Estudiante de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación y creadora de “El recuento 2”. Además es analista de temas relacionados a la política, justicia, seguridad, género y salud mental.
El 1 de julio del 2018 marcó un hito en la historia política reciente en México: un presidente era electo, proveniente de un partido de reciente creación y con afinidad a la izquierda, con legítimas preocupaciones sobre la justicia social y la mejora de la calidad de vida de las clases históricamente más vulnerables. Este cambio resultó en un aumento del interés de la población en temas políticos, así como de su participación en la discusión y movilización pública expresadas en marchas (algunas a favor de la llamada 4T, pero también en su contra). Ante estos posicionamientos diametralmente opuestos, que incluyeron espacios como las universidades y los programas de debates en los medios de comunicación durante el sexenio, muchos líderes de opinión e intelectuales definieron al fenómeno como “polarización”.
A partir de una revisión de la literatura reciente, el grado de polarización política se puede advertir de varias formas: desde las plataformas de partidos y gobiernos, desde las actitudes, discursos y votos de parlamentarios, y desde las dimensiones afectivas de la ciudadanía sobre sus sentimientos y sobre aprecios y odios de personas de diferente filiación política (Waisbord, 2020). Aquí, es importante señalar que la polarización socava las posibilidades del reconocimiento de opiniones diversas y conlleva al simple mayoritarismo que desconoce o impone su voluntad sobre los intereses minoritarios. Ahí, la democracia funcional y la polarización están inversamente relacionadas (Sani y Sartori [1980], como se cita en Waisbord, 2020).
Cabe destacar que México es un escenario complicado para los líderes de opinión, periodistas y medios de comunicación, pues las audiencias suelen buscar un contenido narrativo que alimente y confirme sus posturas políticas. En ese sentido, la fragmentación mediática reforzó la política de identidades (dentro de un espectro de izquierdas y derechas), y facilitó la producción de contenidos que se ajustaran perfectamente a simpatías políticas determinadas (Waisbord, 2020). Y es que, una de las características principales de nuestros tiempos ha sido la fragmentación de las sociedades occidentales en franjas de intereses, aparentemente irreconciliables al respecto. Una posible explicación para esta polarización es que los estragos ocasionados por el aumento de la desigualdad económica, la pobreza y la sensación de (in)injusticia social, han puesto en entredicho el consenso hegemónico sobre el modelo neoliberal y la democracia liberal, que floreció plenamente a raíz de la caída del Muro de Berlín (Islas, 2020).
En este sentido, a lo largo del sexenio hemos visto una batalla de liderazgos opositores que promueven la difusión de información falsa y maliciosa, con el objetivo de manipular a la población con mentiras y datos inexactos, para sembrar desconfianza en el gobierno y sus proyectos. También, desde el otro bando, se ha señalado, etiquetado y estigmatizado a influencers, líderes de opinión y medios de comunicación que poseen posturas contrarias a la llamada 4T. Podríamos considerar que en ambos lados se ha utilizado el discurso de odio para minimizar, desprestigiar y minar la credibilidad de medios, periodistas y activistas. Esto nos lleva a un debate sobre la libertad de expresión, la censura, el autoritarismo y la carencia de autocrítica. Pero, lo cierto es que, el caudal de información que ha caracterizado este periodo, se convirtió en impulsor de las posturas polarizantes. De acuerdo con Chul Han, (2022, p. 45):
En la Infocracia, las campañas electorales son un momento perfecto para generar un caos informativo con mentiras y el uso de trolls y bots: cuentas que se hacen pasar por personas reales que comparten comentarios cargados de odio. Los robots toman un rol de ciudadanos y manipulan el discurso, fingiendo opiniones que no existen para cambiar el clima de opinión en la dirección deseada, esto con sólo un pequeño número de bots. Si los votantes están expuestos a estos intereses oscuros, entonces la democracia está en peligro.
Así, un conocido opositor, Carlos Alazraki, fue expuesto en la Conferencia Presidencial del Jueves 30 de junio de 2022, debido a que, en su programa online: Atypical-TV, dijo abiertamente: “esta campaña no se gana con publicidad, se gana con propaganda y entre más mentiras des contra Morena, mejor te va”; lo cual representa la profunda crisis a que estas prácticas han conducido a los medios de información masiva.
