Doctorando en Ciencias Económicas por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). Maestro en Economía Política por la Pontificia Universidad Católica de São Paulo (PUC-SP).
Doctor en Economía, Universidad de Campinas, Sao Paulo, Brasil. Profesor de Economía Política en la Pontificia Universidad Católica de Sao Paulo (PUC-SP) y en la Universidad de Sao Paulo, Brasil. Profesor visitante en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM-Azcapotzalco) y en estancia postdoctoral en Ciencias Sociales, Universidad Autónoma Metropolitana (UAM-Xochimilco).
Profesor de la Universidade Federal de São Paulo (UNIFESP), Brasil. Estancia postdoctoral en Sociología en el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (ICSyH-BUAP). Estancia postdoctoral en Estudios Psicosociales en la Universidad Michoacana San Nicolás de Hidalgo (UMSNH).
En general, la noción de “crisis” ha estado constantemente asociada a la dimensión económica de la sociedad capitalista, sin embargo, esta noción viene adquiriendo nuevas determinaciones y profundidades sin negar su aspecto económico.
En la etapa contemporánea del capitalismo está cada vez más claro el papel que tiene el Estado en su continuo proceso de reproducción, sea directamente través de la creación de condiciones específicas y necesarias para el proceso de acumulación, o indirectamente a través de su propio desmonte con el objetivo de generalizar el interés privado sobre el público. Este proceso no es determinado exclusivamente por la forma económica que asume el capital como concepto: pasa también necesariamente por la forma política que asume el capital.
La opresión y explotación de clases en el capitalismo, fenómeno que se presenta alienado y fetichizado, posee una doble determinación: una de carácter económico que se manifiesta como la forma más inmediata de la explotación (aunque fetichizada) a través de la apropiación de plusvalor, y otra de carácter político que se manifiesta por la creación de las condiciones necesarias para la posibilidad de ejecución de esta relación de explotación, donde la coerción física no es necesariamente ajena a este proceso.
En este trabajo buscamos analizar el carácter multidimensional de la crisis capitalista, bajo el concepto de “policrisis”, para en un segundo momento, identificar la posible relación que tiene esta multidimensionalidad con recientes movimientos políticos caracterizados como neofascistas, que están creciendo en el mundo, particularmente en América Latina. Para eso, hacemos referencia a la categoría de forma Estado, con el intento de identificar en la forma valor el elemento que unifica los momentos económicos y políticos de la sociedad capitalista, buscando sugerir que la crisis política, o crisis de la democracia, es de hecho un rasgo inmanente del capitalismo y debe ser analizado dentro de la totalidad del proceso de acumulación y la lógica de poder y dominación social de la sociedad moderna.
Vivimos tiempos de gran convulsión bajo el capitalismo contemporáneo, en los que asistimos a una crisis de larga duración o larga depresión (Roberts, 2016), lo que nos hace reflexionar sobre su esencia y la permanencia de los problemas, destacando cada vez más el rostro bárbaro de dominación de la forma de civilización del capital.
Esta crisis puede ser considerada como una policrisis (Roberts, 2023a; Robinson, 2023), categoría que, tratada de manera recurrente en la literatura crítica más actual, expresa la confluencia e imbricación de varias dimensiones, cuando se analiza la totalidad de la crisis capitalista: económica (inflación y depresión), ecológica (climática y pandémica) y geopolítica (guerra y divisiones internacionales).
En lugar de salir de una recesión, las economías capitalistas permanecen deprimidas con una menor producción, inversión y crecimiento del empleo durante mucho tiempo (Roberts, 2022). Este largo período depresivo se hizo más incisivo después del colapso financiero global de 2007-2008, el cual se mantuvo hasta 2019, cuando pareció que las principales economías no solo estaban creciendo mucho más lentamente que antes de 2007, sino que se dirigían a una caída total. Según Roberts (2023b), cuando se analiza en términos globales la tasa de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB), es posible comprobar que esta tasa disminuyó del 4%, entre 2003 y 2007, al 3%, entre 2015 y 2019 (Roberts, 2023b).
