Breve introducción a los nacionalismos

Ruth A. Dávila Figueroa

Ruth A. Dávila Figueroa

Directora de la División de Estudios Multidisciplinarios del Centro de Investigación y Docencia Económicas, CIDE. ruth.davila@cide.edu

28 mayo, 2025

La cuestión de los nacionalismos está tomando un renovado interés y vigencia, no sólo a nivel mediático y en el discurso público, sino también en la academia. Pero el hecho de que con frecuencia se hable del asunto desde un lugar común y sin mediar mayor explicación se aluda a diferentes definiciones y descripciones de realidades diferentes; abordar la cuestión de los nacionalismos precisamente en estos momentos resulta más que necesario, ello a pesar de que la información existente pueda trivializar su complejidad o limitar su mejor comprensión como fenómeno.

Así, realizando una primera búsqueda en google con el término “nacionalismo”, el resultado es la asociación de esta palabra por oposición o relación a la globalización, al nazismo, a la derecha, y a la izquierda (políticas), como respuesta de Canadá y México a los embates de Donald Trump. También encontramos asociaciones como soberanía y adjetivos como “blanco”, entre otras. De ahí que considero de suma relevancia hacer una descripción amplia y general sobre los nacionalismos, pues la información que circula en la web está lejos de dar cuenta de la complejidad de este fenómeno y de sus posibles alcances en el plano  político, pero también del conflicto. 

Cabe destacar que, la principal razón por la que me interesé en retomar el estudio de los nacionalismos es por una expresión que escuché alguna vez y que parece más un lugar común y una falacia: “la antesala del fascismo es el nacionalismo”. Por ello, y siguiendo esas asociaciones encontradas de manera aleatoria en búsquedas en google, empezaremos por decir que el nacionalismo es, ante todo, un fenómeno heterogéneo y que a lo largo del tiempo, como expresión político-ideológica, ha definido distintas realidades. De acuerdo con una definición de la Real Academia de la Lengua, el nacionalismo es, en su primera acepción, un “sentimiento de apego a la propia nación y todo lo relacionado con ella”; también lo define como “aspiración o movimiento políticos basados en la conciencia de singularidad de un pueblo y encaminados hacia su constitución como nación” (RAE).

En la primera acepción se alude a un sentimiento de pertenencia a una nación. Y en la segunda se habla de aspiraciones políticas y la cuestión de singularidad de un pueblo que aspira a ser una nación. Acá comienzan los problemas, al distinguir las nociones de pueblo y nación. Por ahora no me centraré en distinguir entre estas dos categorías, pero sí cabe aclarar que en estas definiciones hay que resaltar por lo menos tres cuestiones: 1) aspiraciones políticas; 2) el nacionalismo centrado en las singularidades de una nación; y 3) sentimientos de pertenencia. Luego entonces, tenemos de inicio que el nacionalismo tiene que ver con la movilización política y con la identidad única y singular que distingue a una nación de otra. 

A la noción de nacionalismo se le pueden agregar diversas palabras adyacentes que permiten explicarlo mejor: nacionalismo de Estado, etnonacionalismo, nacionalismo de minorías, nacionalismo pre-moderno, nacionalismo perenne, nacionalismo liberal, white nationalism (nacionalismo blanco), etc. El nacionalismo también puede referirse a una “comunidad imaginada”. Así, vemos la complejidad de analizar este fenómeno, hoy tan vigente. Hobsbawn  (2012, p. 101)  sitúa  tres  cambios  en  la concepción  del  nacionalismo:  el primero está en un momento en el que se establece (el nacionalismo) como una ideología próxima al pensamiento liberal; el segundo, se ubica en la idea de que aquello que se considera a sí misma  una  nación,  reclamará  el  derecho  de  autodeterminación, que  significa  el  derecho  a  tener  un  Estado  soberano  e  independiente  en  su territorio. Como consecuencia de su potencial de naciones “ahistóricas”, el lenguaje y la etnicidad se vuelven elementos centrales, incrementando el hecho de que sean criterios únicos de nacionalidad.   El tercero, tiene que ver con los movimientos nacionales de las naciones sin Estado, un fenómeno que es más o menos contemporáneo.

