La Barbarie en Gaza y el Deterioro del Orden Internacional

Erick Bernardo Quezada Godínez

Erick Bernardo Quezada Godínez

Egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Colaborador en el PUEDJS. Percusionista, activista e idealista.

21 enero, 2025

A veces, mirar lo internacional nos puede resultar distante y un poco indiferente, porque la región que habitamos está “encapsulada” geográficamente, y en consecuencia, geopolíticamente. Además, la cantidad de conflictos y luchas políticas dentro de nuestro propio país son más que suficientes para mantener ocupada nuestra preocupación. 

Pero hay que entender que las injusticias y los conflictos de “zonas lejanas”, en cualquier momento pueden afectarnos de forma imprevista. Lo que está ocurriendo en Gaza, Cisjordania, Líbano y Siria, resulta perturbador por el horror que reflejan y que es captado en cámara por víctimas y perpetradores, quedando como un registro de que continúan aquellas cosas que la soberbia del siglo XXI proclamaba haber superado: excepcionalismo, colonialismo, limpieza étnica, etc. Resulta que las naciones en donde se proclamaba el fin de esos males ahora son quienes apoyan los actos de Israel sobre los territorios mencionados, erosionando así de forma irreparable el orden internacional vigente, lo que genera una serie de inquietudes sobre su vigencia y destino. 

Por ello, en este texto se busca reflexionar de forma breve ¿Qué se encuentra detrás de dicha erosión? partiendo desde los acontecimientos de Oriente Medio. Ello se hará describiendo el comportamiento israelí y su relación con EE.UU., lo cual permite a Israel operar con impunidad y el consentimiento, protección y suministro que le dota la nación norteamericana. Sumado a ello, las élites estadounidenses e israelíes han generado cierta simbiosis, de modo que Israel busca hacer de sus problemas y enemigos, también los de EE.UU., lo que tiene una raíz geopolítica. 

La barbarie normalizada: los crímenes de Israel

El tamaño de la tragedia humana es angustiante, como lo es el apoyo irrestricto de EE.UU. a Israel, en lo que mucho tiene que ver la política y el cambio en los intereses de las élites estadounidenses en torno al “orden internacional”.  Parafraseando a Goldstein (1996 en Sarquís, 1999), un orden internacional es un arreglo entre naciones siguiendo ciertas reglas que ellas mismas han creado. Los Estados así obedecen dichas reglas, a través de ciertas instituciones creadas para asentarlas y sostenerlas. Ello regula su cooperación, aunque se haga de forma asimétrica. La idea es promover el propio interés generando ventajas al cooperar bajo esas reglas e instituciones, a modo que una ruptura implique un alto costo por la ausencia de cualquier posibilidad de intercambio. 

En ese sentido, el orden internacional al que se hace referencia es el emanado tras la 2da Guerra Mundial y Bretton Woods. Aquel se manifestó con la creación de la Carta de las Naciones Unidas y toda la arquitectura institucional a su alrededor. Expresaron una serie de valores manifestados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos con el que ciertos principios se establecieron como universales: la dignidad humana, la libertad, y la seguridad, etc. El fundamento de este orden, aunque se quedara solo en el discurso, era superar el principio de que en la arena internacional opera un hobbesiano estado de naturaleza, en el cual cada país está a merced del más fuerte. Ese orden, pues, ya no está cumpliendo su misión. 

La larga y profunda historia de violencia que gira alrededor de Israel desde su concepción es un tema imposible de cubrir. Lo mismo ocurre con los eventos desde el inicio de las hostilidades en Gaza. Por ello, será necesario describir sólo algunos hechos con la intención de mostrar la manera en que el gobierno de Netanyahu ha sobrepasado los límites del derecho internacional. 

La agresión cometida por Hamás el 7 de octubre de 2023, en la que secuestró a 251 israelíes y llevó a la muerte de 1,200 es injustificable (Deutsche Welle, 2024). Es importante considerar el contexto y trasfondo que consiste en la miseria cotidiana que enfrentan los palestinos, tanto en Gaza como en Cisjordania. Aquellos carecen de derechos y libertades básicas. Las protestas pacíficas, como la de 2018, habían sido reprimidas de manera letal. Ahora parece que no tienen derecho ni siquiera a la vida. Desde aquel 7 de octubre, Israel ha cometido crímenes de guerra que rebasan la legítima defensa y son sancionados por el derecho internacional. Estos delitos pasan del castigo colectivo hasta acusaciones de limpieza étnica y genocidio. 

