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Revista Tlatelolco Dossier Académico

Vol. 4. Núm. 1, julio-diciembre 2025

Entrevista a Josu Landa Goyogana

José Antonio Albarrán Castro

RECIBIDO: 05 de noviembre de 2024, APROBADO: 10 de abril de 2025

Esta entrevista fue realizada en el marco del programa “Señal Tlatelolco” del PUEDJS-UNAM, el día 29 de agosto de 2024, liga: youtube.com/live/R27uphJjmK8?si=BwKwExSKhrsMK-1g

Resumen

Palabras clave:

Abstract

Keywords:

Introducción

Para entender la situación actual de Venezuela es fundamental conocer su contexto político, social y económico, así como los antecedentes de las elecciones de 2024. Fue en 1999 cuando Hugo Chávez llegó al poder buscando instaurar un gobierno de izquierda que, tiempo después, aceptó denominar “socialismo del siglo xxi”. Ya en 2002, ante el rumbo político que había tomado el gobierno bolivariano, Estados Unidos y algunos países europeos, siempre interesados en el acceso fácil a los enormes recursos naturales de Venezuela, desbordaron la confrontación abierta contra el gobierno chavista, llevándola al punto de dar un golpe de Estado que sacó a Chávez de la presidencia por espacio de unas 48 horas. 

Restituido de manera asombrosa en el poder por un incontenible apoyo popular, el dirigente revolucionario siguió encaminando al país por la ruta del antiimperialismo y el socialismo. Pero la reacción de las potencias de Occidente no se hizo esperar y no ha cesado desde entonces, principalmente mediante sanciones económicas, bloqueos financieros y mercantiles, constantes iniciativas golpistas, incursiones de grupos armados, intentos de magnicidio, guerra asimétrica en el terreno mediático y psicológico, etcétera. Es importante señalar que todo eso obstaculizó el desarrollo del proyecto social impulsado por el presidente Chávez. 

El 5 de marzo de 2013, Chávez falleció, por lo cual el 14 de abril de ese mismo año se celebraron nuevas elecciones presidenciales en las que resultaría victorioso Nicolás Maduro, quien había sido vicepresidente desde el 2012. A partir de ese momento, el mandatario ha buscado dar continuidad a la llamada Revolución Bolivariana, lo que se tradujo en una intensificación del intervencionismo estadounidense. Desde que llegó a la presidencia, la Casa Blanca y sus aliados en la oposición venezolana han insistido en la política de “cambio de régimen” en Venezuela y en el derrocamiento del presidente Maduro, luego de estigmatizarlo como dictador y único culpable de la crisis económica y migratoria que ha sufrido el país en los últimos años. Es preciso señalar que la saña imperialista estadounidense llega al extremo de poner precio (15 millones de dólares) a la cabeza del nuevo mandatario y a los principales dirigentes del proyecto chavista.

El 28 de julio del 2024 se llevó a cabo una nueva elección presidencial en Venezuela. La votación se disputó principalmente entre Nicolás Maduro y el representante de la oposición, Edmundo González Urrutia, aunque participaron ocho candidatos más. Al día siguiente de los comicios, el Consejo Nacional Electoral anunció que el vencedor había sido Maduro, con un 51.20% de los votos, dando paso a su tercer periodo presidencial continuo. Como es de conocimiento público internacional, ese resultado ha sido rechazado por un sector de la oposición venezolana al servicio de los intereses de Estados Unidos y sus aliados europeos. La crisis en el país sudamericano continúa y no está de más tratar de conocer a fondo sus raíces. Hacia esa meta apunta la entrevista que a continuación presentamos.

 

La entrevista

José Antonio Albarrán: Hoy nos acompaña el doctor Josu Landa Goyogana, académico muy destacado de nuestra universidad que lleva 36 años dando clases en la Facultad de Filosofía y Letras (UNAM), donde coordina la Cátedra  Extraordinaria “Simón Bolívar” y, además, es filósofo y poeta, con casi 50 títulos publicados entre poesía, ensayo filosófico y narrativa. Ahora bien, tiene la particularidad de haber nacido en Venezuela. El tema que nos convoca es el proceso coyuntural que vive esta nación con el tema de las elecciones, y queremos reflexionar desde el puedjs de la unam sobre el bombardeo mediático que hay al respecto, muy álgido no solamente en redes sociales, sino en noticieros de cadena nacional, para entender si las cosas que escuchamos son ciertas. ¿Cómo leer el proceso de las elecciones en Venezuela? ¿Cómo evaluar también el gobierno de Nicolás Maduro? Incluso, podríamos ir un poco más atrás y, para ello, quiero darle la palabra al Doctor Landa, aquí con nosotros. Bienvenido.

Josu Landa Goyogana: Estoy muy agradecido. Para mí es un gran honor participar en este tipo de proyectos que son de mi universidad. Te faltó decir que tengo 42 años viviendo en México; este año los cumplo y todo el mundo sabe que estoy muy compenetrado con el país, sin cortar los lazos con mi procedencia. Tengo varias patrias, y eso también me honra. En fin. Quiero expresar mi gratitud con el puedjs, el Programa Universitario de Estudios sobre Democracia, Justicia y Sociedad, y con ello también al doctor John Ackerman, que tuvo la amabilidad de considerar la posibilidad de dialogar, en la sede del programa, sobre un asunto tan candente en este momento. Y claro, te agradezco a ti, amigo mejor conocido como Tony, a su equipo y a todos los que hacen posible que alguien pueda exponer un panorama que pretenderá ser lo más claro, lo más didáctico y, sobre todo, lo más universitario y académico posible.

