1. Introducción
Con frecuencia, en los análisis políticos, las ideas que pensamos originales suelen no serlo. En gran medida, esto se debe a que nos falta mucho por conocer, particularmente de autores que en el pasado hicieron el estudio de la realidad política mexicana. Pablo González Casanova es un intelectual cuyo legado es poderoso en el ámbito de las Ciencias Sociales en general. En la Ciencia Política, es necesario reivindicar varios elementos de sus escritos publicados en los años ochenta y noventa, en la época de la incipiente transición a la democracia, cuando los partidos de oposición cobraron protagonismo, en parte derivado de las normas electorales, en parte porque estaban siendo votados más que nunca.
Dos son los elementos principales que conviene recuperar de los análisis de González Casanova para el estudio de los partidos políticos: 1) no pueden ser entendidos sin revisar su relación con el Estado, y 2) también es preciso estudiar sus vínculos con la sociedad. En efecto, no se podía partir de una conceptualización donde solamente cupiera el segundo: en México prevalecía un régimen autoritario con la hegemonía de un partido. Por tanto, resultaba inevitable tomar en cuenta sus relaciones con la máxima autoridad política. En este trabajo colocamos en relieve las principales ideas de este autor sobre los partidos en México, de manera específica y especial sobre el Partido Revolucionario Institucional (PRI) durante sus orígenes y su etapa hegemónica. Asimismo, exponemos algunas de sus ideas sobre los partidos minoritarios y la posibilidad de cambio que algunos de ellos ofrecían, básicamente los que se ubicaron en el flanco ideológico de izquierda. Cerramos el artículo con una referencia sustantiva de nuestro autor sobre los contenidos de un programa de cambio a largo plazo. Un programa indispensable para cualquier fuerza política que quiera proponer una auténtica alternativa de transformación en beneficio de la sociedad.
2. Los partidos como agentes del Estado
González Casanova hizo una caracterización de lo que ahora se conoce como el sistema de partidos durante el régimen autoritario. Después de la revolución mexicana, destacó la fase de multipartidismo que predominó hasta la formación del Partido Nacional Revolucionario. Consideró las sucesivas transformaciones del partido, pasando de Partido Nacional Revolucionario (PNR) a Partido de la Revolución Mexicana (PRM) y finalmente a ser Partido Revolucionario Institucional (PRI). González Casanova definió al Partido Revolucionario Institucional como un partido del Estado porque nació bajo su tutela y porque cumplía con un conjunto de funciones que lo hicieron indispensable para la estabilidad política. Para comprender esta caracterización, es necesario recuperar su noción de Estado, que remitía indudablemente a la perspectiva marxista:
El Estado en un país como México no es sólo un instrumento de las clases gobernantes; es un campo de lucha de las propias clases gobernantes y de los sectores populares que buscan retenerlo o rehacerlo para el ejercicio de su soberanía. (González, 1984, p. 157).
Esta definición se distanciaba de aquella que concebía al Estado como instrumento de dominación de una clase sobre otra y lo ubicaba como parte de las luchas por la hegemonía. Los partidos estaban en medio de ellas, como instrumentos de representación social y no como organizaciones construidas desde el Estado para la legitimación del régimen. Las funciones del partido del Estado eran numerosas, de acuerdo con el enfoque de González Casanova:
1) Organizar, movilizar y encauzar al electorado.
2) Elaborar planes y programas para las campañas electorales.
3) Enfrentar a la oposición: Estas funciones son mencionadas por el autor como parte de las que de manera natural cumplen los partidos (y aparecen usualmente en cualquier autor especialista en el tema, como lo constatan Gunther y Diamond, 2001). Sin embargo, en el desarrollo de sus trabajos posteriores a El Estado y los partidos políticos en México, pondrá en relieve su capacidad de movilización para apoyar a los gobernantes. No solamente en tiempos electorales, sino sobre todo en momentos claves de la vida política, tales como: la toma de posesión del presidente de la República, los informes presidenciales, la instrumentación de políticas gubernamentales primordiales y eventos de celebración de gestas históricas. Muy pronto, las movilizaciones se replicaron en el ámbito local, encumbrando a los gobernadores y a uno que otro presidente municipal con fuerte liderazgo regional. En tales oportunidades, el partido mostrará una capacidad de acción que difícilmente algún otro partido pudo tener. La disciplina fue un elemento sustancial que se expresó en estas acciones partidistas fuera de los procesos electorales, un rasgo característico propio del control corporativo en el que se fincó el autoritarismo.
