La descomposición del sistema neocolonial en Haití

Roberto Osorio Orozco

Roberto Osorio Orozco

Asistente de investigación del Programa Universitario de Estudios sobre Democracia, Justicia y Sociedad de la UNAM. Es egresado de la Escuela Nacional de Trabajo Social de la UNAM (ENTS-UNAM) donde ha colaborado como profesor adjunto. Realizó una estancia de investigación en la Universidad de Chile mediante el Programa Nacional de Becas SEP-UNAM. Cuenta con diversas publicaciones sobre los grupos de derecha y los movimientos estudiantiles en México y ha impartido cursos y conferencias sobre estos temas.

17 octubre, 2024

Los problemas políticos, económicos y sociales de Haití representan desafíos significativos. Reflexionar sobre su situación actual es crucial desde el ámbito de las luchas por la democracia, la justicia social y la autodeterminación de los pueblos, ya que los problemas que enfrenta este país hermano no son exclusivos de su realidad, sino que reflejan las contradicciones inherentes al capitalismo realmente existente y dominante en todo el mundo. Por ello, es fundamental analizar la situación actual del pueblo haitiano, puesto que, al igual que en otros países, en Haití las dinámicas del sistema neocolonial tienen un impacto muy severo.

 

La primera revolución negra antiesclavista, anticolonial y antirracista   

En 1804 Haití fue el primer país de América Latina y el Caribe en independizarse del colonialismo europeo, el segundo país del continente americano en lograr su independencia después de Estados Unidos y la primera república afro del mundo. El impacto de este hecho histórico contribuyó a que otros países latinoamericanos, años después, se movilizaran en su búsqueda por dejar de ser colonias de las potencias europeas.   

La Revolución Haitiana fue una revolución única ya que no fue liderada por las élites criollas, como ocurrió en otros países latinoamericanos, sino por los propios esclavos que lucharon por una libertad radical diferente de la concebida en la Revolución Francesa. Se puede decir que la libertad que perseguían los esclavos obedecía a un largo proceso histórico de resistencia desde que fueron traídos en barcos, en contra de su voluntad, desde África hasta las costas del Caribe –en una época donde las potencias europeas impulsaban las condiciones para la emergencia del nuevo sistema-mundo bajo la acumulación originaria del capital–, en cambio, la libertad perseguida por la burguesía europea estaba concebida con respecto al poder de la corona y el orden feudal. El mensaje de ambas revoluciones era distinto: mientras la consigna de la Revolución francesa era “libertad, igualdad y fraternidad”, en la Revolución haitiana era “libertad o muerte”. Aun cuando la consigna francesa se enarbolaba como una bandera universal, lo cierto es que, en términos reales, no estaba concebida para todos los seres humanos ya que las mujeres y los esclavos quedaban excluidos de estos principios. No obstante, del otro lado del océano Atlántico la dirigencia revolucionaria negra y esclava entendía que la libertad debía ser plena, en tanto que nadie podía ser libre sin un bienestar material (Tocora, 2019; Boisrolin, 2023).    

Es cierto que la Revolución Haitiana estaba influenciada, en cierta medida, por las ideas revolucionarias europeas, sin embargo, ésta trasciende por el tipo de libertad que persigue y por ser la única insurrección antiesclavista, anticolonial y antirracista victoriosa de la historia (Boisrolin, 2006). Que dos años después del triunfo de la revolución (1806) los sectores acomodados desde la época colonial hayan interrumpido el proceso emancipador anticolonial, no minimiza la trascendencia de este hecho histórico. Hablamos de una revolución que abolió la esclavitud 59 años antes que Estados Unidos y 88 años antes de que Brasil instaurara la Ley Áurea por la cual se abolió la esclavitud en dicho país (Alfonso y Rivara, 2020). 

Nombres como Dutty Boukman, Dominique Toussaint Louverture o Jean-Jacques Dessalines emergen en la historia haitiana como líderes revolucionarios que aportaron objetivos libertarios y estrategias políticas que contribuyeron a la independencia del país, sin dejar de mencionar la participación de mujeres como Suzanne “Sanite” Belair, Claire Heureuse, Catherine Flon, Marie Jeanne Lamartinière y Victoria Montou que también contribuyeron al proceso revolucionario (Alfonso y Rivara, 2020). Alexandre Pétion es probablemente uno de los más conocidos en la historia revolucionaria de Haití, y esto debido a su contribución internacionalista, fruto del espíritu de los principios de la propia revolución. Y es que Pétion ayudó a Simón Bolívar en sus campañas emancipadoras suministrándole armamento, municiones, víveres y enviándole voluntarios haitianos que se sumarían a la lucha independentista. Esta ayuda fue entregada al libertador Bolívar a cambio de que proclamara la libertad general de los esclavos en Venezuela (Ramos, 2010). 