José Antonio Albarrán: Perfecto, Josu. Antes de entrar al tema de las elecciones y que nos expliques cómo funciona el sistema electoral en Venezuela, para empezar a deshebrar de forma crítica lo que está sucediendo, creo que el público debe entender cuál es el contexto que vive Venezuela y que comienza con lo que conocemos como “chavismo”. Solemos escuchar que el país atraviesa una tremenda crisis económica, y que eso ha derivado también en una crisis migratoria. Hay dos posturas opuestas al respecto: quienes dicen que la crisis es fruto de una dictadura chavista, ahora de Nicolás Maduro, y quienes piensan que es causada por el intervencionismo estadounidense y ciertas sanciones económicas que ha aplicado al país. 

Josu Landa Goyogana: La coyuntura ha hecho que aparezca o más bien, se ratifique un fenómeno: el surgimiento de una cantidad enorme de venezuelólogos, que aparecen por todo el mundo y que hoy, después de las votaciones del 28 de julio, se han expandido de manera extraordinaria, lo cual ya es el indicio de que hay un mar de fondo en el asunto. Yo voy a tratar, como académico y filósofo que soy e, incluso, como poeta que soy, de extraer briznas de sentido en ese mar de confusión, manipulaciones, medias verdades, falsedades monumentales e inmundicias diversas. Quiero ser lo más prudente posible. Este es un tema que tiene relación con la polarización política y, aunque uno no lo quiera, lo que diga en el contexto de la polarización entrará en esa lógica. No deseo ofender a nadie, sino convocar a la razón, a la sindéresis y a la prudencia para hacernos una idea del sentido de lo que pasa ahí. 

Por supuesto, yo tengo mi punto de vista, no caeré en la hipocresía diciendo que soy una especie de tabula rasa, que soy neutro, químicamente puro. No, tengo mi postura, pero tampoco vengo a convencer. Si de aquí salimos, por lo menos, con alguna comprensión de lo que está pasando, me daré por servido. Para empezar, traigo a cuenta mi reformulación del principio de razón suficiente: “todo tiene un sentido”. No es como decir que “todo es por una razón”, o que todo es “por algo”; hay un ligero cambio de matiz. Lo que yo quiero es que aflore el sentido: primera precaución. Esto lo digo para quitar muchos “pasionalismos”, “emocionalismos”, “irracionalismos” y señalamientos violentos que buscan atacar, humillar e imponer un discurso. No pretendo tener la verdad; simplemente —repito—, que aflore el sentido. Dicho esto, quiero retomar tu comentario, que tiene varios elementos. 

Efectivamente, esta es una cosa que viene de lejos. Desde que Chávez llegó al poder en 1999, hace 25 años, Venezuela ha enfrentado con altibajos lo que se puede caracterizar como un estado de guerra con todo rigor. La guerra tiene muchas formas de darse, no solamente la convencional, ni la que mata gente con cañones, misiles, aviación y ese tipo de cuestiones. La guerra ha adquirido modalidades, que no sé ni cómo llamar; los expertos hablan, por ejemplo, de “guerra híbrida”, y la noción de “híbrida” no me gusta mucho porque la veo como una incitación a la esterilidad, pero quiere decir que hay una combinación de elementos diversos, donde entra lo económico, lo psicológico, lo mediático e incluso la destrucción física, el asesinato selectivo, el magnicidio. Todo eso configura un cuadro: la destrucción económica de un país. 

De manera que asumo una noción de guerra. ¿Por qué llamo guerra a estos 25 años? Porque es sustentable la afirmación de que, en el asunto en cuestión, hay fuerzas que están enfrentadas, y que, sistemáticamente, procuran destruirse la una a la otra con una serie de iniciativas, en este caso muy diversas, que no siempre pasan por la acción física o directa, pero que no por ello dejan de ser violencia: acaparamiento de alimentos, demolición de la riqueza, eliminación de la moneda, bloqueo de activos en el aparato financiero mundial, etcétera. Eso es una guerra. Si estás tratando de destruir a una fuerza que tú ya has definido como enemiga, entras en esa dinámica. 

Aquí no hay rivalidades propiamente; aquí hay un enfrentamiento de fuerzas que quieren aniquilarse, por la razón que sea. Se justifique o no, es otra discusión y no voy a entrar en ella, al menos en este momento; pero hay fuerzas que quieren aplastar, destruir e imponerse. Al pan, pan, y al vino, vino. Eso tiene un nombre: guerra, una guerra asimétrica, híbrida, de no sé cuántas generaciones ya, porque hay quienes hablan de que es de quinta o sexta generación. No soy experto en la materia, pero lo que sí sé es que es una guerra. Tenemos 25 años así, y el conflicto ha pasado por diversas etapas. Sería un despropósito cubrir todas; propongo que consideremos las que tienen una relación más directa con lo que está pasando aquí.

José Antonio Albarrán: Me interesaría, y creo que al público también, entender los rostros encontrados de esta guerra que mencionas, porque en algunas entrevistas de hace tiempo se le cuestionaba al propio Hugo Chávez si tenía una paranoia con Estados Unidos. ¿El rostro y nombre del opositor de Venezuela es precisamente Estados Unidos?

