Colabora en Tlatelolco Lab y diversos proyectos del PUEDJS-UNAM. Doctor en estudios Humanísticos por el Tecnológico de Monterrey, Campus Ciudad de México. Autor del volumen de ensayos Ocio y civilización (Par Tres-Instituto Queretano para la Cultura y las Artes, 2013) y de la ficción “La Supreme de Coatzacoalcos”, antologada en el libro Largo sueño de las cifras. Muestra de literatura queretana reciente (Fondo Editorial de Querétaro, 2014). Ha publicado reseñas, críticas y ensayos en medios como Tierra Adentro, Diálogos, Traven, TN, Resortera, Vice México y Cine Divergente. Ha sido profesor de arte, historia y literatura a nivel bachillerato en Prepa Tec, Campus Querétaro, Campus Garza Lagüera y Campus Cumbres (Monterrey).
Investigar las redes sociodigitales —o como prefiero llamarlas, plataformas, en sintonía con Gillespie (2010), por ser ensamblajes de infraestructuras, interfaces y algoritmos que motivan interacciones y procesos— conlleva comprender que estas no funcionan gratis ni procuran la libertad, como afirman los discursos (neo)liberales. Por el contrario, son tecnologías que dependen de grandes corporaciones y responden a modelos de negocios basados en la explotación. En este sentido, no basta con quedarnos con las explicaciones que brindan las propias plataformas o sus entusiastas acerca de sus funcionamientos técnicos y corporativos; en cambio, es necesario transitar a los esquemas de una economía política (o tecnopolítica) que nos otorgue herramientas para analizar el capitalismo detrás de estas maquinarias.
Un problema de los estudios actuales de las plataformas consiste en que estos definen la tecnología digital desde el enfoque del liberalismo, o más bien, del neoliberalismo. De acuerdo con esta perspectiva, Facebook, Twitter y YouTube no se conciben como empresas de servicios con ganancias millonarias que concesionan un espacio de difusión y recepción de contenidos, a cambio de la extracción masiva de datos, sino que se piensa que son foros abiertos, e incluso, que refuerzan los valores de la democracia, al permitirle a cualquiera con Internet hacerse notar y comunicarse. Esto es delicado, pues la mirada neoliberal no toma en cuenta que cada plataforma está lejos de operar con neutralidad, ni considera que detrás de su funcionamiento hay intenciones comerciales para buscar la acumulación de poder financiero e influencia política.
“ Un problema de los estudios actuales de las plataformas consiste en que estos definen la tecnología digital desde el enfoque del liberalismo, o más bien, del neoliberalismo. ”
Los neoliberales extienden la metáfora de la mano invisible a las plataformas, como si estas fueran un mercado igualitario de narrativas donde toda persona posee las mismas oportunidades para divulgar sus criterios. Según su lógica, las voces más escuchadas serían las que tratan los temas de mayor relevancia o aciertan en sus conclusiones; sin embargo, en realidad no es así. Tanto las corporaciones sociodigitales como sus defensores omiten que la visibilidad de cada contenido depende de sus condiciones de producción y circulación; es decir, que los mensajes de figuras públicas, medios de comunicación masiva o agencias de publicidad están muy por encima de los contenidos del usuario promedio, y que la viralidad no es casual, sino el efecto de inversiones, planes de marketing, alianzas estratégicas, coyunturas o mecanismos de las propias plataformas.
Pensar que Facebook, Twitter o YouTube son neutrales no permite dejar ver que en sus interfaces se priorizan algunas agendas o noticias antes que otras, usando criterios algorítmicos o empresariales. Así, el neoliberalismo no habla de cómo las novedades de Facebook están acomodadas a través de burbujas de filtrado de contenido (filter bubbles), puesto que, detrás de lo primero que vemos al abrir la plataforma, hay un análisis previo de las páginas que seguimos, los amigos favoritos y las últimas reacciones o comentarios. Incluso, Facebook contabiliza el tiempo que dedicamos a cada publicación antes de desplazarla fuera de nuestra pantalla, los clics que hacemos en todos sus menús y los micrositios que abrimos. También, obtiene datos que van más allá de nuestras interacciones, como la geolocalización de cada usuario, su dirección IP, sus cookies de navegación, sus descargas recientes o la información de su móvil y computadora (Bucher, 2018; Reviglio y Agosti, 2020).
Por todo lo anterior, Zuboff (2019) establece que vivimos en un capitalismo de la vigilancia (surveillance capitalism), donde los datos personales se traducen en el capital intelectual que lleva a las corporaciones que administran cada plataforma a ofrecer estudios de mercado muy precisos o a colocar anuncios personalizados. De esta forma, se entiende por qué las tendencias en Twitter se despliegan y acomodan desde su página principal o cómo es que YouTube exhibe comerciales afines a los videos que escogen los usuarios. En cada caso, las plataformas extraen, fragmentan y analizan bases de datos para calcular el valor de sus contenidos, haciendo que algunos ganen vigencia y otros la pierdan. Esto lleva a una economía desigual que privilegia a aquellos que poseen información y técnicas para su análisis, como son, en este caso, los corporativos sociodigitales.
