La Dra. Rita Segato nació en Argentina y ha vivido también en Venezuela, Irlanda del Norte, Estados Unidos y Brasil. Obtuvo los títulos de Master of Arts (1978) y Ph.D. (1984) en el Departamento de Antropología Social de la Queen’s University of Belfast, Irlanda del Norte, Reino Unido de Gran Bretaña. Es Profesora Emérita de la Universidad de Brasilia, donde fue docente del Departamento de Antropología desde 1985 a 2010, y de los Programas de Posgrado en Bioética y en Derechos Humanos desde 2011 hasta 2017. Es actualmente Profesora Emérita de la Universidad de Brasilia e investigadora de nivel máximo del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas de Brasil.
El presente artículo es una síntesis de la ponencia de la Dra. Rita Segato titulada “Feminismo y democracia”, impartida en el marco de la Cátedra Extraordinaria del PUEDJS “(Re)pensando la democracia en el mundo actual: una visión histórica, global e interdisciplinaria” el 18 de noviembre de 2020.
Cuando escucho la palabra democracia, lo primero que me viene a la cabeza es el tema de la democracia real, la cual es parodiando un poco, parecido a lo que siempre hemos hablado del socialismo real: El socialismo que nunca llegó a destino. Creo que también podemos hablar de la democracia de la misma forma. Una democracia que también jamás ha llegado a destino es lo que llamo “democracia real”, o sea, que no existe en realidad.
Y para hablar de lo que existe en realidad es necesario mencionar dos grandes temas que son la raza y el género. Y lo primero que se me ocurre es la larga lucha en Brasil en la que participé desde su primera hora, pues se me conoce mucho más por mis reflexiones sobre género (el tema de la violencia contra las mujeres), pero una gran parte de mis años de trabajo como profesora han sido dedicados al tema de la raza.
Donde empiezo a darme cuenta que cuando una democracia es una democracia real y no el modelo democrático del que hablan los libros, es justamente al hablar de la lucha con relación a la raza; siendo la raza el tema central desde la perspectiva de la colonialidad del poder. Veo en textos de muchos autores, que se cita muchas veces la perspectiva de la colonialidad, sin darse cuenta de que en el centro de la perspectiva de la colonialidad del poder se encuentra la racialización del mundo. No se puede ser decolonial sin colocar la raza como el pivote de la desigualdad mundial. Y mucha gente no lo sabe.
“ No se puede ser decolonial sin colocar la raza como el pivote de la desigualdad mundial. Y mucha gente no lo sabe. ”
No se percibe porque se han leído a los autores decoloniales, sobre todo formulando desde la perspectiva de Aníbal Quijano. Se lee fragmentariamente, como yo también hice durante mucho tiempo de mi vida había leído y enseñado, inclusive, escribí así un artículo u otro. Es la forma en que leemos, es nuestra costumbre. A veces llegamos a pensar que conocemos a un autor porque le hemos leído uno o dos artículos; los mismos artículos que citamos sólo cuando creemos comprender la teoría, la perspectiva decolonial, la crítica de la colonialidad del poder en su integralidad, en su organicidad. Más que de sistematicidad hablo de organicidad porque hablar del sistema es cerrado, decir que está muerto y no, la organicidad es viva, o sea, regenera y da origen a otros organismos todo el tiempo. Entonces, cuando hablo de esta perspectiva, que es mi perspectiva teórica, hablo de su carácter orgánico, que ha de desdoblarse y florecer constantemente en nuevos pensamientos, insertarse en otros pensamientos y dejarse injertar también.