Esto ya se venía arrastrando desde la segunda década de 1970, con la caída de la tasa de ganancia del capital productivo, con base en la ley de la tendencia decreciente de Marx (2017). La tasa de beneficio del sector empresarial de las empresas industriales y financieras en Estados Unidos cayó a menos del 7% en los años posteriores a la crisis de 2007-2008 (Kliman, 2012). Andrew Kliman (2012) señala que la tendencia a la caída de la tasa de ganancia, al frenar la economía capitalista norteamericana, estimula la sobreproducción y la especulación, a la vez que lleva a una crisis financiera como causa inmediata de este proceso.
En este escenario, la segunda tendencia de la acumulación capitalista se ha expresado en los últimos 40 años, explicitando su crisis a través del vertiginoso crecimiento del capital ficticio, en forma de bonos del Estado, acciones negociadas en el mercado secundario, o como derivados de todo tipo (Chesnais, 2019). El aumento de los activos financieros globales se dio de manera intensa en la década de 1990. En el 2000, su stock era alrededor de un 112% mayor que en 1990. En el 2010, el crecimiento fue del 91.7% con respecto al 2000, y en el 2014 alcanzó un incremento del 42% con respecto al 2010, correspondiente a una cifra significativa de US$ 294 mil millones (Nakatani y Marques, 2020).
Entonces estalló la pandemia de COVID-19 y la economía mundial sufrió una severa contracción. Con base en datos de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, por sus siglas en inglés), Michael Roberts (2023b) identifica esta situación de caída del PIB, desde el período 2015 a 2019 hasta el período pandémico de 2020 a 2022. En términos globales, el PIB cayó de un período a otro de 3% a 1.9%, respectivamente; en los países en desarrollo disminuyó del 2.9% al 1.9% y en China, del 6.7% al 4.5%. Con la crisis de la pandemia, es importante considerar el argumento central de Cámara et al (2021), de que existe una gran incertidumbre sobre la devastación humana provocada por la pandemia a nivel planetario, principalmente, en cuanto a su duración.
Adicionalmente, justo cuando las principales economías estaban saliendo, tambaleándose de la pandemia, el mundo ha sido golpeado nuevamente por el conflicto entre Rusia y Ucrania, el cual ha causado diversos efectos en el crecimiento económico, el comercio, la inflación y el medio ambiente.
A estas dimensiones de la crisis se suma la destrucción ecológica provocada por el capitalismo. Wallace (2016) comenta que la agroindustria, a gran escala, actúa en la creación y propagación de nuevas enfermedades. Esto se debe a que los monocultivos de animales domésticos, criados en grandes cantidades y en espacios reducidos, implican altas tasas de transmisión en ambientes de respuestas inmunológicas debilitadas, es decir, el aumento de la aparición de virus está estrechamente asociado con la producción de alimentos y la rentabilidad de las empresas multinacionales. Por otra parte, es importante tener en cuenta la inminente pesadilla del calentamiento global, conocida como crisis climática (Roberts, 2021).
En 2023, en el Foro Económico Mundial (FEM) en Davos, a través de la clase capitalista transnacional, como dice Robinson (2023), se discutieron las variadas dimensiones de la “policrisis”, pero parecieron estar a la deriva ante un asunto de mayor preocupación para las élites: cómo restablecer el capitalismo global y rechazar la amenaza de la revuelta de masas desde abajo, así como la de la ultraderecha y el neofascismo a la globalización capitalista (Robinson, 2023).
Como se ha planteado, la crisis capitalista no se manifiesta exclusivamente en el ámbito económico, en nuestra interpretación, la forma-valor no es una categoría que se limita a fundamentar las relaciones económicas de la sociabilidad capitalista. A partir de una noción filosófica de la totalidad social, entendemos que la forma-valor sintetiza la propia asociación social, como un todo, determinando así todas las formas que componen dicha totalidad social. En otras palabras, la sociedad capitalista se manifiesta, de manera inmediata, bajo la lógica de relaciones económicas, eso es claro; pero, más allá de esa manifestación inmediata, la que identifica el capital como una forma estrictamente económica, la sociabilidad capitalista también está compuesta por un momento político.
