército por órdenes del gobierno) y el encarcelamiento de muchos de sus dirigentes; el 6 de mayo de 1970, González Casanova toma protesta como nuevo rector de la UNAM. Ocho meses después ya estaba presentando el plan de instauración de una nueva manera de encarar la educación media superior. En la exposición de motivos para la creación de los Colegios de Ciencias y Humanidades (CCH’s), ante el Consejo Universitario, en su sesión del 26 de enero de 1971 enfatizó:
Uno de los objetivos esenciales de la universidad en el futuro inmediato es el de intensificar la cooperación disciplinaria e interdisciplinaria entre especialistas, escuelas facultades, institutos de investigación. Tal exigencia deriva del actual desarrollo del conocimiento científico y humanista que requiere simultáneamente el dominio de diversos lenguajes y métodos y la combinación de especialidades que dentro de la estructura tradicional de la enseñanza, presentan límites o fronteras artificiales entre los campos del saber moderno. (González, 1983, p. 61)
Esta formulación fue hecha siguiendo dos grandes faros: en lo político la idea de una “nación independiente y soberana” y en lo académico, la perspectiva freireana de aprender a aprender, que a investigar sólo se aprende investigando y que es necesaria la democratización de la enseñanza. La idea central de los CCH’s era articular y coordinar los esfuerzos en todos los niveles de la universidad, conectar y hacer colaborar tanto a las facultades -en principio las cuatro que participaron: Ciencias (Juan Manuel Lozano), Filosofía y Letras (Ricardo Guerra), Química (José F. Herrán) y Ciencias Políticas y Sociales (Víctor Flores Olea)- como a los centros e institutos de investigación, tanto de la Coordinación de la Investigación Científica (encabezada por Guillermo Soberón), como la Coordinación de Humanidades (Rubén Bonifaz Nuño) con estas nuevas unidades académicas correspondientes al nivel del bachillerato. Tres características distinguían a los CCH’s de las escuelas preparatorias de la misma universidad: 1. El plan de estudios “netamente interdisciplinario”, a través de plantear problemas que serían abordados por varias materias, 2. La combinación de trabajo académico en aulas alternando con trabajo práctico en talleres, laboratorios y centros de trabajo, y 3. Buena parte de la planta docente provendría de las facultades involucradas lo que generaría “un verdadero punto de encuentro entre especialistas de diferentes disciplinas, así como un laboratorio de formación de profesores e investigadores de la Universidad” (González Casanova, 1983, p. 66).
Su instauración en las zonas periféricas de la Ciudad de México, colindantes algunas con el Estado de México no fue un gesto aleatorio, por el contrario, se condice con la propuesta de extender los alcances de la universidad, intentar desterrar la idea de que la educación superior es sólo para las élites y democratizar la enseñanza y el conocimiento. En abril de ese mismo año de 1971 se abrieron los tres primeros: Azcapotzalco, Naucalpan y Vallejo, y poco tiempo después los planteles Oriente y Sur. A 50 años de fundados los CCH’s siguen funcionando, algunas personas de quienes estudiaron en sus aulas son ahora reconocidos y destacados profesores y profesoras, e investigadores e investigadoras, y señalan como impronta la idea de la perspectiva interdisciplinaria, de tratar de entender una problemática en su contexto más amplio. Aunque también varios profesores y profesoras señalan que ese espíritu se ha perdido y se ha ido imponiendo la inercia institucional, ese pensamiento heredado del que hablaba Castoriadis que fetichiza y ancla a la institución, ese conjunto de significaciones que una vez cristalizado se presenta como natural y casi inamovible, por lo que cada cierto tiempo se intenta nuevamente conectar la investigación con ese nivel de formación, invitando a impartir charlas y talleres a personas que realizan investigación en diversas áreas del conocimiento. Sería muy interesante hacer un estudio retrospectivo que analice sus condiciones actuales y si son correspondientes con lo planeado en sus orígenes, pero también prospectivo: cómo se visualizan en un futuro.