El bombardeo deliberado de barrios enteros, mezquitas, escuelas y hospitales, lleva consigo numerosas víctimas, incluso cuando son consideradas “zonas seguras” (Abuaisha, 2024). Además, está la infame retórica del partido israelí Likud, propia del gobierno de Netanyahu: por ejemplo, los ministros Itamar Ben Gvir y Bezalel Smotrich, para quienes cualquier palestino es un terrorista (incluso los niños). Bajo los mismos ideales, el exministro de defensa de Israel, Yoav Gallant, se refirió a los palestinos como “animales humanos”, mientras ordenaba un bloqueo total a la franja, incluida electricidad, agua y comida (Al Jazeera, 2023). 

Según las cifras oficiales, van más de 44,235 palestinos asesinados en Gaza (La Jornada, 2024). De los cuales, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH, 2024) indicó que el 44% han sido niños y 26% mujeres. En suma, representan un total del 70% de los aniquilados. Podemos considerar que en realidad, la cifra está rebajada y la cantidad es mucho mayor. La revista médica The Lancet, declaró en julio que los fallecidos son alrededor de 186,000 (Khatib et al., 2024). Nadie sabe la cantidad real de víctimas ante el tamaño del genocidio. 

No es justo hablar de cifras abstractas, cuando basta con mirar los videos que demuestran a carne viva las atrocidades. Registros que pueden romper la paz de cualquiera que tenga la desgracia de verlos, y que para los palestinos son el día a día. Al parecer, se ha perdido cualquier sentido de humanidad y el blanco idóneo son los civiles: asesinados en bombardeos o mediante francotiradores (Inlakesh, 2024), además del ataque deliberado a periodistas (CPJ, 2024) y médicos (Majed, 2024). 

El retrato de Gaza hoy es de ruina total. No quedan casi edificios e infraestructura intacta, lo que desarraiga a la población de su hogar, rompiendo la comunidad y los lazos forjados. La franja no recibe alimentos, sólo consiguen entrar 30 camiones de alimentos al día para una población refugiada de 1.9 millones de personas (Lazzarini, 2024). Además, es reportado que grupos extremistas israelíes impiden deliberadamente el acceso de alimentos a la franja (The Cradle, 2024c).

A pesar de esto, Hamás no ha sido derrotada. El grupo resurge en zonas antes “aseguradas”. El plan “Eiland” es la estrategia de la eliminación de cualquier palestino al norte de la franja de Gaza. Dondequiera que quede uno, será considerado un objetivo; y ahora, en la ciudad de Jabaila y su campamento de refugiados, la cual ha sido el reciente foco de exterminio (The Cradle, 2024a). Esto nos da elementos para considerar que la meta ulterior es la limpieza étnica, empleada para allanar el camino a la colonización: “Nadie regresará a la zona del norte. No hay regreso al norte y no habrá” dijo el General Itzik Cohen (The Cradle, 2024b). 

La incapacidad de la comunidad internacional y el maximalismo israelí llevaron a la extensión de la guerra al Líbano y Siria. Aquí vuelve la estrategia Dahiye: la destrucción deliberada y sistemática de viviendas y civiles como estrategia de presión contra el grupo chiíta Hezbollah (IMEU, 2024). Incluso emplearon localizadores (bípers) de uso civil con explosivos. Actualmente se reportan 3,768 muertos en el Líbano, antes del cese al fuego logrado el 26 de noviembre (La Jornada, 2024). A esto se suma la expansión del conflicto hacia Irán, el enemigo existencial de Israel. 

