Esbozos sobre el esclavismo capitalista en el siglo XXI: apuntes en torno a la extracción de coltán

Gandhi Monter

Licenciado en Filosofía egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es maestro en Ciencias Económicas por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). Actualmente se desempeña como Investigador Asociado del Centro de Estudios Genealógicos para la Investigación de la Cultura en México y América Latina A.C. (CEGE). Sus áreas de interés se enfocan en Bio(necro)política, Crítica de la Economía Política, Teoría Crítica.

1 agosto, 2024

El caso particular y marginal a veces contiene el meollo del conjunto.

— Fiódor Dostoievski —

 

Desde que Sony demoró el lanzamiento de Playstation 2, a finales del siglo XX, el coltán se ha convertido en el insumo clave para la producción de bienes tecnológicos. Además, su extracción y uso se incrementaron considerablemente a raíz de la pandemia global de covid – 19, con la cual se disparó la venta de computadoras (Castro, 2021). Se le llama coltán al mineral resultado de la composición química entre el tantalio, colombita, manganeso y hierro (principalmente), y que se obtiene a través de la minería subterránea. Su valía reside en sus cualidades: superconductividad, almacenamiento de energía, alta resistencia a la corrosión y las altas temperaturas. Es decir, es fundamental para la producción de aparatos electrónicos más pequeños, mejores e inalámbricos.

Actualmente, el 80% de las reservas de coltán se encuentran en la República Democrática del Congo (rdc), país que padeció una guerra por el derecho a extraer dicho recurso (Becerra y Piatti, 2005). Actualmente, existe una marcada diferencia entre la minería realizada por el Estado y la que llevan a cabo los grupos rebeldes en dicha nación. Se tiene registro de que menos del 1% de la extracción se realiza de manera legal, es decir, con la supervisión del gobierno y cumpliendo las estrictas normas internacionales. Por el contrario, se han contabilizado más de 120 grupos armados que se dedican a la extracción ilegal recurriendo a la violencia y el trabajo forzado (Pampliega y Anas, 2018); tan sólo el trabajo infantil registra a un estimado de 40,000 menores de edad que son forzados a laborar en las minas (Unicef, 2019).

Oficialmente, las empresas provenientes de Ruanda extraen hasta el 25% del mineral, pero Ruanda no es un país exportador (Gleeson, 2014), sino que existe una triangulación que blanquea la extracción clandestina, manchada de sangre, que lleva el coltán a Ruanda y de ahí es vendido a las empresas que procesan y envían la materia prima a las cadenas de ensamblaje. En otras palabras, lo que estamos presenciando es la conjunción entre el capitalismo de las fintech con la continuidad de prácticas antiquísimas donde lo vanguardista se sostiene en la esclavitud. La intención de este texto es explorar este caso distópico contemporáneo de valorización del valor, donde la apariencia objetiva de las determinaciones sociales del trabajo esclavo implica a la industria de los grandes desarrollos tecnológicos. El caso del coltán funciona como una unidad mínima de comprensión; resguarda dentro sí el carácter oculto que conecta al capitalismo de avanzada con distintos tipos de esclavismos y feudalismos. Funciona, pues, como un pretexto metodológico para emprender una investigación en extenso.

Estructuralmente, no sólo es posible que el esclavismo sea un pilar del capitalismo del siglo XXI, sino que es una condición epocal necesaria. En las siguientes páginas se busca explorar los elementos que componen el funcionamiento de las relaciones sociales de producción que implican a la alta tecnología y que establecen la conexión de los trabajos (esclavos) privados para la obtención de beneficios en escalas globales.

 

א  

La cualidad del coltán está ligada a una historia marcada por el extractivismo y del dominio colonial que ha sufrido la región desde el inicio de la tendencia de expansión imperialista a finales de 1870 (Vid. Hobsbawm, 1989, pp. 56 – 62). La tendencia de las metrópolis europeas de utilizar a las periferias para expandir su acumulación y proletarizar a las poblaciones no es novedoso, sino que ya ha sido un tema analizado con brillantez por Rosa Luxemburgo, quien pensaba que la violencia económica constituye el método constitutivo en el que el capitalismo desarticula lógicas ajenas a las suya y las somete a sus necesidades (Cf. Luxemburgo [1913] 1967, p. 285).

