Presidente de la República de Colombia de 1994 a 1998. Secretario General de UNASUR de 2014 a 2017. Abogado y economista por la Pontificia Universidad Javeriana. Ha ocupado varios cargos a lo largo de su carrera como político: fue concejal por Bogotá, Senador y Diputado por Cundinamarca, embajador de Colombia en España y Ministro de Desarrollo.
El presente artículo es una síntesis de la conferencia magistral dada por el Ex Presidente de la República de Colombia Ernesto Samper, en el marco del ciclo de conferencias titulado “Políticas públicas para la transformación social global en la era pos-pandémica” organizado por el Programa Universitario de Estudios sobre Democracia, Justicia y Sociedad (PUEDJS) del 9 al 13 de noviembre del 2020. Para tener acceso a la conferencia completa ver: https://www.youtube.com/watch?v=NnuJy4o29Ko&t=6s
Quisiera empezar por hacer una primera referencia de la pandemia. Nosotros en América Latina estábamos preparados de cierta forma para una crisis que pensamos tenía que ver con el calentamiento global o quizás con una amenaza nuclear, pero no estábamos preparados para una crisis inducida por un enemigo tan agresivo, tan invisible y tan simple, como el caso de la COVID-19. La primera sensación que nos produjo la llegada de este virus fue una sensación de sorpresa.
Fue sorpresa porque no teníamos las respuestas sanitarias adecuadas. Habíamos venido privatizando los sistemas de salud; desmontando los hospitales públicos en las zonas de mayor sensibilidad social, y ésta –a cuenta de cobro– nos la pasó la pandemia. Hemos visto cómo colapsaron los sistemas de salud precisamente porque abandonamos el concepto de salud pública.
Entonces, la primera lección que sacamos de esta llegada intempestiva de la pandemia del virus fue precisamente que no podemos volver a minimizar el papel que debe jugar el Estado en cualquier proceso social o proceso político importante, mucho más si ese proceso tiene que ver con la globalización.
“ A primera lección que sacamos de esta llegada intempestiva de la pandemia del virus fue precisamente que no podemos volver a minimizar el papel que debe jugar el Estado en cualquier proceso social ”
La revisión del concepto del Estado empieza por defender el derecho y la obligación que tienen los Estados de producir y distribuir cierto tipo de bienes sociales que por naturaleza, no pueden ser materia de apropiación privada.
Temas como la salud, temas como la educación, la vivienda, la alimentación y la disposición de aguas tienen que ser materias en las cuales el Estado tenga un protagonismo activo, cualquiera que sea su relación con los actores privados. Y no podemos caer tampoco en ese análisis que comenzamos a hacer de los futuros caminos alternativos al neoliberalismo ni hacer un enfrentamiento entre Estado y mercado, porque ya hay un tercer actor en ese binomio, que quizás es mucho más importante que los dos anteriores: la sociedad civil.
Cualquier planteamiento que hagamos sobre una recomposición de los actores principales de la escena política mundial, tiene que incorporar necesariamente el papel que está jugando la sociedad civil. Una sociedad civil que tiene canales de participación; que protesta a través de movimientos sociales, una dinámica política muy propia de América Latina.
Vivimos desde hace muchísimo tiempo, del efecto re-edificante que produce la acción de los movimientos sociales. En tal virtud, es tan importante ahora en épocas de pandemia señalar que hay que establecer garantías claras para el ejercicio de la protesta social. Veamos tan sólo las revueltas tras el uso desmedido de la fuerza en Estados Unidos, directamente vinculado con el supremacismo blanco; o el caso de Colombia con la persecución militar de los cultivos, cuya erradicación se pactó de manera voluntaria en los acuerdos de La Habana; o lo vivido en la protesta contra los estudiantes en Chile, que condujo prácticamente a la aprobación de la nueva Constitución. En todos esos tres ejemplos, el caso de Bolsonaro, quien prácticamente recomienda a la policía “disparar a matar” hay un claro uso excesivo de la fuerza.
Se abre una segunda reflexión. Y es que el papel del Estado no es solamente disuasivo en términos de orden público, sino también un papel persuasivo a través de la defensa de los espacios sociales que son necesarios para acompañar un nuevo replanteamiento político.
De tal manera aquí se tienen dos elementos trascendentales. Muchos gobiernos han utilizado durante la época la pandemia las facultades extraordinarias que les ofrece la Constitución, para para limitar libertades y garantías: la libre movilidad de las personas, el derecho a la libre expresión, a la protesta y aún el derecho a la intimidad que tienen en los parlamentos, los partidos que en este momento se ven obligados a discutir a través de las plataformas digitales todas sus estrategias.
“ Y es que el papel del Estado no es solamente disuasivo en términos de orden público, sino también un papel persuasivo a través de la defensa de los espacios sociales… ”
De alguna manera estos factores y la mala utilización de las excepciones han terminado por debilitar el concepto de la democracia. Así es que, en la post-pandemia tenemos que pensar en un refortalecimiento de la democracia, en un cambio o un alivio del sistema presidencialista que tenemos en América Latina.
Los países de América Latina son los únicos países que quedan (con otros pocos en el mundo) que tienen sistemas presidencialistas. La mayor parte de los países en el mundo hoy día tienen sistemas parlamentarios o semi-presidencialismo.
Nosotros tenemos una mala réplica entre lo que son: el presidencialismo norteamericano que está moderado por el federalismo (que nosotros no tenemos) y el monarquismo que todavía heredamos en algunas partes, con algunas leyes y normas, por supuesto anacrónicas pero que de alguna manera expresan ese sentido autoritario de lo que fueron los gobiernos durante la colonia.