Por otra parte, el más reciente enemigo de Netanyahu ha sido la ONU y sus instituciones. No sólo han nombrado al secretario general de la ONU, Antonio Guterres, como persona non grata y le prohibieron la entrada al enclave (BBC News Mundo, 2024), sino también agredieron a las tropas de la FPNUL, la Fuerza Provisional de las Naciones Unidas en el Líbano, localizadas al sur de dicha nación y compuesta por efectivos de 50 países (ONU España, 2024; Rabia, 2024). Todavía más: la Knesset, el parlamento israelí, declaró entidad terrorista a la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Medio (UNRWA), y le prohibió la actividad en el territorio. Aquella es la única organización que todavía realiza apoyo humanitario a los palestinos. Todo ello ha provocado ciertos llamamientos para expulsar o suspender a Israel de la ONU, pero ello es poco probable por la influencia de EE.UU.

Frente a todo esto, la lucha de la élite israelí contra la comunidad internacional adquirió un nuevo tinte el 20 de mayo, cuando la oficina de la Corte Penal Internacional (CPI) recibió de su procurador, Karim Khan, una petición de arresto a Benjamín Netanyahu y al exministro de defensa, Yoav Gallant. La acusación fue por la realización de crímenes de guerra y el empleo de la hambruna sistemática como estrategia de represión. También es conocido el acoso y presión que ejercen las agencias de inteligencia de Israel y EE.UU. sobre la CPI y sus jueces, que involucran la publicación de amenazas, recriminaciones, interferencias, injurias y retrasos (Mokhiber, 2024; Al Jazeera, 2024). Finalmente, el 20 de noviembre la CPI determinó que había las suficientes bases para creer en la culpabilidad de ambos y emitió una orden de arresto (CPI, 2024). Las reacciones tanto de Israel como de EE.UU. fueron desde histéricas hasta desconcertantes. Queda claro que la impunidad de Israel es un manifiesto de su excepcionalidad, y que está garantizada, ante todo, por los EE.UU. 

La complicidad de los Estados Unidos 

En este punto, Israel debería estar aislada en la arena diplomática, pero no es así. Es a través de occidente donde adquiere su estatus especial. Sin omitir naciones como Alemania, Reino Unido o Francia, las miradas deben de caer en especial sobre el hegemón. Gracias a su respaldo, Israel goza de inmunidad diplomática, respaldo militar, financiero y político.

Gracias en parte a esto, las constantes masacres de Israel son realizadas con el armamento estadounidense. Si tomamos la palabra del Instituto Watson de Asuntos Públicos e Internacionales de la Universidad Brown, hasta septiembre de 2024 EE.UU. ha dotado de 22.76 billones de dólares en apoyo militar y financiando alrededor del 70% de la capacidad militar israelí (Bilmes et al., 2024). Aunado a ello, el pasado agosto, la administración Biden aprobó un paquete de armas de 20 billones, incluyendo 50 dotaciones de aviones caza F-15, misiles avanzados, municiones de tanque 120 mm y mucho más armamento (Al Jazeera, 2024b). 

Ante este suceso, el secretario de Estado, Anthony Blinken y el secretario de Defensa, Lloyd Austin, demandaron a Israel 30 días para corregir la situación humanitaria en Jabaila, si no, tomarían medidas de acuerdo con la ley estadounidense respecto al reparto de armas. Hasta aquí hay que destacar que La Foreign Act, la Arms Export Control Act y el Foreign Assistance Act bajo la sección 6201, indicaría que Israel no es elegible para recibir armamento estadounidense, porque bloquea el apoyo humanitario y ataca a poblaciones civiles con ese armamento; sin embargo, el 12 de noviembre pasado, el portavoz del departamento de Estado, Vedant Patel, dijo: “nosotros, en este momento, no hemos hecho la evaluación de que los israelíes están en violación de la ley estadounidense” (Harb, 2024). ¿Por qué sabotear su propia ley? 

Por otra parte, existe censura por cualquier crítica a Israel dentro de Estados Unidos. A partir de las protestas universitarias en aquella nación, en especial en la Universidad de Columbia, se llegó a una fuerte presión de la clase política y los medios contra las autoridades universitarias para pararlas y romperlas. Lo más actual del momento es la propuesta de la Antisemitism Awarness Act, que supone la prohibición de la crítica a Israel y la extensión legal y acrítica del término “antisemitismo”. Se espera esté por aprobarse en los primeros meses del 2025. Frente a ello conviene preguntarse: ¿y la primera enmienda?