En ese inicio de los años 70, nuestro autor concibe a la perspectiva interdisciplinaria como fundamental en la Universidad, y una de las características es no perder de vista los nuevos enfoques y avances de las que llamó en ese momento técnicas, que luego las va a denominar tecnociencias. En un discurso pronunciado ante el Consejo Universitario el 19 de noviembre de 1970, el rector aludió a la crisis de los sistemas políticos y sociales, objeto de estudio prioritario para las universidades, que deben de manera paralela estudiarse y transformarse ellas mismas, mediante un proceso de “desclaustración”, en el que “hay que preparar no sólo nuestra imaginación, sino nuestra voluntad” y remarcó:
Sobre la base de una cultura común, actualizada con los grandes descubrimientos de nuevas técnicas y áreas de estudio, se añadirán una serie de combinaciones interdisciplinarias muy insuficientemente exploradas y que requieren aligerar nuestra curricula, fijos, rígidos aún, y permitir al estudiante el que aparte de los planes generales de estudio pueda seguir una infinidad de planes particulares interdisciplinarios, de acuerdo con las necesidades del trabajo científico y técnico”. (González Casanova, 1983 [1970], p. 53.)
Es insistente en el énfasis en la combinación de lenguajes y métodos, derivado de un diagnóstico que coincide con varios de los planteamientos del libro mencionado (Apostel et al., 1975). Uno de ellos es el que formuló el astrofísico, consultor y especialista en educación superior, pionero también en las ideas de complejidad en la evolución, el austro-estadounidense Erich Jantsch:
En lugar de contribuir a realizar investigaciones especializadas y fragmentarias, y desempeñar un papel pasivo de consulta, la universidad deberá actuar activamente en la planeación de la sociedad y, en particular en la planeación de la ciencia y la tecnología al servicio de la sociedad. (…) El nuevo propósito implica que la universidad tiene que transformarse en una institución política en el sentido más amplio. (Jantsch en Apostel et al., 1975, pp. 116-117.)
No obstante, González Casanova es más radical y claro en esa proposición política: “En México, la universidad deberá vivir así, simultáneamente, la construcción de una cultura científica y tecnológica y la crítica de las formas inhumanas parciales y enajenantes de esa cultura que opera en un contexto de violentas e injustas estructuras sociales”. (González Casanova, 1983 [1970], p. 48). Podemos percatarnos del profundo compromiso ético y político que ha mantenido a lo largo del tiempo y su concepción del conocimiento como un bien común, que es imprescindible para la transformación de la sociedad, en un sentido emancipatorio y libertario.
González Casanova siempre alineó sus propuestas al lado de esa amplia y profunda tradición intelectual latinoamericana que se alimentó de autores fundadores como José Carlos Mariátegui o Aníbal Ponce, y sus contemporáneos, tales como Paulo Freire, Clodomiro Almeyda, René Zavaleta, Sergio Bagú, y Orlando Fals Borda, entre otros. Con este último compartió además su noción de la interdisciplina. En el marco del IX Congreso internacional de Sociología en 1969 se encontraron en México y puede notarse el viraje que hizo Fals Borda a partir de intercambiar reflexiones con González Casanova. En el texto que el intelectual colombiano expuso hablaba de multidisciplina (consignado ese mismo año en la Revista Mexicana de Sociología, Vol. 31, No. 4), pero en su libro Ciencia propia y colonialismo intelectual de 1970, lo sustituye por interdisciplina:
en momentos críticos, más que en otros, se acumulan problemas y decisiones en una escala global tal que ninguna ciencia por separado logra articular respuestas satisfactorias. Aparece así una urgencia de sintetizar y combinar ciencias, lo que lleva al trabajo interdisciplinario. La crisis parece exigir una “ciencia integral del hombre”, sin distinguir fronteras artificiales o acomodaticias entre disciplinas afines. (Fals Borda, 2015 [1970], p. 238.)
Y en la nota al pie agrega: “Este punto de vista es ampliamente reconocido, aunque no se haya llevado a la práctica en universidades y centros sino en escala muy limitada”. (Fals Borda, íbid). Y remite a los trabajos de González Casanova principalmente.