Tenemos aquí una nueva reflexión que hacer, y es que la democracia va a salir resentida, debilitada. Hemos conocido experimentos autocráticos y la única manera que tenemos de enfrentarlos es precisamente a través de una reformulación de los sistemas políticos. Mi recomendación sería pensar seriamente, si no en llegar a un sistema parlamentario al estilo inglés o al estilo español, sí al estilo la Quinta República Francesa en donde habría un Presidente elegido popularmente por votación directa, como sucede en México y en todos los países de América Latina, pero también habrá un poder compartido con una figura de primer ministro en el Congreso, de tal manera que la actividad de política de alguna manera resurja de unos partidos menos clientelizados, los cuales podrían actuar como bancadas programáticas, que es de lo que se trata el libre juego en los parlamentos.
Siguiendo adelante con las lecciones que nos deja la pandemia también se debe discutir sobre el derecho que tienen muchos presidentes para imponer aislamientos selectivos o aislamientos colectivos.
Es clara la condición sorpresiva del virus, pues llevó a muchos países y a muchos presidentes a hacer lo que se hacía desde la Edad Media, que fue poner un cerco que impidiera que este enemigo invisible causara estragos definitivos en la población.
“ Se debe discutir sobre el derecho que tienen muchos presidentes para imponer aislamientos selectivos o aislamientos colectivos… ”
Por fortuna, este cerco fue acompañado por plataformas virtuales que hoy nos permiten compartir inquietudes y compartir preocupaciones comunes, a diferencia de, por ejemplo, la gripe del año 1918, cuando se dio la última crisis biológica global que tuvimos.
Por supuesto que también en este avance, (tele-educación, telemedicina, teletrabajo y tele-bancarización), es desarrollo propio de la inteligencia artificial que es bienvenido pero tenemos que contrastar con la desconexión o el analfabetismo digital, que en el caso de América Latina llegó a ser del 46%.
El privilegio que tiene ustedes hoy día, de estar conectados a una red y escuchar desde Bogotá, Colombia, una conferencia, no lo tienen el 46% de los latinoamericanos mismos que, o bien no tienen conocimientos digitales o carecen de un teléfono o de un computador, de una tableta; o lo tienen pero no tienen facilidades de conexión en sus zonas, especialmente rurales o áreas marginadas urbanas.
Esta brecha digital se va a sumar entonces a la brecha social que nos caracteriza en América Latina como una de las regiones más desequilibradas del planeta y la más desigual del mundo. Una nueva lección que tenemos que sacar de esta llegada sorpresiva de la pandemia es la forma de cómo reaccionamos a través del aislamiento colectivo. Nos percatamos que no teníamos modelos epidemiológicos que pudiéramos utilizar para focalizar la atención del contagio, como hacemos ahora, a casi ocho o diez meses de haberse iniciado la pandemia.
Países como Corea del Sur, por ejemplo, y algunos países nórdicos, disponían de modelos epidemiológicos refinados que ya habían sido probados en la población, de tal forma que pudieron fácilmente canalizar las detecciones del contagio y su control a través de procedimientos de focalización selectiva y no a través de aislamientos colectivos que resultaron, por supuesto, demasiado dolorosos, sobre todo en términos sociales.
Un segundo capítulo en esta reflexión de transición hacia la post-pandemia: Tampoco estábamos preparados para manejar la contención social que suponía un control del contagio. A veces nos decían: “En Europa la disyuntiva es: O generamos empleos a través de la máquina producción o salvamos vidas a través del aislamiento y de los controles selectivos de población”.
“ Tampoco estábamos preparados para manejar la contención social que suponía un control del contagio. ”
Ese dilema en el caso de América Latina no aplica porque aquí existe. En nuestra realidad, un 56% de los trabajadores que están hoy día en el mercado de trabajo, son trabajadores informales: son pequeñas empresas, establecimientos pequeños de comercio, trabajadores independientes, vendedores ambulantes, campesinos que están en economías de “pan-coger”. Son personas que no tienen en este momento la posibilidad que tiene un trabajador en Europa, en Francia o en España, a través de un pacto social con el gobierno.
En América Latina las personas que no tenían contratos de trabajo ni seguridad social fueron impactadas directamente por la pandemia; y ello es consecuencia de la alta desigualdad que tenemos (como en ninguna otra región del mundo). Lo anterior también nos obliga a pensar en que el modelo alternativo económico y laboral que debemos construir después de la pandemia y deberá tener un énfasis en el sector informal, no para formalizarlo como proponen algunos ni convertir a los pequeños establecimientos de comercio en grandes supermercados, o a las pequeñas almacenamientos fabriles en grandes fábricas. De eso no se trata.
Se trata de crear espacios a través de los cuales podamos potenciar a estos miles, de millones de pequeños establecimientos de Pequeñas y medianas empresas (“Pymes”), de pequeñas industrias y medianos establecimientos de comercio; sumados a campesinos así como emprendedores rurales para darles salidas, mismas que ahora veremos.
No obstante, la reducción de la informalidad laboral era un compromiso y una obligación de los gobiernos que no pudieron cumplir; repito, porque no teníamos los modelos epidemiológicos adecuados para evitar el contagio. Y en segundo lugar, porque tampoco teníamos canales para llegarle a todos estos sectores informales de una manera rápida, efectiva y segura. Había procesos de focalización, sí, en América Latina se aplicaron en México el programa de “Solidaridad”; Colombia de alguna manera lo tomó como ejemplo; en mi gobierno se desarrolló un sistema de identificación de necesidades básicas insatisfechas que nos permitió llegar a elevar el beneficio de salud de 8 millones a 18 millones de personas.