Josu Landa Goyogana: Te agradezco esa intervención porque me pone en la ruta de hacer una aclaración que es vital y que ya se me estaba escapando. Alguien me preguntó: “¿por qué lo que ocurre en Venezuela compitió con las Olimpiadas en este momento?” El 28 de julio, Venezuela estaba en la palestra internacional, casi como el evento, vamos a decirle, mediático-cultural, además de deportivo, que fueron las olimpiadas. Bueno, la respuesta es que Venezuela es un extraordinario país-botín. Esa es la verdad. Mucha gente dice que lo es por el petróleo, pero calma… Ciertamente, el país tiene la primera reserva mundial certificada de crudo, pero también creo que la segunda de gas; probablemente sea la primera reserva mundial de oro; cuenta con una biodiversidad de las más ricas del mundo, posee inmensas cantidades de diamantes y una riqueza extraordinaria de lo que llamamos “tierras raras”, materias primas estratégicas entre las que se cuentan el uranio, el plutonio, el rodio y el coltán. 

De estos elementos, casi todos son para energía nuclear y, por otra parte, el coltán pasó a segundo plano frente al litio, que también habrá quizá en mi país, pero no significativamente si se compara con el de Bolivia. Como sea, en Venezuela hay un montón de bauxita, hierro, carbón y fuentes extraordinarias de agua: el tercer río más importante del mundo está ahí, que es el Orinoco, y tiene unos afluentes francamente gigantescos y maravillosos. O sea, hay agua dulce en abundancia, cuando es una de las grandes materias estratégicas del momento. Y hablando de eso, Venezuela también ocupa una colocación geo-estratégica envidiable: es la puerta a la parte sur del hemisferio en América. Entonces, ¡claro que no van a dejarla en paz nunca! Prácticamente, Estados Unidos usufructuó el petróleo durante 100 años en unas condiciones de ventaja muy similares a las que tiene en las mineras aquí, en México. ¿De qué nos asombramos? Eso ya no podía continuar. 

Sin embargo, el colmo de los colmos es que Venezuela ya no enfrenta nada más a países o potencias con aspiraciones imperiales; aparecen, ahora, personajes como Elon Musk, que, quitándose todas las máscaras, sin ningún tapujo, se mete al tú por tú con un jefe de Estado. ¿A son de qué? Esto es un aspecto muy llamativo en términos políticos. ¿Qué está pasando con el Estado contemporáneo? ¿Cómo el caso de Venezuela pone en evidencia las modificaciones que se pretenden en la concepción misma del Estado y en la relación de este con los grandes factores de poder, con los grandes intereses geoestratégicos, económicos y financieros del mundo? 

Todo lo que acabo de enunciar es lo que está involucrado en el tema, no solamente el petróleo y Estados Unidos. Venezuela es, en este momento, un foco de interés demasiado tentador para aquellos intereses, y lo que debería ser una bendición —hay que decirlo— es para mi familia, mi gente, mis amigos y los seres con los que mantengo una relación constante y afectuosa, una maldición. Los asaltantes no dejan en paz al que tiene riquezas que le pueden usurpar.

José Antonio Albarrán: Hay opiniones encontradas, por ejemplo, con el tema de la migración. La oposición habla de 7 millones de migrantes venezolanos a causa, como se ha dicho, del régimen o la supuesta dictadura de Nicolás Maduro. Las cifras oficiales de Venezuela certifican 2 millones de migrantes (más o menos), pero ¿podemos afirmar que, si ha habido una migración importante en los últimos años, ha sido porque las condiciones materiales son insostenibles debido a esta asfixia económica impuesta por Estados Unidos y, como dices, por intereses neoliberales hegemónicos?

Josu Landa Goyogana: Estados Unidos tiene una visión que a mí me parece completamente infundada, insostenible e irracional. Ideales como la doctrina Monroe no tienen ninguna base. ¿Con qué derecho se lanza una consigna como “América para los americanos”, considerándose a uno mismo “América”? En segundo lugar, está la interpretación que hacen de eso hoy en día los mismos estadounidenses, después de un siglo o más. Esto es un factor de presión, pero ahora se agrega otro: el riesgo de que Venezuela entre en el grupo  brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), cosa que no puede “tragar” Estados Unidos, menos cuando Trump hace poco decía: “Yo pensaba que tenía el petróleo venezolano en mis manos y no lo tuve”. 

Pero ahora vayamos al punto de qué ocurre con la situación interna. ¿Por qué hay en el país una situación difícil, que algunos caracterizan de crisis humanitaria? La he vivido porque he pasado largas temporadas en Venezuela, aunque no tanto como quienes residen comúnmente ahí, tengo familiares que son víctimas de una injusticia múltiple. Pero hay que decirlo todo, insisto; pongamos la verdad por delante: aun con sus políticas no ortodoxas, sus formas muy complejas, difíciles y objetables, Chávez practicó una política social que llevó a Venezuela al cumplimiento de las famosas “Metas del Milenio”: desapareció el analfabetismo y se impulsó una gran política de vivienda. La gente empezó a comer, a recibir dádivas y dinero, lo que involucra un problema ético y, en algunos aspectos, es muy parecido a lo que ocurre aquí desde hace seis años. Esto llevó al país a una situación de mejoría social como nunca se había visto. 

Preguntémonos cómo, casi de la noche a la mañana —porque no fue algo repentino, pero sí fulminante—, Venezuela pasó de eso a un estado de políticas sociales defectuosas, situaciones de hambre en algunos sectores, desaparición de la comida y la moneda. Era una cosa impresionante: tener dinero en el banco y no poder recibirlo porque no había billetes, lo que era algo contradictorio, además. Yo podía pagar con tarjetas de débito, pero no tenía efectivo. Y uno se preguntaba de dónde provenía esa situación, y la respuesta era que, especialmente a partir del año 2015, cuando Obama lanzó una orden ejecutiva declarando a Venezuela como una “amenaza inusual y extraordinaria”, empezó una cascada de centenares de sanciones que significaron el corte de los ingresos para el país.

