BRASIL: LA ESPERANZA ES AHORA

Marcelo Uchôa

Marcelo Uchôa

Marcelo Uchôa es Doctor en Derecho con estudios postdoctorales en la Universidad de Salamanca. Profesor de la Universidad de Fortaleza (UNIFOR). Miembro de la Secretaría de Relaciones Internacionales de la Asociación Brasileña de Juristas por la Democracia (ABJD).

Twitter:@MarceloUchoa_
Instagram:@MarceloUchoa_

30 septiembre, 2022

Este domingo 2 de octubre se llevará a cabo la primera vuelta de las elecciones generales de Brasil. Se renovarán los poderes ejecutivo y legislativo del país y sus 27 unidades federativas. El escrutinio más esperado, naturalmente, es el del presidente de la República, y razones no faltan. En la práctica, estará en referéndum si Brasil seguirá o no en manos de un gobierno de extrema derecha, situación que se fue apoderando del país a partir de 2016. 

A partir de un golpe parlamentario posibilitado por una campaña de criminalización de la política, masificado por una conspiración legal-mediática articulada para desterrar al Partido de los Trabajadores del escenario nacional, que sacó de la presidencia de la República a la expresidenta Dilma Rousseff, por razones que ahora son ampliamente reconocidas como fútiles. Un golpe aplicado, de encomienda, por la depredadora burguesía local, el capital financiero internacional y el imperialismo para revertir la exitosa agenda social en marcha en el país, posibilitar la entrega a extranjeros de la explotación de las riquezas nacionales y renunciar a la entonces ascendente influencia geopolítica regional y global de Brasil.

Además, para borrar de la historia un legado exitoso del gobierno del mejor y más destacado estadista político que haya tenido el país, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, por eso mismo, fue injustamente perseguido, incriminado, condenado y encarcelado por 580 días, por un complot judicial falsamente dicho para combatir la corrupción, Operación Lava Jato, articulado milimétricamente para que no gozara de condiciones electivas para disputar y ganar las elecciones de 2018, ni pudiera ejercer su influencia en persona en esa elección, a pesar de estar por delante de todas las encuestas.

El fracaso social y económico del gobierno neoliberal del vicepresidente golpista, Michel Temer, entre 2016-2018, combinado con el adormecedor ambiente antipolítico y una campaña organizada nunca antes vista de difamación y Fake News, con el apoyo providencial de la Operación Lava Jato, que mantuvo al expresidente Lula alejado de las elecciones de 2018, permitió el ascenso a la presidencia del ultraderechista Jair Bolsonaro, un exmilitar expulsado de las fuerzas armadas por cargos de sabotaje contra el Estado, con derecho al nombramiento del verdugo de Lula como ministro de Justicia del gobierno que no habría sido elegido si él verdugo, no hubiera mantenido a Lula al margen de la disputa.

No hay forma de explicar qué es Bolsonaro en un texto corto. Al hermano pueblo mexicano, baste decir que una de sus primeras acciones como presidente fue ir a Estados Unidos a rendir homenaje a Donald Trump. En ese momento, mientras su nuevo ministro de Justicia (ex juez de la Lava Jato) visitaba el FBI, Bolsonaro dijo que estaba a favor de la política xenófoba antiinmigración de Trump, incluso apoyando la construcción del muro de la vergüenza que separa el país de México, en expensas del erario mexicano. No hace falta mucho, basta una simple búsqueda en la web para observar cómo el presidente de Brasil representa un retroceso civilizatorio.

Bolsonaro es homófobo. Ya dijo, con todas las letras, que prefiere tener un hijo muerto que un homosexual. También es misógino. Sobre los cinco hijos, comentó que los primeros cuatro eran hombres y la quinta, una mujer, una debilucha. También es racista. Una vez le preguntó a un seguidor negro si pesaba mucho en arroba (una medida utilizada en la esclavitud). Es xenófobo. Para él, los médicos cubanos ni siquiera son médicos. Tiene aporofobia. Trata la pobreza como una opción para quienes no quieren trabajar.

Además, Bolsonaro es sinónimo de violencia. Cantar alto y claro que un pueblo libre es un pueblo armado. No sólo facilita el comercio de armas, sino que también fomenta y promueve su adquisición. Personifica la violencia política. En 2018 prometió fusilar la petralhada (manera difamatoria como se refiere al PT), acción que sus truculentos seguidores cumplen a rajatabla. Además, es sinónimo de violencia contra la prensa. Desde la fecha de la toma de posesión, no ha habido una semana en la que no haya arremetido contra los medios. El periodismo se ha convertido en una profesión riesgosa en un país donde un segmento de la sociedad amenaza con agredir físicamente a reporteros y camarógrafos en la calle, reproduciendo un odio sembrado por el líder. El presidente brasileño también es violencia indígena y ambiental. Para él, los pueblos originarios deambulan por una Amazonía que necesita ser deforestada para beneficiar a madereros, mineros y ganaderos, incluidos los megaproductores de pesticidas.