Retomando a Chul Han (2022) podemos decir que hemos pasado a una era donde las grandes televisoras se enfocaron en entretener a las audiencias para aligerar el discurso, la nota y la comunicación. Ahora, la información tiene un intervalo de actualidad muy reducido y vive del factor sorpresa, aunado a que la televisión fragmenta el discurso. Los medios impresos se vuelven televisivos o digitales y la noticia breve se convierte en la unidad básica de información. Ni siquiera la radio se libra de este proceso decadente, pues su lenguaje es cada vez más fragmentado y discontinuo, diseñado para provocar reacciones viscerales.(1)
La creación de un clima de opinión favorable a ciertos intereses mediante la difusión de noticias falsas y la fragmentación del discurso, también socava la confianza de la población en sus instituciones. Esta crisis informativa no sólo afecta la percepción pública, también tiene profundas implicaciones en la capacidad de los ciudadanos para tomar decisiones informadas.
La polarización es una problemática que, en términos de estructuras de medios, tiende a dividir al periodismo tradicional en dos vertientes. Por un lado, desincentiva el tipo de periodismo equilibrado, amplio y comprensivo, que cubre temas y ofrece perspectivas por fuera de la férrea lógica bipartidaria o el maniqueísmo ideológico. Por otro, promueve una diversidad limitada y debilita los espacios para la expresión de diferencias sociales y políticas que no entren en la lógica binaria. Esto refuerza la desinformación, exponiendo a los públicos a visiones filtradas por intereses estrechos.
Por esta razón, la polarización que así se promueve profundiza la crisis de la comunicación pública como espacio común de información y deliberación, y fortalece el clientelismo mediático y la manipulación partidaria de los medios de propiedad pública, orientado según la lógica de la crítica constante del otro y la alabanza eterna de los propios; además, prioriza identidades estrechamente partidarias o personalistas sobre principios cívicos (Svolik [2019], como se cita en Waisbord, 2020).(2)
Para Alberto Escorcia, periodista experto en analizar noticias falsas y su comportamiento, las agencias de bots y trolls simulan lo que es viral y orgánico (Pozdnyakov, 2022). En este sentido, el contenido que genera miedo tiende a compartirse más y la viralidad se genera por el contagio de emociones que escalan. La teoría de las capas de información es el viaje que realiza la información desde las calles a las redes sociales. Las agencias compran notas para simular este efecto y provocar una reacción de las autoridades.(3)
El capitalismo de la información se apropia de técnicas del poder neoliberal que los influencers llegan a interiorizar. Ellos son venerados como modelos a seguir, se muestran a modo de salvadores y los seguidores son sus discípulos, a modo de mercancía. Los medios se vuelven una religión, donde cada acto se vuelve un ritual. Así, en una comunicación en la que resulta fundamental generar emociones y reacciones, la articulación de argumentos sensatos es lo que menos interesa; el objetivo es generar excitación y las noticias falsas atraen más atención que los hechos (Chul Han, 2022).
Aquí, también hay que considerar que los youtubers y los líderes de opinión son completamente falibles y ambos han caído en o promovido mentiras, difamaciones e información inexacta, incompleta o falsa. El problema real viene cuando afecta las decisiones conscientes de la población. Por otra parte, la velocidad del cúmulo de noticias obstaculiza el razonamiento del hilo de los eventos y sus probables consecuencias. De esta forma, la crisis de la verdad se extiende cuando la sociedad se desintegra en tribus entre las cuales ya no es posible ningún entendimiento ni vínculo (Chul Han, 2022).
La construcción de la identidad en la era digital está intrínsecamente ligada a la forma en que consumimos información. De acuerdo con Erving Goffman, nuestras percepciones de la realidad están moldeadas por nuestro entorno. En un contexto en el que la información se convierte en mercancía, la identidad se fragmenta y se redefine constantemente, y la búsqueda de pertenencia a un grupo se convierte en un motor para el consumo de contenido, lo que lleva a que la identidad individual se asocie con las opiniones y narrativas predominantes (Goffman [2006], como se cita en Seveso, 2012).
