ISSN : 2992-7099

TÍTULO: Hacer visible lo inocultable

SECCIÓN: DOSSIER ESPECIAL COLOMBIA

AUTORA: María del Rosario Acosta López

GÉNERO: Artículo

PREVISUALIZACIÓN: La pregunta es, en última instancia, en qué contexto y bajo qué condiciones lo inocultable se hace visible, y lo inaudito entra a reconfigurar de manera radical la actual repartición de lo sensible. 

En su intervención ante una sesión extraordinaria de la Cámara de Representantes en Cali, en Marzo 12 del presente año, dos semanas después de que se hubiese dado el estallido de este Paro Nacional, que aún hoy se sostiene a pesar de todos los intentos del Estado por acallarlo, la lideresa y precandidata presidencial Francia Márquez se pronunciaba en estos términos: 

… es doloroso ver congresistas aquí justificando la matanza que durante estos 14 días han vivido los jóvenes […], en su mayoría negros, que han salido del Pacífico colombiano igual como salí yo hace seis años, desplazados por actores armados, y llegan aquí a qué, a que los maten. […] De esto se tiene que enterar el país y el mundo, aquí no hay inventos, los muertos hablan por sí solos, los desaparecidos hablan por sí solos, y pueden seguir inventándose sus narrativas en los medios de comunicación para ocultar esto; pero esto, como decía, esto es inocultable. (1)

Las palabras de Márquez se pronuncian en un contexto en el que todos los esfuerzos del estado han estado dirigidos, como ella misma lo menciona, a controlar las narrativas de lo que está ocurriendo. Narrativas que, en efecto, son producidas justamente con miras a desviar la atención, en el mejor de los casos, o a silenciar y a borrar, en la mayoría de ocasiones, las muertes que resultan de un discurso guerrerista del estado, que declara al pueblo movilizado como enemigo interno, y a quienes se manifiestan en las calles como vándalos y criminales. 

En efecto, han proliferado en los medios intentos por reducir estos grandes acontecimientos políticos que el paro nacional está ayudando a articular a simples repeticiones “reencauchadas” de subversiones pasadas, sin atender al carácter inédito de lo que está sucediendo en las calles; a señalar, por ejemplo, las múltiples pérdidas materiales que el paro le sigue causando a la “sociedad”, en lugar de señalar los ya más de 900 líderes sociales asesinados desde la firma de los acuerdos de Paz en 2016 (2); a calificar de inoportunos los bloqueos organizados para aquellxs colombianxs “de bien” que en lugar de salir a marchar quieren salir a trabajar y seguir “produciendo”, sin mencionar siquiera las condiciones de pobreza absoluta en las que el país ha quedado sumido después de la pandemia (y cuando se mencionan, por supuesto, se mencionan solo para destacar cómo el paro está empeorando lo que ya, de por sí, es una situación insostenible); y a calificar, como mencionaba, de acciones criminales, que solo merecen el despliegue espectacular – y espectacular en su arbitrariedad – de la fuerza pública, las acciones de defensa a las que lxs jóvenes de la primera línea han tenido que recurrir para salvaguardar lo que debería ser su derecho, el derecho fundamental del pueblo a la protesta. 

El gobierno de Iván Duque, en efecto, ha sido claro y contundente en la  producción, gestación y promoción de un discurso de criminalización de la protesta, que por supuesto continúa con una política de ocultamiento, silenciamiento y borradura consecuente con la historia de la violencia – racista, elitista, feminicida – en Colombia y las formas de soberanía que se han logrado instalar y continúan reproduciéndose con miras a su preservación (sin mencionar, además, los intereses que juegan un papel fundamental y fundador de políticas estatales y para-estatales para conservar el conflicto y la guerra en Colombia como statu quo). Las consecuencias de este discurso guerrerista, que respalda una violencia ejercida directamente por el Estado, se traducen en cuerpos violados, violentados, torturados, desaparecidos y mutilados; en números desmedidos que la organización no gubernamental Temblores ha estado recogiendo de manera muy rigurosa y responsable desde que comenzó el paro: para junio 28 de 2021 (fecha del último reporte oficial emitido por la ONG) se contaban ya confirmados 4687 casos de violencia por parte de la Fuerza Pública desde el inicio del paro en abril 28; entre ellos, 44 homicidios cuyo presunto agresor es un miembro de la Fuerza Pública, otros 29 homicidios en proceso de verificación, 1617 víctimas de violencia física, 28 víctimas de violencia sexual; 2005 detenciones arbitrarias en contra de manifestantes, y 784 intervenciones violentas por parte de la Fuerza Pública. (3)