Efectivamente, y también en la “Bolsa-Escola” de Lula, en el Brasil, había experimentos de focalización, pero no eran lo suficientemente extendidos como para que pudieran hacerse cargo de trasladar subsidios y apoyos de supervivencia a los trabajadores latinoamericanos que estaban encerrados en sus casas.
Mucha gente de ese sector informal no solamente vivía en la calle, sino que necesitaba trabajar en la calle, y eso creó el gran reto de manejar el desafío social e ir re-abriendo paulatinamente la economía aunque con una capacidad de pago mermada y una economía que se abrió primero en la parte formal. Empero, aún no hemos acabado de abrir en la parte informal porque fueron muchos los empleos que se sacrificaron.
Se calcula que en América Latina podríamos llegar a unos 45 millones de desempleados y dieciocho millones de empleos perdidos; de tal manera que ha sido un costo social muy grande el de la pandemia, como ahora veremos. Estamos en la parte del falso dilema –si abrir o no abrir– y allí entonces comienzan a surgir otras dudas pues ¿cómo vamos a salir de la pandemia?, ¿quién paga la factura de la pandemia?, ¿quién va a pagar los costos sociales de la destrucción del tejido social, los costos económicos de la destrucción de los pequeños establecimientos productivos, los costos sociales de los desempleados, y los costos sociales, por supuesto, de la gente que perdió su vida o que va a perder su vida por cuenta la pandemia?
“ Se calcula que en América Latina podríamos llegar a unos 45 millones de desempleados y dieciocho millones de empleos perdidos; de tal manera que ha sido un costo social muy grande el de la pandemia, como ahora veremos. ”
Algunos pensarían que tales costos los deben pagar los trabajadores, a través de reducir sus salarios, renunciando a sus prestaciones, extendiendo los plazos de suspensiones. Y ahí tenemos que tomar una gran decisión: ¿realmente vamos a volver donde estábamos y vamos a reproducir el modelo que teníamos o si vamos a ir hacia un nuevo modelo?
Valga la oportunidad de decir que este viejo modelo, el modelo neoliberal, es un modelo viejo porque no es algo que se ha inventado en los últimos años del pensamiento neoliberal; viene de hace muchísimos años. Los economistas clásicos en el siglo XVIII hicieron aportes fundamentales sobre la necesidad de incluir el concepto de valor e inclusive el concepto de factores de producción dentro del análisis económico; pero el debate que se dio al final, en la segunda mitad del siglo XIX, con autores tan reconocidos como pudo ser el mismo Carlos Marx, fue el debate entre el valor y el precio.
Hasta ese momento, el precio de las cosas reflejaba el valor de esas cosas. A partir de ese momento comienza una distorsión del pensamiento económico para proclamar, como lo dice la profesora italiana Mariana Mazzucato, en uno de sus libros sobre el valor, que es el precio el que determinaba el valor y no el valor lo que determina el precio.
Luego enloquecimos, porque comenzamos a pensar que las cosas tenían valor porque tenían un precio y que ese valor correspondía con el precio y no como había sucedido hasta entonces, que las cosas tenían primero un valor y luego eso era lo que se pedía en el mercado.
Ese sólo concepto fundamental ha distorsionado todo el pensamiento social que habíamos logrado construir porque ya no importa entonces la distribución del ingreso, sino simplemente el precio por el cual las personas están dispuestas a pagar ciertos bienes sociales que pueden ser o no abundantes, en especial los bienes de uso público, la salud y la educación. El neoliberalismo no solamente es una escuela de pensamiento económico, profunda en este sentido, sino también es una ética; es una ética de concebir la sociedad, de concebir la economía: Es un comportamiento.
Miren ustedes, por ejemplo, los grandes debates que se están presentando sobre la corrupción en América Latina. ¿Cuál es el origen de estos casos de corrupción? En el trasfondo, nosotros metimos el mercado en el Estado; y, lo metimos a la mala. Los proyectos se juzgan no porque fueran valiosos socialmente y se redistribuya el ingreso ni porque mejora la descentralización territorial, sino porque eran baratos o menos costosos. Todo en el Estado comenzó a girar alrededor del precio y nos olvidamos que la economía funciona a partir y a través de unos valores y esos son los valores que tendríamos que recuperar en el camino de construir un modelo alternativo.
“ El neoliberalismo no solamente es una escuela de pensamiento económico, profunda en este sentido, sino también es una ética; es una ética de concebir la sociedad, de concebir la economía: Es un comportamiento. ”
Ahora bien, a partir de esas premisas, tenemos en este momento que comenzar a construir una nueva concepción de lo que debe ser el papel que juegan actores como el Estado, el mercado, el esfuerzo empresarial pero también la sociedad civil, la sociedad representada como la búsqueda del bien común y el papel que pueda jugar.
Aquí está el momento crítico pues las decisiones que se deben tomar en los próximos meses respecto a cómo se van a financiar los costos de la pandemia. No olvidemos que esos costos tienen que ver primero con el aumento de la pobreza, dado que hemos regresado, según la CEPAL, 15 años atrás de donde estábamos en materia de lucha contra la pobreza.
