Aquí estamos otra vez

Daniel Jadue

Daniel Jadue

Arquitecto y sociólogo chileno. Es militante del Partido Comunista de Chile (PC) y desde 2012 se desempeña como alcalde de la comuna santiaguina de Recoleta. Actualmente es candidato del PC en la primaria  presidencial del Pacto de Apruebo Dignidad (FA-PC).

23 junio, 2021

La dignidad se convirtió en la demanda principal de un Chile en el cual el pueblo, como sujeto político, estaba de vuelta.

El Neoliberalismo fue instalado en Chile en su versión más pura, sin discusión democrática, por una dictadura cruel que pretendió transformar radicalmente la estructura económica, social y cultural de nuestro país.

Para ello, construyó una Constitución entre cuatro paredes, que cristalizó lo esencial del modelo: Un mercado todopoderoso y eterno centrado en la generación de riqueza para unos pocos y un Estado subsidiario sin recursos suficientes para asegurar una vida digna a sus ciudadanos, y sin capacidad de regular ni de fiscalizar a quienes prometían que se autorregularían de manera eficaz y eficiente para distribuir la riqueza, los bienes y servicios que el neoliberalismo sería capaz de generar.

En dicha Constitución no sólo se dejaba establecido el carácter subsidiario del Estado y la entrega paulatina de toda esfera de producción a los privados.  Se dejaba también un sistema político inamovible, con una serie de candados que de una u otra forma impedirían en el futuro que las mayorías se expresaran y mucho menos que se realizaran cambios al sistema, incluso cuando quienes gobernaran se declararan contrarios al mismo.

La alegría que generó la salida formal de la dictadura se fue diluyendo en pocos años, debido a que quienes habían prometido desmantelar la obra de la dictadura le había ocultado al pueblo de Chile una verdad incómoda: Muchos de ellos habían vivido durante la dictadura militar un proceso de convergencia ideológica en lo económico y no tenían ninguna intención de desmantelar el modelo y estaban dispuestos precisamente a lo contrario.

Los que no habían vivido ese proceso, nunca tuvieron la fuerza ni la voluntad política de luchar contra los primeros y se fueron acostumbrando al mismo y terminaron privatizando todo: la salud, la educación, el deporte, las carreteras, la cultura. Todo lo esencial, mucho antes de satisfacer las necesidades básicas del pueblo de Chile buscaban entregar utilidades a los dueños de Chile, incluso si la satisfacción de las necesidades básicas se tornaba imposible.

Cuando las inversiones extranjeras dejaron de llegar a raudales y el sistema empezó a mostrar sus limitaciones para llevar el buen vivir a las amplias mayorías, se comenzó a evidenciar el abuso y la desigualdad creciente, mientras los que gobernaban se ufanaban al mostrar con los indicadores que mostraban, desde los mentirosos promedios, que Chile avanzaba y se convertía en un país modelo para todo el mundo.

La gente se fue alejando del sistema político y dejó de creer que algo de lo que pudiera pasar logrará cambiar su destino positivamente.  Se aburrió de las promesas incumplidas, de los mismos rostros de siempre, de la corrupción y de la relación inaceptable que se fue generando entre la riqueza y la política.

La Concertación de Partidos por la Democracia, repetía una y otra vez que era el conglomerado más exitoso de la historia de Chile, mientras perdía casi dos millones de votos en tan solo 8 años y la indignación comenzaba a aparecer de manera intermitente en movilizaciones sociales que fueron creciendo de manera lenta pero sistemática. En la década de los 90 partieron con 50.000 personas en la calle, al terminar la misma ya se levantaban alrededor de 200.000.  El lento proceso de acumulación de fuerzas fue venciendo al temor como el poder detrás del poder y a los defensores del modelo, y el discurso único. Se comenzó a instalar en la ciudadanía la necesidad de recuperar el derecho a la autodeterminación conculcado por la Constitución del 80.

Las manifestaciones seguían creciendo.  En el 2006 llegaban a los 500.000.  Luego en el 2011 superaron por primera vez el millón de personas movilizadas y a mediados de la década se terminó movilizando más de un millón y medio de personas en contra del fracasado sistema de pensiones de la mano del movimiento NO + AFP.  La situación seguía agudizándose. Los grandes empresarios, mostrando un desprecio absoluto incluso por las reglas del sistema que tanto defendían, se coludieron para subir los precios de los elementos más esenciales para la vida a costa de la necesidad insatisfecha de miles y miles de personas.

El cuadro se hizo crítico al sumarse la explosión sin precedente del movimiento feminista que supo poner al centro del debate la necesaria superación del patriarcado y el combate frontal hacia la violencia de género y la discriminación de género en todas sus formas. Como elemento adicional, aunque de absoluta centralidad, las demandas de los pueblos originarios recobraron protagonismo de la mano de una militarización sin precedentes de Walmapu, persecución política hacia determinadas comunidades, montajes y encubrimientos por parte de agentes del Estado y asesinatos en los que la justicia actuó con claro sesgo étnico y de clase.