Tradicionalmente, el nacionalismo se asocia con la conformación de los Estados-nación modernos tras los Tratados de Westfalia (1648) que instauran un nuevo orden internacional centrado en las relaciones entre Estados, más tarde se relaciona con la revolución industrial, y su correlato político se afianza con la revolución francesa. Así, algunas posiciones sobre el nacionalismo lo presentan como una expresión moderna que, además, tiene que ver con el Estado industrializado. Estamos aquí refiriéndonos a la corriente modernista que explica que el nacionalismo se manifiesta en sociedades modernas, industrializadas y “homogéneas” culturalmente hablando.

Esta versión del nacionalismo homogeneizante logra la asimilación a través del uso de una  “lengua oficial”, la construcción y mantenimiento de símbolos y la implantación de un plan educativo que refuerce la identidad nacional (Gellner, 2001, p. 53). Para Renan (2001) el nacionalismo o el pertenecer a una nación es un “plebiscito de todos los días”. Diariamente nos asumimos como individuos parte de ese proyecto nacional que nos aglutina a través de diversos símbolos, que nos hacen sentir que pertenecemos a una comunidad política. En el centro de las visiones modernistas del nacionalismo está el Estado homogeneizante y la idea de mantener este orden de cosas en donde la nación es un constructo social y político. Pero ¿Qué sucede cuando en sentido estricto ese Estado-nación no es homogéneo en términos culturales y/o lingüísticos e incluso nacionales? ¿Qué sucede cuando en las fronteras territoriales de ese Estado-nación hay grupos nacionales que se definen a sí mismos como minorías nacionales o minorías lingüísticas? y ¿Qué sucede cuando las fronteras geográficas no corresponden con las fronteras nacionales y lingüísticas?

Para tratar de responder a estas interrogantes es importante mencionar que en las principales tradiciones para el estudio del nacionalismo prevalecen por lo menos tres vertientes: la británica, la alemana y la francesa. En el caso alemán, se vincula al nacionalismo con la “volk” o el pueblo, y se le ve como una expresión que se arraiga a las tradiciones, la lengua y la cultura; esto a diferencia del enfoque británico y francés que se centran mucho más en la cuestión política y de los valores del Estado liberal. 

Algunos pensadores que sostienen la visión del nacionalismo que se asocia con la modernidad, también lo relacionan con el surgimiento de la imprenta; por ejemplo, Benedict Anderson quien habla de las “comunidades imaginadas”. Desde esta perspectiva, la nación es una “comunidad política imaginada y por tanto limitada y soberana. Es imaginada porque sus miembros, aún de las naciones pequeñas, nunca conocerán a quienes componen dicha nación o siquiera escucharán de ellos y ellas, están sólo presentes en la idea de estar en comunicación” (Anderson, 1993). Aquí, los elementos clave que constituyen la comunidad imaginada son la lengua, la cultura y la concepción de temporalidad que otorga un sentido de unidad a todas y todos sus miembros. 

En un sentido más o menos similar, Michael Billig habla del “nacionalismo banal” y la reproducción de la identidad nacional, y sostiene que el nacionalismo se entiende como una serie de creencias ideológicas, prácticas y rutinas que reproducen un mundo organizado en Estados-nación. Se enfoca en la cuestión de la identidad que no sólo define como un proceso psicológico, sino también social, y en ese sentido, las identidades nacionales deben ser situadas social e históricamente e interpretarse como formas de vida (Billing, 1998).

Los planteamientos de Anderson (1993) y Billing (1998) coinciden en poner en el centro el rol de los medios de comunicación en la construcción y reproducción del nacionalismo, la ideología nacionalista y la identidad nacional. En ese sentido, esta visión se aproxima a los enfoques modernistas del estudio del nacionalismo. Cabe destacar que estos enfoques también señalan que el surgimiento de la imprenta como un acontecimiento muy importante para la difusión del nacionalismo. 

Esta perspectiva me fue útil para desarrollar una reflexión a propósito del white nationalism o nacionalismo blanco, una ideología ampliamente difundida y, sobre todo, conocida durante el período que antecedió a las últimas elecciones en Estados Unidos, y que llevó a la presidencia a Donald Trump en 2016, colocándose nuevamente al centro del debate con un Déja Vú colectivo desde el segundo mandato del magnate, donde ciertamente, está reproduciendo varias de sus conductas y modos de proceder problemáticos y conflictivos anteriores, cuando su primer mandato. 