Respecto a la reacción estadounidense ante las órdenes de captura de la CPI a Netanyahu y Gallant, resulta asombroso ver a 12 congresistas republicanos amenazar a la Corte con sanciones, esto, mientras el senador Lindsey Graham decía que si aquella avanzaba con su orden de captura: “nosotros seríamos los siguientes” (Benjamin, 2024). El miedo debe despertar en los senadores estadounidenses la CPI, cuando incluso al procurador Khan lo amenazó una figura relevante, cuyo nombre no reveló fuentes: “la Corte fue hecha [sólo] para África y rufianes como Putin” (Tastan, 2024). Y las amenazas volvieron cuando la orden fue aprobada el 21 de noviembre. Senadores como Tom Cotton (2024) incluso amenazaron a La Haya de acción militar en un post de la red social X: “¡Ay de él y de cualquiera que intente hacer cumplir estas órdenes ilegales! Permítanme hacerles a todos un recordatorio amistoso: la ley estadounidense sobre la CPI se conoce como “Ley de Invasión de La Haya” por una razón. Piénselo”. Lo anterior hace referencia a una ley de la era Bush que admite la acción militar contra La Haya si algún personal estadounidense es enjuiciado. 

Todo lo anterior es un ejemplo de lo que hay dentro de la élite política estadounidense. No importa si son republicanos o demócratas, salvo muy contadas excepciones. Podría verse como una pirámide que parte desde la postura oficial de la administración Biden, y que negó el reporte especial del ACNUR sobre consistencia de los actos de Israel como un genocidio (OACDH, 2024), bajando hasta afirmaciones como las del exalcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, cuando en un mitin electoral trumpista a finales de octubre de 2024, dijo que “los palestinos son enseñados para matarnos a los 2 años” (DawnNews English, 2024). Por su parte, Yared Kushner, yerno de Donald Trump, afirmó que Gaza tiene un gran potencial lucrativo y que se debería mover a la gente de ahí y limpiarlo. Total, el genocidio está justificado en la mente de estos sagaces individuos, porque los palestinos son los villanos y todo el dinero lo pusieron en túneles y municiones (Le Monde, 2024).

La impunidad de Israel gracias a sus garantes no es ninguna novedad, pero sí el descaro que ha adquirido. Las élites estadounidenses no ven, no oyen y no reconocen la gravedad de los hechos. Al contrario, existe una competencia alrededor de casi toda la clase política norteamericana por demostrar la mayor lealtad a Netanyahu (con sus excepciones, aunque ellas confirman la tendencia). Por ejemplo, el pasado julio, el primer ministro israelí dio un discurso en el Congreso estadounidense. Aquel fue aplaudido alrededor de una vez cada minuto (Al Mayadeen, 2024); un total de 79 veces, de las cuales 58 fueron ovaciones de pie (Miş, 2024). Mientras tanto, EE.UU. incumple con sus propias normas, su ostentada moral y sus responsabilidades internacionales. ¿Por qué lo hace a pesar del daño que significa? 

“No oigo, no veo, no quiero entender”: la lógica del apoyo estadounidense a Israel. 

Estos acontecimientos toman forma en el marco del declive de la hegemonía estadounidense y por extensión, de occidente en general. Declive que también se expresa en el debilitamiento de las instituciones, normas y principios que dieron garantía a las instituciones que regularon las relaciones entre las naciones por décadas. Aquello podría ser interpretado como consecuencia de un cambio en las actitudes en las élites. 

Esto muestra desinterés en conservar el tradicionalismo del Estado-nación a cambio de defender principios globalizantes, en especial, las económico-político-militares. El interés nacional es entonces irrelevante en comparación del de una minoría internacional pertrechada dentro de las estructuras corporativo-trasnacionales que han cooptado el poder del Estado. Paradójicamente, no han abandonado por completo las ideologías de excepcionalismo y hegemonía en un mundo que ha cambiado y ya no es unipolar. Ante elklo, podemos considerar que esto lleva a una auténtica pérdida de dirección y de rumbo en EE.UU., al perder la capacidad de conciliar el bienestar de su ciudadanía con su hegemonía imperial. 