La perspectiva decolonial tiene en su centro la desigualdad racial, la racionalización del mundo en el proceso de la conquista y de colonización, pues la raza es inventada ahí. En el país donde viví muchos y muchísimos años (Brasil), se está en la lucha por acciones afirmativas, o sea, por volver a la democracia más democrática y realmente construir una ciudadanía. Eso lo vamos a tratar también cuando hable de los tribunales, los jueces, los operadores del derecho y la construcción de la ciudadanía. Cuando pensamos en una democracia siempre en construcción y tenemos necesariamente que darnos cuenta de dos conceptos que son absolutamente centrales y que son consagrados también por la Organización de las Naciones Unidas (ONU): El concepto de la discriminación positiva y el concepto de la acción afirmativa.
No hay una democracia, lo que hay son procesos de empujar el mundo en la dirección de la construcción de una ciudadanía que de hecho, no existe. Unos grandes problemas, justamente en los juicios que tienen que ver con problemas de violencia de género es que los tribunales son formados por abogados, por gente que se formó en derecho. A esas personas que se formaron en derecho les enseñaron que iban a operar la ley para una ciudadanía, o sea, para los ciudadanos; aunque la ciudadanía, de hecho, no existe. No hay ninguna evidencia de que la ciudadanía sea real.
¿Qué quiere decir esto? Que no se trata de una sociedad de iguales, que la desigualdad se siente en el ejercicio del derecho y en todos lados. En Brasil enseñé durante más de treinta años y la desigualdad se sentía claramente en el mundo académico, en la universidad: La ausencia absoluta de estudiantes negros e indígenas en un país donde son la mitad de su población. En las universidades de élite, que son las federales y gratuitas, para ingresar es necesario haber pagado escuelas privadas particulares, pertenecer a una élite que tiene acceso a la educación desde la formación primaria y secundaria, lo cual le permite ingresar a las universidades federales públicas. Hay una inversión ahí en la idea de público, pero la idea de lo público está privatizada en el campo de la educación terciaria por quien tiene acceso a una educación de calidad, que son personas que han tenido una muy buena educación privada en primaria y secundaria.
A esa hipocresía que llamamos democracia, no creo que esté en ruinas apenas. Hay varios indicios de que esa fachada moral de la actual democracia está cayendo hace tiempo. Donald Trump, por ejemplo, es una evidencia de esto: hablamos de la incomodidad de los Estados Unidos frente a un personaje como él. Es una incomodidad porque se ha mostrado el trasfondo, la falsedad de una democracia.
Yo soy patológicamente optimista. Considero a esta crisis un momento de “más verdad”. Un momento en que la pretensión moral de ciertas democracias caerá por tierra. Y eso es importante porque se ve el hueso duro, se ve el esqueleto que se encontraba por detrás de aquello que pensábamos. La democracia modelo del mundo, ¿no? Eso es Trump o la “más verdad”: Una democracia donde millones de personas han elegido alguien que es un misógino con actos muy próximos a la violación, racista explicito y demás. Ese país ha votado, esa es la verdad. Debemos alegrarnos porque se ha mostrado.
“ Yo soy patológicamente optimista. Considero a esta crisis un momento de más verdad. Un momento en que la pretensión moral de ciertas democracias caerá por tierra. ”
Ese es el país que siempre le mostró al mundo que podía actuar como una policía del mundo, como el vigilante a partir de su superioridad moral. Es muy importante cuando hablamos de democracia, recordar la página del teórico palestino Edward Said, que siempre refiero en su libro Cultura e Imperialismo, donde cita a un funcionario colonial británico diciendo que: “…lo que le permite a un país colonizar a otro no es ni su superioridad bélica, ni su superioridad tecnológica, ni su superioridad política, ni su superioridad en la educación, nada de eso. Lo que le permite a un país colonizar a otro es su superioridad moral”. Y eso hay que anotarlo, porque donde vemos indicios de la plataforma de la superioridad moral debemos sospechar… ahí no huele bien. Lo que ha pasado en el mundo justamente, es que esa plataforma de superioridad moral que un país paladín de los derechos civiles, ahora mostró un Presidente como Trump, mismo que no se sustenta esa credencial al mundo, esa pretensión de superioridad moral. Y siempre es así cuando vemos este tipo de discurso.