¿Se imaginan lo que es devolver el esfuerzo de 15 años, la cantidad de personas que en este momento han regresado a la condición de pobreza? 180 millones, quizás en América Latina de pobreza absoluta. Ahí es donde tenemos el mayor compromiso, el mayor desafío; y sobre esa base, las decisiones que se tienen que tomar entonces para la financiación de la pandemia deben ser muy claras.
¿Están dispuestos estos países a refinanciar su deuda externa?, ¿a solicitar a los organismos multilaterales que nos re-financien la deuda a dos o tres años para cubrir ese porcentaje del Producto Interno Bruto (PIB) que nos va a costar la reconstrucción de los daños que nos dejó la pandemia?
¿Están dispuestos a hacerlo? ¿Están dispuestos a brindar la posibilidad de tener 400 mil millones de dólares de alivio durante los próximos cuatro o cinco años que nos vamos a ocupar en reconstruir el daño que nos produjo la pandemia? ¿Están dispuestos los gobiernos a seguir haciendo emisiones del Banco Central para financiar a los gobiernos centrales de tal manera que ellos puedan hacer un abordaje generoso, rápido y seguro de lo que es la reconstrucción del tejido social? ¿Por qué la señora Merkel en Alemania puede pedirle al Banco Central que le mande el equivalente al 20 % del PIB en euros para iniciar el proceso de reconstrucción de Alemania y nosotros no lo podríamos hacer? Y la decisión, quizás más importante, va a tener que ver con las cargas fiscales.
¿Quién va a asumir tributariamente las cargas? Porque hasta el momento, en el modelo que teníamos cuando empezó la pandemia, estábamos con un populismo fiscal desbordante. A pesar de que en América Latina los ingresos tributarios, es decir, lo que recibe el Estado no representa más del 20 % del PIB (cuando en países nórdicos como Suecia o Noruega representa más del 55 %). Y a pesar de esa dura realidad, ese 20 % cada día está siendo más atendido mediante los impuestos que paga la clase media a través del impuesto al consumo, así como por los impuestos indirectos que pagan todos los ciudadanos a través de los costos de los servicios públicos.
La parte dura de la carga la siguen llevando los sectores sociales. Hubo gobiernos que se dieron el lujo de presentar reformas tributarias en que le quitaban impuestos a los sectores de arriba y le aumentaban las cargas a los sectores de abajo con el falso y con la falsa ilusión de que eso estimularía la generación de empleo. Entonces los gobiernos tendrán que decidir ¿qué tipo de imposición fiscal van a tener hacia adelante?
El modelo alternativo al neoliberalismo lo llamaremos el “Modelo solidario”. Ya comienza a funcionar con unas propuestas tributarias audaces como las que propuso una comisión de 31 economistas independientes que hicieron un reciente manifiesto que se llamó “Manifiesto de Salamanca”, en el cual proponen una gran reforma tributaria global que primero establezca una tasa de renta mínima a nivel global del 25% que grabe a los que tienen más, y no las que tienen menos y que deban utilizar todos los países. Especialmente aquellos pequeños países que están rebajando la tasa para que las grandes empresas transnacionales dejen de pagar sus impuestos como ocurre en los países de América Latina; ahí las empresas pagan unas tasas ridículas de impuestos en unas islas inexistentes, prácticamente perdidas en el Pacífico o en el Caribe que actúan como simples medios en los procesos de evasión de impuestos.
Bien: Una tasa para todo el mundo de tal manera que no se pueda jugar con este tipo de diferencias.
Segundo, una tasa para los monopolios digitales y a las grandes empresas farmacéuticas que se han enriquecido con la pandemia. Lo menos que podemos hacer es que ellos compartan su enriquecimiento. Si las grandes empresas farmacéuticas registraron en los Estados Unidos 40,000 millones de dólares de utilidades, sobre ese enriquecimiento, se debería dar el proceso de redistribución. Eso sería lo mínimo que se podría esperar.
Y por supuesto que se establezca una obligación para estas grandes empresas transnacionales, para que paguen sus impuestos en los sitios donde generan sus utilidades; porque lo que están haciendo, como ya les decía, es que generan las utilidades en México, pero se las llevan para una isla miserable o para un sitio en el cual les dan exenciones de impuestos y no pagan ni siquiera en sus países de origen.
Empezaríamos con una gran reforma tributaria que complementaría esta teoría de la financiación de la pandemia con una gran propuesta en materia de cooperación internacional. Y permítanme sobre esto decirles que, los niveles de cooperación internacional en estas dificultades que hemos vivido recientemente, son realmente ridículos.
No ha habido una cooperación internacional, salvo ciertos gestos simbólicos que vale la pena destacar porque se lo merecen. Como una brigada de médicos y enfermeros cubanos que viajaron a Italia. No hubo mecanismos de cooperación internacional, no los hay todavía para ayudar a la reconstrucción de los daños que ha causado la pandemia y allí se abre otro camino, que es el camino de una cooperación internacional que debe corresponder a un fortalecimiento del sistema multilateral. No podemos salir de esta hegemonía decadente de los Estados Unidos, cuyo más fiel exponente es del presidente Donald Trump, para caer en una, en otra hegemonía, como podría ser el polo chino.
Lo que tenemos que hacer es fortalecer el sistema multilateral para que puedan cumplir funciones de verdad, como en teoría ha debido cumplir la Organización Mundial de la Salud (OMS), que por falta de recursos y por falta de compromiso político de los Estados Unidos ha tenido que enfrentar esta pandemia sin los recursos que en justicia debería tener para hacerlo; o cumplir respecto a temas que se han planteado en nombre América Latina como lo que lo hizo México con valentía en foros multilaterales, donde se solicitó que la vacuna sea un bien de acceso universal e inmediato.
