La “cuestión agraria” en la actualidad. El caso de Paraguay

Gastón Caligaris

Gastón Caligaris

Profesor e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes / CONICET.

Ana Villar

Profesora e investigadora de la Universidad Nacional de Quilmes / Agencia I+D+i.

2 agosto, 2024

1. Introducción

La producción agraria ha estado históricamente desentonada de las condiciones generales del desarrollo económico. Entre sus características idiosincráticas más sobresalientes ha estado el tipo de sujetos sociales que gestionan y/o llevan a cabo la producción, pues en efecto, en vez de encontrar allí simplemente trabajadores y capitalistas, aparecen figuras variadas que, al no poder encuadrarlas dentro de las tendencias generales del desarrollo capitalista, se las distingue con nombres propios tales como campesinos, productores agrarios, pequeños productores mercantiles, etc. Esta complejidad ha sido abordada extensamente por la literatura especializada desde los inicios mismos de las ciencias sociales.

En este breve trabajo nos proponemos presentar un enfoque alternativo fundado en la crítica marxiana de la economía política, para ello, comenzaremos por identificar, problematizar y criticar las concepciones marxistas actuales sobre la llamada “cuestión agraria”. Luego, contrapondremos a estos enfoques un desarrollo sistemático de las determinaciones de los sujetos sociales presentes en la producción agraria. La conclusión principal de este desarrollo es que es posible explicar la existencia y comportamiento de dichos sujetos sociales por su determinación como personificaciones concretas del proceso de acumulación de capital, donde los clásicamente llamados campesinos quedan definidos como pequeños capitalistas o miembros de la población obrera superflua según cómo se rija su reproducción enajenada en el capital. En la última parte de este trabajo ilustraremos estas determinaciones analizando el caso paraguayo.

2. La cuestión agraria en el marxismo

En las últimas décadas se ha ido gestando, dentro del marxismo agrario, el consenso de que la llamada cuestión agraria clásica finalmente se ha resuelto, dando paso a varias nuevas cuestiones agrarias (Akram-Lodhi & Kay, 2010a, 2010b). Forjada a fines del siglo XIX, se puede decir que la cuestión agraria pasaba por la “existencia en el campo […] de un obstáculo sustantivo para un desencadenamiento de las fuerzas capaces de generar desarrollo económico, tanto dentro como fuera de la agricultura” (Byres, 1991, p. 419). En particular, resultaba entonces políticamente relevante responder el enigma de la persistencia de sujetos sociales distintos a los que generaba el desarrollo del modo de producción capitalista, los llamados ‘campesinos’. En términos generales, se puede decir que las diversas respuestas que se dieron a lo largo del siglo XX a esta cuestión se dividieron entre quienes siguiendo los trabajos pioneros de Kautsky (2002) y Lenin (1974), que vincularon la existencia de los campesinos a límites históricos particulares a la entrada de la empresa capitalista en la producción agraria, y aquellos que, inspirados en el enfoque de Chayanov (1974), los vincularon a la existencia de un modo de producción o conjunto de relaciones sociales específicas de la producción agraria, que, como tales no necesariamente debían tender a desaparecer o entrar en abierta contradicción con el desarrollo del capitalismo.

La concepción actual de que la cuestión agraria clásica se ha superado se basa fundamentalmente en que, sea como sea, la producción agraria ya está subsumida en la dinámica general de la acumulación de capital. Bajo esta perspectiva, las reelaboraciones actuales de la cuestión agraria clásica han buscado dejar atrás en particular la concepción del campesino como un sujeto social esencialmente ajeno al modo de producción capitalista (Bernstein, 1986; Gibbon & Neocosmos, 1985). Según esta literatura, el campesino debe ser explicado como un sujeto social “constituido exclusivamente (así como destruido y recreado) a través de las relaciones sociales básicas y la dinámica del modo de producción capitalista” (Bernstein, 1988, p. 259), debiendo ser tratado bajo la categoría específicamente capitalista de “pequeño productor mercantil”. Más concretamente, bajo esta perspectiva se considera que los “espacios” o “lugares” para la pequeña producción mercantil “son efectos de la ley del valor en la competencia, la acumulación continua y la concentración” (Bernstein, 1986, pp. 18-19).