4) Controlar ideológicamente a trabajadores, pobladores, líderes, caudillos y empresariado.
La conformación de las organizaciones de trabajadores fue una directriz gubernamental desde los años treinta, y en ellas se desarrollaron prácticas poco democráticas. Al frente de las mismas se encumbraron líderes de dudosa representatividad, que además establecieron acuerdos con los patrones o con el gobierno (que fungió como tal por las numerosas empresas estatales y como jefe de una extensa burocracia que se constituyó a lo largo del tiempo). Estas organizaciones cumplieron con varias funciones: contener la acción de los trabajadores a favor de sus demandas, asegurar votos para el partido y movilizarse para respaldar a sus gobiernos o a sus candidaturas. El corporativismo inhibió las luchas de los trabajadores (Reveles, 2003). Cualquier demanda tenía que ser procesada por las organizaciones progubernamentales o por el partido. Los sindicatos u organizaciones que emergían para cuestionar y en todo caso, ganar la representación laboral, no tuvieron oportunidad alguna debido a que autoridades gubernamentales y dirigentes sindicales tenían vínculos sólidos, y porque las reglas escritas y no escritas mediante las que se procesaban las demandas de los trabajadores anulaban cualquier posibilidad de participación para quienes no asumieran una postura favorable al régimen (González y Lomelí, 2000).
5) Organizar las elecciones en lugar de la Secretaría de Gobernación. En cuanto al sistema electoral, poco a poco el partido se hizo cargo de la organización de los comicios, lo que fue una expresión más de su poderío. Hay que recordar que durante la mayor parte de la historia del país hasta los años cuarenta del siglo XX, tal organización corrió a cargo de los gobiernos municipales o locales. A partir de la reforma electoral de 1946, Gobernación centralizó los procesos, para que posteriormente, en los hechos, el partido asumiera su control. Con ello, sus posibilidades de triunfo aumentaron considerablemente. La oposición poco pudo hacer, ya fuese ante el contundente peso del gobierno o bien frente a la capacidad organizativa del partido. González Casanova captó estas características del sistema electoral, por lo que reconoció la importancia que en su momento tuvieron las modificaciones legales de 1977. Con ellas se abrió la puerta a la pluralidad partidista y también a la participación de partidos y ciudadanos en la organización de las elecciones. Pero este sería un proceso prolongado y tortuoso, dirigido siempre por los presidentes en funciones hasta el año 2000 y posteriormente por el mismo PRI.
6) Distribuir premios y castigos a líderes y grupos internos evitando conflictos para, por ejemplo, procesar la sucesión presidencial. González Casanova advirtió la capacidad del partido para resolver las diferencias entre corrientes y líderes. A menudo concebido como monolítico, sus diferencias salían a relucir cada seis años. Pero todas (o casi todas) se resolvían a partir del reconocimiento de la autoridad presidencial, gracias a la lealtad y cohesión internas. Este fenómeno fue constatado en las sucesiones presidenciales más complejas, por ejemplo, cuando la “familia revolucionaria” padeció escisiones como en las elecciones presidenciales de 1940, 1946 y 1952 (Loaeza, 2022) o bien en los agitados contextos que envolvieron a las de 1970, 1976 y 1982. La distribución de premios y castigos funcionó bien a partir de los años cincuenta y hasta 1988. El surgimiento de la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas dio un impulso a la transición a la democracia, como lo advirtió González Casanova en su Primer informe sobre la democracia y en otras obras posteriores a dicho proceso.
7) Establecer la disciplina de partido en el Poder Legislativo. Las prácticas poco democráticas del partido, efectivas para el control de los trabajadores y de la sociedad en general, fueron útiles para la conformación de su hegemonía. Esto se vio reflejado en el trabajo legislativo, donde las iniciativas del presidente no enfrentaron obstáculos para su aprobación. La introducción de los llamados diputados de partido y posteriormente la inserción de la representación proporcional tuvieron un impacto tardío, porque varios de los partidos de representación en el congreso jugaron a favor del gobierno. No fueron una oposición real o bien sus coincidencias ideológicas los llevaron a apoyar las propuestas oficiales. En 1997 sería el año clave para el cambio, por la composición de la cámara de diputados en dos bloques, uno del PRI y otro del conjunto de sus adversarios. Más allá de tal composición y por encima de una creciente oposición, el priísmo conservó su rol como primera fuerza legislativa, puesto que además de la mayoría de las diputaciones federales, retuvo una cómoda mayoría en el Senado. Tal condición le concedió una gran capacidad de negociación que limitó sin duda el margen de maniobra de los presidentes de la república emanados del PAN, Vicente Fox (2000-2006) y Felipe Calderón (2006-2012).