Sin embargo, para muchos historiadores la trascendencia de esta revolución no alcanza el nivel de importancia de las grandes hazañas libertadoras y emancipadoras de la historia mundial. Esto se debe, en parte, a la censura que sufrió en su momento, resultado de una “colonialidad del saber” que silencia e invisibiliza los conocimientos y eventos no europeos en la historia universal, además de que este hecho histórico fue producido por esclavos negros y no por ciudadanos europeos blancos, es decir, una revolución invisibilizada producto de una inferiorización racial (Díaz, 2014). 

Aun cuando hablamos de una revolución que impulsó una reforma agraria que prohibía la titularidad extranjera de la tierra; que en su momento logró la eliminación de los colonos propietarios blancos; que logró la abolición de los fundamentos racistas de la ciudadanía política; que impulsó el empoderamiento fáctico de mujeres asumiendo roles militares; una insurrección que destruyó la infraestructura económica plantacionista y que consolidó la ya mencionada radical abolición de la esclavitud (Alfonso y Rivara, 2020). Tal pareciera que en el imaginario colectivo, Haití emerge en la historia como el resultado de un pueblo sin atributos y sin suerte, donde al ser expulsadas las potencias coloniales no supo conducir a mejor rumbo su realidad política, económica y social. Y que hoy se nos presenta como el país más pobre y desigual del continente. Lo cierto es que detrás de cada noticia sobre Haití hay una serie de elementos estructurales que explican su situación. 

A lo largo de su historia el pueblo haitiano se ha enfrentado a dictaduras e intervenciones extranjeras que no le han permitido consolidar un sistema político democrático ni mucho menos un desarrollo y estabilidad social. De 1915 a 1934 Estados Unidos ocupó Haití estableciendo un gobierno provisional a fin a sus intereses políticos, económicos y administrativos, esto invariablemente afectó la autonomía política y económica y el desarrollo interno del país (Castro, 1971). Años más tarde se impondría a finales de la década los cincuenta, bajo la venia del gobierno estadounidense, la dictadura de los Duvalier como resultado de la Política de Contención norteamericana implementada en las repúblicas insulares del Caribe, y en un contexto en el que era imprescindible para el “imperio” contrarrestar los ideales socialistas que inspiraba en la región la naciente Revolución Cubana (Manrique, 2010). La dictadura Duvalier duró 29 años (1957 a 1986), dejando consecuencias económicas y sociales irreparables. En este periodo las políticas económicas no estaban orientadas a la inversión de infraestructura básica y servicios públicos, sino a la acumulación de riqueza para las oligarquías nacionales; por otra parte, cerca de 30 mil muertos y desaparecidos fueron víctimas de la dictadura (Manrique, 2010; Rosas, 2024).

A finales del siglo XX (el 16 de diciembre de 1990) el padre Jean-Bertrand Aristide –un representante del campo popular y adepto de la teología de la liberación– ganó las elecciones a la presidencia de manera contundente con más del 67% de los votos. Era la primera vez que las elecciones en Haití se celebraban de forma libre y democrática. Sin embargo, siete meses después del triunfo popular se genera un golpe de Estado contra Aristide, quien es forzado a exiliarse en los Estados Unidos (Fonseca, 2018). Aunque fue reelegido en el año 2000, nuevamente fue obligado a dimitir su cargo en el 2004, luego de ser arrestado en su casa y conducido por soldados norteamericanos a Palacio Presidencial donde, en presencia de embajadores estadounidenses y franceses firmó su carta de renuncia (Febbro, 2004).  

 

Situación actual: violencia, desempleo y migración 

En 2017 Jovenel Moïse asumió la presidencia de Haití. Un político y empresario que desde el 2015 ya figuraba como un personaje proclive a incrementar la dependencia con Estados Unidos. La llegada de Jovenel a la presidencia no significó un progreso para el país. Los graves problemas económicos y de inseguridad que enfrentaba la población persistieron e incluso, se agravarían con los efectos causados por la crisis sanitaria de la Covid-19. Ante esta situación emergieron diversas protestas contra el gobierno exigiendo la dimisión del presidente a quien se le señalaba de autoritario y de cometer actos de corrupción en beneficio de sus empresas (TeleSURtv, 2021). 

En julio de 2021 Jovenel fue asesinado en su residencia por un grupo de mercenarios (en su mayoría colombianos), quienes meses antes operaron desde Estados Unidos para planificar el magnicidio del presidente haitiano, según el informe oficial (Beltrán, 2023; Boisrolin, 2023). Tras su asesinato, el país estuvo bajo el gobierno interino del primer ministro Ariel Henry, quien demitió su cargo en marzo de 2024. En los últimos meses de ese año, un Consejo de Transición de 9 personas acordó que Michel Patick Boisvert fuera el nuevo primer ministro interino mientras se realizaba un nuevo proceso de elecciones para la presidencia del país.   