Por si fuera poco, Bolsonaro es también una agresión institucional permanente, un enemigo persistente de la democracia. Defiende la sanguinaria dictadura militar de 1964-1984 y rinde culto a los carniceros, torturadores y asesinos. Durante su mandato presidencial, amenazó en numerosas ocasiones con rebelarse contra la Corte Suprema. Con la faja de la presidencia, ha sostenido a diario que el proceso electoral brasileño está corrompido, el mismo proceso electoral que lo eligió presidente y que, en innumerables ocasiones, lo eligió a él y a sus hijos al parlamento. Para él, la justicia electoral está empeñada en robarle las elecciones de 2022, por lo que desde hace meses promete activar a sus fuerzas armadas para promover un golpe de Estado.

Pero lo peor de todo es que la imitación brasileña de Trump es mucho más dañina que el Trump original. Negó cuánto tiempo fue posible la gravedad de la pandemia de Covid-19. Hasta el día de hoy, dice que Brasil fue un ejemplo en la lucha contra el coronavirus, ignorando la realidad de que el país era el segundo en número de muertes en el mundo. Casi 700,000 brasileños fueron víctimas de la irresponsabilidad de un presidente que se impuso contra las medidas de aislamiento social recomendadas por las autoridades sanitarias nacionales e internacionales. Qué boicoteó las acciones desarrolladas por los gestores estatales y municipales. Qué promovió el uso de medicamentos ineficaces para tratar la enfermedad. Quien se negó a comprar las vacunas ofrecidas a Brasil y pospuso deliberadamente el inicio de la vacunación. Siempre estuvo en contra a la vacuna. Ha sido en contra a la vacuna incluso para su hija, una niña. Abogó por la inmunización a través de la enfermedad (inmunización de rebaño). No sólo dejó que la gente se asfixiara sin oxígeno, sino que, en Live, se burló de la asfixia por falta de aire.

Bolsonaro es un delincuente, que sabe tanto que ha cometido delitos que ha dicho varias veces que no aceptará, bajo ningún concepto, ser detenido. Por cierto, Bolsonaro es inmensamente corrupto. No sólo corrompe como se corrompe. Utiliza un presupuesto multimillonario, llamado presupuesto secreto, para negociar sus agendas inmorales en el parlamento brasileño, dominado por la bancada BBB (Biblia, buey y bala), es decir, mercaderes de la fe disfrazados de líderes religiosos, representantes de cabilderos de la agroindustria y las armas pesadas.

El déspota brasileño tampoco tiene vergüenza a la hora de entorpecer las investigaciones contra su familia (hijos y parientes), cuyo origen está visceralmente ligado a la ultraviolenta milicia (marginalidad policial) de Río de Janeiro. Ni siquiera le da vergüenza decir que manda a los ministros de la Corte Suprema, así como al titular de la fiscalía general, designado por él. 

Es en contra a este increíble estado de cosas que los brasileños acudirán a las urnas el próximo domingo 2, con la esperanza de definir las elecciones presidenciales aún en primera vuelta, en escrutinio con varios candidatos, impidiendo que, en una eventual segunda vuelta, con una decisión polarizada entre solo dos candidatos, Bolsonaro se afiance en sus falsas denuncias de fraude y lance un golpe de Estado.

Afortunadamente para Brasil, hay luz al final del túnel. O más bien, como dicen por aquí, hay Luiz (Luiz Inácio Lula da Silva) al final del túnel. La Corte Suprema declaró que hubo lawfare en los juicios de Lava Jato contrarios a Lula. El expresidente, un hombre inocente, fue condenado y encarcelado ilegalmente por un juez parcial, quien burló abominablemente la justicia para perjudicarlo. ¡Inmoral e inhumano!

Pero el hecho es que, hoy, a menos de una semana de la primera vuelta, la posibilidad de la victoria de Lula es real y plenamente posible. Él representa el contrario de lo que hay. Es una especie de esperanza segura. Una confianza para poder pasar página, derrotando al fascismo y volviendo a poner a Brasil en el camino que nunca debió haber dejado. Además, con la conciencia de que, si alguien está en condiciones de hacerlo, y hacerlo bien, ese alguien es el mismo Lula. El expresidente ya demostró en el pasado que es posible construir un gobierno que sea bueno para todos, centrándose en la eliminación del hambre, la erradicación de la miseria y la reducción de la enorme brecha de desigualdad que existe entre los extremadamente ricos y los inmensamente pobres. 