8) Convencer a la sociedad de la legitimidad de las medidas del presidente de la República.
9) Imponer decisiones distantes e impersonales en la sociedad, con lo cual sentar las bases de una lealtad personal-institucional en el régimen. Las dos funciones anteriores se relacionan con la potente socialización de valores que llevaron a cabo los gobiernos revolucionarios. Como bien señala González Casanova, el régimen presidencial facilitó la centralización de las decisiones. Los funcionarios públicos y los dirigentes del partido contribuyeron a enaltecer al presidente de diferentes maneras. Y entre los militantes y simpatizantes se conformó un culto a la personalidad. Esto provocó que la sociedad también asimilara una visión positiva del presidente. De ahí que, en la práctica, para la resolución de sus problemas, la ciudadanía pensara en la infalibilidad de los gobernantes y del presidente en particular. Cuando los resultados fueron positivos, la imagen del presidente se agrandó; cuando no, de cualquier manera, fue visible su poder para desembarazarse de su responsabilidad. Los cuadros del partido y los integrantes de su equipo gobernante hicieron todo lo posible para no dañar la imagen presidencial (Carpizo, 2002). Esto fue parte del respeto a la investidura presidencial, de la lealtad a toda prueba hacia el titular del Ejecutivo. Hubo diversas coyunturas críticas para los presidentes, pero los conflictos no minaron su autoridad lo suficiente para quitarle el poder. Ciertamente, en el espacio social, una parte de la ciudadanía manifestó su disgusto por la situación económica y política, como lo expresaron el desafío de los estudiantes en el 68, las guerrillas rurales y urbanas, la emergencia del sindicalismo independiente, el activismo cívico y empresarial de los años setenta y ochenta y la acción del Ejército Zapatista de Liberación Nacional desde 1994. Pero la mayoría de estas expresiones no se trasladaron a la arena electoral, donde el partido continuó sumando mayorías y socializando sus valores y prácticas.
10) Recuperar y auscultar a los grupos más activos en movilizaciones, para identificar demandas y seleccionar a sus representantes y postularlos como candidatos del partido. (González, 1984). Esta es otra de las funciones más relevantes que aseguraron el control político del priísmo. La captación y cooptación de disidentes fue una labor eficaz, que principalmente corrió a cargo del partido. En el plano electoral, los primeros actores que fueron subordinados a la autoridad presidencial fueron los partidos minoritarios como el PPS o el PARM. Más tarde, a partir de la reforma electoral de 1977, también varios más que obtuvieron su registro legal desde entonces. Significativamente, algunas de tales agrupaciones fueron vistas positivamente por González Casanova, como el Partido Socialista de los Trabajadores, que en su momento parecía ser una interesante alternativa de izquierda. Precisamente algunas de las fuerzas emergentes de los años setenta fueron presa de la estrategia gubernamental de cooptación. De hecho, la integración al sistema de la disidencia fue un arma que el gobierno manejó permanentemente durante la transición a la democracia. Tal fue una de las causas del gradualismo en el cambio político, de la asimilación de la democracia liberal de parte de todos los partidos (incluyendo a los de izquierda) y de la aceptación del modelo económico capitalista (lo que incluyó las políticas de corte neoliberal). Solamente el Ejército Zapatista de Liberación Nacional se negó a compartir las mieles del poder como en su momento lo hicieron los distintos partidos que se integraron al ejercicio de gobierno y al trabajo legislativo. Dicho comportamiento fue sumamente atractivo para González Casanova, por lo que, en el último tramo de su trayectoria intelectual, abandonaría cualquier esperanza respecto de la transformación social mediante partidos y optaría por abrazar las causas del zapatismo y de los movimientos altermundistas de las últimas dos décadas.