Estos dos momentos, el político y el económico, no son polos opuestos de la totalidad social capitalista. En nuestro entendimiento, ambos se retroalimentan y se determinan mutuamente, no pudiendo cada cual ser entendido en su totalidad aislado uno del otro. Partiendo de una tradición marxista, Pachukanis (2017), en su libro Teoría General del Estado y Marxismo, señala que el análisis del Estado capitalista debe estar condicionado a una cuestión de “forma”, ya que el contenido del Estado debería ser encontrado no en el derecho, ni en la noción de lo público, sino en la propia forma valor como trabajo humano enajenado, hecho un negativo universal. Así que las contradicciones que uno encuentra al analizar el derecho y el Estado, o, en otras palabras, la forma jurídica y la forma política capitalista, devienen de las contradicciones de la propia forma-valor, que, según Marx, es el fundamento de la totalidad de la sociabilidad de la época moderna, o de la sociedad capitalista. En las palabras de Gerardo Ávalos (2021, p. 90),
la forma valor se desenvuelve como mundo económico arrastrando sus contradicciones constitutivas las cuales estallan, por lógica, en las crisis, en las que sin duda aparece la necesidad del momento negativo del valor, no solo porque el capital se desvaloriza en sí mismo, sino sobre todo porque para la superación de tal situación se requiere un capital que contradiga su esencia, es decir, un capital cuya empresa no sea la obtención de ganancia.
Este momento negativo de valor, en nuestra interpretación, es precisamente el fundamento del momento político, o si se quiere, la síntesis del momento político capitalista, a saber, la forma-Estado. Sobre la noción de forma-Estado, nos referíamos a la idea de que el Estado asume una posición alejada de su fundamento, aparentemente opuesta, desde afuera. Pero es importante señalar que la contradicción debe ser entendida como elemento constitutivo de la totalidad que se desarrolla negativamente hacia el todo. Aquí nos referimos a que una misma relación social asume formas diferentes. La misma relación de división social del trabajo bajo la forma valor que fundamenta la crisis del capital, también fundamenta el Estado capitalista y, por ende, unifica los dos conceptos y movimientos.
La forma Estado, propia de la sociedad capitalista, no puede ser entendida de manera ajena a la crisis del capital, que tiene su manifestación inmediata en la esfera económica. Aún más, la noción de crisis no puede estar limitada únicamente a esta esfera. Esto porque el elemento que hace posible la crisis capitalista es precisamente las contradicciones internas que trae consigo la forma valor:
El capital tiende a la crisis porque su esencia ya es una crisis, es decir, una contradicción: la del valor de uso con respecto al valor de cambio, pero sobre todo la de ser un proceso de civilización y, simultáneamente, un proceso barbárico porque su fin es acumular signos, representación dineraria del poder real, que al universalizarse es ya político […]. (Ávalos, 2021, p. 114)
Así que la noción de crisis debe ser entendida de manera multidimensional, o, como preferimos, a partir de una noción de crisis civilizatoria, incorporando todos los ámbitos y momentos que componen la civilización de nuestra época.
La forma Estado, así las cosas, emerge como una necesidad de la sociedad capitalista, devenida internamente desde sus propias contradicciones. Eso nos lleva a intentar analizar algunas indicaciones generales acerca de la relación más directa que tiene la crisis del capital con la propia forma Estado, más allá de sus implicaciones en el ámbito económico exclusivamente, pero que a la vez sigue determinando abiertamente los procesos de acumulación de capital y que sostiene las relaciones indirectas de poder de nuestra época.