Además, Lula es también un baluarte para quienes sueñan con una América Latina verdaderamente independiente: soberana en la determinación de su política, libre en el desarrollo de su economía y diversa en la promoción de su cultura. Esperemos que llegue el 2 de octubre y las encuestas no decepcionen. En cualquier caso, si la victoria no llega en esta primera vuelta, que llegue a finales de mes, el día 30, en el segundo intento. Importante es que llegue. Y así volveremos a ser felices.

 

BRASIL: A ESPERANÇA É AGORA

Neste domingo, 2 de outubro, acontecerá o primeiro turno das eleições gerais do Brasil. Serão renovados o executivo e o legislativo do país e de suas 27 unidades federativas. O escrutínio mais aguardado, naturalmente, é o de presidente da República e razões não faltam. 

Na prática, estará sob referendo se o Brasil continuará ou não nas mãos de um governo de extrema direita, situação que tomou conta do país, paulatinamente, a partir de 2016, desde que um golpe parlamentar viabilizado por uma campanha de criminalização da política, massificada por uma conspiração jurídico-midiática articulada para banir o Partido dos Trabalhadores do cenário nacional, destituiu da presidência da República, por motivos hoje amplamente reconhecidos como fúteis, a ex-presidenta Dilma Rousseff. Um golpe aplicado, sob encomenda, pela burguesia predatória local, o capital financeiro internacional e o imperialismo para inverter a exitosa agenda social em curso no país, viabilizar a entrega da exploração das riquezas nacionais ao estrangeiro e renunciar à então ascendente influência geopolítica regional e global do Brasil. 

Além disso, para apagar da história um legado exitoso de governo do melhor e mais destacado estadista político que o país já teve, o ex-presidente Luiz Inácio Lula da Silva, por isso mesmo, injustamente perseguido, incriminado, condenado e preso por 580 dias, por uma trama judiciária mentirosamente dita como de combate a corrupção, Operação Lava Jato, articulada milimetricamente para que não gozasse de condições eletivas de disputar e vencer as eleições de 2018, tampouco pudesse exercer sua influência presencial naquele pleito, apesar de estar à frente de todas as pesquisas eleitorais de opinião. 

O fracasso social e econômico do governo neoliberal do vice-presidente golpista, Michel Temer, entre 2016-2018, aliado à entorpecente atmosfera antipolítica e uma jamais antes vista campanha organizada de difamação e Fake News, com o apoio providencial da Operação Lava Jato, que manteve o ex-presidente Lula longe do pleito de 2018, permitiu a ascensão à presidência do ultradireitista Jair Bolsonaro, um ex-militar banido das forças armadas sob acusação de sabotagem contra o Estado, com direito à nomeação do juiz-algoz de Lula como ministro da Justiça do governo que não teria sido eleito se ele, juiz-algoz, não tivesse mantido Lula afastado da disputa.  

Não há como explicar o que é Bolsonaro em texto curto. Ao povo irmão mexicano, basta dizer que uma de suas primeiras ações como presidente foi ir aos Estados Unidos prestar vassalagem a Donald Trump. Na ocasião, enquanto seu novo ministro da justiça (ex-juiz da Lava Jato) visitava o FBI, Bolsonaro dizia ser favorável à xenofóbica política anti-imigratória de Trump, apoiando, inclusive, a construção do muro da vergonha separando o país do México, às expensas do erário mexicano. Não precisa muito, basta uma simples pesquisa em buscador na web para observar o quão o presidente do Brasil representa um retrocesso civilizatório.

Bolsonaro é homofóbico. Já disse, com todas as letras, que preferia um filho morto que homossexual. É também misógino. Sobre os cinco filhos, comentou que os quatro primeiros eram homens e a quinta, mulher, uma fraquejada. Ele igualmente é racista. Certa vez, questionou a um apoiador negro se era pesado em arroba (medida usada na escravatura). É xenófobo. Para ele, médicos cubanos sequer são médicos. Tem aporofobia. Trata a pobreza como uma opção de quem não quer trabalhar. Além disso, Bolsonaro é sinônimo de violência. Entoa, em alto e bom som, que povo livre é povo armado. Não só facilita o comércio de armas, como incentiva e promove sua aquisição. 

Ele personifica a violência política. Em 2018, prometeu fuzilar a petralhada (modo difamatório como se refere aos petistas), ação que seus truculentos apoiadores cumprem à risca. Outrossim, é sinônimo de violência contra a imprensa. Desde a data da posse não há semana em que não vocifere contra a mídia. Jornalista virou profissão de risco num país em que um segmento da sociedade ameaça fisicamente agredir repórteres e cinegrafistas na rua, reproduzindo um ódio espraiado pelo líder. O presidente brasileiro também é violência indígena e ambiental. Para ele, povos originários vadiam sobre uma Amazônia que precisa ser desmatada para beneficiar madeireiros, mineradores e agropecuaristas, inclusive mega produtores de agrotóxico. 