Mientras las empresas detrás de Facebook, Twitter o YouTube mantienen la confidencialidad de su know how y blindan sus bancos de datos, el usuario promedio cede las huellas de sus interacciones, convirtiéndolas en incentivos para que las plataformas se rediseñen, optimicen, u ofrezcan advertising. Este modelo de negocio conduce a una automatización acelerada de los procesos económicos, considerando que, tanto la recolección o tracking de datos como el cobro por anuncio o la distribución de publicidad son controlados por algoritmos, sin restricciones ni políticas de transparencia (Walsh, 2020).
Pareciera que, desde el discurso neoliberal, las tecnologías sociodigitales fueran bienes comunes para que las y los ciudadanos pudiéramos ser, a la vez, productores y consumidores de contenido, o en palabras de Rifkin (2014), prosumidores (prosumers), pensando ilusamente que “generamos y compartimos música, videos, noticias y conocimiento con un costo marginal cercano a cero”. Esta aseveración es dañina, pues no toma en cuenta los gastos de las industrias creativas en videos de alta resolución, los costos de viajes y teleprogramas de los influencers, ni los financiamientos o pautas para propagar contenido. Tampoco considera que, en la economía de la información, no existe tal cosa como el prosumer, sino más bien, cuatro roles: a) el productor de contenido viral, que pone dinero, tiempo o conocimiento (o sea, capitales) en sus publicaciones, y que invierte en asesores, membresías y apps para conocer a sus públicos conectados; b) el consumidor de contenidos, que entrega reproducciones, clics, tiempo en pantalla, reacciones, comentarios, retweets o re-publicaciones como una ganancia para las plataformas, y que recibe, a cambio, nuevas sugerencias de consumo; c) las plataformas antes mencionadas, que hacen el papel de intermediarios entre empresas y usuarios, convirtiendo los datos en capital intelectual y los anuncios en réditos; y d) los usuarios, que, además de ser consumidores de contenido —enganchados a una plataforma que conoce sus experiencias y preferencias— son trabajadores inmateriales, al estar generando plusvalor en forma voluntaria e involuntaria.
“ Pareciera que, desde el discurso neoliberal, las tecnologías sociodigitales fueran bienes comunes… ”
Para dejar atrás la visión neoliberal, propongo que entendamos el auge de Facebook, Twitter o YouTube como la llegada de un capitalismo sociodigital que, por su parte, se compone de tres modos simultáneos de producción. El primero sería la vigilancia, que, como ya se ha destacado, consiste en la extracción permanente de datos del usuario por parte de las plataformas, así como por vía satelital, y gracias al acceso que las empresas sociodigitales tienen a los navegadores y equipos de cómputo, por medio de convenios gubernamentales o corporativos. El segundo modo de producción estaría en la economía de la información. Esta, según Mayer-Schonberger y Ramge (2018), es la traducción de grandes datos (big data) y datos crudos (raw data) en reportes analíticos, cuya numeralia es de interés para empresas. Y, por último, el tercero, se comprendería como aquello que Srnicek (2018) ha llamado capitalismo de plataformas (platform capitalism), que es la renta de espacios digitales, buscando que, por un lado, las personas observen contenidos y otorguen datos, y por otro, los negocios, instituciones públicas, partidos políticos o personas con capital puedan colocar (y pagar por) anuncios masivos.
No es complicado aproximarnos a este “nuevo” capitalismo sociodigital si lo definimos como una larga serie de intercambios, en torno a tres conceptos clave: valor, capital y trabajo. Comenzando con el valor, hay que entender que los flujos de contenidos que transitan por una plataforma adquieren diferentes valores de cambio, tanto en términos informáticos (apariciones, seguidores, reacciones) como monetarios (costos por publicidad). Así también, los datos extraídos se tasan según su importancia para la toma de decisiones empresariales, y se utilizan como activos (assets) de corporaciones como Facebook, Twitter o YouTube, al ser fundamentales para perfeccionar sus servicios de marketing (Short y Todd, 2017). Por otro lado, los contenidos de las plataformas adquieren más que únicamente valor numérico, pues ganan impacto conforme logran atraer y encauzar el deseo de los usuarios, potenciando formas de economía inmaterial donde la atención, las emociones o los comportamientos son clave. Todo esto hace que las plataformas sean, además de minas de datos, dispositivos de subjetivación con el potencial para cambiar imaginarios e inducir hábitos.