Cuando analizamos sociedades antiguas, formas de producción y organización social anteriores a la consolidación del capitalismo, hablar de Estado está directamente relacionado a hablar de poder. El Estado se presentaba como la manifestación inmediata del carácter de clases en tales sociedades. El ejercicio del Estado, de la autoridad política, de su aparato administrativo (legislativo, judicial, económico y militar) representaba directamente la opresión de una clase sobre otra; tratar del Estado era tratar de la posibilidad universal del ejercicio del poder y de la opresión.
Todavía, con la constitución de la forma históricamente específica de organización social capitalista, y con ella la popularización de las teorías liberales, el Estado parecía haber cambiado su papel histórico y su carácter de poder. Se generalizó (en diversas líneas teóricas) la perspectiva de un supuesto Estado como gestor del bien común, de aquello que es público, ajeno a las clases sociales y a las disputas entre estas, un mediador neutral, Dios ex machina, un ente casi metafísico que sostiene y media el orden social que deviene del mercado; un Estado democrático cuya función es garantizar la existencia y manutención de la libertad e igualdad en nombre del “progreso”, cuando en realidad estos conceptos, bajo sus determinaciones ontológicas, representan el momento negativo de la totalidad y constituyen las condiciones fetichizadas necesarias para la plena reproducción del orden capitalista fundada sobre la lógica del valor y, por lo tanto, en las relaciones de explotación, dominación y opresión mismas.
Pensar el Estado a partir de estos señalamientos iniciales expuestos aquí nos parece que ayuda a entender la relación estrecha entre la crisis de la acumulación capitalista y los movimientos políticos contemporáneos caracterizados como neofascistas (Carnut, 2020), como se discutirá en el siguiente apartado.
Fascismo siempre será un término en disputa (Carnut, 2022). Más aún cuando se habla de ‘fascismos de nuevo tipo’, o sencillamente, ‘neofascismos’. Cuando se dice que el fascismo no puede ser identificado para más allá de su tiempo histórico (fascismo del periodo entreguerras) o, aún, fuera de la Europa, esto en general denota ―bajo una investigación epistemológica― el recorte que uno hace sobre el fenómeno (Mattos, 2020). Por ejemplo, hay una tendencia de pensar la relación ‘fascismo-Estado’ restricta a los regímenes políticos (dictadura fascista). Esto es tan “politicista” como otros abordajes que invisibilizan el fenómeno negándolo con tergiversaciones tales como: autoritarismo, totalitarismo, populismo, entre otros.
Cuando hablamos de neofascismo, nos estamos refiriendo a la readaptación y reactualización de las prácticas fascistas a las nuevas circunstancias, típicas de la crisis del neoliberalismo que estalló en 2007-2008 y que no logra tener solución de corto plazo desde entonces. Es importante precisar que no estamos diciendo que la crisis estructural del capital de 2007-2008 es el único elemento explicativo del neofascismo, pero sí que una amalgama de elementos, que ya vinieron acumulándose en la historia de las sociedades capitalistas occidentales, encontró en la crisis reciente el momento histórico político para la emergencia de nuevos tipos de fascismos en el mundo (Carnut, 2021; Carnut, 2020). El auge de las extremas derechas mundiales está relacionado con el fascismo como una manifestación (forma social) de odio y enojo que viene desde las relaciones mismas entre capital-trabajo, y que encuentra en las formas sociales de reproducción capitalista (forma-dinero, forma-valor y forma-Estado) su manera de condensarse reproduciéndose.
Cuando pensamos en el nuevo tipo de fascismo (neofascismo), en un enfoque al que estamos afiliados aquí, no se puede decir que es algo extemporáneo. No existe un momento de ‘apaciguamiento’ del fascismo, ya que hay una perennidad histórica del enojo social que, a veces, se restringe a pequeños grupos y no se puede vociferar en el terreno político porque suena a “tontería”, pero, en tiempos de crisis estructural del capital, nuevamente entonada, aparece con ‘razonabilidad’. En el neofascismo no hay nada de original desde el punto de vista del surgimiento de esta ira (en su esencia), sin embargo, hay mucho de original en su apariencia, por lo que podemos decir, una vez más, que permanecen las mismas formas, pero el contenido que adquieren es nuevo (de ahí lo ‘neo’), ya que se reajustan a las nuevas circunstancias como respuesta a un capitalismo ultraneoliberal financierizado.