Yo no niego que el chavismo cometiera errores que me gustaría que no se hubiesen cometido o que hizo muchas cosas que se pueden calificar de equívocos, pero nunca fueron dirigidos a afectar a la población, eso hay que reconocerlo: funcionaban los hospitales, había recursos, en fin… De ahí, se pasó a una situación en la que no había siquiera alimentos. El Estado tuvo que hacer algo al respecto y se puso a repartir cajas con víveres, lo que causó la burla de los mismos que generaron esa situación. Sin embargo, de lo otro nunca hablan, y me parece muy injusto y nada veraz que en los análisis comunes no se tomen en cuenta aquellas sanciones de las que hablé, que son terribles, injustas y deshonestas, encima de que hagan escarnio de lo que, arañando y poco a poco, hace el gobierno para enfrentarlas.

José Antonio Albarrán: ¿Qué nos podrías decir sobre lo que se encuentra Nicolás Maduro al momento de gobernar y de este contexto electoral?

Josu Landa Goyogana: Primero, quiero que quede bien clara una cosa: mi intervención va dirigida, sobre todo, a gente no venezolana; para un venezolano estas son cosas sabidas y, por eso, trato de ser lo más puntual, ilustrativo y didáctico posible. Ahora bien, el punto está en que, sin duda alguna, el problema empieza a agravarse con la muerte de Chávez y el asunto pasa a una nueva etapa. Maduro ganó unas elecciones con una ventaja muy escasa la primera vez. Esto sirvió a algunos de motivo para cantar “fraude” y generar una situación de violencia que, en aquella ocasión, se saldó con más de diez muertos. Luego, el gobierno capoteó más o menos el temporal, pero vino un momento crucial, que recordé hace un momento: el 2015.

Aquel no solo fue el año de la orden ejecutiva de Obama y la subsecuente cascada de sanciones sobre Venezuela; fue también el de un hecho político de principal importancia: la primera gran victoria de la oposición contra el chavismo. Por un milímetro, no alcanzó la mayoría calificada en la Asamblea Nacional, que siempre había estado en manos del oficialismo. Y claro, la oposición puede decir: “nos la quitaron” y otras cosas discutibles, porque ciertos personajes en sus filas cometieron deslices que, obviamente, el chavismo aprovechó y, con eso, se salvó de un escenario tan adverso, o sea, 2/3 de la Asamblea en manos de la oposición. Por un par de votos, no sucedió eso.

Pongo ahora el panorama de una conspiración continuada desde entonces. La oposición dijo: “vamos a aprovechar esta mayoría apabullante” porque el chavismo fue humillado, pero reconoció la victoria; nunca vi que declarara: “hubo fraude, nos robaron la elección”. No, se supo derrotado, entregó la Asamblea y Maduro tuvo que gobernar con una completamente adversa. Además, desde que se instaló, la oposición le anunció que no pasarían seis meses para que lo derrocaran. Por eso, la oposición lleva en su pecado la penitencia. No reconocerlo es lo que lleva a lo que yo siempre he llamado “antipolítica”. En Venezuela falta política; hay mucha ambición nada más, todo un avispero de gente que quiere aprovecharse de los recursos, por lo que se deja de la política y empieza a conspirar. 

¿Qué pasó posteriormente? En 2015, las pretensiones insurreccionales o de derrocamiento no se concretaron, pero para el 2018 esa misma oposición que hacía tres años ganó de manera aplastante, tomó la decisión inaudita de abstenerse, de no lanzar candidato contra Maduro, quien se reelegiría en consecuencia. La oposición se abstuvo de participar en las elecciones con el argumento de que el Consejo Nacional Electoral, que previamente había regulado aquella donde salieron victoriosos, era fraudulento y no confiaban en él. Así, dejaron el campo abierto al chavismo. ¿Qué siguió después? Una cosa verdaderamente patética, que hoy hace a los mismos opositores, cuando se acuerdan, meter la cabeza donde pueden, debajo de la mesa o de las piedras: Maduro volvió a juramentarse como presidente en enero de 2019.

El propio mes de enero es emblemático porque el 23 se conmemora la caída del régimen del dictador Marcos Pérez Jiménez. Sin embargo, entonces subió a la palestra, dizque a ser presidente de la República, un mameluco llamado Juan Guaidó. Lo hizo sin tener ningún antecedente que lo justificara, salvo el hecho de que, en ese momento, al partido en el que militaba le tocaba la cuota de poder correspondiente. Se autoproclamó presidente en una plaza pública y de esa forma inauguró, supuestamente, un gobierno interino. Pero la instauración de ese interinato generó toda una burocracia: por un lado, estaba el pseudopresidente y, por el otro, una pseudoasamblea Nacional cuyo periodo había concluido y decidió continuar ilegalmente; un Tribunal Supremo de Justicia aparte del que existe oficialmente; embajadores paralelos en los países que reconocían a Guaidó y no a Maduro, financiados con dinero venezolano (obtenido de los activos capturados o bloqueados por Estados Unidos y países europeos), etcétera.

José Antonio Albarrán: Es decir que, para la oposición, ha sido muy fácil tachar de fraude electoral toda victoria del chavismo, pero cuando el chavismo ha perdido, ¿reconoce su derrota?

Josu Landa Goyogana: Por supuesto, y la del 2015 no fue la única.