Aunque varias de las funciones puntualizadas por González Casanova son cumplidas por cualquier partido político, en el caso del PRI fueron mucho más relevantes las que dieron sustento al presidencialismo, al control de los trabajadores y por supuesto a garantizar sus triunfos de manera permanente. Gracias al cumplimiento de sus funciones autoritarias, las elecciones no fueron un auténtico espacio de lucha por el poder. Sirvieron para una fachada democrática que, con todas sus limitaciones, tuvo fundamentos muy diferentes a los regímenes militares que se instauraron en la mayoría de los países latinoamericanos en la segunda mitad del siglo XX. González Casanova alcanzó a advertir estas sensibles diferencias entre autoritarismo y totalitarismo en América Latina y el Caribe desde el golpe de estado en Chile, y sobre todo cuando las democracias volvieron a florecer hacia finales de los años ochenta (González, 2017).
El partido fue campo de acción de las élites, lugar de encuentro y reconciliación de las corrientes principales y de sus liderazgos. El PRI se constituyó como un partido sólido desde la década de los años cuarenta, justo cuando la modernización económica tuvo lugar en el país. Con el paso del tiempo, la demanda de apertura del régimen fue amplificándose con la formación de nuevos partidos. González Casanova vio en ellos la oportunidad de construir un régimen democrático y posteriormente alcanzar el socialismo. En sus análisis, no dejó de tomar en cuenta a los principales partidos de oposición, donde ubicó al Partido Comunista Mexicano (PCM) y al Partido Acción Nacional (PAN). El resto de las agrupaciones partidistas formaron un conglomerado inestable de disidencias, algunas con más trayectoria que otras, pero igualmente débiles ante el control político priista. Desde la perspectiva de nuestro autor, además de los ya mencionados, destacaron el fundado por Vicente Lombardo Toledano, el Partido Popular, más tarde denominado Partido Popular Socialista y, en un segundo plano, el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, formado por militares revolucionarios inconformes con el gobierno.
El enfoque de González Casanova para estudiar a estas organizaciones se centra en su incidencia en el ejercicio del poder y no en su presencia electoral. Particularmente esto es notorio en el caso del PRI, pero también se distingue en la participación del comunismo y del lombardismo. Ambos tenían una base social de apoyo en el sindicalismo y en organizaciones campesinas, en tanto que el primero se benefició de una fuerte participación de artistas e intelectuales en sus primeros años. Como es evidente, ahora los partidos ya no se distinguen por sus vínculos con los trabajadores en general. Se piensa en ellos simplemente como opciones electorales, acaso con la identificación de líderes y muchas veces sin distinciones de fondo en sus programas, cargados de ideas genéricas, políticamente correctas, que buscan atraer el voto de la mayor cantidad de simpatizantes sin comprometerse con un horizonte de futuro viable y deseable.
Ante el aumento de la fuerza de las oposiciones, una de las cuales se alimentó de la escisión del partido desde 1988, el priísmo reiteró su estrategia para el cambio de régimen: el gradualismo. Fueron los partidos y algunos actores políticos y sociales (como iglesias, el sector empresarial y asociaciones cívicas) quienes demandaron la democratización. El activismo de integrantes de estos sectores pronto sería canalizado hacia la vía electoral. En los comicios presidenciales de 1988, precisamente, hubo una confluencia de organizaciones políticas y sociales que denunciaron el fraude electoral en contra del candidato presidencial escindido del partido gobernante. Fue un conflicto inter-élites que se zanjó en la contienda electoral y que atrajo a organizaciones sociales cuyas luchas específicas (casi siempre) habían sido infructuosas (López y Cadena, 2021). Lo que en su momento se llamó neocardenismo dio lugar a la confluencia de varias organizaciones y corrientes políticas de izquierda que fundaron al Partido de la Revolución Democrática. Partidario de la unidad de las fuerzas sociales de este signo ideológico, González Casanova sin embargo observó con desconfianza el distanciamiento social del que adolecían esta y otras agrupaciones de izquierda.