Yo les digo esto a mis estudiantes que estamos convidados a sospechar. Al hacerlo, entonces la democracia real es una democracia que enreda y opera con una ciudadanía desigual y es desigual en términos de raza y también de género. La cuestión de la raza fue para mí un proceso interesante desde la lucha, porque tuve que aprender a responder muchas preguntas que se nos hacían: ¿Por qué raza y no clase? Por ejemplo.
Un país que en todo momento se pretendió no racista es Brasil, e igual que Estados Unidos, le presentó al mundo una imagen de país cordial, país de relaciones raciales cordiales. Para mí esta lucha más que una lucha por la igualación real, es la lucha que nombramos contra el racismo, nombrarlo es un arma fundamental. El nombrar lo que nos hace sufrir y formular nombres que todavía no existen. Identificar sufrimientos y ponerles nombres, es eso, un paso importantísimo en cualquier proceso histórico que lleve a una felicidad mayor para más gente, a un bienestar mayor.
Por ejemplo, en la Suprema Corte de Justicia (en Brasil) donde se dijo que: “…nombrar la raza en la ley significaba legislar para dos naciones diferentes, o sea partir la nación en dos, o sea generar dos tipos de ciudadanos”. Cuento esto porque son dos posiciones antagónicas con relación a lo que es la ciudadanía. ¿Debe la ciudadanía decir la verdad? ¿Debe la democracia decir la verdad? ¿Nombrar la ciudadanía real o permanecer en la ficción y hablar de una ciudadanía inexistente? Esa es mi manera de colocar esas dos alternativas.
“ Identificar sufrimientos y ponerles nombres, es eso, un paso importantísimo en cualquier proceso histórico que lleve a una felicidad mayor para más gente, a un bienestar mayor. ”
En el tema de género estamos todavía más atrasados, mucho más atrasados y lo vemos en la manera en que los tribunales abordan las denuncias por violencia de género. Ahí tenemos que entender un poco mejor qué es el patriarcado, pues creo que aunque el movimiento feminista ha realmente mostrado en la última década un avance fenomenal. Un movimiento que viene acumulando al menos desde hace 70 años pensamiento sofisticado, teoría sofisticada de dificilísima lectura, ocupando estantes en las librerías físicas y virtuales más grandes que los estantes que ocupan otras disciplinas. Yo soy antropóloga, voy a una librería Borders o a las pocas que quedan ahora físicas, y el estante de libros de antropología es pequeñito, pero cuando busco los libros sobre la producción teórica sobre la mujer, sexualidades de diferencia, género, diversidad sexual y de género, son estantes gigantes. La producción teórica es muchísimo más abundante y sofisticada. Algunas autoras son realmente de muy difícil lectura desde la crítica feminista al psicoanálisis, a la historia, al derecho, a la literatura y en prácticamente todos los campos de la ciencia.
Es mucho trabajo que se ha ido acumulando a lo largo del tiempo. Pero es necesario ver dos áreas distintas en este campo discursivo, tanto en la producción de pensamiento como en la presencia del gran campo discursivo de los medios de comunicación, en las telenovelas, en la ficción cinematográfica y televisiva, el tema de género es omnipresente. Está permanentemente nombrado, por lo menos en países por los que atravesé en este año: Brasil y Argentina, mis dos países.
Lo vemos también en la enorme difusión mundial planetaria de la performance “El violador eres tú”, la rapidez con que cubrió el planeta en todas lenguas, prácticamente casi todas las lenguas habladas en el planeta, tradujeron esa performance de “El violador eres tú”. Lo cual inserta ese fenómeno en lo que estoy llamando el campo discursivo. El tema de las mujeres, de nuestras metas, de nuestro proyecto histórico de transformación del mundo, está presente, no se puede prender la televisión sin tener algún puntito donde aparezca. Ya no hay más espacios sólo para hombres, esa es una victoria impresionante y que ha sucedido en los últimos…en la última década, diría yo, muy velozmente.