Toda plataforma es, en sí misma, con sus algoritmos, interfaces y comunidades de cuentas o perfiles, un capital empresarial, pues, según Terranova (2020), “codifica cierta cantidad de saber social, extraída por un programa que genera ganancias” (p. 96). No obstante, este capital se encuentra enclavado y articulado con muchos otros más, como son los centros de datos, megacomputadoras, plantas eléctricas, oficinas, centros de investigación y talleres de innovación (Fuller, 2008). Por eso, el capitalismo sociodigital no sustituye otras manifestaciones previas del propio capitalismo, como el fordismo o el posfordismo, sino que coexiste con ellas y las potencia. Detrás de la extracción de datos y la publicidad en Facebook, Twitter o YouTube existe mano de obra barata fabricando servidores en Indonesia, técnicos que monitorean descargas de big data y desarrolladores de software que programan por varias horas. Ante esto, podemos decir que las plataformas utilizan, tanto la explotación de trabajadores remunerados como una gran cantidad de trabajo no remunerado. Por un lado, ocupan marketers, ingenieros, investigadores, becarios y moderadores de contenido, pero, por otro, utilizan a los usuarios como “obreros inmateriales”, dedicados a entregar datos y testear diseños tecnológicos (Berardi, 2012, 2017).
Para entender bien el capitalismo sociodigital, no hace falta recurrir al neoliberalismo. Es más útil hacer una genealogía profunda y crítica de las ideas económicas de la izquierda. Las plataformas no son tecnologías para la socialización, sino maquinarias de producción en el sentido marxista. Asimismo, siguiendo la tradición del autonomismo italiano, que proponía que la explotación no sólo ocupaba la fuerza de trabajo de los cuerpos, sino también las mentes y el discurso, podemos observar cómo la era sociodigital ha traído la conjunción de los procesos industriales e informáticos con la formación de subjetividades.
Marx (1858-1859) decía: “una máquina es un instrumento material con efectos para la fabricación, pero su potencial y uso productivo dependen de la organización social en torno a ella” (p. 13). Y eso sucede con cada plataforma: es un ensamblaje para producir comunicación (sentidos) y afectividades (sensaciones, percepciones y emociones), sustentado en procedimientos que transforman y capitalizan bases de datos.
Más de dos siglos después de Marx, Facebook, Twitter y YouTube continúan en la lógica del capitalismo: producen la acumulación de capital, la valoración de bienes y servicios (que en esta ocasión son, tanto publicitarios como sociales y subjetivos) y la explotación de trabajadores (en lo material e inmaterial) (Rigi y Prey, 2015; Fuchs, 2019; Kwet, 2020). Es verdad que hay dinámicas nuevas, como bien entienden Negri (2019) o Fumagalli (2010). En esta ocasión, los intercambios y capitales, de tipo financiero, laboral, intelectual o afectivo, están desterritorializados, es decir, dispersos entre edificios corporativos, máquinas, algoritmos y talleres de prototipado que operan a la par en varios países. De igual modo, la producción de plusvalía sale de la fábrica para instalarse en la comodidad del hogar o en el móvil, volviéndose más fluida e incorpórea. Aun así, persiste el agrandamiento de las corporaciones y la inequidad, aunque el neoliberalismo pretenda decirnos lo contrario.
Berardi (Bifo), F. (2012). El alma y el trabajo. México: CONACULTA.
Berardi (Bifo), F. (2017). El aceleracionismo cuestionado desde el punto de vista del cuerpo. Avenassan, A., Reis, M. (2020). Aceleracionismo. Estrategias para una transición al poscapitalismo. Buenos Aires: Caja Negra.
Bucher, T. (2018). If then…algorithmic power and politics. Oxford: Oxford University Press.
Fuchs, C. (2019). Rereading Marx in the age of digital capitalism. London: SAGE.
Gillespie, T. (2010). The politics of “platforms”. New Media & Society, 12(3), 347-369.
Kwet, M. (2020). To fix social media, we need to introduce digital socialism.
Al-Jazeera.
Marx, K. (1858-1859, ed. 2003). Fragmento sobre las máquinas. Fundamentos para la crítica de la economía política (Grundrisse). México: Biblioteca del Pensamiento Socialista-Siglo XXI.
Mayer-Schonberger, V. y Ramge, T. (2018). Reinventing capitalism in the age of big data. New York: Basic Books.
Negri, A. (2019). Una ruptura italiana: producción vs. desarrollo. A propósito de la Italian theory. Marx y Foucault. Ensayos 1. Buenos Aires: Cactus.
Reviglio, U. y Agosti, C. (2020). Thinking outside the black box: The case for “algorithmic sovereignty” in social media. Social Media + Society, 6(2).
Rifkin, J. (2014). Capitalism is making way for the age of free.
The Guardian.
R. (2015). Value, rent, and the political economy of social media. The Information Society, 31, 392-406.
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