El mismo problema había percibido en el priísmo. De suyo presente durante su hegemonía, se aceleró con la escisión que sufrió en 1988 y con la irrupción del EZLN en 1994. Sus corporaciones no fueron capaces de asegurar holgados triunfos electorales como en el pasado (Mirón). Su falta de representatividad se reveló como nunca, al ser corresponsable de los saldos de las crisis y de los efectos del cambio de modelo económico. El activismo del sindicalismo y de organizaciones campesinas independientes y los movimientos urbano-populares, aumentaron en los ochenta y nutrieron a la oposición electoral desde 1988. Pero paulatinamente las movilizaciones cambiaron de escenario, al trasladarse de las fábricas, el campo, las escuelas y las calles a la militancia partidista, a la labor proselitista o únicamente a la emisión del sufragio el día de la elección a favor del PRD y de algún otro partido de izquierda de menor relevancia.
Aunque en 1994 el EZLN trató de revelar la inutilidad de la ruta electoral para el cambio político, el priismo fue capaz de entrampar al perredismo con la misma estrategia que utilizó para contener a muchos disidentes en el pasado: el gradualismo y la negociación política. Tan es así que, a casi tres décadas de la irrupción pública del zapatismo, sus principales demandas plasmadas en los llamados Acuerdos de San Andrés (que fueron firmados en 1996, como resultado de mesas de negociación pública entre el gobierno y el EZLN), siguen sin cumplirse. Autor intelectual de la ruta para el cambio político, el PRI perfeccionó su funcionamiento como maquinaria electoral. Fortaleció sus estructuras, se benefició del perenne apoyo de los medios de comunicación más influyentes y usó una vasta cantidad de recursos, legales e ilegales para atraer el voto. Distante del activismo social, el partido aprovechó su nutrida militancia y sus experimentados liderazgos, que le fueron leales hasta los comicios presidenciales del año 2000.
Al final, la estrategia que había definido el gobierno para la transición pacífica del autoritarismo a la democracia rindió frutos para la oposición. Izquierdas y derechas ganaron espacios de poder local y nacional cada vez más amplios. Los beneficios que antaño recibían las élites priístas en exclusiva, fueron aceptados con beneplácito por panistas, perredistas e integrantes de un pequeño pero importante número de partidos minoritarios. A la postre, esto que inicialmente fue un fenómeno natural, se convirtió en blanco fácil para cuestionar la falta de representatividad de todos los partidos, debido a que el estatus social de las élites políticas contrastó con una sociedad cada vez más empobrecida, que ni percibía ni tenía beneficios concretos del fin del régimen autoritario.
Tal vez por todo ello, González Casanova se distanció de los partidos como objeto de estudio y como opción para el cambio social y político. En su lugar, sus intereses intelectuales lo llevaron a acercarse al EZLN y a acompañarlo en su derrotero al margen del sistema. Incluso ahora, en pleno auge del lopezobradorismo, nuestro autor mantiene su visión crítica hacia los partidos por las mismas razones: su distanciamiento con la sociedad y su falta de proyecto de cambio profundo de régimen político y de modelo económico.
3. Más allá de los partidos: una nota sobre el proyecto de transformación social
Esta fue otra de las ideas principales de nuestro autor en El Estado y los partidos políticos en México, que es necesario: reivindicar la noción de democracia como una forma de gobierno a alcanzar con la conjunción de múltiples organizaciones políticas y sociales. Aunque la idea del partido vanguardia continuaba presente, para González Casanova no era tan importante como la del frente popular. Era lógico si se toma en cuenta que en ese entonces (en los años ochenta del siglo XX), la apertura a nuevas fuerzas trajo consigo la aparición de diversas organizaciones partidistas, con identidades ideológicas de derecha o de izquierda. De hecho, las izquierdas eran más numerosas. Tan fue así que hubo dos ejercicios de unificación, uno con el Partido Socialista Unificado de México (PSUM, partido al que González Casanova le atribuyó el principal papel en el cambio político de esa época) y posteriormente con el Partido Mexicano Socialista (PMS). González Casanova fue capaz de enunciar ideas fundamentales para la formulación de un programa de izquierda:
- Difusión del socialismo científico y de investigaciones basadas en este enfoque.
- Explicación de los hechos desde la perspectiva de izquierda y su divulgación entre las masas.
- Apoyar de manera permanente a procesos de democratización sindical y política.
- Determinación de medidas concretas antiimperialistas para disminuir dependencia y endeudamiento externo, y determinación de una política que disminuya la fuerza de los monopolios. Y una política económica que, dentro del capitalismo, aumente la propiedad estatal y la presencia de los trabajadores en espacios de dirección en el Estado.