Por ello, las aportaciones de los pensadores arriba mencionados, me fueron particularmente útiles para comprender lo que ocurrió a propósito de esta elección de 2016, el apoyo y discurso utilizados por el propio Donald Trump y sus seguidoras y seguidores: 1) la identidad nacional de las personas conocidas como WASP (por sus siglas en inglés), es decir, personas blancas, anglosajonas y protestantes en Estados Unidos, se construye, sobre todo, después de la Guerra Civil y por tanto se sitúa en  la modernidad; y 2) la importancia y centralidad que han tenido los medios de comunicación en la emergencia, diseminación y reproducción de esta expresión de nacionalismo. 

En este sentido, Billig y Núñez (1998) explican que el discurso del “nacionalismo banal” no está limitado al discurso de los políticos o las élites. Resulta preciso decir que algunos enfoques del nacionalismo hablan de la intelligentsia, una élite intelectual que construye y difunde la ideología nacionalista, además de perfilar un contenido programático de demandas políticas, por ejemplo, en el caso de los movimientos separatistas de las minorías nacionales y/o naciones sin Estado. Así, estos autores señalan que la nacionalidad o el sentido de pertenencia es transmitida regularmente a través de una perspectiva nacional de un “nosotros”. A partir de esto, Anderson y Billig hacen una distinción entre el nacionalismo y el racismo. 

Por otro lado, y siguiendo con la línea de exposición, hay otro enfoque de análisis que recupera una forma de expresión del nacionalismo que considero, las vertientes modernistas obviaron: el nacionalismo de las minorías nacionales y/o las naciones sin Estado. Uno de los pensadores más importantes en esta línea es Anthony D. Smith, quien tiene una prolífica obra en la que desarrolla sus tesis. Lo que menciona desde su enfoque es que hay naciones premodernas que anteceden a los Estados-nación modernos. Estos desarrollos teóricos se han presentado con el ánimo de explicar los movimientos nacionalistas que tienen por objetivo último la independencia política, ser dueños de su destino político, autodeterminación, es decir, de su propio Estado, y son los casos de Cataluña, País Vasco y Galicia en España; Escocia e Irlanda del Norte en Reino Unido; Québec en Canadá; Córcega en Francia; entre muchos otros. 

Cabe destacar que, también desde esta perspectiva, se analizan movimientos de minorías lingüísticas, que no necesariamente tienen demandas nacionalistas y/o separatistas. Y como dicen diversos estudiosos del nacionalismo, las minorías nacionales y movimientos separatistas: el mundo probablemente no está en condiciones de albergar en términos geográficos tantos Estados en los que las fronteras lingüísticas y nacionales se correspondan con las fronteras territoriales. 

Es importante mencionar en este punto que la “cuestión de las nacionalidades” se empieza a plantear tras la caída de tres grandes imperios: el Otomano, el Zarista y el Austro-Húgaro. Tras la primera guerra mundial se da una reconfiguración de Estados y territorios (principalmente en Europa) en los que no siempre coincidieron las fronteras geográficas con las fronteras nacionales y lingüísticas. Esto, históricamente, ha generado diversos conflictos entre las “minorías nacionales y/o lingüísticas” y el Estado central. Uno de los casos más recientes más trágicos es el de la ex Yugoslavia. El lema de “Hermandad y Unidad” del partisano Josip Broz Tito que referenciaba la coexistencia de seis repúblicas: Eslovenia, Croacia, Serbia, Macedonia, Montenegro y Bosnia-Herzegovina; dos provincias autónomas: Kosovo y Vojvodina; una lengua oficial: serbo-croata y tres religiones predominantes: catolicismo, islam y cristianismo ortodoxo, terminó en una trágica, cruenta e inesperada guerra civil que tuvo en el centro la exaltación del nacionalismo croata, esloveno, kosovar, bosno y serbio. Del bando croata y serbio se manifestaron las milicias ultranacionalistas conocidas como utashas y chetniks, respectivamente, y que, en el caso de los utashas croatas, en tiempos de la segunda guerra mundial, se habían aliado al nazismo alemán. 