Por lo tanto, en esta perspectiva derivacionista del fascismo, de inspiración pachukaniano-hollowayano (Pachukanis, 2020; Holloway, 1980), tratamos de dirimir las controversias sobre el término a partir de la comprensión del fascismo como una relación social. Si es una relación social, como relación, sí, es la misma, pero de diferentes maneras: vieja (fascismo) o nueva (neofascismo). Por lo tanto, como relación social de enfado de ambas partes, parten tanto de los que están cansados de las reformas sociales, como de los que se ven perjudicados por el retroceso de las reformas sociales. Así, cuando pensamos en la realidad latinoamericana, la relación Estado-Sociedad tiene una característica propia de esta región, cuyo núcleo de relaciones sociales tiende a restringirse al avance-retroceso “pendular” de las reformas, donde el enojo social es cada vez más constreñido. Esta constricción siempre está forjada por las formas incompletas que las instituciones burguesas editan desde el principio.
Tener como referencia para pensar la ira social, la democracia en su sentido amplio o, incluso, una adecuada mediación partidaria, no tiene sentido en América Latina, pues la ira social ya está en la génesis de las relaciones sociales constitutivas de una burguesía que ya tiene, en un primer momento, aversión a la clase obrera, haciendo de la inflexión en la gradación entre democracia, bonapartismo y fascismo un elemento aparente de la misma ira social que no puede permitir que la clase obrera tenga acceso ni siquiera a la exigua condición de libertad liberal. Así, dependiendo del momento histórico de la efusividad del antagonismo social latinoamericano, es posible decir que la ira social se consolidó en ‘formas’ neofascistas o dictaduras militares clásicas, no excluyendo a una u otra del entendimiento, sino incorporándolas.
Desde que empezó el siglo XXI, específicamente después de la década de 2010 (o después de la crisis económica de 2007-2008), cada vez se puede percibir por diversos lados del mundo la reaparición, fortalecimiento y consolidación de movimientos políticos (formal e informalmente) de carácter conservador, de ultraderecha, o como se ha presentado aquí en este texto, neofascistas. La aparición y generalización de estos movimientos no se limitan a la ofensiva cotidiana dentro de la sociedad civil, ya que han adquirido una representación formal dentro de los aparatos del Estado, incluso en ataques directos a los principios más elementales de la democracia contemporánea.
Cabe destacar la contradicción que la forma estatal en diversos países del mundo ―sea cual sea su forma de administración y organización pública― trae consigo al posibilitar tanto la presencia de golpes de Estado como la formación de gobiernos cuya legitimidad se instituye a partir de las propias reglas democráticas institucionales.
No es la intención de este trabajo presentar una relación mecánica y directa entre la crisis de acumulación económica del capital y la aparición de movimientos y regímenes neofascistas. Lo que nos parece oportuno señalar es que la aparición y generalización de estos movimientos neofascistas ultraconservadores es una expresión de una contradicción de la democracia contemporánea realizada bajo su forma Estado. En este trabajo, buscamos presentar que la propia forma Estado está fundamentada esencialmente en la lógica de la forma valor, que tiene en-sí y para-sí una lógica contradictoria que se ha desdoblado inmanentemente en diversas crisis o, mejor dicho, en policrisis.
Finalizamos este ensayo no solamente sugiriendo la existencia de una relación orgánica altamente compleja entre la aparición de estos movimientos políticos y sus implicaciones a la democracia) y el proceso de acumulación del capital, sino también urgiendo la necesidad de analizar esta problemática de manera más profunda, y actuar frente a ello, considerando las graves consecuencias civilizatorias de este proceso que nos parece ser un rasgo y una tendencia cada vez más intensos del capitalismo contemporáneo.
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