Por otro lado, en el campo de la violencia no hemos tenido el mismo éxito ni las mismas victorias, estamos ante dos campos que muestran cosas diferentes. En el tema de la violencia el termómetro más preciso es que a pesar de la cantidad de leyes, de políticas públicas y de las instituciones que se han creado, en ningún país del mundo los índices de violencia han bajado. En la mayor parte del mundo han aumentado constantemente estos índices o no han retrocedido. Es un fenómeno que hay que entender. Cuando comencé a pensarlo, fui convocada para discutirlo en Brasilia (donde vivía en ese momento); creí que nos llamaban para pensar un tema que era coyuntural, que estaba pasando algo, que había un fenómeno transitorio o algún loco asesino serial. Así se ha dicho de Ciudad Juárez, equivocadamente, pues se argumentó un asesino serial inexistente que produjo los crímenes que el mundo había conocido.
Es en aquel momento de 1993, fui convocada junto a otras mujeres para debatir la cuestión de la mujer y de la violencia. Imaginé que era algo circunstancial, que había un problema en la ciudad, un grupo o una gang… algo que se iba a resolver una vez pensado e identificado, así entregaríamos el resultado al gobierno. Curiosamente este tema nunca fue un tema de mi elección. Nunca quise estudiar violencia. Pero después de aquella primera indagación, sólo creció y sólo se hizo cada vez más presente en todo lugar, no solamente en aquella ciudad, y nunca dejé de ser convocada para repensarlo utilizando lo que ya había estudiado antes. Eso digo que cuando hablábamos del tema feminismo, cuando hablamos del tema democracia y mujeres, debemos tener claro estas dos áreas: Una, la presencia del feminismo y de la importancia nuestras cuestiones en el campo discursivo como se los definí un minuto atrás; y el problema de la violencia contra las mujeres al que debemos considerarlo al problema de la violencia social.
Sobre eso voy a tratar de ahondar un poco más. ¿Por qué? Porque justamente uno de los temas centrales que quiero presentar es mi crítica hacia la minoritización. La violencia contra las mujeres es violencia social, de la sociedad, es un tema central de toda la violencia. La violencia contra las mujeres es el vivero reproductor, el caldo de cultivo donde se aprende y reproduce cualquier violencia que afecta a la sociedad: La violencia común de asesinos y ladrones hasta los delitos dentro de la guerra, de los dos tipos de guerra: “Guerra formal” entre Estados y “Guerra informal”, que es la que afecta tanto a nuestro continente. Estas últimas guerras de un ambiente materializado, se expanden y amenazan las democracias en América Latina y muy especialmente en América Central y en México.
Los sectores de la política convencional, constantemente empujan el tema de la violencia contra las mujeres al tema de una violencia contra de interés particular, o sea, contra una minoría, contra un grupo minoritario y especial de la sociedad, que somos las mujeres. Si lo analizamos por un minuto, nos damos cuenta de que está equivocado, de que la minoritización ha sido una equivocada estrategia resultante del universo multicultural, del multiculturalismo e inclusive del modelo norteamericano multicultural. O sea que pareció inmensamente democrático y fue un paso interesante al nombrar problemas. Pero su estrategia de la minoritización hasta hoy la estamos pagando muy caro, porque nos impide percibir cómo la violencia contra las mujeres no es un problema sólo de las mujeres. Está muy lejos de ser un problema exclusivo de la mujer y no conseguimos sacarlo de ahí.
Es un tema central en la democracia. La violencia contra las mujeres es una lección de violencia inicial y permanente que afecta a las personas y a toda la sociedad de por vida, durante toda la vida de sus ciudadanos. Es tan evidente que no necesito explicarlo, lo que necesitaría de explicación, y no sería tan fácil explicar, es por qué la violencia contra las mujeres se antepone como un problema de minoría. Entonces no habría argumento, porque no afecta a la mujer, afecta a sus hijos.