José Antonio Albarrán: No quiero ahondar mucho en el tema, pero es algo similar a lo que ocurre en México: ahora que la izquierda es la que gana la elección tras gobernar seis años, la derecha acusa fraude electoral y tilda a este gobierno de “dictatorial”

Josu Landa Goyogana: Esa fue su primera reacción; solo que, al perder por 30 puntos, las bocas se tienen que cerrar. ¿Qué hubiera pasado si la ventaja de Sheinbaum hubiera sido solo de 8, como sucedió recientemente en Venezuela? No me costaría imaginar cosas bastante semejantes a las que suceden ahora, justamente, en Venezuela, porque hay una polarización latinoamericana y europea, en donde se han impulsado ciertas políticas que conocemos todos: una confrontación cada vez más acusada, con un bloque por aquí y otro por allá. Evitemos marbetes; todos sabemos de qué estamos hablando, y lo que pasa en México también es parte de eso.

En el caso venezolano, las peculiaridades son las que referí. En 2019 sucedió lo que te comenté con los adversarios de Maduro, un fracaso total. Llegamos entonces a 2024, o sea, al fin del sexenio. En ese lapso, todo el proyecto opositor se derrumbó; Juan Guaidó y su aparataje demostraron ser una especie de banda corrupta, que se benefició de recursos que Estados Unidos le ofrecía, mientras mantenía al pueblo en la presión, el hambre, el bloqueo. A Venezuela le han confiscado barcos enteros de gasolina que ha tenido que comprar por vías no muy directas, porque nadie le quiere vender, ya que eso está sancionado por Estados Unidos. El gobierno venezolano no puede comprar nada con normalidad. Si tú mismo le vendes algo o inviertes un dólar en el país, te puede caer un castigo. 

Han sido años terribles de sanciones inmisericordes que la gente ha resistido de manera asombrosa. Para 2024, por ejemplo, el deterioro de los servicios públicos es deplorable; pero lo que me parece más cruel es que, quienes ocasionan esa situación, en el fondo típica de todo país sometido a un estado de guerra, juegan irresponsablemente con ello. Otro caso ilustrativo de todo eso es el de la migración, que ciertamente es una crisis humanitaria; pero ¿quién sabe la cantidad precisa de migrantes? ¿quién causa ese problema? Es un drama para muchos y nos dicen que “el mal gobierno” y que “el socialismo” son los culpables, pero yo creo que Venezuela nunca ha sido socialista, ni con Chávez ni con Maduro. Su pecado es haber asumido un compromiso y una sensibilidad social, ser un tipo de gobierno que trata de beneficiar a los que más necesitan frente a oligarquías que se han aprovechado, de manera escandalosa y obscena, de la riqueza petrolera, rápida y abundante, durante un siglo. Ese es el “delito” de Chávez y Maduro, y a eso se le suma que sea un chofer de autobús (como Maduro) quien esté gobernando. No es Elon Musk, no es Trump, no es Biden; es un chofer de autobús el que está al frente de un país inmensamente rico como Venezuela. 

Vamos a ser serios. A algunos les duele eso, y yo entiendo que ocurra, pero... ¿vamos a construir una política con el dolor o con la razón? Lo digo una vez más: en Venezuela falta política. El chavismo ha tenido traspiés, sin duda; ha hecho malos manejos económicos durante mucho tiempo, y esto es un dato que no me parece discutible. Pero también es cierto que ha rectificado, se ha dado cuenta del error, hasta el punto de que eso le ha generado contradicciones internas (siempre ha tenido gente que mantiene posiciones ideológicas muy arraigadas, y ve con sospecha o con temor ciertas iniciativas que algunos elementos quieren tomar fuera de lo acostumbrado). Maduro se ha ido abriendo campo, y hoy la economía venezolana es muy distinta a la de 2019, que me tocó vivir personalmente. En ese año, por ejemplo, estuve en el “gran apagón”: más de cuatro días y sus noches sin luz en el 95% del país. Me tocó vivir los momentos de tensión del teatrito de Guaidó. También estuve en la atmósfera enrarecida generada por el intento de violentar las fronteras del país con Colombia y Brasil, con el pretexto de llevar ayuda humanitaria a un pueblo al que Estados Unidos y sus subordinados de la oposición habían sometido al hambre y a la devastación de los servicios públicos. Pude constatar los movimientos de un bando y otro, cuando la oposición extremista, con Leopoldo López y Guaidó a la cabeza, dio otro golpe de Estado el 30 de abril…

Además, desde el exterior han sometido al pueblo venezolano a una presión inenarrable supuestamente justificada por la necesidad impostergable de un “cambio de régimen” a como dé lugar. El centro de esa guerra ha sido siempre acabar con la economía y hacer que el pueblo desesperado reviente y se alce contra el gobierno de Maduro. Esa idea la resumió muy bien un exembajador norteamericano, William R. Brownfield: “va a sufrir la gente unos meses, unos años quizá, pero hace falta que colapse la economía para vencer al chavismo”. El mismo Elliott Abrams, quien tiene unos antecedentes inefables en Centroamérica por toda la trama de asesinatos, narcotráfico y dictaduras criminales contemplada en el caso Irán-Contras, ha dicho ante la cámara de Representantes de Estados Unidos, en su condición de “emisario especial” para desestabilizar a Venezuela, nombrado por Trump: “Señores, algo hay que hacer porque el gobierno venezolano, incluso con las presiones que ejercemos sobre él, ya casi lleva 3 millones de viviendas dadas al pueblo. Si logra esa meta, quiere decir que ellos van a vencer, y eso es una victoria contra los valores que representa Estados Unidos. No lo podemos permitir”. 