Esta semana se conoció la vacuna de Pfizer y al día siguiente se conoció que al parecer el 80% de sus primeras producciones ya están comprometidas con los Estados Unidos y Europa. ¿Dónde está entonces la cooperación internacional? En el acceso directo a la vacuna universal, que es un bien para todos los seres humanos. Esos son temas que deben ser incorporados dentro de la reflexión de lo que podría ser un Modelo solidario.
Por supuesto habría que hacer la descripción de los elementos centrales del modelo, yo creo que esos elementos se podrían sintetizar en tres:
*El tema de la generación de valor es el primero. El gran problema de América Latina, volviendo a la teoría del valor, es que nosotros tenemos un valor en disponibilidad inmediata, especialmente en Sudamérica, que nos ha llevado a la conformación de un modelo extractivista de desarrollo. Vivimos de lo que vendemos y le sacamos a la tierra por encima o por debajo de la minería, del petróleo, de los de los cereales, de la carne, de las frutas; vivimos de eso, pero no hemos sido capaces de ser generadores de valor para agregarle valor a lo que tenemos.
La experiencia en algunos casos es exitosa, en otros casos menos como el de las maquilas mexicanas no ocurre así, pues son espacios donde simplemente se agrega a materias primas –algunas de procedencia nacional, otras de procedencia importada– el valor más preciado pero más barato que tenemos que es la mano de obra, es decir vendemos informalidad, informalidad en todo sentido. De tal manera que ese es un valor relativo, mientras que no se consolide el mercado de trabajo y sea un empleo digno el que estemos generando (no hablo de dignidad porque sea o no digno trabajar, sino porque solamente un empleo bien remunerado, con prestaciones y con estabilidad).
Pues bien, ahí es donde tenemos que diseñar una estrategia de crecimiento de inversiones regionales en materia de infraestructura, en materia de conectividad, en materia de innovación, en materia de movilidad universitaria, de que podamos generar un mercado, conocimientos.
Las inversiones que está haciendo América Latina en ciencia y tecnología son realmente ridículas, no pasan del 0.5 % del PIB cuando en los países desarrollados llega a ser del 2 al 2.5%; tenemos que invertir muchísimo más en conocimiento. No solamente en inteligencia artificial, también en nuestras exigencias de investigación, mejoramiento de la producción agrícola en la reindustrialización de la región. Lo anterior dado que, siguiendo el Consenso de Washington, que tenía mucho más de Washington que de consenso, nos desindustrializamos, nos acabamos por desindustrializar.
Quienes piensan que ese modelo de los años 80 y 90 fue exitoso, se equivocan. Las cifras recientes de José Antonio Campo, donde comparan lo que fue la generación de crecimiento en la época del viejo modelo, que era el modelo Cepalino (de la CEPAL), de sustitución de importaciones desde los años 50 hasta los años 80, comparados con el modelo neoliberal de los años 80 y 90, indican claramente que el crecimiento fue la mitad en la época neoliberal que en la época Cepalina y que la desigualdad y la pobreza no solamente no disminuyó durante esos 20 años, sino que aumentó al doble.
Lo cual obligó a los gobiernos, entonces, casi la mayor parte progresista del 2000 hacia adelante a emprender programas de focalización y cambiar sus programas de atención de inclusión, sin conseguir ninguno los resultados que se esperaban de un esfuerzo de este tamaño. Al valor tenemos que agregarle valor de lo que tenemos. Y ahí es donde entra un elemento que yo considero básico en la propuesta de nuevos caminos no neoliberales o alternativos, que es en la propuesta de las cadenas sociales de valor.
El mundo de hoy vive a través de cadenas de valor, es decir, de emprendimientos productivos, de relocalización de industrias a lo largo del planeta. Y hay dos tipos de cadenas de valor: las cadenas verticales de valor, que son las cadenas que yo diría que son neoliberales, mismas que consisten en que una gran empresa transnacional llega a un país, utiliza sus recursos y una vez que produce, por decir algo, partes de un automóvil, envía esas partes a otro lugar distante, donde no paga impuestos para que se haga del ensamblaje en otras partes. Se trata simplemente de poner una antena en cada uno de nuestros países.
Antes por lo menos ponían fábricas en las cuales se generan empleos, ahora ponen una antena y con esa antena o plataforma utilizan los recursos y luego los ensamblan en otra parte para evadir el pago de impuestos y evadir el pago compromisos. Pues bien, ese sentido tiene que acabarse a través de unas nuevas cadenas de valor que serían las cadenas sociales de valor.
Hablamos de cadenas incluyentes con emprendimientos productivos sencillos; en la estructura empresarial de América Latina tenemos el mayor número de pequeñas y medianas industrias por habitante. Se debe permitir que un campesino, en lugar de salir a vender como lotería su cosecha al precio que le den, pueda incorporarle valor a través de una cadena, a través de una estructura de comercialización, de un procesamiento industrial, bien sea en el sitio en la ciudad de su producto, o que un productor también las pueda incorporar a través de su industria.
Se trata de crear emprendimientos productivos y cadenas que generen sensibilidad social, una utilidad social. En eso consisten las cadenas sociales de valor. Creo que ahí está el secreto para un re-acomodo de los emprendimientos productivos en América Latina.
Dentro de esta idea también se obedece a una circunstancia muy especial, y es el poco tráfico que nosotros tenemos entre nosotros mismos en América Latina: Un comercio como el 20 % de nuestro comercio internacional se genera entre la región, cuando en países como Europa llega a ser del 70 %; y de nuestro 20 %, el 70 % son semi manufacturas.