Como se não bastasse, Bolsonaro também é uma agressão institucional permanente, um inimigo contumaz da democracia. Ele defende a sanguinária ditadura militar de 1964-1984 e venera carniceiros torturadores e assassinos. Em seu mandato presidencial, ameaçou inúmeras vezes se insurgir contra a Suprema Corte. Com a faixa da presidência tem sustentado cotidianamente que o processo eleitoral brasileiro é corrompido, o mesmo processo eleitoral que o elegeu a presidente e que, inúmeras vezes, elegeu a si e a seus filhos ao parlamento. Para ele, a justiça eleitoral está determinada a lhe roubar as eleições de 2022, por isso, há meses, vem prometendo acionar “suas” forças armadas para promover um golpe de estado.

Mas o pior de tudo é que a imitação brasileira de Trump é muito mais nocivo do que o Trump original. Negou até quando foi possível a gravidade da pandemia de Covid-19. Até hoje afirma que o Brasil foi um exemplo no enfrentamento ao coronavírus, ignorando a realidade de que o país foi o segundo em número de mortes no mundo. Quase 700 mil brasileiros foram vítimas da irresponsabilidade de um presidente que se impôs contra as medidas de isolamento social recomendados pelas autoridades nacionais e internacionais de saúde.  Que boicotou as ações desenvolvidas por gestores estaduais e municipais. Que promoveu o uso de medicamentos ineficazes para o tratamento da doença. Que recusou a compra de vacinas oferecidas ao Brasil e postergou, de propósito, o início da vacinação. Ele foi contra a vacina. Foi contra a vacina até mesmo para a sua filha, uma criança. Defendeu a imunização via adoecimento (imunização de rebanho). Não apenas deixou o povo morrer sufocado sem oxigênio, como, em Live, zombou do sufocamento por falta de ar. 

Bolsonaro é um criminoso, que tanto sabe que cometeu crime que já disse várias vezes que não aceitará, sob hipótese alguma, ser preso. A propósito, Bolsonaro é imensamente corrupto. Não só corrompe, como é corrompido. Usa um orçamento bilionário, chamado de “orçamento secreto”, para negociar suas pautas imorais no parlamento brasileiro, dominado pela bancada “BBB” (Bíblia, boi e bala), isto é, mercadores da fé travestidos de lideranças religiosas, representantes do agronegócio e lobistas do armamento pesado. 

O déspota brasileiro também não tem a mínima vergonha na hora de dificultar as investigações contra sua família (filhos e parentes), cuja origem está visceralmente vinculada à milícia (marginalidade policial) do Rio de Janeiro, extremamente violenta.  Sequer se constrange ao dizer que manda em ministros do STF, bem como no titular do Ministério Público, nomeados por ele.

É contra este estado de coisas inacreditáveis que brasileiras e brasileiros irão às urnas no próximo domingo, dia 2, na esperança de definir as eleições presidenciais ainda em primeiro turno, em escrutínio com vários candidatos, evitando que, numa eventual segunda rodada, com decisão polarizada entre apenas dois postulantes, Bolsonaro fortaleça-se em suas falsas alegações de fraude e emplaque um golpe de estado. 

Para a sorte do Brasil, há luz no fim do túnel. Ou melhor, como se diz por aqui, há “Luiz” (Luiz Inácio Lula da Silva) no fim do túnel. A Suprema Corte declarou que houve lawfare nos julgamentos de Lula na Lava Jato. O ex-presidente, um inocente, foi condenado e alçado à prisão ilegalmente por um juiz parcial, que abominavelmente burlou o sistema de justiça para prejudicá-lo. Imoral e desumano! 

Mas o fato é que, a dias de hoje, menos de uma semana para o primeiro turno, a possibilidade de vitória de Lula é real e plenamente possível. Ele representa o oposto do que está aí. É uma espécie de esperança certa. Uma confiança de conseguir virar a página, derrotando o fascismo e repondo o Brasil nos trilhos dos quais jamais deveria ter saído. E mais, com a consciência de que se há alguém em condições de fazê-lo, e fazê-lo bem, esse alguém é o próprio Lula. O ex-presidente já provou no passado que é possível construir um governo bom para todos, voltando-se prioritariamente à eliminação da fome, à erradicação da miséria e à diminuição do enorme fosso de desigualdade existente entre os poucos extremamente ricos e os muitos imensamente pobres. Ao lado disso, Lula também é um bastião para os que sonham com uma América Latina verdadeiramente independente: soberana na determinação de sua política, livre no desenvolvimento de sua economia e diversa na promoção de sua cultura. 

Torçamos para que chegue o dia 2 de outubro e as urnas não decepcionem. Em todo caso, se a vitória não vier já neste primeiro turno, haverá de vingar no final do mês, dia 30, na segunda tentativa. Importante é vir. E assim seremos felizes de novo.