La influencia de los medios y los líderes de opinión en la construcción de la identidad se manifiesta en cómo la población se adhiere a ciertas creencias y discursos. Aquí, la incapacidad de separar la opinión de la identidad personal puede llevar a un estado de polarización en el que el debate racional se ve reemplazado por la defensa a ultranza de posiciones ideológicas. Esta dinámica no sólo afecta la calidad del diálogo público, sino que también erosiona la capacidad de los ciudadanos para cuestionar y analizar críticamente la información que consumen (Chul Han, 2022).
Las narrativas contra la 4T han permeado en las redes sociales, infiltrándose en grupos o comunidades con el fin de intimidar y promover discusiones que luego se reproducen en círculos íntimos como los familiares, laborales y comunitarios. En el lado “oficialista”, también se han provocado discusiones que no sólo se centran en personajes específicos, también se pronuncian contra posturas ideológicas. Para ambos bandos se ha erigido una identidad que se ve a sí misma de una forma, pero que percibe al grupo de oposición de manera completamente distinta. Aquí hay que destacar cómo el grupo oficialista se ve a sí mismo como “representante del pueblo bueno”, “el movimiento con conciencia de clase”, mientras que el opositor se mira como “aquel que goza de intelecto, éxito profesional, posición de clase, quién no se deja manipular o engañar por la administración en turno”.
En la mirada oficialista, los grupos opositores son desclasados como “fifís” que han perdido privilegios; son clasistas, racistas y “prianistas” porque apoyan a partidos hegemónicos opositores. Para Saavedra (2024) las identidades no sólo se polarizan (pobres versus ricos o pueblo versus ciudadanía), sino que se caracterizan en términos maniqueos: buenos y malos, honestos y corruptos. Así, el populismo produce un discurso y una narrativa victimizante como instrumento político en el que, además, se otorga a sí mismo una superioridad moral frente a su oponente. La moralización y emocionalización de la política pueden socavar el espacio público en la medida en que dejan pocas (o nulas) oportunidades de diálogo, discusión, entendimiento y acuerdo entre los actores dialogantes enfrentados.(4)
También existen mecanismos que nos anclan a lo que nos parece real, como la diferencia de nuestra rutina con otras similares, el mantenimiento del sistema de roles y su desarrollo en él, y la probabilidad de que los eventos dejen huellas con la posibilidad de verificarse cuando transcurra el tiempo; la identificación de los elementos de las estructuras de nuestras percepciones y la suposición de que los actos de un individuo son la expresión de una identidad estable, que permanece más allá de los roles de un momento determinado (Herrera, 2004; Hernández, 2016).
Por su parte, Bourdieu observó que las personas de la misma clase compartían valores culturales similares. Conocían y valoraban las mismas cosas, hablaban y vestían de la misma manera y tenían los mismos gustos (Grupo Akal, 2017). En ambos casos, el abanico de opciones era relativamente limitado y no lo determinaba el precio, sino los gustos. Si los miembros participaban de una determinada clase o “fracción de clase” era porque compartían disposiciones o habitus. De algún modo, habían llegado a gustarles las mismas cosas (o no) y esta consciencia de habitus común les confería noción clara de su posición social: “encajaban” en una u otra clase (Grupo Akal, 2017).
Los individuos nacen en un grupo particular, definido por un estilo de vida específico, al que Bourdieu llama habitus de grupo (Grupo Akal, 2017). Cada fracción de clase tiene uno que lo define y lo diferencia de todos los demás y se halla inscrito en las actitudes y gestos del individuo. Por lo general, al nacer en un habitus de grupo particular, los individuos no suelen ser conscientes del modo en que se conforma su manera de pensar, actuar e interactuar con el mundo que les rodea. El habitus interioriza las disposiciones del grupo al que se pertenece, y aporta a cada uno, una noción precisa del tipo de persona que es, de lo que deben pensar y sentir y del modo en que deben comportarse (Grupo Akal, 2017).(5)
No es de sorprender que los individuos que simpaticen con cada grupo han escogido medios, periodistas e influencers para seguir, leer, ver y escuchar, pues se han identificado con ellos desde diferentes ámbitos. Hasta aquí, cabe destacar que existe una clara separación entre medios tradicionales e independientes, periodistas de renombre o líderes de opinión e influencers; y por supuesto, existen algunos que han tomado posiciones en medios tradicionales y viceversa.