- Articulación, orientación y apoyo a los movimientos de resistencia popular, de trabajadores industriales y agrícolas, pobres, pobladores, explotados y superexplotados, movimientos que surgen en la fábrica o la mina, el municipio o el cinturón de miseria.
- Apoyo político y legal a dirigentes y organizaciones colocados en la ilegalidad y sometidos a juicio por sus luchas sindicales, democráticas y revolucionarias. (González, 1984, pp. 156-157).
Las luchas de la izquierda, además, debían darse dentro y fuera de las organizaciones sociales y políticas (combinar la lucha democrática y la socialista, decía), siempre preservando la autonomía ideológica, política y revolucionaria de las organizaciones de izquierda. Sus ideas podrían ser reivindicadas en la actualidad por cualquier partido de izquierda que se precie de serlo. Principalmente, porque no hay claridad en la utopía que se pretende alcanzar, como sucede con el partido Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) y su gobierno de la llamada cuarta transformación. Las ideas de nuestro autor exigen un programa social de cambio con un compromiso contundente con las causas sociales más sentidas, entre las cuales tendría que estar no sólo la eliminación de la pobreza y la desigualdad social, sino la explotación laboral y la falta de respeto a las libertades plasmadas en la ley. Si bien parece sencillo aceptar tales objetivos, entrañan un conjunto de valores que no tienen arraigo y solidez en muchos líderes y corrientes del partido Movimiento de Regeneración Nacional. Empezando por el propio presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, para quien el origen de la pobreza se halla en la corrupción de las élites políticas y no en la explotación social.
4. Conclusiones
Pablo González Casanova ayudó a comprender al partido de Estado al señalar puntualmente las funciones que cumplió durante el régimen político autoritario. Analizó la hegemonía revolucionaria y observó la débil presencia de los partidos minoritarios en general. Advirtió que los partidos de oposición de izquierda lograrían la apertura y la democratización del régimen. Pero sus limitados avances y su muy parecido comportamiento al de las élites que pretendían derrocar le distanció de esta alternativa de cambio. Particularmente, su perspectiva se modificó con la irrupción del EZLN en 1994, del que es asesor hasta la actualidad.
Para demostrar la vigencia de las ideas de este gigante intelectual mexicano acerca de los partidos, basta con hacer memoria del concepto de partido del Estado. Sus reflexiones son tan vitales que interpretaciones recientes aseguran más o menos lo mismo: en nuestros días, los partidos son más representantes del Estado que de la sociedad, esta idea es la esencia del llamado partido cartel, (Katz & Mair, 2007; Mair, 2013). Si bien nuestro autor hacía referencia al estrecho vínculo del PRI con el gobierno y los autores citados al distanciamiento de los partidos respecto de la sociedad, en el fondo el elemento común es la crítica a la falta de representación de los intereses sociales de parte de las organizaciones partidistas. Rasgo que, desafortunadamente, caracteriza a todos los partidos de nuestro tiempo.
5. Referencias Bibliográficas
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González, M. y Lomelí, L. (2000). El Partido de la Revolución. Institución y conflicto (1928-1999). FCE.
González, P. (1985). El Estado y los partidos políticos en México. Era.
González, P. (2017). Explotación, colonialismo y lucha por la democracia en América Latina. Akal.
Gunther, R. y L. Diamond (2001). Types and functions of parties. En L. Diamond y R. Gunther (Eds.). Political parties and democracy. Johns Hopkins University Press.
Katz, R. y Mair, P. (2007). La supremacía del partido en las instituciones públicas: el cambio organizativo de los partidos en las democracias contemporáneas. En J. Montero, J. Richard, J. Linz (Eds.). Partidos políticos. Viejos conceptos y nuevos retos. Trotta.
Loaeza, S. (2022). A la sombra de la superpotencia. Tres presidentes mexicanos en la Guerra Fría, 1945-1958. El Colegio de México.
López Leyva, M.A. y J. Cadena. (2021). Las izquierdas mexicanas hoy. Las vertientes de la izquierda. Ficticia. IIS-CIICH-UNAM.
Mair, P. (2013). Gobernando el vacío. La banalización de la democracia occidental. Alianza Editorial.
Reveles, F. (2003). La estructura de un partido corporativo en transformación. En F. Reveles (Coord.) PRI: crisis y refundación. UNAM-Gernika.