Nada de eso es, propiamente, político. Venezuela, reitero, no es “socialista”, pero si tú la estás presionando y no aceptas negociaciones porque quieres todo para ti, es obvio que busque aliados. Y no voy a negar que ciertas formas políticas del gobierno, que yo no comparto, pueden contribuir al mal ambiente, así como a ciertas alianzas. Que se alíe con Irán, que se alíe con Rusia, que se alíe con China genera más tensión... Sin embargo, encima de que estás asfixiando a un país con una sanciones que son crímenes de lesa humanidad, ¿pretendes que no busque dónde respirar? Venezuela tiene que buscar cómo flotar, esa es la situación. En general, lo que prevalece es la antipolítica: el proyecto opositor del interinato, en 2019, se ha quemado por completo. Y por lo que veo ahora, vamos a seguir en ese punto.

José Antonio Albarrán: ¿Qué ha pasado recientemente? Para empezar, ¿cómo funciona el sistema electoral en Venezuela? Porque creo que es muy distinto al de México: la gente se llena la boca diciendo que hubo fraude, pero no entiende cómo funciona ese sistema.

Josu Landa Goyogana: Tras todo ese proceso del interinato, una generación de dirigentes de la oposición salió muy mal parada. Ahora bien, tiene que enfrentar las elecciones del 2024, y este es un reto para los dos polos (porque ahí hay una polarización efectiva). Maduro debe presentarse a unas elecciones inevitables, en circunstancias más que complicadas: está sentenciado a muerte, su cabeza tiene precio; Estados Unidos ofrece 15 millones de dólares por ella y 10 millones por buena parte de la dirigencia chavista. Y no solo eso: el país provee servicios como el agua, la luz, la Internet, alimentos, medicinas y todo eso en condiciones muy desventajosas. Muchos de los sectores sociales que  padecen mucho y constantemente esa situación de privaciones de todo tipo no tienen una idea clara de sus causas, y son pasto fácil de cualquier manipulación. No faltan quienes afirman: “la culpa de todo este desastre es del gobierno”, pero el gobierno no puede siquiera comprar, por ejemplo, un transformador eléctrico en buena lid; no le es posible, venir a México y pedir que le vendan diez. 

Ese es el contexto en que Maduro tuvo que enfrentar la elección y, de hecho, hizo una campaña muy rara. Nunca se sabía en qué lugares se presentaría para conectar con los electores, pues no podía anunciarlo. No olvidemos que ha habido atentados contra su vida —el más ostentoso de ellos, creo, sucedió en 2020— y Venezuela también ha sido objeto de incursiones armadas. O sea que el asedio es brutal. A eso, se le suman acontecimientos que empeoran el ambiente, como los cambios políticos en la Guayana Esequiba, que han significado renegociaciones con Estados Unidos. Venezuela tiene ahí poco más de 160 mil kilómetros cuadrados reclamados desde el siglo xix, pero ahora es cuando estalla el problema y, otra vez, por todos lados hay presión contra el país. En esas circunstancias, Maduro acepta ir a elecciones y hace su campaña.

Pero la oposición no las tuvo mucho mejor: su dirigencia, como te decía, estaba “quemada”. Surgió entonces un personaje político marginal, muchas veces despreciado por la propia oposición: María Corina Machado. ¿Cómo pasó a ser la jefa de esta? Armó unas votaciones primarias cuya dinámica nunca supo nadie cómo se dio realmente. ¿Por qué? Consideremos que es una potentada, una persona de abolengo: viene de los mantuanos del siglo xix o más atrás, y es propietaria de una empresa llamada Súmate, enfocada a cuestiones demoscópicas y otras de ese tipo, que organizó unas elecciones cuyo funcionamiento interno, hasta la fecha, es desconocido. Nadie vio nunca un acta de las mismas, pero resultó ella ganadora de la candidatura con una cantidad abrumadora de votos (nunca demostrada), incluso cuando todo el mundo, empezando por ella misma, sabía que estaba inhabilitada para ser candidata. Yo estoy dispuesto a que me demuestren lo contrario, pero hasta ahora nadie ha visto un acta de esa elección primaria de la oposición.

Luego, María Corina Machado intentó inscribirse como candidata en el Consejo Nacional Electoral, que es como el ine de México, pero al estar inhabilitada, no le fue posible. Después, la oposición colocó a una candidata sustituta, Corina Yoris, que ni los propios opositores deseaban que entrara, aunque hicieron ver que era el gobierno quien le cerraba el paso. Finalmente, entró otro personaje, un “caballo negro”, que ya se había preparado para ser el contendiente de Maduro: Edmundo González Urrutia, un viejo diplomático sin ninguna significación real ni en la diplomacia, ni en la política. Formó una mancuerna con la señora Machado en la que él fue el candidato formal, pero de manera muy deficiente, porque es alguien ya de muchos años y condiciones físicas no muy fuertes, mientras que la que movía los hilos era, precisamente, la señora Machado. Esa fue la primera etapa del proceso, y ella fue muy hábil, hasta ahí la jugada le salió muy bien. Se pueden discutir las cosas, pero Machado se ha movido de manera sagaz.

¿Cuál es la situación ahora? Pasamos a otra etapa: el desarrollo de la elección. Ya antes de las votaciones sucedieron varias cosas importantes: la oposición empezó a decir que habría fraude (la misma película que se vio aquí, en México). Además, Maduro y González Urrutia no fueron los únicos candidatos presidenciales; se registraron diez, pero el único que no firmó el acuerdo de reconocer los futuros resultados fue González Urrutia. Si desconfiaba del Consejo Nacional Electoral, ¿por qué se metió en la elección? Y si estaba en ella, ¿por qué no firmó? A esta actitud, se sumó otro evento: unos días antes, salió el señor Biagio Pilieri, un vocero de la Plataforma Unitaria Democrática, que es la que encabeza María Corina Machado, diciendo que ellos no iban a reconocer otro resultado que el que recogieran “sus actas”. Subrayo lo de “sus”, ya que eso es completamente anómalo: en los procesos electorales venezolanos no existen actas diferentes a las que expiden las máquinas de votación. Ninguna persona ni grupo político puede decir que tiene actas propias, porque eso es sencillamente imposible. 