3. El hacer pensante, la creación del Centro de investigaciones interdisciplinarias en humanidades
En pleno auge del neoliberalismo en América Latina, puesto en marcha a partir del golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile en 1973, y analizando como investigador en el Instituto de Investigaciones Sociales, sus impactos en la política, la economía y la propia universidad, González Casanova, propone la creación del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Humanidades (CIIH), que se discute en la sesión de Consejo universitario de diciembre de 1985 y se instituye el 26 de enero de 1986. En su creación se fusionaron los recursos del Programa Universitario Justo Sierra -que había sido lanzado 4 años antes, en 1982, dirigido a la investigación interdisciplinaria en ciencias sociales-, el Centro de Estudios sobre los Estados Unidos de América y el proyecto Perspectivas de América Latina, encabezado por él y que contaba con la cooperación de la Universidad de las Naciones Unidas. El objetivo del entonces CIIH era: “realizar investigaciones interdisciplinarias de carácter permanente o temporal en las diferentes áreas de las humanidades, que tengan relevancia para las necesidades nacionales” (Informe 1986-1993, p. 11).
Desde esas primeras formulaciones podemos constatar una investigación interdisciplinaria con un fuerte compromiso y concebida como búsqueda de soluciones o posibles salidas viables a los problemas del país: “en todos los casos el estudio de alternativas merece una atención especial” (Informe 1986-1993, p. 12). Otro de los puntos señalados es “contribuir a la formación de investigadores y técnicos académicos con capacidad para dirigir investigaciones colectivas” (Informe 1986-1993, p. 11) y uno más compete a “contribuir a la formación de grupos de investigación interdisciplinaria en el interior del país” (Informe 1986-1993, p. 12).
En cuanto a la organización, el CIIH estaba dividido por áreas: México, América Latina, el Mundo, y Teoría y método, con 4 líneas de investigación: “1. Los problemas del mundo en desarrollo (África, Asia y América Latina) y la situación global. 2. La República Mexicana y los grandes problemas nacionales. 3. Las entidades federativas: sociedad, economía, política y cultura. 4. Problemas relativos a la crisis y sus alternativas, entre los que destaca un estudio a fondo de la producción, circulación y consumo de artículos de primera necesidad” (Informe 1986-1993, p. 13). Los puntos 3 y 4, eran los proyectos denominados permanentes y en los que colaboraban grupos de trabajo interinstitucionales en cada entidad federativa.
En los primeros 8 años (1986-1993) se llevaron a cabo 169 eventos académicos, de los cuales 75 fueron seminarios, 7 internacionales, es decir casi uno por año, 31 nacionales, 28 estatales, 7 seminarios internos y 2 seminarios permanentes. En 1986, arrancó actividades con 17 académicos, 6 investigadores y 11 técnicos académicos. Y para el cierre de esa primera etapa la planta académica se había casi duplicado, contando 17 investigadores y 14 técnicos académicos, es decir 31 personas en total. En ese informe, se enlista a 442 colaboradores de los proyectos de investigación, entre los cuales ya se contaba a Rolando García, el físico-epistemólogo argentino-mexicano que fue fundamental para el programa de sistemas complejos y cuya propuesta metodológica implementamos en las diversas promociones del Diplomado de Actualización Profesional en Investigación Interdisciplinaria, también del CEIICH.
Por esos años, se produjeron una gran cantidad de libros, pero aquí voy a resaltar uno coordinado por Enrique Leff, Julia Carabias y Ana Irene Batis, Recursos naturales, técnica y cultura. Estudios y experiencias emergentes para un desarrollo alternativo, publicado en 1990. Y el libro pionero Matemáticas y ciencias sociales, coordinado por el propio González Casanova e Ignacio Méndez en 1993. Para el despliegue del trabajo interdisciplinario, se llevaban a cabo seminarios en los que participan casi todo el personal académico, en esos años pasaron por el auditorio: Immanuel Wallerstein, Tian Yu Cao, Samir Amin, Arturo Escobar, Manuel de Landa, Michelle y Armand Mattelard, Richard Lee, Goran Therborn, Gerard Pierre-Charles.