Sin embargo, en vez de avanzar presentando de manera sistemática las aludidas determinaciones de la competencia, la acumulación y la concentración del capital que engendran la pequeña producción mercantil, esta literatura se limita a señalar la existencia de una serie de condiciones circunstanciales, tales como “condiciones de acceso a recursos clave”, circunstancias del “mercado”, la “naturaleza” y las “políticas públicas”, (Bernstein, 1994, p. 56), que imputa a la “historia particular” del caso analizado, de la “lucha de clases” y la “naturaleza del Estado” (Byres 1986, 58). Esta perspectiva, por consiguiente, acaba conduciendo a investigaciones que, en definitiva, no difieren del empirismo imperante en la ciencia social mainstream. En este punto, se puede decir que, más que haber superado la cuestión agraria clásica, parece haberse renunciado a explicarla desde el punto de vista de la crítica de la economía política.

3. La especificidad de la acumulación de capital en la producción agraria

Consideremos, pues, a la cuestión agraria tal como emerge sistemáticamente de la crítica marxiana de la economía política. Como fue desarrollado en otro lugar, y tal como ha venido reconociéndose cada vez más en las últimas décadas dentro de la literatura marxista, uno de los descubrimientos científicos más potentes de la crítica de Marx es que, en su determinación general como valor que se autovaloriza, el capital es una relación social materializada que se erige como el sujeto enajenado de la unidad del proceso de reproducción social. Así, todos los momentos del proceso de la vida humana se convierten en portadores materiales de su ciclo vital (Postone, 2006; Robles, 1997; Iñigo, 2013; Starosta y Caligaris, 2017). Bajo esta perspectiva, toda unidad productiva recortada por el carácter privado del trabajo se encuentra necesariamente subsumida en el movimiento de la formación de la tasa general de ganancia, por tanto, tenga o no la forma aparencial de un capital individual, toda unidad productiva de este tipo aparece formalmente como si lo fuera. En consecuencia, los individuos involucrados en dicha unidad quedan investidos como personificaciones del capital, de la fuerza de trabajo y, eventualmente, de la propiedad de la tierra. El llamado campesino es, por tanto, un individuo que simplemente se distingue por tener a su cargo la personificación de estos papeles sociales distintos y contrapuestos (Marx, 1987a, pp. 377-379, 1987b, p. 316).

Este punto de vista reconduce la discusión sobre la caracterización y potencialidad histórica del campesino al tipo de capital que personifica y su consecuente vínculo con la propiedad territorial. En la exposición sistemática de su crítica, Marx alcanzó a desarrollar solo la determinación más simple del capital individual como órgano del capital social global, posponiendo la discusión sobre la diferenciación de los capitales, en particular entre el capital normal y el pequeño, a un capítulo sobre las formas concretas de la competencia que nunca llegó a escribir (Marx, 1989, p. 276), sin embargo, fue precisamente en la discusión de la producción gestionada por los llamados campesinos parcelarios donde presentó lo que puede considerarse como la base de una exposición sistemática de esta diferenciación del capital (Marx, 1997b, p. 1023 y ss.), tal como se lo ha procurado exponer en otro lugar (Caligaris, 2019) siguiendo el desarrollo original de Iñigo (2013). En pocas palabras, Marx sostiene que el capital que personifica el campesino puede mantenerse en producción en tanto el mayor precio de costo que implica su pequeña escala se vea compensado por tener por límite a su reproducción no “la ganancia media del capital, en tanto es un pequeño capitalista” sino “el salario que se abona a sí mismo” (Marx, 1997b, pp. 1024-1025). Más aún, esta situación puede implicar que el precio límite para el pequeño capital se sitúe incluso por debajo del precio de producción, de modo que el pequeño capital desplace al capital normal de la rama, y una parte del plusvalor en cuestión “se done gratuitamente a la sociedad” (Marx, 1997b, p. 1025).