En el Congo, la Gran Guerra de África (1998) fue el conflicto entre diversos grupos por el derecho a extraer los recursos del país y, aunque formalmente finalizada en 2003, ha generado un mapa geoeconómico entre las zonas en conflicto, donde las principales minas se localizan en las regiones al Este del país, en las provincias de South y North Kivu, en la frontera con Burundi y Ruanda. La condición fronteriza permite transportar, en escala minorista, el recurso entre países (Otamonga y Poté, 2020). Los grupos armados, aprovechando la dificultad geográfica de la extracción, y la vulnerabilidad de las poblaciones, explotan sin protección a los mineros. Al menos dentro del Congo, el proceso de extracción y transportación son profundamente artesanales (Ojewale, 2019), registrando niveles de ingreso de los trabajadores por debajo del umbral de $50.00 USD por semana.

La literatura especializada llama a este tipo de prácticas como “minería a pequeña escala” (asm), donde los elementos recurrentes son: labor artesanal, corrupción, ilegalidad, uso desmedido de la violencia y, usualmente, localización en zonas afectadas por conflictos previos (Igma Wakenge, 2021). En términos de rentabilidad, la minería del coltán sostiene a los grandes emporios tecnológicos del Norte Global, que han recurrido al cinismo de no poder afirmar “con exactitud” la procedencia de sus materias primas. La particularidad de las condiciones socialmente necesarias para la extracción de coltán, implican el uso de violencia desmedida de grupos no estatales, que luchan por monopolizar las actividades en las zonas de influencia:

Las agrupaciones armadas han utilizado la violencia como un medio para controlar territorios, como consecuencia, la población congoleña ha sufrido masacres, violaciones de mujeres y niños, secuestros, saqueos e incendios de hogares. Aunado a esto, el choque entre los mismos grupos armados, y los enfrentamientos entre estos y el ejército congoleño, ha forzado a la población a migrar hacia otras partes del país, debido también a que dañan los sistemas de suministro de agua y la quema de cultivos ha provocado hambrunas. (Olivera, s.f.)

Mary Kaldor (2012) sostiene que la principal característica de las nuevas guerras, producto del neoliberalismo y el fin de la Guerra Fría, reside en que la violencia (privatizada) es un mecanismo para la recaudación fiscal donde lo prioritario es el control poblacional a través del miedo. A diferencia de las guerras “tradicionales”, marcadas por un sentido identitario del Estado-Nación, las actividades de las nuevas guerras son descentralizadas, por lo que sus acciones siempre están mediadas por un beneficio futuro estimado. Debido a su carácter fragmentario, sus operaciones permiten un flujo mucho más eficiente de la rentabilidad del que podría obtenerse mediante estructuras centralizadas por un gobierno. En el neoliberalismo contemporáneo, las economías han encontrado en el uso de las fuerzas armadas especializadas a un facilitador entre las actividades económicas, que de otro modo estarían inconexas por lo desgastado del tejido social.

En el caso del Congo, los grupos rebeldes de la región han sido capaces de garantizar el cumplimiento del abastecimiento de coltán con las grandes firmas internacionales, que a su vez son quienes financian su abastecimiento de armas para las operaciones. La extracción abastece también la circulación de armas y fortalece el control poblacional:

Las grandes empresas financian, por supuesto, a las distintas fuerzas militares, que montadas en los preexistentes conflictos interétnicos, sostienen una guerra por el control de las minas, en la que en los últimos cuatro años han muerto entre 2,5 y 3 millones de personas. Ruanda y Uganda han diseminado unos 40.000 soldados, que cuentan con los mejores equipos, en los Parques Nacionales de la RDC, donde se hallan las reservas. (De Altube, 2004)

No bastando con cumplir su rol dentro del ciclo del capital productivo, los grupos rebeldes constituyen un “Estado paralelo” que impera con su propia ley. Su modus operandi combina estrategias de acumulación por desposesión, por un lado, y, por el otro, una subsunción de las vidas, previamente despojadas de su carácter político. El poder soberano de estos grupos, determinados históricamente, se enraíza con [hacia] una actualización del capitalismo.

  ב

La redistribución histórica de los recursos de la periferia global hacia las metrópolis, a través de la desposesión, ha sido una condición necesaria para la acumulación capitalista:

La apropiación súbita de nuevos territorios de materias primas en cantidad ilimitadas para hacer frente, así, a todas las alternativas e interrupciones eventuales de importación de antiguas fuentes, como a todos los aumentos súbitos de la demanda social, es una de las condiciones previas, imprescindibles, del proceso de acumulación en su elasticidad. (Luxemburgo, 1967, p. 274)

En este sentido, suscribimos la acotación de Daniel Bin (2016) sobre el hecho de que la desposesión no equivale necesariamente a una acumulación de capital, entendida ésta como la condición estructural donde el trabajo vivo es disociado de la conexión vital de los medios de producción y que implica, a su vez, el incremento del trabajo asalariado, en relación con el capital constante (Cf. Zarembka, 2000, p. 223). Está delimitación permite comprender, metodológicamente, la importancia de que la desposesión necesita de la subordinación capitalista orientada a la extracción de plusvalor y no limitarse a la mera distribución violenta de los recursos (Marx, 2013a, p. 940).