La fortaleza de dichos intereses trasnacionales alienados al resto de su población, se manifiestan a través de la relación entre Israel y Estados Unidos. La naturaleza de la alianza y simbiosis entre los dos países parte desde la pura geopolítica: Israel es una base permanente de control e injerencia en Oriente Próximo que permite a la nación norteamericana intervenir en una región cuyo petróleo es esencial para mantener la hegemonía y el flujo de capital financiero, e impedir que los rivales se apropien de ellos. Lo han dicho personajes como Robert Kennedy Jr.: “Si Israel desapareciera, Rusia y China estarían controlando el Medio Oriente y ellos controlarían el 90% del suministro de petróleo mundial, y eso sería un cataclismo para la seguridad nacional de Estados Unidos” (Roth-Lindberg, 2024). 

Sin embargo, esta alianza no significa que los intereses de Israel siempre tengan que ser los mismos que los de EE.UU., como lo han demostrado numerosas ocasiones en el pasado. Al contrario, la intervención prístina y decidida del segundo ha permitido poner freno a la virulencia del enclave medio oriental, al menos para guardar apariencias. Pero en esta ocasión, la sumisión al interés israelí— expresado ahora en el extremismo del partido Likud— ha sido absoluta y acrítica. Algo ha cambiado. 

El hecho es que las decisiones obedecen a intereses minoritarios y trasnacionales y que la administración Biden no ha podido o no ha querido oponerse. Dichos intereses se expresan en tres fenómenos: el lobby (grupo de presión) israelí; los donativos electorales privados a través de los Comités de Acción Política (PAC por sus siglas en inglés), y la conexión de esas dos con el poderoso grupo de los neoconservadores (neocons), un ala del famoso Deep State: el “Estado Profundo”. Por motivos de simpleza se limitarán en estos tres campos, pero la influencia de sectores multimillonarios procedentes de distintas industrias y áreas para influenciar la política interna estadounidense en favor de Israel, es más profunda.

No es ningún secreto que el régimen de Netanyahu juega mucho mejor a la política estadounidense que los propios congresistas, porque le importa más mantener el apoyo norteamericano que cualquier decisión de la Corte Penal Internacional. Una herramienta efectiva para ello es la presión en la clase política. El lobby israelí opera junto a la derecha evangélica como uno de los principales grupos que influye en políticos en favor de Israel (García-Valdecasas,2007; Mendiara, 2023). Ahora, en el caso de los PACs, la agrupación que destaca aquí es el American-israelí Public Action Committee (AIPAC), un poderoso grupo donador, el cual genera gran influencia en el Congreso en EE.UU. El AIPAC, durante las elecciones de 2024, invirtió más de 100 millones de dólares como donativos para las campañas de congresistas durante las elecciones pasadas (Shaw, 2024). Lo curioso es que esta organización no opera bajo las reglas de la FARA (Foreign Agents Registration Act o “Acta de Registro de Agentes Extranjeros”), que es el marco regulatorio de la acción de cabildeo a favor de países extranjeros. La influencia de los lobbies y poderes extrademocráticos es un efecto más de la política de liberalización económica que implicó la cooptación del Estado a manos de grupos muy poderosos (Hathaway, 2020). 

Por último, conviene tratar el tema de los neoconservadores, quienes son esenciales para entender la erosión del orden internacional. Los neocons son un sector que, a palabras de Emmanuel Todd (2024), consiste en un grupo pequeño, pero muy poderoso que tiene gran influencia en la elaboración de la política exterior norteamericana, y parten de la idea que los intereses estadounidenses deben ser promovidos por todo el mundo utilizando todo su poder, incluido el militar, para promover y extender la democracia y el libre mercado por todo el orbe (Dagger, 2019). Aunque su origen se remonta a los años 60, alcanzaron notoria influencia en el periodo de George W. Bush. Representan, por ende, el ala más belicista del neoliberalismo. 

Este grupo es a su vez un componente del llamado Deep State, o estado profundo, término con el que se designa un cúmulo de poderosos y multimillonarios intereses público-privados de diversa naturaleza y procedencia, caracterizados todos por operar debajo de las estructuras políticas formales para ganar influencia y promover sus intereses. Entre estos grupos se encuentra el complejo industrial-militar, los lobbies petroleros, los farmacéuticos y los grupos financieros, por citar algunos ejemplos. Y entre ellos opera el grupo de presión israelí, el cual destaca por su influencia y efectividad (García-Valdecasas,2007). 