La dignidad se convirtió en la demanda principal de un Chile en el cual el pueblo, como sujeto político, estaba de vuelta.  El campo popular había despertado. Solo faltaba el empujón final que daría la llegada al gobierno de la derecha que en su afán de imponer un programa neoliberal que privilegia las utilidades de las grandes empresas nacionales y transnacionales; entonces este gobierno se convirtió para el pueblo llano, en cosa de algunos meses, en el peor gobierno de la historia.

Se cerraron una serie de empresas que dejaron en el olvido la promesa de generar más trabajo, con un Presidente y Ministras y Ministros, que en algunos casos, cada vez que hablaban mostraban indolencia, desprecio y profundo desconocimiento de los padecimientos del pueblo de Chile.

La gota que derramó el vaso fue el incremento en el sistema de transporte público de treinta pesos, en un contexto de alza generalizada del costo de la vida y de un estancamiento de los salarios de las y los trabajadores.  Los estudiantes no se dejaron, y saltando los torniquetes del sistema de transporte público detonaron una revuelta que en un par de días sumó a los cientos de miles que venían durante los últimos treinta años luchando contra un sistema injusto y desigual, que no sólo atenta contra la dignidad de toda persona humana sino que además parecía no tener salida alguna por la vía institucional.

Ante la tremenda avalancha, la derecha entró en pánico y exigió mano dura al Presidente de la República, el que raudo respondió declarando la guerra a su pueblo, inventando conspiraciones extranjeras y hablando del enemigo cruel y despiadado, que había llegado para destruir lo que para él era un oasis de paz, tranquilidad y bienestar sólo dos semanas antes del inicio de la revuelta.

El pueblo en la calle instaló la necesidad de superación del modelo precedente y puso sobre las cuerdas a los defensores del modelo y a todo el poder establecido, que respondió con una violación generalizada de derechos humanos y aprobando leyes que criminalizaban aún más la protesta social.  Chile despertó entre los recuerdos de la dictadura y en vez de replegarse producto del miedo salió con más determinación a las calles hasta arrancarle al sistema político un camino institucional y acotado, para salir de la crisis con la explícita aceptación de que el pueblo, por primera vez en su historia, con paridad de género y con la participación inédita de los pueblos originarios, escribirían una nueva Constitución que dejará en el basurero de la historia la constitución de la Dictadura Cívico Militar y de la derecha.

Trataron por todos los medios de coartar los ámbitos de discusión imponiendo reglas de 2/3 y límites a la discusión, pero el pueblo decidido a aprovechar al máximo esta oportunidad histórica de propinarle una derrota estratégica al neoliberalismo, salió a participar como nunca en los últimos treinta años y propinó una derrota brutal a los defensores del modelo y a quienes pensaban que la Constitución de la Dictadura era lo mejor que le había pasado a Chile. Un 80% de la población aprobó el cambio constitucional y a la hora de elegir a los constituyentes, dio un segundo golpe dejando reducidos a su mínima expresión a la mayoría de quienes habían tratado de coartar la discusión.

La pandemia terminó por desnudar al sistema y mostró la peor cara de un gobierno empresarial que puso por encima de la salud de las personas, el cuidado de la economía y la riqueza acumulada y dejó a su pueblo sólo, enfrentando la pandemia con una estrategia completamente errática. Un gobierno que ni siquiera estaba dispuesto a escuchar a los demás actores legítimamente interesados en salvar vidas.

El mal manejo de la pandemia le dio un golpe final a la derecha y permitió que el pueblo comenzara a resurgir como sujeto político luego de años de estar reducido a la categoría de consumidor. La sucesivas elecciones generaron un desplazamiento significativo hacia la izquierda del cuadro político y por primera vez en mucho años el pueblo volvió a sentir la esperanza de poder lograr un Gobierno verdaderamente democrático y Popular que dé la mano de la nueva Constitución pueda asegurar la transformación de Chile en un Estado plurinacional e Intercultural, Feminista y paritario, con un catálogo de derechos sociales que aseguren a cada uno y a cada una de las personas de todas las naciones que habitan este territorio, una vida digna de principio a fin.

Esta es una historia en desarrollo, pero Chile ha salido del retraso permanente que mostró desde la salida formal de la dictadura cívico militar. Hoy el país vive transformaciones sociales y políticas, para ponerse por primera vez en los últimos años, a la vanguardia de un proceso latinoamericano de superación del neoliberalismo. Esto nos ha puesto por primera vez en 50 años, después de la experiencia del Gobierno de la Unidad Popular, en el centro de los debates y de la esperanza.