Como ha sido ampliamente reconocido y problematizado en la literatura especializada, el capital normal encuentra una serie de obstáculos específicos a su valorización en la producción agraria, entre los cuales se destacan la limitación de la ampliación territorial, las fluctuaciones en la productividad del trabajo dadas por condiciones climáticas variables y la extensión temporal del proceso de producción (Bernstein, 1994, pp. 50-52). Estos obstáculos hacen de la producción agraria una rama particularmente propicia para ser colonizada por el pequeño capital y tal ha sido, en efecto, la historia de esta rama de la producción hasta el presente. No por nada los capitales normales que lindan con esta rama, concretamente los que le proveen sus medios de producción específicos y los que comercializan sus productos, no han avanzado hasta el momento en una integración vertical con los pequeños capitales agrarios (Heffernan, 2000, pp. 68-71), limitándose más bien a ‘atacarlos por ambos lados’, vía sobreprecios en los insumos que les venden y recortes de precios para las mercancías que les compran (Weis, 2007, p. 82). Así considerado, ni el desplazamiento del campesino o el pequeño productor mercantil por la ‘empresa capitalista’ ni, menos aún, el cambio de orientación de su producción hacia el mercado mundial, significan en absoluto la superación de la cuestión agraria clásica.

La colonización de la producción agraria por parte del pequeño capital determina un vínculo particular entre el capital y la propiedad territorial. Tal como se sigue del despliegue de las determinaciones más generales del capital, entre la propiedad de la tierra y el capital existe una tendencia a su separación toda vez que el desembolso de capital dinerario en la compra de tierra rinde la tasa de interés (Marx, 1997b, pp. 801-802), mientras que el desembolsado en la producción rinde la tasa media de ganancia, la cual es mayor por definición (Marx, 1997a, pp. 457-459). En cambio, cuando se trata de un pequeño capital, que es tal precisamente por valorizarse a una tasa de ganancia menor a la media, resulta más bien indiferente volcar el pluscapital en la compra de tierra o en la ampliación del capital productivo. De ahí que, en la producción agraria haya la tendencia manifiesta a un régimen de tenencia de la tierra de las explotaciones agropecuarias dominado por la propiedad (Iñigo, 2007, p. 114).

El “farmer” estadounidense es probablemente la figura clásica que mejor expresa esta personificación “híbrida”. Pero la producción agraria no está simplemente llevada adelante por pequeños capitales. Junto a ellos, en particular en los espacios rurales de países con altas tasas de población superflua para las necesidades inmediatas de la acumulación de capital, existe una masa de población rural crecientemente hundida en el pauperismo, que produce en muy pequeña escala y convive contradictoria y conflictivamente con dichos pequeños capitales agrarios. El marxismo agrario tiende a considerar a esta población también bajo la misma categoría de “productores simples de mercancías” o “campesinos”, acaso agregándoles el adjetivo de “pobres” sin mayor criterio que el utilizado por las ciencias sociales mainstream para definir la pobreza. Pero desde un punto de vista dialéctico sistemático, las diferencias cualitativas entre los diversos sujetos sociales concretos deben ser explicadas como diferenciaciones de la relación social general que los determina. Más concretamente, estos sujetos sociales deben ser explicados por el tipo de personificación de mercancías en los que los sitúa el movimiento de la acumulación de capital.

Al abordar la determinación social de los llamados campesinos hemos visto que estos sujetos sociales eran tales por personificar la valorización de los pequeños capitales, siendo que colonizan la producción agraria en virtud de vender sus mercancías a un precio de mercado que se sitúa por debajo del precio de producción, pero por encima del precio límite a su valorización, dado, según Marx, por la obtención de una ganancia que iguale el salario que el capitalista se paga a sí mismo en tanto trabajador. Bajo esta determinación, un precio de mercado que se sitúe por debajo de este precio límite implicaría que el capitalista sencillamente abandone la producción para vender su fuerza de trabajo a un capital que le pague el valor pleno de su fuerza de trabajo. Pero en un contexto donde la fuerza de trabajo sobra de manera masiva y buena parte de población obrera que logra vender su fuerza de trabajo lo hace por debajo de su valor, esta transformación del capitalista agrario en trabajador no pasa por su empleo bajo el comando de otro capital sino por su permanencia en producción reproduciéndose como un miembro de la población obrera superflua. Como se ha argumentado más a detalle en otro lugar, los llamados productores simples de mercancías o campesinos pobres no son pues sino población obrera superflua, y la permanencia de sus producciones se explica por los movimientos de la población obrera superflua misma, dados por el curso general de la acumulación de capital (Villar, 2022). En este contexto, la propiedad de medios de producción, tierra incluida, no los determina ni como capitalistas ni como terratenientes. Esta propiedad es, simplemente, condición de su reproducción como población obrera superflua (Iñigo y Iñigo, 2017) o, como la consideró Marx: población obrera superflua latente (Marx, 2000, p. 798). Como se desprende inmediatamente de su nombre, esta especificación indica que se trata de población rural a la espera de ser absorbida por la expansión de los capitales industriales situados en el espacio urbano. Pero no en todos los países los capitales industriales se desarrollan como expresiones inmediatas de su determinación más general. El caso típico es, de hecho, precisamente el de los países que participan de la unidad mundial de la acumulación de capital como productores de materias primas y donde, por consiguiente, la producción de origen agrario ocupa un papel preponderante.