Esos tres se imbrican con la alta burocracia de la política exterior estadounidense, el famoso Blob, como lo nombró Ben Rhodes, ex-asesor de Obama. Blob es una criatura microscópica unicelular, agresiva y sin cerebro. Este término describe el grupo de poder de la política internacional estadounidense a modo de ser un cúmulo de burócratas, pensadores de élite, abogados, periodistas: “quienes se juntan alrededor de una política exterior agresiva (hawkish), campeonando la añeja idea del góspel de un liderazgo americano en la escena mundial” (Lo, 2024). Forman un grupo que vive encerrado en sí mismo, que ha perdido el toque con la realidad y niega los cambios acelerados que están aconteciendo. Eso les vuelve peligrosos a sí mismos y al mundo. Por ello, ante el salvajismo que acontece en Gaza, independientemente de si son demócratas o republicanos, se reduce a una sola palabra: “No oigo, no veo, no quiero entender”.

La decadencia intencional del orden global

Bajo su perspectiva, estos grupos enarbolan la luz de la civilización y la superioridad liberal de occidente. Van contra las dictaduras, los terroristas y los radicalismos. Se escudan designando su lucha como una de la civilización contra la barbarie. Los palestinos así acaban siendo todos terroristas y por ello, considerados merecedores de ser liquidados. La realidad es que con estos actos Israel, Estados Unidos y por extensión, Occidente, están destruyendo el orden internacional. Último reducto de aquel mundo del Breton Woods que todavía le faltaba al neoconservadurismo desechar. 

El demógrafo y sociólogo francés Emmanuel Todd, a través de su obra titulada: “La derrota de Occidente” (2024), califica la ideología de las élites occidentales, en especial la estadounidense, bajo un término: el nihilismo. Sus dimensiones son la tendencia compulsiva a la destrucción, la negación de la verdad y rechazar una descripción razonable del mundo. Esta tendencia parte de toda una serie de causas culturales y sociales profundas, entre las cuales hace mención del neoliberalismo (al analizar el caso de Gran Bretaña, pero que se puede extender a los Estados Unidos) que vale la pena mencionar de forma breve.

Para Todd, el neoliberalismo significó una tendencia ideológica por la adquisición de riqueza lejos de cualquier moral e implicó la persecución del bien material por lo que denomina: simple codicia (Todd, 2024). De modo que en la destrucción de fábricas, sindicatos, puestos de trabajo, la sociedad y sus estilos de vida, viene también el instinto de destrucción y la negación de cualquier sentido de moral (Todd, 2024). Una ausencia de moral, en contraposición del lucro, significa que el actuar de las clases en el poder se basará en eso: en el mantenimiento de la hegemonía a cualquier costo. Así, ante un contexto de declive, lo primero en estorbar es la normativa internacional.

Como también lo señaló Adam Tooze en The Guardian (2024), es notoria la posibilidad de que las élites estadounidenses y por extensión, occidentales, no estén calmando la situación en Medio Oriente de forma intencional. Es lo que él llama un “revisionismo” deliberado. Considera que los grupos en Washington ven una oportunidad histórica de redefinir el balance de poder mundial, utilizando la estrategia de tensión y desorden. Significa eso que hay una élite antidemocrática que sostiene su apoyo ante la barbarie porque considera que es una oportunidad para ganar terreno contra Irán y seguir controlando el Medio Oriente.

Impulsando el discurso bélico

La realidad es que el apoyo incondicional, irrestricto e irreflexivo a Israel le ha aislado de la comunidad internacional. Tras un año de la sanguinaria operación en Gaza, en gran medida posibilitada por Estados Unidos y su apoyo en armamento y recursos económicos, ya queda claro que ambos han perdido el apoyo del Sur Global. Occidente, sobre todo Estados Unidos, ya no gusta, ni tampoco su postura internacional, repleta de doble moral. Las palabras de sus portavoces suenan vacías cuando se comparan las posturas que tienen Ucrania e Israel. El lujo con el que rompen la normativa internacional tiene un precio. Dos votaciones recientes en la asamblea general de la ONU, ocurridas el 20 de noviembre de 2024, lo demuestran (State of Palestine, 2024). 