El 29 de mayo de 1995, se da el cambio de nombre, haciendo el añadido altamente significativo de incluir no sólo las Ciencias Sociales y las Humanidades sino también a las Ciencias. Así el CEIICH se convirtió en un espacio muy particular dentro de la Coordinación de Humanidades pues era el único sitio en donde esa convergencia tenía lugar de manera específica y declarada. En dicha reorganización se conformaron 6 seminarios permanentes: 1. El mundo actual: situación y alternativas (coordinado por John Saxe Fernández); 2. México y las entidades federativas (Daniel Cazés); 3. Los productos y servicios básicos en México. Las alternativas de desarrollo (Enrique Contreras); 4. La formación de conceptos en Ciencias y Humanidades en el que los coordinadores eran: Luis de la Peña (Ciencias de la materia), Pablo Rudomín (Ciencias de la vida) Hugo Aréchiga y Marcelino Cereijido (Ciencias de la salud), Felipe Lara Rosano (Ingenierías y Tecnologías), Beatriz Garza Cuarón (Ciencias del lenguaje); Raymundo Bautista (Matemáticas), el propio González Casanova (Ciencias Sociales), con la participación de muchísimos más como Germinal Cocho y Santiago Ramírez; 5. Teoría y metodología de las Ciencias y las Humanidades (Hugo Zemelman, Guadalupe Valencia y Enrique de la Garza) y 6. Sistemas complejos (Rolando García).
En el entendimiento de que la ciencia es tanto un saber producido como una institución con sujetos, que llevan a cabo prácticas específicas, bajo ciertos intereses, la forma en que cristaliza una idea o propuesta institucional depende entonces de una ecología de acción y de una serie de prácticas que se instituyen, esa forma que se le da, tiene una serie de consecuencias sobre las producciones mismas. De esta manera, los seminarios internos, así como los internacionales fueron uno de los ejes cardinales de ese quehacer pues permitieron diálogos intensos no exentos de polémicas y fuertes discusiones pero que también produjeron, por un lado, obras muy relevantes (en forma de libros, folletos y videos con cierto alcance y difusión) y, por otro, una particular dinámica interna poco frecuente en otros espacios de la universidad.
Desde su fundación, el CEIICH ha sido visto en la universidad como un espacio de pensamiento crítico, en donde se experimentan y ensayan formas innovadoras de producción de conocimiento, en relación con múltiples dimensiones de la vida social e interacción con la complejidad ambiental. Desde mi perspectiva, se ha caracterizado por tratar de salvar la disyunción operada desde occidente entre naturaleza y cultura que tuvo como resultado concomitante esa división o escisión entre ciencias naturales y ciencias sociales. Por impulsar vías para la democratización del conocimiento y de la sociedad, de ahí que varios de las y los integrantes de su personal de investigación estudien y acompañen a movimientos sociales, propongan políticas en diversos ámbitos y busquen transformar las estructuras mismas de la universidad.
En el año 2000 con la entrada de las fuerzas policiacas a la universidad para romper la huelga estudiantil, González Casanova renuncia como medida de protesta por ese acto. Su posicionamiento siempre claro y contundente le han hecho perder el doctorado y ganarse el don, tal como se lo manifestaron con agradecimiento estudiantes de medicina en una carta en el correo ilustrado al diario La Jornada: “Gracias don Pablo (permítanos llamarle ‘don’, por aquello de que hay quienes todavía merecen respeto dentro de la Universidad” (Citado en Torres Guillén, 2014, p. 446). Y en 2004 publicó el libro en el que considero, que sistematiza toda la experiencia que obtuvo como director del CEIICH, en diálogo con muchos de los autores que por ahí pasaron: Las nuevas ciencias y las humanidades, en el que apuesta por una ciencia comprometida contra la explotación y la dominación. De ahí la formulación en el subtítulo de su obra De la academia a la política. La categoría de totalidad social atraviesa esas preocupaciones, desde sus primeros trabajos hasta el día de hoy, aludiendo a niveles crecientes de complejidad, apuntando a un horizonte conceptual en donde los procesos de rebelión, insurgencia, subversión y revolución han sido centrales.