¿Cómo salir de allí cognitivamente? ¿Cómo salir de esa estructura? Creo que el desafío de la democracia hoy es ese, sin negar el sufrimiento de la mujer preguntar: ¿Cuál es la injusticia de la agresión que sufrimos? La injusticia específica sobre nosotras, muy especialmente la injusticia de la violación y del feminicidio y de la sospecha moral, o sea, de la violencia psicológica y moral. Y es que en el caso de la violación y el feminicidio, nosotras somos violadas y asesinadas muchísimo menos de lo que nosotras violamos y asesinamos. La injusticia está ahí. Los hombres son mucho más asesinados, homicidados, que nosotras las mujeres. Sólo que son homicidados por otros hombres, y nosotras somos asesinadas por hombres y asesinamos poquísimo. En las cárceles del mundo están en aumento las mujeres encarceladas por complicidad con sus compañeros, con sus maridos, con sus familiares y consanguíneos. Las mujeres somos cómplices en el crimen.
Esa es la generalidad de las mujeres presas excepto, naturalmente, pocas excepciones. Entonces, las agresiones a la vida que sufrimos las mujeres son injustas por su falta de proporcionalidad con los peligros que nosotras les colocamos a la vida. Un tema por entender es la crítica a la minoritización y el efecto que tiene en su tránsito sobre temas fundamentales para la democracia.
La manera en que se juzgan los crímenes contra nosotras parte desde la mentalidad de los operadores del derecho, la gente que aunque trabaja en los tribunales, hace crímenes menores los relativos a la violencia de género. ¿Por qué son crímenes menores los crímenes contra las mujeres? Ese es un gran interrogante. Hay que comprender además por qué el tema de la política, de las mujeres en la política o la política feminista son temas menores de la política en general. Esos dos son grandes puntos que debemos abordar.
Es necesario mucho análisis, discurso, lucha, activismo discursivo para que la sociedad se dé cuenta de que cuando se comporta de esta forma ha puesto una pata en un agujero del cual no está consiguiendo sacarla. ¿Por qué?, porque nuestra conciencia no nos ayuda, por ejemplo, cuando un juez va a juzgar una denuncia de una mujer por violencia, por violación y naturalmente va a sospechar de la víctima: Habrá una sospecha con relación a la mujer. Los crímenes contra nosotras no son crímenes, son juzgados colocando un signo de interrogación sobre la víctima. Atravesar eso no es fácil para nadie, ni siquiera para nosotras las mujeres y a veces siquiera para una feminista. Es complicado. Estábamos socializados e inoculados de la sospecha moral con relación a las mujeres.
Viene de algo arcaico, desde un fondo atávico y mundial, que es el hecho de que la historia de origen de muchas sociedades, el judeocristiano, narra el origen de ese pueblo como un crimen de la mujer. Y es algo hasta simplorio, aunque lo que no es simplorio es que esa narrativa adánica está en los cinco continentes. No está solamente en la Biblia. Esa narrativa que dice que nosotras las mujeres somos vulnerables moralmente y por esa vulnerabilidad moral nos puede tentar una serpiente y hacernos comer una manzana, ¿es un es un cuentito verdad?, pero es un cuentito con lo cual nos han amamantado siempre: No fue Adán el que se dejó tentar por la serpiente, sino Eva. Eva es frágil moralmente y en su frágil disciplinamiento comienza la historia. El Génesis tiene su epicentro en el mal disciplinamiento de Eva por su fragilidad y tentabilidad. Lo extraordinario es que esa misma narrativa, con otro cuento, con otra historia, está en los cinco continentes.