El peligro es que, tratándose de élites encerradas en sí mismas, sumado al declive del soft power, capacidad diplomática, el recurso adoptado de EE. UU. es la confrontación y la desestabilización. Ese es el peligro que representan. En la arena internacional, en especial dentro de Occidente, el discurso dominante ya no es el de la promoción de la democracia, sino la seguridad (Youngs, 2023). Se ha generado un discurso bélico artificial, empujando a un nuevo rompimiento del mundo en bloques antagónicos. Uno para el que, en esta ocasión, la arquitectura internacional vigente no está capacitada para enfrentar. 

Este mecanismo se torna obsoleto porque no tiene herramientas efectivas contra el poder del veto de una potencia cuya política activa es la confrontación y la desestabilización. Esa incapacidad es muy preocupante en el caso de Gaza y demuestra que el marco de resolución pacífica de conflictos ya no tiene un encauce satisfactorio si una potencia no lo acepta. El apoyo a la limpieza étnica en Gaza significa que las reglas y normas sólo aplican para unos, lo que las hace irrelevantes por contradictorias. Significa que sólo el poder militar puro tiene algún impacto (y ya ni siquiera eso, en el caso del conflicto de Ucrania). En consecuencia, se gesta un momento de creciente inestabilidad y caos global, con potencial desenlace catastrófico. Las crecientes tensiones geopolíticas actuales tienen que resolverse de algún modo, y ese desinterés por hacerlo mediante la normativa refleja, en cambio, un interés por hacerlo con las armas. En las guerras, ahora ya todo es válido, como el ataque sistemático y deshumanizado contra las poblaciones civiles. 

Lecciones para América Latina

Como se indicó al inicio, parece que a México los acontecimientos en Gaza le quedan lejanos. Sin embargo, en realidad podrían señalar la tendencia del actuar estadounidense en los siguientes años. Queda claro que el orden liberal está entrando en su fase terminal, y al haber perdido toda su moral, está recurriendo más a la desestabilización y la confrontación para mantener sus intereses. Al paso de ello, la cooperación internacional está paralizada y es obsoleta. Si las potencias la subvierten y no la actualizan impulsando valores democráticos, la consecuencia podría ser una nueva confrontación global. 

El conflicto de Gaza revela dicha la parálisis de la arquitectura internacional para la coexistencia de las naciones, la doble moral existente y la nula consideración humanitaria en la que operan actores internacionales como Israel y, por extensión, Estados Unidos, cuyas élites han perdido su brújula axiológica debido a las dinámicas internas de poder, lo que las hace una oligarquía en los hechos. Acciones como éstas podrían voltear a Latinoamérica una vez que el retroceso global de Estados Unidos le fuerce a proteger y mantener su backyard (patio trasero) a toda costa de los movimientos nacional-populares, ello en unión con ciertas oligarquías locales que siguen aspirando a la competencia global. En dicho escenario, el antecedente de Palestina puede ahora ser más cercano. 

El conflicto en Gaza, por su dimensión humanitaria, debe ser preocupación y lucha de los pueblos del Sur Global. Si no se genera la denuncia colectiva y mayoritaria ante las masacres, significa que la pérdida de humanidad, el individualismo egoísta y el nihilismo se ha extendido a las poblaciones del mundo. Esa es la receta para el antihumanismo, pues significa la victoria de aquellas minorías multimillonarias que apoyaron el actuar israelí contra el sentir de los pueblos. Aquellos que luchen por la democracia y la dignidad no pueden menospreciar el dolor colectivo de los palestinos, cuya lucha por la liberación es definitiva. Al mismo tiempo, nos advierte sobre la necesidad de extender lazos de apoyo y solidaridad colectiva en nuestro propio entorno, ante la situación de un orden hegemónico que ha perdido sus balances morales. Las luchas sociales deben de extenderse y generar de forma urgente antídotos que aumenten la resiliencia de las naciones latinoamericanas cuando entren en conflicto con las élites del poder económico, si es que aspiran a la autonomía y no a la esclavitud. 

Bibliografía

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