Además, su acontecimiento se acompaña siempre en el proceso de la capitalización expansiva de vastas regiones (Cf. Bin, 2016), que implican un complejo proceso de expulsiones o, como menciona Sassen: “[…] avanzadas políticas económicas [que] han creado un mundo en el que con demasiada frecuencia la complejidad tiende a producir brutalidades elementales” (Sassen, 2015, p. 12). La brutalidad de dichas expulsiones sucede, paralelamente, en la generación de una nueva espacialidad, privatizada y su estado de terror constante.

En el caso específico del coltán, la agudeza con la que se ejerce la brutalidad es incomprensible si se obvia la reciente globalización del capital que procura la producción de miseria que vuelve vulnerable a extensas capas de la población alrededor del mundo (Cf. Sassen, 2015, p. 14), y que busca superar las limitantes del acrecentamiento de capital a través del control de la población.

Tenemos, en este caso, por un lado, la capitalización real de los elementos constantes de la producción, y por otro, la capitalización del elemento vivo a partir de su condición de marginalidad. Las vidas, sacrificables, disponibles a una muerte impune (Agamben, 2006, p. 22), quedan subsumidas a la dinámica de la extracción de plusvalor: la zoé, que se produce con fines capitalistas es posible, en tanto continuum, de la zoé históricamente determinada (Agamben, 2006, p. 11).

ג

La vulnerabilidad de las poblaciones, emergida por la acumulación expansiva y las nuevas guerras, se puede constatar en las milicias que secuestran poblaciones enteras forzándolas a trabajar en las minas, incluyendo mujeres y niños:

El control de los grupos armados abarca toda la cadena de suministro del mineral. Por una parte, dominan las minas artesanales donde fuerzan a los mineros a trabajar en pésimas y peligrosas condiciones a cambio de salarios esclavistas (entre 1 y 5 dólares al día) […] Cabe destacar la presencia de niños los cuales, debido a su pequeño tamaño, pueden acceder a las zonas más complicadas por lo que son sometidos a jornadas laborales de más de 14 horas. (Pérez-Lafuente, 2018, p. 26)

Para Achille Mbembe (2003) el poder soberano en las colonias se expresa en el derecho irrestricto de matar y opera en conjunto al terror sobre las poblaciones. En los regímenes necropolíticos impera un Estado de sitio donde tanto la guerra como la paz son indistinguibles, la vida cotidiana se ve agobiada por las fuerzas armadas hasta que termina por militarizarse y cualquier posibilidad de institucionalidad se reduce por completo (Mbembe, 2003, p. 8). Para lograr la capitalización de los llamados mundos de muerte, la excepcionalidad de suspensión de la ley (Banerjee, 2008, p. 1549) se vuelve la norma en las colonias, dicha excepción es la condición de posibilidad para la gestión de las poblaciones en términos de esclavitud capitalista. En tanto elemento constitutivo de la economía política de la colonia (Banerjee, 2008, p. 1548), la impunidad de poder dar muerte, producto de la reconfiguración histórica de la soberanía en los territorios colonizados, se adecua a la reestructuración implementada desde el neoliberalismo, por ejemplo, acoplándose a la lógica de la rentabilidad de las nuevas guerras.

Históricamente, la colonia ha sido fundamental para reforzar la hegemonía del capitalismo global: “El sistema colonial arrojó de un solo golpe todos los viejos ídolos por la borda. Proclamó la producción de plusvalor como el fin último y único de la humanidad.” (Marx, 2013a, p. 943). La colonia, entonces, es la condición de posibilidad del modo de producción capitalista, un punto de partida, pero, también, significa un punto de llegada. En tanto fenómeno social, contiene encriptado el código epocal de la tendencia de acumulación global. El uso del necropoder en la expansión neoliberal es una continuidad del imperialismo, pero también la disrupción de un modo del capitalismo: la expresión extractivista sin limitaciones. En este sentido, las políticas de muerte operan sobre todo como políticas económicas de la rentabilidad criminal. El capitalismo sin regulación, tendencialmente esclavista, se convierte en paradigma global de gubermentabilidad (Girardi, 2019, p. 5).