Es decir, que lo poco que nos queda de industria en la región, es industria autónoma que está concentrada en la industria semi manufactura de pequeñas y medianas empresas. Aprovechando esa circunstancia, deberíamos también crear unas cadenas de valor para sacar adelante esas pequeñas y medianas industrias.
El mundo de hoy no es de los que producen, es de los que venden y dentro de los que venden no estamos nosotros en América Latina. La utilidad la están haciendo los que venden publicidad, los que venden transporte, los que venden seguro, los que venden servicios de comunicaciones; no se está quedando en la carne argentina, ni se está quedando en el café colombiano, ni se está quedando tampoco en las frutas centroamericanas o del Caribe.
Tenemos un gran desafío: Construir una respuesta a través de estas cadenas sociales de valor y generar valor, una política de reindustrialización y una política de atención a la economía campesina. No podemos seguirle dando a los campesinos latinoamericanos el tratamiento que le damos a los agricultores comerciales. El problema de ellos no es problema de aranceles o insumos o de fertilizantes, el problema de ellos es de vías de acceso, tener escuelas, hospitales y una presencia social activa del Estado, especialmente en sus canales de distribución.
“ Tenemos un gran desafío: Construir una respuesta a través de estas cadenas sociales de valor y generar valor, una política de reindustrialización y una política de atención a la economía campesina. ”
El segundo tema tiene que ver, ya lo habrán intuido ustedes, con la inclusión. Necesitamos nuevas políticas de inclusión social. Hicimos esfuerzos entre 2004 y el 2014 para mejorar las condiciones de desigualdad, pero esas condiciones de desigualdad no se estabilizaron lo suficiente tras haber pasado la pandemia. Se agravaron y aparecieron, además de las brechas tradicionales como la brecha de campo-ciudad, la brecha de género, o la brecha étnica con los afrodescendientes. Apareció una nueva brecha que ya habíamos hablado: la brecha digital. Seguimos siendo la región más desigual del planeta y eso es un estigma que nos tenemos que quitar.
Hicimos esfuerzos en los años 70 y 80 por lo que se llamó el ofertismo social: Aumentar los cupos en las escuelas, los subgrupos en los hospitales, lo cual eso estuvo bien. Y luego comenzamos a desmontar el Estado en los años 80 y 90 y a entregarle al sector privado, a terciarizar incluso los servicios sociales, los servicios públicos… no nos fue bien.
Recuperamos el tiempo, el poco tiempo perdido con programas de focalización, dirigidos a sectores específicos, como el caso de las madres cabezas de familia, el caso de los ancianos, el caso del empleo para los jóvenes. Y en eso tuvimos un éxito relativo, pero de todas formas insuficiente. Ahora tenemos nuevamente el desafío de corregir los factores de desigualdad y para eso se necesita un disparador, un elemento que permita apuntalar la tarea de construcción de un nuevo modelo centrado en el tema social.
Ese disparador es esencialmente la renta básica. ¿Qué es la renta básica? Un subsidio de dinero en efectivo que da el Estado sin intermediarios alguno, sin pasar por los bancos ni por oficinas burocráticas, que da directamente a las personas que tienen las mayores necesidades.
Hay alguna confusión sobre este tema de la Renta Básica Universal ¿Por qué? Porque los pensadores neoliberales rápidamente dijeron: “Es lo que necesitamos, poderle dar a la persona un cheque y quitarle los subsidios. Decirle a la gente que tiene tales subsidios; que le daremos tantos dólares a cambio. Después que vean en qué los quiere invertir, si en educación o en un auto, tienen libertad de invertirlo donde prefieran”.
Típica concepción neoliberal de que sea el consumidor el que fije el valor, el resto nos olvidamos del tema y hacemos mínimo al Estado mínimo porque ya no necesitamos que el Estado haga nada, porque todo le dimos en la práctica a la gente para que lo comprara. ¡Error!
En eso estábamos y nos ha costado desde el año 2004 hasta hoy, con los paréntesis de algunos gobiernos de derecha, nos ha costado mucho trabajo volver a recuperar los programas de inclusión. Pues bien, ahora proponemos como mecanismo inicial una renta básica no universal para aquellos sectores que en este momento están siendo más maltratados por la pandemia y han quedado reducidos a la condición de pobreza absoluta.
Ese gran número de latinoamericanos que pueden ser de 70, 80 millones de personas que hoy día están jugándose, así como en la lucha libre de México se jugaba máscara contra máscara, aquí se está jugando la vida por tener dos dólares diarios para sostenerse en términos simplemente de alimentación y pago de medicinas básicas.
Darle esos dos dólares diarios a esos millones de latinoamericanos a través de una renta, tiene un costo alrededor del 4 al 5 % del Producto Interno Bruto. Si queremos subir el piso sobre el cual vamos a trabajar los nuevos programas de inclusión, tenemos necesariamente que hacer el esfuerzo, la renta básica, por lo menos durante cinco años. Y ese es el gran esfuerzo que tiene que hacer nuestro modelo, financiar realmente para que empecemos no a recuperar el terreno que nos quitó la pobreza y la pobreza en la pandemia, sino simple y sencillamente a tener una respuesta adecuada a los nuevos problemas de desigualdad.