Como se ha desarrollado en otro lugar (Caligaris, 2017) con base en la investigación pionera de Iñigo (2007, 2017), estos países tienen su especificidad dada por la estructuración de sus economías en torno a la apropiación de la renta de la tierra a manos de capitales de origen extranjero, donde las condiciones de esta apropiación involucran fuertes limitaciones al desarrollo industrial. En este contexto, la población obrera superflua en el espacio rural deja de estar en estado latente, como lo había desarrollado Marx para su determinación más general, para pasar a un estado de estancamiento y consolidación en el pauperismo rural. En la sección siguiente ilustraremos estas determinaciones de la especificidad de la producción agraria capitalista tomando el caso del desarrollo del espacio rural de Paraguay en las últimas décadas.

4. El caso paraguayo

Con una estructura económica históricamente caracterizada por el importante peso de la producción agraria para la exportación y una de las áreas rurales más pobladas de América del Sur, Paraguay se convierte en un caso emblemático de la coexistencia conflictiva entre pequeños capitales agrarios y contingentes masivos de población obrera superflua para las necesidades de la acumulación del capital.

Como vimos, para el capital normal, que es tal por obtener con su inversión productiva la tasa general de ganancia, carece de sentido invertir en la compra de tierra, que solo reditúa la tasa de interés, menor, por definición, a la tasa de ganancia. En cambio, para el pequeño capital, que se define por obtener una tasa de ganancia menor a la general, la inversión en tierra le resulta tan redituable como la inversión productiva. La existencia del pequeño capital, por consiguiente, va acompañada de la tendencia a la unidad entre el capital y la propiedad de la tierra. Este vínculo particular entre pequeño capital y propiedad de la tierra se ve claramente reflejado en la esfera agraria paraguaya. Allí, según el último Censo Agropecuario Nacional (CAN) realizado en 2008, en el 82% de la superficie los llamados productores poseen el título definitivo o provisorio de las tierras en las que se hallan radicadas sus explotaciones. Si a esto agregamos a los denominados “ocupantes”, que son terratenientes de hecho, tenemos que en un 87% de la superficie productiva paraguaya los llamados productores encarnan la unidad entre la personificación del capital y la propiedad de la tierra, lo que en términos de cantidad de fincas equivale a 277.409 sobre un total de 288.875 (CAN, 2008).

Hemos visto, asimismo, que el pequeño capital tiene la posibilidad de mantenerse en producción operando a un precio límite donde la ganancia obtenida alcanza solo para cubrir el salario que se paga el propio capitalista como trabajador, lo cual determina la personificación simultánea de ambos papeles sociales por un mismo individuo. Esta unidad entre la personificación del capital y la fuerza de trabajo también se encuentra plenamente difundida en el caso paraguayo, donde un 94% de los llamados productores declara haberse desempeñado como mano de obra, un 54% al interior de su unidad productiva exclusivamente y un 40% alternando el trabajo en su propia finca con trabajos extraprediales (CAN, 2008).