Por estas razones, con frecuencia, el nacionalismo se asocia directamente con el fascismo, aunque yo difiero de esta percepción tan generalizada. Fue el sentimiento nacionalista y anticolonialista, entre otras variables, lo que llevó a diversos países en el continente africano, al finalizar la segunda guerra mundial, a buscar independizarse de los entes coloniales europeos. Aunque hay que precisar que existen otras diversas variables explican estos procesos. Nuevamente aquí se reconfigura el mundo y las fronteras políticas y territoriales. Es importante también señalar que, en general, el nacionalismo es una postura político-ideológica excluyente y cerrada, que hace un uso político de símbolos como la bandera, una lengua, una historia común, héroes, mitos fundacionales, etc. (Vizcaíno, 2004). 

Para concluir…

Por último, citando a Benedict Anderson (1993), el fin de la era del nacionalismo, que ha sido ampliamente profetizada, no está ni remotamente a la vista; al contrario, el sentido de pertenencia nacional es el valor más universalmente legitimado en la vida política de nuestro tiempo. Recuerdo que cuando hice mi investigación de maestría y doctorado, que de alguna manera sintetiza lo que acabo de exponer, pocas personas en México se interesaban por el tema de los nacionalismos; desde entonces hasta hoy, ha crecido este interés en la academia y fuera de ella, quizá porque la realidad actual nos interpela e impone reflexionar sobre estos procesos. 

Por tanto, hay dos cuestiones que quiero señalar: la primera, es que el estudio de los nacionalismos se complejiza en la medida en que la realidad es contradictoria y cada vez más enrevesada. Ello supone que debemos revisar constantemente las categorías de análisis; por ejemplo: ciudadanía, nación, pueblo, identidad nacional, símbolos nacionales, la definición misma de nacionalismo, etc. Cuando trabajé estos temas estaba en pleno auge la discusión sobre la posmodernidad y la globalización o mundialización (como le llamaban algunos); Marx no se estudiaba y, en general, podemos señalar que había pasado a un cierto olvido. Hoy día hay un vigorizado interés por el estudio de la realidad social desde el enfoque marxista y cada vez se cuestiona más la globalización y otro asunto sobre el que también indagué: las políticas de reconocimiento de la diversidad como el multiculturalismo. 

Aquí tengo que decir que mi estudio y reflexión sobre los nacionalismos adolece del enfoque crítico de la economía política y está pendiente de ser revisado desde allí. La segunda cuestión que quiero señalar es que hace falta revisar la cuestión de las nacionalidades y preguntarse en qué forma los planteamientos de Lenin y Luxemburgo, por ejemplo, nos permiten explicar y comprenderlo, así como entender la cuestión nacional en relación y a la luz del ascenso de la extrema derecha y exaltación de la “volk”. Ello también nos permitirá alejarnos de las conclusiones fáciles y los lugares comunes en los que se asocia al nacionalismo con el fascismo sin mayor reflexión, análisis y ni debate. 

Finalmente, plantear que la discusión está abierta y que es importante indagar con mayor rigor y profundidad la forma en que se hermana esta expresión político-ideológica con el auge de las derechas, y mencionar que no es algo que se dé de manera unidireccional y que no necesariamente, como lo hemos visto a lo largo de esta exposición, el nacionalismo es o será una expresión de la derecha. 

Bibliografía y fuentes consultadas

Anderson, B. (1993). Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. Fondo de Cultura Económica. 

Billig, M. y Nuñez, R. (1998). El nacionalismo banal y la reproducción de la identidad nacional. Revista Mexicana de Sociología, 60(1).

Gellner; E.  (2001). Naciones y nacionalismo. Alianza Editorial.

Hobsbawm, E. (2012). Naciones y nacionalismo desde 1780. Editorial Crítica.

Renan, E. (2001). ¿Qué es una nación? (1.ª ed.). Universidad Autónoma Metropolitana. https://casadelibrosabiertos.uam.mx/gpd-que-es-una-nacion.html

Vizcaíno, F. (2004). El nacionalismo mexicano en los tiempos de la globalización y el multiculturalismo. Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

17 − 6 =