ד

Si el ciclo del capital productivo implica un proceso de violencia que busca la reducción de los elementos que interfieren en su cumplimiento (Cf. Marx, 2013b, p. 74), entonces, su tendencia natural será la exclusión de toda limitación posible que implique su propia valorización, aun cuando dicha limitación haya sido autoimpuesta previamente: “el propio mecanismo del proceso capitalista de producción remueve los obstáculos que genera transitoriamente” (Marx, 2013a, p. 769).  Si esto es el caso, es posible que el devenir concreto de alguna economía particular requiera la aplicación de técnicas o prácticas sociales, históricamente previas, que abaraten los costos o que sean políticamente útiles en el establecimiento de la hegemonía social ampliada. Lo cual pondría en tela de juicio la teleología del desarrollo de las fuerzas productivas, tan recurrente en los debates marxistas del siglo XX.

En términos lógicos, el esclavismo realmente capitalista impactaría positivamente en el incremento relativo del denominador en la tasa de plusvalor, es decir, al nivel de explotación de la fuerza de trabajo socialmente necesaria (Cf. Marx, 2013a, p. 255). En términos históricos, la importancia del esclavismo también es en suma considerable:

La esclavitud es una categoría económica como cualquiera […] La esclavitud ha dado su valor a las colonias, las colonias han creado el comercio universal, el comercio universal es la condición de la gran industria […] Como la esclavitud es una categoría económica, siempre ha figurado entre las instituciones de los pueblos. Los pueblos modernos no han hecho más que encubrir la esclavitud en sus propios países y la han impuesto sin tapujos en el Nuevo Mundo. (Marx, 2011, p. 70)

El esclavismo y su relación con el capitalismo representan la tensión entre dos modos de producción que lleva a la posterior subsunción (Aufhebung) del segundo sobre el primero. Pero dicha subsunción es, también, la exposición de una potencia económica: una esencia que le permite conservarse en tanto existencia, es decir, la condición de posibilidad (en términos ontológicos) del elemento activo clave para incrementar la acumulación a escala ampliada de capital.  La violencia, como potencia económica, funciona como conatus.

Esto permite “maximizar”, en términos absolutos, el desarrollo y la expansión de la lógica de acumulación de capital. El ejercicio de la violencia, entonces, juega un rol imprescindible y su invisibilización obedece, también, a la cosificación estructural propia del capitalismo. Cuando la violencia da un giro hacia la esclavitud lo que se vuelve posible apreciar es que, en condiciones donde no habiendo una oposición contrafáctica, las relaciones sociales de producción viran hacía formas salvajes de sometimiento total de la vida, capitalizando la violencia preexistente y reinventándola. Dichas afinidades electivas (Wahlverwandtschaften) no son sólo históricamente compatibilizadas sino, sobre todo, lógicamente producidas a través de diversas expulsiones.

ה

Las mercancías poseen un carácter místico que no procede de su valor de uso, sino de su misma forma mercancía la cual cubre de un “velo fantasmagórico” que hace ver cómo relación entre objetos lo que es, en realidad, la relación social entre quienes producen dichos objetos (Cfr. Marx, 2013a, p. 89). Esta condición estructural de la mercancía genera una especie de “pseudoconcreción”. El individuo, abstraído, es incapaz de ver la conexión de los trabajos previos concretizados frente a sí. El problema de la fetichización y sus implicaciones resultan inherentes al capitalismo, cualquiera sea su manifestación. Pensemos en cuanta sangre y esclavitud están en cada dispositivo electrónico. Si el modo de producción implica el uso de la violencia, ¿cómo operan los dispositivos culturales que soterran, normalizan, seleccionan o espectacularizan la barbarie?, si la violencia es una potencia económica ¿qué y cómo se ocultan o se visibilizan su consumo? ¿Por qué consumimos la violencia del modo en que lo hacemos?, ¿cuáles violencias están permitidas consumir abiertamente y cuáles a través de su ocultamiento fetichizado?

Analíticamente, dicha condición estructural es problemática porque, en primer lugar, nos impide tener una comprensión medianamente generalizada de la producción de determinadas mercancías; y, segundo, nos hace creer que la división geopolítica que la posibilita sería, por sí misma, suficiente para encontrar soluciones viables. En la yuxtaposición de ambos problemas se vuelve necesario plantear una exploración de las diferentes estrategias que se generan en el consumo de la violencia. Estos esbozos, son apenas una aproximación para una revisión exhaustiva de la producción capitalista contemporánea en busca de explicar las distopías que, impulsadas por la voracidad, conjuntan lo más sórdido del pasado y lo convierten en futuro.

 

Bibliografía y referencias

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