Y claro, tenemos que detener los mecanismos reproductores de la pobreza, porque aquí no es solamente que haya pobres, sino que hay mecanismos que consiguen que la gente sea más pobre. Lo que hoy es el empobrecimiento es casi más grave que la pobreza. ¿Qué mecanismos son? Por ejemplo, la educación privatizada; es bienvenida esta educación, la existencia de colegios privados de calidad, pero ello no exime al Estado de darle a la gente una educación que le debería servir para ascender en la escala social. Hoy no sirve para ello. Hoy una persona no puede esperar que quedándose en el sistema educativo pueda conseguir un puesto mejor que su padre, incluso saliendo del sistema educativo en un grado superior al que tenía su padre. Hoy la gente estudia más bien para conseguir lo mismo que consigue su padre.
Pero ese es un tema de entrar a hacer una reforma a la educación y ajustarla más con los programas de innovación de los cuales ya hablábamos. Sin duda se necesita una reforma que fortalezca el concepto de educación, salud pública y de vivienda pública.
El segundo mecanismo que reproduce la desigualdad es el tema de la informalidad que abordamos igualmente al comienzo: Una política hacia el sector informal y también el tema de la brecha digital. Entonces, si nosotros combinamos la renta básica para subir el piso y sobre ese piso volvemos a desarrollar los programas de inclusión con mucha más generosidad fiscal, podríamos en unos cinco o seis años comenzar a darle vuelta a la tortilla y tener un panorama más despejado gracias a ese nuevo modelo de desarrollo.
El tercer punto dentro del Modelo solidario es que se necesita una nueva política macroeconómica. Allí es donde todos confundimos y pensamos que el neoliberalismo es solamente una política económica, que consiste en no generar un déficit fiscal, no comprometer al Estado con ningún tipo de programa que le cueste, rebajar el impuesto a los sectores menos necesitados.Y sobre esa base, hacer una supuesta redistribución del ingreso que no se produce ni se ha producido. Esa política económica es la política que se ha conocido como la política más dura y la más cruel expresión del neoliberalismo. Porque simple y sencillamente es una generadora empobrecimiento.
¿Por qué? Porque considera la política social como la hermana menor de la política económica y considera que la responsabilidad de los bancos centrales no es sino reducir la inflación, es decir, bajar los precios. No importa cuál sea el costo en generación de desempleo o en intereses contra la distribución del ingreso o el daño social que pueda ocasionar. Esos costos son efectos colaterales de la medida fundamental que es preservar el mercado para que la gente decida qué es lo que quiere. Pues bien, esa política tiene que ser absolutamente renovada. Necesitamos una política económica comprometida con metas sociales como la distribución del ingreso, que no establezca un techo fiscal como hoy día existe.
Necesitamos una política económica que sea contracíclica. Aquí tenemos un comportamiento absolutamente contrario cuando hay época de bonanza, pues nosotros en lugar de ahorrar para la época escasez lo gastamos todo, y cuando tenemos una época de escasez y queremos ser austeros, se frena todavía más la acción del Estado. Ahí es donde tenemos que buscar una nueva política. No podemos seguir montados sobre los ciclos de los precios internacionales de bienes primarios.
Por ello no tenemos sólo que generar valor, sino tenemos que hacer unas políticas económicas que no vayan con los ciclos, sino contra los ciclos, que es una de las mayores tragedias de la economía latinoamericana. Y por supuesto, tenemos que montar todo eso sobre una nueva arquitectura financiera.
Que esos bancos cumplan un papel de financiamiento, que nos devuelvan el Banco Interamericano de Desarrollo. El señor Joe Biden quitó el Banco Central América Central; el Banco Interamericano de Desarrollo lo quitó el señor Trump. Que nos lo devuelvan, lo que hace 65 años nosotros manejábamos.
En fin, vamos hacia una estructura de financiamiento grande, porque aquí habrá que hacer proyectos de infraestructura regional, habrá que construir trenes, habrá que construir carreteras, puertos, un cable que nos una a todos en una red de conectividad. Todo eso supone unos costos que tienen que ser financiados porque están asociados a la política macroeconómica. Y por supuesto, al final tendremos que llegar a la utilización de mecanismos como la ALADI, para tener una zona de confort que nos permita hablar de una moneda latinoamericana.
Como en su momento fue con el euro, ahora tenemos 3 elementos de nuestro modelo, que son el modelo de generación de valor, el modelo de mayor inclusión social con la utilización de mecanismos como el de la renta básica y tenemos la política macroeconómica.
Finalmente, una muy breve referencia porque no me lo perdonarían las personas que están esperando algo sobre esto, ¿y qué papel juega en la integración?
Nunca había sido tan necesaria la integración y nunca habíamos estado tan desintegrados como en este momento. Es una terrible paradoja.
¿Cuánto hubiera sido útil el Instituto de Salud de UNASUR, que tenía experiencia en pandemias, que había trabajado con el ébola, el Chikungunya, el Zika? Tal vez se hubieran podido diseñar los modelos epidemiológicos y hacer las compras consolidadas de vacunas y de medicamentos. Hubiera sido muy interesante que existieran mecanismos a ese nivel.
“ Nunca había sido tan necesaria la integración y nunca habíamos estado tan desintegrados como en este momento. Es una terrible paradoja. ”
Lo que pasa es que aquí existen dos visiones de integración; todos hablamos de la integración, pero cada quien está pensando algo distinto. Para uno la integración son acuerdos de libre comercio, lo cual es facilitar el comercio con los Estados Unidos, que es más o menos el negocio que le proponía una gallina a un cerdo de hacer una venta de huevos con tocino. Algo que, por supuesto, al cerdo no le pareció para nada interesante porque él era el del tocino. Nosotros con los acuerdos de libre comercio, lo que hemos ofrecido al tocino es lo mejor nuestro sin que hayamos recibido nada. Necesitamos una visión regional de lo que debe ser la integración.