Así las cosas, tras la votación del 28 de julio, Maduro llevó el asunto al Tribunal Supremo de Justicia, que es como la Suprema Corte de aquí; y esta máxima instancia jurídica convoca a todos los candidatos a que expongan sus argumentos y elementos para determinar si se ha vulnerado o no la legalidad en la elección, y los únicos que no llevaron pruebas, ni datos, ni nada, son los que andan diciendo que hubo fraude. ¿Cómo interpretar el asunto? 

Creo que la gente es inteligente y, la que quiere, puede ver que hay algo que no embona ahí. ¿En qué consistía el truco fundamental del bando encabezado por Marchado y González Urrutia? En la manipulación internacional de la palabra “actas”? Y paso a responder tu pregunta: ¿cómo se vota en Venezuela? Se hace por medio de máquinas automáticas. Nosotros tenemos una cédula de identidad, que no tiene nada que ver con las credenciales de elector en México, pero sí es el principal documento oficial. Como ciudadano vas a un centro de votación, presentas tu cédula, te buscan en el padrón, pones tu huella en una máquina “captahuellas” que te identifica inmediatamente y con eso se activa una especie de computadora con la oferta electoral; decides por el candidato de tu preferencia y la máquina todavía te pregunta: “¿estás seguro de que este es tu voto?”. “Sí, estoy seguro”, respondes pulsando la tecla correspondiente en la pantalla, y el voto es emitido. Acto seguido, la máquina expide un ticket que se deposita en una urna. Ese voto luego va a Caracas, al Consejo Nacional Electoral, desde donde sea que votes. Después firmas, te regresan la cédula y te vas. Eso ocurre durante todo el día y es un proceso muy rápido.

José Antonio Albarrán: Es decir, el sistema está blindado; no es como en México, donde pueden robarse las casillas. Pero ¿en Venezuela pueden insertar actas como ellos quieran? 

Josu Landa Goyogana: No se puede. Y además de eso, hay auditorías antes, durante y después del proceso electoral con presencia de gente de la oposición.

José Antonio Albarrán: Hasta Estados Unidos ha reconocido que es uno de los mejores sistemas de votación que hay en el mundo, de los más infalibles.

Josu Landa Goyogana: Es que es verdad. Solo en el día de la votación, se hacen 16 auditorías. Claro, vienen los medios y las redes a manipular la información sobre los hechos, pero ya son cuestiones que entran en una lógica en la que yo no quiero detenerme. Estoy hablando de cómo funciona el sistema electoral.

Para culminar el proceso, todos los “testigos” de los partidos y los responsables de cada centro de votación firman en la propia máquina, dejando constancia de que hay una correspondencia entre la cantidad de las firmas en el padrón, los votos ejercidos y el número de tickets en la urna.  En ese momento, la misma máquina expide una tira grande, como cuando alguien compra muchas cosas en el supermercado. Ahí aparecen todos los datos y detalles de la votación, más las firmas de los testigos. Esas son las famosas actas; todos los representantes de los partidos presentes en el centro de votación reciben una y, por supuesto, ese documento también va automáticamente al cerebro central del sistema en Caracas. ¿De cuáles actas habla entonces el señor Biagio Pilieri, vocero de la Plataforma Unitaria, cuando dice: “solo reconoceremos las nuestras”? ¡No existen “nuestras actas”, solo las oficiales, que reciben los representantes de los partidos presentes en el centro de votación!

Con esa supuesta diferencia entre “nuestras actas” y las del Consejo Nacional Electoral jugó la oposición y, posteriormente, vino el punto culminante que yo, desde luego, no puedo demostrar, pero que es completamente coherente: bombardearon, hackearon o, más bien, obstruyeron el sistema de transmisión de los datos a Caracas. Se decía que eso se efectuó desde un país lejano, metiendo montones y montones de información imposible de procesar para obstruir dicha transmisión, y eso la retrasó, queriendo dar la impresión de que Maduro y el Consejo detuvieron y ralentizaron el proceso de integración nacional de los datos para poder manipularlos a su conveniencia. En condiciones normales, el resultado final es automático, no se tiene que “esperar” como ocurre aquí en México. Pero ese día no se dio inmediatamente y, por ello, la oposición afirma que hubo una manipulación, lo cual es imposible ya que la máquina no se puede tocar y cualquier movimiento que tenga que ver con la dinámica electoral es hecho con expertos y gente del Consejo Nacional Electoral, que son cinco miembros nombrados por la Asamblea Nacional, los cuales representan una diversidad política innegable.