Ahora bien, aunque la corroboración estadística de la unidad entre la personificación del capital, la propiedad de la tierra y la fuerza de trabajo confirma la ausencia del capital normal en casi toda la extensión de la superficie productiva agraria paraguaya, no resulta suficiente para afirmar la preeminencia del pequeño capital. Como indicamos más arriba, en espacios nacionales que albergan importantes cantidades de población obrera superflua en el ámbito rural es común encontrar la existencia masiva de sujetos que presentan la posesión de medios de producción e incluso de una pequeña parcela de tierra sin ser capitalistas o terratenientes. Esto nos enfrenta en este caso en concreto a la pregunta por la diferencia cualitativa entre los individuos que personifican simultáneamente la propiedad del capital, la propiedad de la tierra y/o la fuerza de trabajo por ser pequeños capitales y aquellos sujetos en que la posesión de dichos medios de producción se halla subsumida su subsistencia como población obrera superflua. Como hemos visto, el criterio para emprender esta distinción esencial pasa por la posibilidad de los individuos en cuestión de obtener un ingreso que alcance al del salario que se pagaría a sí mismo como capitalista al utilizar su propia fuerza de trabajo, sea a partir del trabajo intra o extrapredial, o sea por medio de otras vías (remesas, planes sociales, arrendamiento de una porción de su parcela, etc.).

Así considerado, aunque en una aproximación gruesa a la realidad paraguaya, la diferencia entre pequeños capitales y población obrera superflua, parece expresarse de manera evidente en la polarización existente en la esfera agraria entre explotaciones consideradas altamente tecnificadas, orientadas a la producción a gran escala de mercancías para la exportación ―principalmente cultivos del  complejo sojero y carne― y las pequeñas unidades productivas, intensivas en mano de obra, dedicadas, mayormente, al mercado interno y al autoconsumo; entre un extremo y otro, encontramos una gran variedad de realidades intermedias que complejizan la posibilidad de establecer límites tajantes. Es aquí que un examen más detallado de factores relacionados a la producción y a las condiciones de vida de las unidades productivas puede aproximarnos a la identificación de algunas tendencias que nos permitan distinguir cualitativamente, aunque sea a grandes rasgos, una realidad de otra.

Un primer factor a considerar en este camino es que, como han señalado distintos estudios, el polo de la producción de mercancías para la exportación predominante en la estructura productiva, tiene un requerimiento técnico incosteable para las explotaciones que no alcanzan ciertas dimensiones (Fogel, 2019; Galeano, 2016; Palau et al., 2009) ―según algunos analistas, la superficie mínima requerida para ser competitivo en el rubro de la soja, por ejemplo, es de 100 hectáreas (Palau et al., 2009)―. Ahora bien, aunque tanto la producción de carne como la de soja se lleva a cabo mayoritariamente en fincas que superan las 100 hectáreas, hay una franja de explotaciones que sin alcanzar estas dimensiones se dedican a producir estos rubros compensando su menor escala a partir de la explotación del trabajo familiar. En este sentido, en términos del proceso de trabajo, encontramos que, en las unidades que se ubican entre las 20 y las 100 hectáreas la utilización de la propia fuerza de trabajo desempeña un rol clave en la posibilidad de mantenerse en la producción de estos rubros.

Como decíamos antes, si el límite último que marca la existencia de un pequeño capital como tal es la obtención de una ganancia de monto equivalente a un salario, estas explotaciones intermedias parecen encuadrarse en lo que serían los estratos más bajos del pequeño capital en la producción agraria paraguaya. En estos casos, pese a la importancia que tiene la fuerza de trabajo encarnada en el trabajo familiar, tanto la personificación de la propiedad de la tierra como de la fuerza de trabajo aparecen subsumidas a su permanencia en la producción como pequeños capitales, con lo cual, sumando las explotaciones que superan las 100 hectáreas y éstas, tenemos que en el 95,69% de la superficie productiva agraria se halla comandada por el pequeño capital.

Sin embargo, en relación al total de fincas, estas unidades productivas representan apenas el 16,51% de las fincas existentes, mientras que el 83,49% de las unidades productivas restantes, aunque ocupan solamente el 4,31% de la superficie rural, alberga el 89,1% de la población relevada por el censo. La producción en dichas explotaciones, abocada mayormente a rubros aptos tanto para la venta en el mercado interno como para el autoconsumo de las familias productoras, se caracteriza por la baja productividad del trabajo y la alta demanda de mano de obra.