La integración es movilidad, no solamente de servicios, sino de dinero a través de vías de comunicación, a través de vías de otra estructura y de nueva infraestructura. La integración también es la movilidad de personas, que es donde yo quiero llegar para terminar esta exposición. Nosotros somos una nación desde México hasta la Patagonia. Y estamos tratando de hacer integración y no hemos podido, a pesar de que somos una sola nación. Hablamos y nos entendemos con la misma lengua, tenemos las mismas raíces históricas, tenemos las mismas luchas de independencia, todo eso nos une como una familia.
Imagínense la diferencia con Europa, que son 34 naciones tratando de ser región. Pues ahí está el secreto de lo que debe ser el nuevo modelo desde el punto de vista global. Y es que nosotros tenemos, a través de la conformación de la ciudadanía latinoamericana, que supone un proceso movilidad de personas, para que podamos mover estudiantes, mover pensionados, trabajadores: Permitir que la gente sienta que se puede mover en su región porque está dentro de ese país de 800 millones de personas, que es Latinoamérica.
Dentro de ese concepto de construcción de ciudadanía se desborda el concepto de los migrantes, porque los ciudadanos simplemente tienen derecho a tener derechos. Y el tema de los migrantes debemos abolirlo en un esquema global, porque la gente debería tener el mismo derecho que se está pidiendo para los capitales y para las mercancías. Ese mismo derecho que pide la libre circulación también lo deberían tener las personas migrantes, pues son ciudadanos del mundo, no ciudadanos solamente de sus países.
Tal concepto de ciudadanía me lleva a una reflexión final. Y es que esa conformación nuestra como bloque regional, a esa conformación tenemos que llegar a través de una propuesta como la que ha hecho el “Grupo de Puebla” al cual pertenezco, y que está respaldada públicamente por personas como el Presidente Alberto Fernández, el Presidente Andrés Manuel López Obrador y otros presidentes de la región.
Hagamos un proceso de convergencia para la integración en este momento. Existen 10 mecanismos subregionales de integración en la región; está la Comunidad Andina, está Mercosur, está el Pacífico, la Unión del Pacífico, está el Alba, está el pacto Amazónico, están los Estados del Caribe.
Nos queda un mecanismo, cúpula o sombrilla, o por lo menos es el único en el cual estamos todavía los 34 países que la CELAC, cuya presidencia la tiene en este momento México. ¿Y por qué no tratamos de hacer un esfuerzo de convergencia para que todos esos mecanismos dirijan sus esfuerzos hacia el fortalecimiento de la CELAC como gran organismo cúpula de la integración latinoamericana? Para eso necesitamos seguir trabajando un ejercicio que hicimos en UNASUR cuando yo tuve el honor de ser secretario general, que es una matriz de convergencia.
Con esos mismos organismos, con sus autoridades, hicimos una matriz que tenía tres elementos: Primero, identificar sus fortalezas. Cuáles eran las fortalezas de cada mecanismo de integración o en materia de educación, en materia de salud, y sumarlas, simplemente sumarlas, ¿Para qué tenía que ir el ministro de Educación de México a 10 consejos de ministros donde se veía con las mismas personas? Un solo Consejo Latinoamericano de Educación, agendas sectoriales como las que teníamos en UNASUR.
Segundo elemento: Duplicidades. Al analizar las fortalezas salían duplicidades, entonces hay que eliminarlas. Y tercero: Reconocer y aceptar y potenciar especialidades. Si la especialidad del sistema centroamericano es la construcción de infraestructura, como se hizo con la propuesta del “Grupo de Puebla”, aprendamos del sistema interamericano que nos enseña a ser obra de infraestructura regional, como nos enseñaban en el IRSA aquí en el sur de América. De la misma manera, la Comunidad Andina tiene una experiencia institucional importante. Un organismo de justicia tiene unos mecanismos orgánicos que pueden ser interesantes para la construcción de una nueva CELAC, la Alianza del Pacífico en la diplomacia comercial.
Nadie está negando, como hace 50 años, a que los países se abran. Pero regionalismo abierto en lo económico e integración política en lo regional; usted negocie con quien quiera, haga sus acuerdos de comercio por fuera, pero cumpla con unos acuerdos de integración política regional.
Entonces hagamos una CELAC sin acabar con esos mecanismos, porque podemos a cada uno sacarle lo mejor de cada uno de ellos y mantenerlos en un perfil distinto de especialización. Empoderamos al Secretario General de la CELAC, dotémosle de un equipo técnico que le permita hablar por su propia voz y que sea esa CELAC regional la que nos represente en el nuevo multilateralismo; que no debe ser un sistema por países, porque ahí nos enredan, nos ponen a votar corriente y a votar en la asamblea, sino que tiene que ser un multilateralismo de bloques regionales donde nosotros representaremos realmente el bloque regional latinoamericano con un bloque asiático, quizás con un bloque de América del Norte y con un bloque europeo, pero tendríamos nuestra propia identidad.
En síntesis, nadie pensaba que hace un año nosotros en este momento estaríamos entendiéndonos por este conducto en unos temas que nos han afectado y cambiado tanto la vida. Pero precisamente la reflexión de fondo que resulta de este ejercicio es que este es un momento propicio para hacer rectificaciones.
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