No puedo afirmar que esta entre todas las sociedades del mundo porque no soy una estudiosa de los mitos de origen del mundo, pero sí puedo afirmar que está en África, que existe en Nueva Guinea y que existe en el mundo de amerindio donde la mujer tiene diversas características que la obligan a cuidar el ganado.
En este país, en Nueva Guinea, “Eva” ha inventado la flauta, pero la dejó entrelazar con la sangre menstrual y los hombres la tuvieron que rescatar y transformaron el instrumento en el emblema de la masculinidad, luego salen a tocarla en los rituales de iniciación. Eso es característico en Nueva Guinea y en muchas sociedades amerindias amazónicas. Lo anterior lo cuento en mi libro Las estructuras elementales de la violencia tras escuchar a Maurice Godelier y su último gran libro, que contiene un relato escrito tras estudiar a los baruya durante 25 años.
Llega un día a Nueva Guinea para volver a conversar con los baruya y los ancianos le llaman a la “Casa de los hombres” y le dicen: “Le tenemos que contar algo, esta flauta que es nuestro instrumento, símbolo de nuestra masculinidad y con la que salimos el día de la iniciación masculina a las calles del por la aldea. Los jóvenes salen después del proceso de iniciación a la aldea pero esta flauta en realidad la inventaron las mujeres. Es de las mujeres, pero la descuidaban, no la cuidaban bien. Las mujeres son ociosas, –o sea no merecen confianza moral–. A veces la dejaban tirada, entre la sangre de la menstruación, así que tuvimos que rescatar la flauta y la hemos robado, nos hemos apropiado y la hemos convertido en nuestro emblema, porque evidentemente es un instrumento precioso…”. Es el mismo mito del descuido femenino, de la desobediencia femenina, es el mismo mito, pero con otro cuento.
Esto demuestra que el patriarcado es un orden político. No natural, porque necesita de mitos pues si fuera un orden de la naturaleza, no necesitaría de narrativas para convencernos, contarnos y acostumbrarnos a la fragilidad moral de las mujeres. Entre esos cuentos de iniciación de origen de pueblos (en antropología, relatos de origen o mitos de origen), entre esa narrativa del origen hasta el presente yo les llamo “la Prehistoria patriarcal de la Humanidad”. Y cuando digo Prehistoria patriarcal de la Humanidad, estoy hablando de un orden político. Muy antiguo y de gran profundidad temporal. No estoy hablando de una costumbre, ni del tema de una cultura violadora, estoy hablando de patriarcado como cultura, como costumbre como un orden político. Es así como lo debemos ver.
Sin no derrocamos el orden político patriarcal la vida en el planeta corre peligro, porque la manera en que este ordenamiento fue floreciendo y se fue hipertrofiando hacia el presente es peligrosa y grave.. Eso es lo que nos muestra la violencia contra las mujeres, la hipertrofia del orden patriarcal por una cantidad de razones que todas y todos juntos debemos pasar a analizar: ¿Por qué ha sucedido? ¿por qué la violencia contra las mujeres hoy es un fenómeno tan grave en todas las sociedades, pero muy especialmente en las nuestras, en el continente latinoamericano?, ¿qué ha pasado? ¿por qué la crueldad se ha vuelto tan brutal, tan grande?
El Salvador, un país en el que he estado bastante en 2018 y 2019, esta violencia de género ha sido un tema de excesivo trabajo para la Policía Nacional Civil. Por otro lado, es impactante la crueldad en Colombia, o sea, la crueldad contra cuerpos que no son el enemigo bélico, porque en un imaginario arcaico el cuerpo de la mujer no es el enemigo bélico, no es el cuerpo que hay que derrotar, no es su cuerpo que hay que vencer. El cuerpo al que hay que derrotar, que hay que vencer, es el cuerpo que se encuentra por detrás de ella, sus tutores. Es una guerra entre hombres a través del cuerpo de las mujeres y eso se ve claramente, se ve claramente cuando escuchamos con atención, con oído de detective.