Con lo que te cuento, no se puede hacer, como dicen los españoles, “pucherazo”, ni fraude. No se puede meter la mano, ni manipular el proceso. Pese a ello, muchos afirmaron: “Ya ven, no dan los resultados, ¿por qué será? Está pasando algo”. Y todavía sigue el asedio. A mí no me consta eso, pero sí que muchas páginas aún se hallan tumbadas al día de hoy…

También existen plataformas importantes que intervinieron en el aspecto mediático. Elon Musk y otros están metidos en el asunto, lo que ha tenido una significación muy grande, y no solo por lo que he descrito, sino por otra cosa importante: el efecto sobre la gente. Una vez que ha sucedido todo, las personas tienen supuestos elementos para decir que no es clara la elección y, en un primer momento, un grupo compuesto mayormente por jóvenes, muchos de los cuales ni votaron, se dedicó a destruir, a incendiar, a matar, etcétera. Se han mostrado vídeos de qué clase de gente es la que ha hecho eso. En esos episodios post-electorales violentos, no se ha visto una respuesta realmente cívica, una protesta que exprese a sectores sociales y políticos que desean ejercer un derecho legítimo a impugnar unos resultados. Lo que se ha visto en videos han sido catervas de muy dudosa procedencia y, sobre todo, de proceder completamente reprobable, que han llevado a la muerte a 27 personas, y alrededor de 190 heridos. En fin, algo que se parece mucho a lo que sucede en las llamadas “revoluciones de colores” y “golpes suaves”.

José Antonio Albarrán: Estás tocando un tema muy importante. No se puede hacer fraude, pero hay toda una maquinaria mediática que interviene en México y en distintos países, hablando de lo mismo, de dictadura, de persecuciones políticas y de represión por parte del gobierno. Y, como tú bien has dicho, hay grupos de choque infiltrados; no vamos a extendernos en eso por ahora, ni en indagar de dónde vienen, pero son los que están detonando la violencia en Venezuela. No obstante, la información que a nosotros nos llega es que el gobierno represivo es el que está matando a su propio pueblo. 

Ahora bien, me gustaría que, como filósofo, nos dieras una breve reflexión para las y los jóvenes mexicanos, pero también para los venezolanos que se encuentran aquí o en otros países. ¿Cómo se puede generar un filtro ante esta información? Porque, claro, para un chico de 18 o 20 años que ha migrado, puede ser muy fácil reproducir el discurso de la ultraderecha golpista y decir: “Maduro está matando al pueblo y queremos libertad”. ¿Cómo proceder ante ello?

Josu Landa Goyogana: Es un reto enorme para mí. Me pones casi en plan de predicador, pero sí quiero que la gente no sufra, que procuremos siempre la paz. Me gustaría invitar a los actores de la política venezolana, a la ciudadanía común y a los jóvenes a que analicen, examinen y apliquen la razón, el sentido crítico en toda variante de la praxis política. Si alguien grita “fraude”, la carga de la prueba recae sobre él. Hasta ahora, el único organismo legalmente facultado para determinar quién ganó los comicios es el Consejo Nacional Electoral, que ya confirmó el triunfo de Maduro con más de 51% de los sufragios. El candidato oponente más cercano, que es González Urrutia, obtuvo alrededor de un 40%, lo cual es una votación muy estimable. El chavismo salió bastante disminuido, pero ganó. Y si no ganó, quien tiene que demostrar eso es quien lo dice; ¿cómo? Por las vías que contempla la ley. Los opositores han presentado “actas” que son inconsistentes, que no se sostienen; no han podido mostrar documentos que sustenten sus dichos, ya que no existen “sus actas” distintas de las que reciben todos los representantes de los candidatos. Ese es el punto. No es como en otros países, donde está la caja, el acta o el papel. Aquí no hay eso; solo el ticket grande al alcance de los partidos sin excepciones. 

Entonces, no hay ningún misterio, pero ciertas voces se lanzan en el interior y en el mundo diciendo que se deben mostrar las actas, aunque todos los participantes en el proceso las conozcan. Por su parte, el Consejo Nacional Electoral, por ley, nunca ha publicado actas, pues cualquiera que estuviera en la elección ya las conoce. Lo que hace es dar resultados y quien no esté conforme puede hacer uso de mecanismos para canalizar su inconformidad. Si no lo hace con el Consejo Nacional ni con el Tribunal Supremo, ¿qué está pasando entonces? Hay una voluntad ejercida para desconocer esas instituciones y llevar el problema a otro plano. Por eso, el papel que están cumpliendo algunos presidentes en el escenario internacional me parece equivocado, porque parece que no están bien informados. Cuando piden “que haya otra elección” o “que haya una coalición”, evidencian no saber de qué hablan. 

Voy a cerrar con algo que ha hecho daño a la oposición; una consigna que ha sido muy negativa para ellos mismos: la central, la que menos dicen, pero la que “sienten” más los sectores extremistas, es “ganar y cobrar”. ¿Qué significa “cobrar”? Que me hagan una elucidación de ese verbo. Parece que es salir a hacer lo que hicieron. Leopoldo López, desde Madrid, muy cómodamente, afirmó: “Ya ganamos y ya estamos cobrando”, cuando estaban destruyendo, quemando, matando, derribando estatuas de santos, de Bolívar y de Chávez, entre otros. Así que, gente de todo el mundo, insisto: por favor, pensemos, informémonos, apliquemos el sentido crítico. Yo no vengo a convencer, vengo a exponer lo que hace sentido en todo esto. ¡Gracias!

José Antonio Albarrán: Agradecemos mucho al doctor Josu Landa por acompañarnos aquí en Señal Tlatelolco del Programa Universitario de Estudios sobre Democracia, Justicia y Sociedad, dirigido por el doctor John Ackerman. Esperamos que estas reflexiones sirvan a todas y todos para poder pensar desde la filosofía y el pensamiento político de manera correcta, sin apasionamientos, qué es lo que sucede en Venezuela. Sobre todo, debemos respetar la soberanía de un pueblo, repudiar los intervencionismos extranjeros y entender que esta es una lucha de justicia que lleva muchos años peleándose (y que, por lo mismo, es dura, aunque tampoco es la que escuchamos en los medios de comunicación nacionales e internacionales).