Pero todo esto muestra, precisamente, la otra cara de esta “estética de la invisibilización” que rodea y ha rodeado hasta ahora a todos los intentos reales de oposición y protesta articulada en la historia – y no solo la historia reciente – de Colombia. Pues no es únicamente hacia el ocultamiento que estas iniciativas están dirigidas. En su afán por continuar produciendo representaciones de sí mismo, dada precisamente la ausencia de legitimidad a la base de su fundamento, el estado colombiano busca a la vez espectacularizar con ello su capacidad de disponer de la vida y administrar la muerte; su capacidad también de reducir a fungibilidad el valor de la vida de aquellxs a quienes considera ya de antemano como dispensables. La soberanía en sus formas contemporáneas, y en el contexto de una postcolonia que, como lo señalan Jean y John Comaroff, es más bien una condición postcolonial global (4), busca hacer espectáculo del poder de silenciar, ocultar y desaparecer – y con ello, del poder de explotar y expropiar sin dejar rastro, que van atados mano a mano a una economía política de la muerte (5). En esta espectacularidad de la borradura reposa un aspecto esencial de su modo de operación.   

Habría que atender a esta conjunción paradójica entre exceso de visibilidad e invisibilización; a esta búsqueda, como lo pone Banu Bargu, por teatralizar el poder de borrar – donde se oculta, por supuesto, pero a “plena vista” para que quede claro que el control de los medios de representación lo sigue teniendo el estado – (6); pues es a este nodo al que creo que apunta directamente el llamado de Márquez en su discurso. ¿Cómo entender en este contexto de “espectacularización de la borradura” la apelación a lo inocultable? 

Es evidente que cuando Márquez pronuncia estas palabras lo hace con la conciencia de los múltiples niveles en los que su afirmación se choca tajantemente con la realidad. No solo con la realidad del paro, en la que a pesar de los métodos cada vez más efectivos y creativos de denuncia (7), sabemos que es mucho lo que aún no se sabe y está siendo sistemáticamente acallado. También, por supuesto, con lo estructural de una historia que se construye, como Márquez también lo señala, sobre la exclusión constitutiva de todas aquellas voces que no cumplen con los criterios que de antemano se han fijado para decidir quién se hace o no audible, quién es o no considerado ciudadanx, qué muertes son aquellas que se reclaman como dignas de duelo y cuáles vidas, al contrario, son tratadas desde siempre como dispensables. No hay optimismo, pues, ni mucho menos ingenuidad, en el recurso por parte de Márquez a lo inocultable.  

El llamado no es tampoco la constatación de un hecho – pues lamentablemente conocemos, y Márquez lo sabe mejor que nadie y en carne propia, el despliegue del que son capaces los grupos interesados en conservar el poder en Colombia para asegurarse de que “aquello inocultable”, de lo que habla Márquez, siga permaneciendo oculto. Esto no le quita, sin embargo – y esta es la fuerza del llamado – su carácter de inocultable. Esto no le quita la potencia ética, por lo tanto, del reclamo que se pronuncia desde ese lugar inaudito. Inaudito, en parte, porque no ha sido aún escuchado, pero sobre todo porque si lo fuese, rebasaría todas las categorías de las que disponemos hasta ahora para juzgarlo en su justa dimensión. Inaudito entonces como resultado de una política de silenciamiento, pero también, y más allá de ello, como consecuencia de una distribución de lo sensible que no permite que lo que se denuncia sea audible y se haga legible políticamente. 

“Los muertos hablan por sí solos, los desaparecidos hablan por sí solos”, dice Márquez. La pregunta no es, pues, si en efecto lo hacen, si en efecto estas voces que se ha buscado acallar por todos los medios resuenan en el trasfondo de nuestro presente, con la fuerza que les otorga el tiempo más allá del tiempo, con la potencia de una historia construida desde lo que no debió haber sido, y con la esperanza de un presente capaz de escucharlas y abierto a lo que aún puede ser (la esperanza no es optimismo, dice Mariam Kaba, sino una disciplina: la confianza en que el cambio es posible, y la certeza de que se lleva a cabo sólo por el hecho de que podemos consistentemente seguir imaginándolo) (8). La pregunta es más bien qué se requiere para que estos reclamos que recargan el presente con su llamado inaplazable puedan hacerse en efecto audibles. La pregunta es, en última instancia, en qué contexto y bajo qué condiciones lo inocultable se hace visible, y lo inaudito entra a reconfigurar de manera radical la actual repartición de lo sensible. 