Empecé escuchando los discursos de violadores en la cárcel de Brasilia. Entonces me di cuenta de dos cosas, fundamentalmente que tienen que ver con esto que hoy defiendo, en aquel momento no lo había pensado así todavía. Me llevó mucho tiempo llegar a construir este edificio teórico que he edificado por necesidad, no porque tenía ganas, sino para responder a las preguntas que la gente me hacía. Hablo de esto en mi libro La crítica de la colonialidad y una antropología por demanda.
Lo que fui construyendo por demanda lo hice colocando pacientemente mi caja de herramientas, que es la escucha del etnógrafo. ¿Qué hace una antropóloga?, ¿está en todo momento con disponibilidad? No es una entrevistadora. Hacer antropología entrevistando a la gente es un gran error, la entrevista es apenas un instrumento suplementario, o sea que va a ayudar a entender algunas cosas, pero la entrevista no es una herramienta legítima del antropólogo por una sencilla razón: Porque no todas las sociedades usan el lenguaje de la misma manera. En Occidente y en sus universidades usamos el lenguaje como un medio informativo, lo que llaman los lingüistas, el lenguaje es referencial para nombrar objetos; pero en la mayor parte las sociedades humanas, el lenguaje es vincular, o sea, es simplemente para decir “Tú estás ahí, yo estoy aquí y aquí estamos”. En muchas sociedades demora muchísimo tiempo en el saludo, por ejemplo, porque lo más importante no es contar algo. Entonces cuando se va a una entrevista suponemos que la gente va a tener disposición de usar su lenguaje para dar una información, el dato, lo cual es un error metodológico enorme que infelizmente la antropología clásica no supo atravesar.
Regresemos al patriarcado. Por lo tanto, este no es un sistema moral particular porque no hablamos de una religión, ni algo sustentado por una religión particular, sino de diversas religiones y diversos sistemas morales cuentan esta misma narrativa; y ese es uno de los grandes dilemas de la antropología: ¿Por qué siendo el mundo tan diverso, por qué siendo las culturas del mundo tan diversas, en el campo del género, hay marcos universales?
Una de las respuestas puede ser porque este orden precede a la diversificación de las culturas. Podría ser porque la sociedad y la historia de la civilización empiezan cuando se disciplina la mujer. Podríamos pensar, por tanto, de algo inmensamente arcaico. Me encuentro ahí justamente, en ese primer momentito, en ese primer escalón de mi comprensión progresiva en la que sigo avanzando todos los días.
En las escuchas de los presos por violación en la cárcel de Brasilia, que duraron mucho tiempo con un equipo muy grande de estudiantes, escuché que la violación es un discurso. La violación es un discurso de la víctima, como lo cuenta el mito adánico de disciplinamiento. La víctima está siempre bajo sospecha de inmoral. La víctima está siempre bajo sospecha de desobediente. Si no ha desobedecido, va a desobedecer. La víctima es mala. Sacar ese tornillo de nuestra cabeza es dificilísimo. Entonces, a la víctima su violador la moraliza. Por eso les recuerdo a quienes han usado mis tesis y que han usado mis temas teóricos: “Ese el violador, es tú”, le dicen al policía y al juez, porque el violador es un sujeto moral. Cuando uno descubre eso, queda de cama, queda absolutamente desnorteado, como diríamos, es muy asustador descubrir que alguien que comete un crimen en la ley en realidad es un sujeto que está pensando, atribuyéndose a sí mismo un trabajo de moralización de la víctima. Pero es así, y eso se repite.
Es por eso también que aunque la víctima es violada, sufre el estigma y es doblemente victimizada. Lo encontramos muchas veces en los jueces, en los tribunales, que ella es estigmatizada por ser violada. ¡Qué absurdo!, ¿no? ¿Cuándo la humanidad va a acabar superando ese punto que hace que nosotras las mujeres no seamos ciudadanas, completamente? En el tema de la ciudadanía, las mujeres no somos personas completas, no tenemos full, no. No tenemos una persona entera, somos medio personas.