Como han puesto de manifiesto distintos autores (Fogel, 2019; Galeano, 2016; Riquelme y Vera, 2015; Rojas, 2015), este sector fue el más afectado por el proceso de concentración y centralización del capital potenciado por el auge de los precios de la soja y la carne de las últimas décadas (Mussi y Villar, 2021).  En este marco, las unidades productivas de entre 10 y 20 hectáreas que, en su mayoría, poseen título de propiedad y en las que todavía persiste una producción “autosuficiente” (Galeano, 2016), presentan cada vez mayores dificultades para cubrir sus necesidades básicas a partir de los ingresos generados en sus predios. Esto se vio reflejado, por un lado, en la importante reducción que sufrieron tanto en superficie como en cantidad este tipo de fincas (CAN, 2008). Y, por el otro, en el crecimiento del estrato de fincas cuyos miembros, debido al tamaño y rendimiento de sus explotaciones, se han tornado cada vez más dependientes de la venta extrapredial de su fuerza de trabajo para sobrevivir, sea en contextos rurales o en los mercados de trabajo urbanos (Fogel, 2019; Galeano, 2016).

Teniendo en cuenta esta expansión de las unidades productivas altamente dependientes de la venta extrapredial de la fuerza de trabajo y los altos niveles de precarización que caracterizan al mercado laboral paraguayo (OIT-PNUD, 2013), resulta evidente que para esta población trabajadora rural es prácticamente imposible emplearse y/o vender su fuerza de trabajo en condiciones normales. Esto se refleja, no solo en el fuerte descenso de los asalariados temporales agrarios (CAN, 2008) sino también en el fuerte incremento de los empleos informales tanto urbanos como rurales y los preocupantes índices de trabajo forzado e infantil, sobre todo en el espacio rural (OIT-DGEEC, 2011; OIT-PNUD, 2013). Esto evidencia que, aunque el pequeño capital predomine en términos productivos en casi la totalidad de la superficie productiva paraguaya, convive con un masivo sector de sujetos sociales que se reproducen como fuerza de trabajo superflua a condición de poseer los medios básicos para su subsistencia.

Para terminar, si analizamos las modalidades asumidas por esta sobrepoblación, tomando en cuenta las trabas específicas para el desarrollo industrial presentadas por este espacio nacional, no existen perspectivas de que en el corto o mediano plazo se produzca una transformación tal en la producción que absorba a estas masas de población en ramas ajenas al ámbito rural. En este sentido, estos sectores de sobrepoblación dejan de constituir para dicho capital una fuente latente de fuerza de trabajo y “pasan a consolidarse abiertamente en condiciones de pauperismo agudo en el mismo medio rural de origen” (Iñigo y Iñigo, 2017, p. 128)

5. Consideraciones finales

En este trabajo nos hemos propuesto presentar las características específicas con las que el proceso de acumulación de capital inviste a los sujetos sociales presentes en la producción agraria. A las variadas caracterizaciones con que los análisis críticos intentan captar la peculiaridad de estos sujetos, en particular el marxismo agrario contemporáneo con su figura de pequeños productores mercantiles, hemos contrapuesto un enfoque donde los sujetos sociales de la producción agraria se explican bajo las figuras del pequeño capital y de la población obrera superflua que emergen del desarrollo de la acumulación de capital.

Pensamos que este enfoque aporta no solo a la comprensión de la llamada estructura social de la producción agraria en general, sino particularmente al análisis de los países productores de materias primas, del sur global, y en particular de América Latina. Por ello, hemos ilustrado las determinaciones presentadas en el caso de Paraguay. El espacio rural de este país es bien característico de la existencia contradictoria de las dos principales personificaciones que genera la acumulación de capital en la producción agraria: los pequeños capitalistas y la población obrera superflua. A su vez, es expresión palmaria de la tendencia a la pauperización en la que cae esta población obrera cuando el ámbito nacional de acumulación de capital en el que se sitúa conlleva trabas específicas al desarrollo del capital industrial. La superación de esta realidad de la población rural en estos países puede depender del desenvolvimiento de muchas determinaciones, generales y específicas, pero lo que es seguro es que una acción política que apunte a esta superación debe partir de reconocer el tipo de sujeto social de que se trata más allá de toda apariencia.

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