Su legado es inmenso y prueba de ello es que logró tal institucionalización de la interdisciplina que el CEIICH, luego de 4 direcciones: Daniel Cazés (2000-2008), Norma Blazquez (2008-2016), Guadalupe Valencia (2016-2020) -actual coordinadora de Humanidades- y Mauricio Sánchez Menchero (2021-), actualmente “está integrado por una plantilla de 141 personas”, 82 son académicos, 50 como personal de investigación (28 mujeres y 22 hombres); 32 personal técnico-académico (22 mujeres y 10 hombres) y 59 personal administrativo y de mantenimiento. (Informe 2021, p. 14). El personal de investigación está organizado en 3 grandes áreas y 11 programas: Área de Teoría y metodología con 5 programas: 1. Historia de la ciencia; 2. Ciencia y tecnología; 3. Ciencias sociales y literatura; 4. Cibercultura y desarrollo de comunidades de conocimiento y 5. Estudios visuales. Área Mundo y globalización con 2 programas: 6. El mundo en el siglo XXI y 7. Ciudades, gestión, territorio y ambiente. Y el área de Desarrollo, derechos humanos y equidad con 4 programas: 8. Producción de bienes y servicios básicos; 9. Poder, subjetividad y cultura, 10. Derecho y sociedad y 11. Investigación feminista.
4. A manera de cierre
Habría mucho que decir sobre lo que ha pasado en los últimos años, pues desde 1996 formo parte de esta historia, comparto ese imaginario radical impulsado por don Pablo, pero no me correspondería a mí únicamente hacer el balance hasta el día de hoy. Sería, como la misma propuesta que se enarbola, un asunto colectivo y colaborativo. González Casanova sigue siendo investigador en el Instituto de Sociales y continúa con sus proyectos, entre ellos el proyecto colectivo en el que están involucrados sus estudiantes y colaboradores de varias épocas: “Conceptos y fenómenos fundamentales de nuestro tiempo”, en el que se recogen, recuperan, sistematizan y presentan constelaciones conceptuales en torno a problemáticas urgentes.
Don Pablo propuso nuevas formas organizativas institucionales del conocimiento en la universidad, pero también retomar y usar en favor de las alternativas el conocimiento generado a partir de ellas, “ahí su indagación exhibe una figura, también dialéctica, en dos líneas transversales, ‘conocimiento transformador de la práctica científica’ y ‘conocimiento científico de la práctica transformadora’”. (Gandarilla, 2021, p. 192). Sigue en la trinchera de generar un “nosotros transcognitivo, que vincula conocimiento, palabras y acción para alcanzar objetivos” (González Casanova, 2004, p. 134), de articular y combinar conocimientos pertinentes para la transformación.
González Casanova ha tenido y mantenido una visión multiniveles y transescalar, ello puede constatarse en las instituciones que se propuso crear y los proyectos al interior: México, sin descuidar el nivel de las entidades federativas ni ámbitos regionales; América Latina y el Caribe, el Sur global y el mundo actual. En ese enfoque no se desvinculan teoría o marcos conceptuales y la práctica, las propuestas de alternativas. Hemos dado un lugar preponderante a González Casanova, porque es innegable su gran capacidad de convocatoria, de la amplia red de intelectuales y grupos de trabajo que atrajo y generó, también en varios niveles, poniendo a conversar a gente de gran reconocimiento con, en su momento, jóvenes investigadores, porque como él mismo señalaba en sus discursos de los 70’s, se enseña a investigar, investigando:
el propósito general de una investigación sobre conceptos puede tener muchos puntos de partida. Uno de ellos es que busque la herencia, formación y reestructuración de los conceptos y categorías que América Latina ha formulado y reformulado y que constituyen su aportación a las ciencias sociales de la región y del mundo. Partir de esa perspectiva regional-mundial es reconocer nuestra “posición” de observación, experimentación, construcción y lucha” (González Casanova, 1998 p. 12-13)
Y a tal punto los zapatistas han reconocido que la sistematización de su praxis ha sido recogida conceptualmente por Pablo González Casanova que lo han nombrado comandante Pablo Contreras. A sus 100 años, don Pablo sigue escribiendo y dando conferencias, por mencionar sólo uno de sus últimos escritos: “epistemología del animal político”, del 5 de agosto de 2021, en el que señala “la nueva investigación de una epistemología de las colectividades o de la acción colectiva no puede alejarse de la praxis transformadora”, así desde ese magma sociohistórico que resurge luego de la pandemia, la imaginación radical de este hombre-institución sigue viva y refulgiendo.
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