Lo otro que comprendí y que me fue muy útil después, cuando fui a analizar situaciones de escenas materializadas y bélicas, es que el otro discurso del violador es el del hombre que se encuentra detrás de la mujer, su tutor. Todo el tema de la conquista también, cuando pensamos en el tema colonial hasta hoy, creo hoy que la conquista de América fue posible porque existía un “Patriarcado Precolonial” que vulneró a los hombres enormemente ante la violación de sus mujeres por el blanco.
Un punto más. Llamo “mirada pornográfica” en mi texto El sexo y la norma a la mirada cartesiana, inclusive la mirada científica, la mirada que enseña lo que es cabeza para arriba, soy yo; realmente yo pienso, luego existo cabeza abajo. Soy parte de la res extensa, cartesiana, cosa, cosa-naturaleza, naturaleza-cosa. Ese es otro problema que está vinculado profundamente con el patriarcado y con el patriarcado relativo a la Colonia. Si queremos descosificar la vida y el mundo, tenemos que despatriarcalizar y descolonizar. Pero de verdad. No basta ponerlo en la ley. No basta anotarlo en un código. Por ahí no va, la ley no causa comportamiento, no causa mentalidad. Para que se haga, hay que persuadir y disuadir, enseñar. Si la ley no se transforma en una pedagogía, si el trabajo de los tribunales, de los jueces no es ampliamente pedagógico y creíble por la sociedad, ninguna ley cambiará un comportamiento.
Eso descubro en ese primer pasito. El discurso de la violación y del feminicidio, también de la agresión sexual, es un discurso a la víctima como disciplinador, porque la víctima es culpable por nacer. Todos tenemos pecado original, pero la víctima mujer tiene dos pecados, su pecado original duplicado y ello implica un discurso que el hombre derrotado convierte en violencia mediante la apropiación y la destrucción del cuerpo de la víctima.
Al llegar a Ciudad Juárez gracias a un grupo de mujeres, el de “Nuestras hijas de regreso a casa”, una ONG en Ciudad Juárez, a quienes conocí en España, empiezo a analizar el caso y se amplía mi visión entendiendo que el feminicidio es un lenguaje territorial. En lo esencial los femicidios de Ciudad Juárez son crímenes territoriales, en ellos se dice, se espectaculariza, se exhibe el control territorial sobre un espacio, sobre una jurisdicción, y luego tenemos lo que yo entiendo sea la juarización de México. Eso que vi ahí pasó a expandirse, infelizmente, por el territorio mexicano.
Se indica un método en estos crímenes, una forma de dominación espectacular. Se habla de espectacularizar el poder, pues es un lenguaje de poder, pero de un poder que no es el poder sobre esa mujer tan sólo, dado que la sociedad tiene que entender que esa agresión a la mujer es una agresión a toda la sociedad. Si no entendemos eso, no pararemos con el problema de las mujeres y con el problema de la sociedad, lo cual nos lleva a la cuestión del género. Por eso tengo un texto que se llama Patriarcado del borde al centro, del margen al centro.
Si llevamos la cuestión del patriarcado al centro de la política, descubrimos que los problemas que tenemos no cambian porque hay un error de paradigma y de comprensión de la cuestión. No es una cuestión de minoría, de esta minoría que habitamos este cuerpo; que no es minoría numérica tampoco, pero digamos minoría política. Como decía Balandier, “un antropólogo debe decir ¿por qué hablamos de minoría?”. Y es que las mujeres no somos minorías numéricas pero sí minorías políticas y esta minoría política que ocupamos, lo hacemos desde este cuerpo femenizable. Es para mí fundamental mostrar que el crimen contra la mujer no es un crimen menor, o sea, no es un crimen de minorías. En el feminismo nos han dicho esto de otra forma.
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