Hace 21 años en Argentina se implementó un plan de inclusión social, (similar a los programas sociales de la 4T), pero con la condicional de que los beneficiarios tenían que retribuir un servicio social. En ese momento fue muy notorio que sectores medios manifestaron su rechazo a las situaciones de interacción fallida sobre los asistidos, denotando fracturas en el tejido social (Seveso, 2012).
En el sexenio anterior, una de las principales narrativas contra la 4T fue la existencia y entrega directa de los programas sociales. Múltiples comentarios de líderes de opinión y simpatizantes de la oposición repetían que la gente no merecía los apoyos económicos: añadiendo comentarios despectivos sobre los beneficiarios y afirmando que no solucionarían la pobreza. Uno de estos programas fue “Jóvenes Construyendo el Futuro”, que suscitó comentarios como: “A los huevones les decíamos que te mantenga el gobierno”; “La gente dice AMLO me regala dinero. No, AMLO no te regala dinero, te regala dinero la gente que trabajamos”; “Arriba los aspiracionistas, arriba la gente que realmente trabaja”; “De nuestros impuestos comen ustedes”; “Cuando un gobierno hace a la gente floja, realmente están estirando la mano nada más para recibir y que no van a luchar por sus sueños” (Ramos, 2024a; 2024b).
El concepto del trabajo se escogió sólo para unos cuantos “que sí se esfuerzan”, “que sí pagan impuestos”, “que sí lograron el éxito”, y por ello crecieron en la pirámide social; pero fuera de este pequeño círculo, todos aquellos que no lo han logrado son invisibles y despreciados, son quienes se benefician de la administración pública y por eso deben ser humillados. Así, el problema se acentúa en los sujetos y no en la estructura social. La razón de la inclusión se remarca sobre la fuerza del individuo competente, diestro racional y competidor.(6)
Las diferencias saltan a la vista como mirada de clase, tras la cual se oculta el problema de la desigualdad, lo que también podría interpretarse como una lucha de poder simbólica, infringida por las relaciones de dominación de una clase social sobre otra. En todas las sociedades jerarquizadas, se han utilizado recursos de lenguaje para rotular a los sectores socialmente despreciados en expresiones como las de ser un “vago”, “inútil” o “delincuente”. Se trata de categorías disposicionales y cromatismo simbólico que pone en palabras las huellas de la dominación especificando, por diversas vías, el lugar en que se encuentran instalados los sujetos nominados.
De esta forma, la experiencia y el sentir son vividos por los sujetos como algo real, siendo creadores de la misma realidad que no dominan. En la medida que las causas de expulsión y precariedad se ven invertidas en conciencia, se imposibilita ver y sentir los muros mentales que configuran su política de identidad, la cual expone a los sujetos como si fueran los realizadores de su presencia y no la sociedad como productora originaria de ella, dando de este modo forma a situaciones de interacción fallida y prácticas de rechazo (Seveso, 2012).
Retomando las voces de los simpatizantes de grupos opositores a lo largo de varias manifestaciones públicas, así como algunas voces en la red digital, podemos plantear una aproximación: la de las posturas desde las que pensamos en un contexto de polarización. Escogemos apoyar a un grupo de acuerdo con nuestro habitus, nuestra vivencia en el momento presente, desde nuestra ideología y percepción moral y, además, preferimos la percepción de las personas que elegimos para seguir informándonos. En este sentido, pesa mucho un sentir clasista que desde hace muchos años trae consigo una lucha de poder simbólico, la cual permea fuertemente en las formas de construcción de identidad actual.
La intersección entre la crisis de la democracia, la manipulación informativa y la construcción de la identidad revela un panorama preocupante, ya que los grupos de poder, al entender las dinámicas psicológicas y sociales de la población, han logrado influir en sus decisiones y percepciones, utilizando la información como una herramienta de control. La situación exige una reflexión profunda sobre la responsabilidad de los medios, la formación de una ciudadanía crítica y el papel de la tecnología en la configuración de nuestras realidades. Sólo a través de un compromiso con la verdad y el diálogo podemos aspirar a una democracia más sólida y resiliente, donde la identidad no sea un mero producto de consumo, sino una expresión auténtica de nuestra humanidad.