Y creo que esto es precisamente lo que está en juego en el paro nacional que nos convoca; lo que está en juego en la apuesta ética de Francia Márquez por designar como inocultable lo que no deja de estar acallado por las gramáticas imperantes – aquellas que deciden, por lo demás, qué se hace o no legible en el espacio de lo político, qué es o no legítimo en el marco de la protesta, y qué merece o no ser atendido como reclamo válido en lo que, en Colombia, es una lucha infatigable por el derecho a tener derechos. Porque, como lo he mencionado ya en otros espacios, lo que está en disputa en el paro no es solo quién habla y es escuchado, sino los mismos criterios que designan qué se hace o no audible. 

La lucha en las calles no es una lucha por ampliar el espectro de lo político, por incluir a las voces que han sido históricamente excluidas, o por incorporar los reclamos que han sido dejados de lado en otras ocasiones por no representar intereses de los “sectores productivos”. La lucha es por subvertir de manera radical – arrancar de raíz y volver a construir – los marcos de sentido que determinan qué se hace o no legible políticamente, por inaugurar nuevas gramáticas que permitan denunciar las violencias que no se han dejado decir y destituir aquellas que el discurso imperante ha normalizado, por rescatar registros – voces ancestrales – que acompañan el presente desde otras temporalidades y reclaman otras modalidades de indexación histórica. La disputa, como lo ha puesto en el contexto del paro Alejandro Cortés, es la disputa por el sentido común (9). Es una lucha, en última instancia, por instaurar en el presente y desde el presente, estéticas que hagan visible lo inocultable – porque solo desde una revolución radical en y de lo sensible (10) puede hacerse justicia al tipo de disputa por lo legible que está en juego en nuestro presente histórico. 

REFERENCIAS

  1. Cf. el discurso completo en https://www.youtube.com/watch?v=SYuVOoqRhLc, consultado en Julio 30 de 2021.
  2. La cifra fue denunciada públicamente por la Jurisdicción Especial para la Paz en abril del presente año, cf. https://www.jep.gov.co/Sala-de-Prensa/Paginas/Petici%C3%B3n-a-la-Defensor%C3%ADa-del-Pueblo-de-informe-y-resoluci%C3%B3n-defensorial-por-grave-situaci%C3%B3n-de-DDHH.aspx 
  3. Cf. https://www.temblores.org/comunicados, consultado Julio 30 de 2021. 
  4.  Jean and John Comaroff, “Theory from the South: Or, how Europe is Evolving Toward Africa,” Anthropological Forum 22:2 (2012) 113-131. 
  5.  No hay que olvidar que el clamor de lxs jóvenes en las calles es a la vez la denuncia de una pobreza invisibilizada (“Tenemos hambre”) y de una política de muerte sistematizada (“Nos están matando, nos están desapareciendo”). Y que la resistencia que proviene de la protesta no es pues solo una a desaparecer, sino a ser reducido a cuerpo que o produce o muere – y que, en la conjunción más perversa de estas dos alternativas, produce en tanto muere (si se entienden fenómenos como el de los falsos positivos, entre otros, dentro de una economía necro-política).
  6.  Cf. Banu Bargu, “Sovereignty as Erasure. Rethinking Enforced Disappearances.” Qui Parle: Critical Humanities and Social Sciences 23: 1 (2014) 35-75. Cf. también mi reflexión sobre esta forma de operar la soberanía, siguiendo a Bargu, y el tipo de crítica que exige para su desmantelación – atendiendo justamente a sus formas de representación y control de los medios de representación – en Acosta López, “From Critique of the Postcolony to a Postcolonial Form of Critique,” Revista de Estudios Sociales 67 (2019) 17-25.
  7.  Al respecto, y precisamente en torno a lo que tendría que ser una discusión sobre las “estéticas contra-forenses” como estrategias de subversión de la “estética de ocultamiento y silenciamiento” del estado, cf. las discusiones propuestas por Carolina Charry (https://cerosetenta.uniandes.edu.co/los-en-vivo-estar-vivos-y-ser-vistos/) y Alejandra Azuero (https://www.elespectador.com/politica/el-poder-contraforense-y-el-paro-nacional/) en el contexto del paro. 
  8.  Cf. https://www.beyond-prisons.com/home/hope-is-a-discipline-feat-mariame-kaba  
  9. Cf. https://www.dinamopress.it/news/alejandro-cortes-in-colombia-rotto-il-patto-con-lindifferenza-adesso-la-sfida-costituente/
  10.  De los afectos, en efecto, como lo ha señalado en sus columnas recientes Laura Quintana (cf. sus columnas en el contexto del paro en https://diariocriterio.com/writer/laura-quintana/), pero más allá de ello, o junto con ello, una revolución en la organización y jerarquización de nuestra experiencia sensible, a nivel estético (de la percepción) y a nivel puramente corporal (del deseo).

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