(1) Para Byung-Chul Han, la era de la infocracia ha transformado la información en un arma de manipulación. Los medios de comunicación han abandonado su función de informar y se han convertido en instrumentos que alimentan un caos informativo.
(2) En la toma de espacios públicos en concentraciones y marchas por diferentes causas ha sido muy relevante; al analizar las voces de los asistentes podemos notar elementos particulares. En ese sentido, en la escenificación de la polarización hay efectos positivos. Un ejemplo de ello es la recuperación colectiva del espacio público como un espacio de la política, en lugar de uno degradado de inseguridad y violencia. En segundo término, contrastan las “emociones y sentimientos negativos” de discursos y narraciones escenificadas en el espacio público con la alegría de los asistentes por el hecho de estar juntos, aparecer en público y manifestar sus preferencias políticas y simpatía por una causa (Saavedra, 2024). El 13 de noviembre del 2023, en una marcha “en defensa del INE” se realizaron entrevistas al azar donde la pregunta principal fue sobre los medios por los que se informaban los participantes. La respuesta general fue: medios tradicionales, periódicos nacionales e internacionales, radio, tv y noticieros online (El recuento, 2024). Mientras que, en la marcha a favor de la reforma, celebrada el 27 de noviembre, las personas respondieron que preferían informarse por las conferencias matutinas del presidente y por noticieros online de youtubers (El recuento, 2022).
(3) Los procesos para generar tendencias son costosos: un grupo de 40 a 50 bots se puede llegar a cotizar en al menos medio millón de pesos. Las notas falsas usualmente expiran rápidamente debido a que la gente suele dudar y verificar.
(4) Los grupos opositores ven en los simpatizantes del oficialismo gente pobre económica, cultural e intelectualmente, y esta mirada particular da pie a otro análisis identitario, que también moraliza la forma de ver las políticas públicas que se han llevado a cabo y utilizan continuamente discursos clasistas en sus narrativas.
(5) El habitus proporciona a los individuos la sensación de estar en su lugar, de que su estructura interna corresponde perfectamente a la estructura de su mundo externo. Si saliera de este para aventurarse en los “campos” (instituciones o escuelas) de una clase diferente, se sentirían como un pez fuera del agua, desplazados y dando constantes tropiezos (Grupo Akal, 2017).
(6) La lógica capitalista se presenta en la universalidad tras la vivencia de la pobreza, con diferencias y distancias, manifestadas desde el lugar común de la experiencia y el sentir clasista, la cual se va urdiendo a través de las reglas del tener codificadas en saberes, capacidades, comportamientos y posibilidades. Aquí, la economía política tiene poco y nada que decir porque habla la moral de clase y sobre esto se cimentan los vínculos cotidianos de dominación que recaen sobre quienes no son reconocidos como agentes con voluntad de gestión y control. El asistido, como sujeto de pobreza, necesita no solo ser enseñado, sino ser apuntado en sus errores una y otra vez, y esto vale por dos razones: la primera justifica que al final de cuentas se trata de seres humanos, y la segunda responsabiliza a quien sabe y puede ofrecerles un sitio en la sociedad inclusiva (Seveso, 2012).
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Videos:
[Gobierno de México] (2022, Junio 30). ][ #ConferenciaPresidente | Jueves 30 de junio de 2022. Video] YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=fQhD0Txg5Do
Ramos , L. [El Recuento 2] (2024a, 13 agosto) Así les gusta informarse a los manifestantes que defendieron al INE [Video]. YouTube. Disponible en: https://youtu.be/mIUfB5FLqko?si=i7bCxtUF1U0pPV49
Ramos , L. [El Recuento 2] (2024b, 13 agosto) 27N La marcha del pueblo parte 1 [Video]. YouTube. Disponible en: https://youtu.be/mIUfB5FLqko?si=i7bCxtUF1U0pPV49
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