Desde la muerte de Jovenel, la crisis sociopolítica y económica en Haití ha ido en detrimento al grado de que la violencia ha aumentado drásticamente, en gran parte, debido a la expansión de grupos armados y a la fuga de miles de presos de las principales prisiones de Puerto Príncipe ocurridas durante este periodo (Afp, 2024). Según las Naciones Unidas, cerca de 600 mil personas han sido desplazadas de manera interna a causa de la violencia, de las cuales, más de la mitad son población infantil (UNICEF, 2024). 

A la situación de violencia que enfrenta este pueblo caribeño se suman los problemas económicos que ya de por sí eran graves previo a la crisis actual. Haití cuenta con una población de 11.5 millones de habitantes; según el Banco Mundial, el 60% de esa población vive bajo el umbral de la pobreza con 3,65 dólares estadounidenses al día, mientras que 2.5 millones se encuentra en pobreza extrema. (Banco Mundial, 2020; Vives, 2021). La crisis actual ha implicado que cerca de 5 millones de personas necesiten asistencia alimentaria y alojamiento. Y sobre la realidad laboral el panorama no es menos desalentador, pues la tasa de desempleo asciende al 14.8% (Hassan, 2023; OPS, 2024). 

La situación es grave. Una crisis aguda afecta de manera profunda a este pueblo, mientras que los grupos armados controlan prácticamente la capital del país. Según cifras de la ONU en el año 2023 fueron asesinadas más de 5 mil personas a manos de los grupos armados (BBC News Mundo, 2024). Por si fuera poco, a estas alarmantes cifras sobre la situación de violencia, pobreza y desempleo se suman los desastres naturales que han golpeado al país en los últimos años. En 2010 un terremoto dejó más de 200.000 muertos y miles de desplazados. Posteriormente, en 2021, dos desastres naturales volvieron a golpear a la población: otro terremoto que afectó profundamente el 30% de la península sur del país; y la tormenta tropical Grace, que dejó graves afectaciones a su paso (BBC News Mundo, 2024). Y qué decir de las altas tasas de mortalidad a causa de enfermedades como la tuberculosis, que en el mismo año registró 91 casos por cada 100.000 habitantes (OPS, 2024). 

Frente a tales circunstancias la migración se presenta como una opción para la sobrevivencia. Según datos de la ONU, cerca de 1.7 millones de haitianos han emigrado en los últimos años. Esta cifra representa el 15,65% de la población, siendo Estados Unidos, República Dominicana, Chile, Canadá y Francia los países hacia donde más emigran. Más recientemente también han buscado suerte en Brasil, Bahamas y México. En este último, más de 44 mil haitianos han buscado mejores oportunidades de vida insertándose en la industria de la alimentación o los grandes centros de abastecimiento (Expansión, 2020; Gómez, 2024).

Cabe señalar que en México, la comunidad haitiana sobrevive del trabajo informal vendiendo todo tipo de mercancías: dulces, comida, ropa, o trabajando de ayudantes en todo tipo de negocios, en los tianguis, en los mercados de los barrios o alquilándose de cargadores en la Central de Abasto de la Ciudad de México. Verlos migrar a otros países e insertarse en trabajos informales mal pagados debe generar una idea de la magnitud de necesidad a la que se enfrenta esta población del Caribe para tratar de adaptarse a nuevas condiciones de vida, lejos de sus familias, cultura y país. La migración hacia otros países en busca de mejores condiciones de vida para escapar del hambre y la violencia tampoco cuenta con las mejores condiciones. Y aunque en su mirada se refleje lo difícil que ha sido la vida, a pesar de ello, la haitiana y el haitiano resisten.

    

Una neocolonia al servicio de los intereses extranjeros

Se suele decir que Haití es el país más pobre del hemisferio occidental, lo cierto es que es el más empobrecido. La situación del pueblo haitiano no obedece a una especie de “mala suerte” o a la falta de esfuerzo para mejorar sus condiciones de vida, sino que responde a causas de carácter histórico, político, geoestratégico y a intereses internacionales. En tal sentido, no es lo mismo partir de un análisis que describe neutralmente la situación actual del pueblo caribeño, que partir de los fundamentos geopolíticos e históricos de la crisis actual e histórica. 

En palabras de Henry Boisrolin (2024a), Coordinador del Comité Democrático Haitiano en Argentina, lo que explica la situación actual en Haití es la descomposición del sistema neocolonial que se implementó desde 1915, a partir de la primera ocupación militar norteamericana. Inevitablemente el sistema neocolonial estalló y para contenerlo se impulsan medidas no institucionales como el financiamiento de grupos criminales armados, que han tomado el control de la población a través de la violencia, o la desestabilización política del país. Boisrolin ha señalado que la situación de violencia que se vive actualmente en Haití obedece a un “caos planificado” como parte de una estrategia de dominación neocolonial para sembrar el terror con el objetivo de contener la emergencia del movimiento popular y evitar un levantamiento (Boisrolin, 2024b).

Aquí se puede señalar que el neocolonialismo es “la supervivencia del sistema colonial a pesar del reconocimiento formal de la independencia política en los países emergentes, que se convierten en víctimas de una forma indirecta y sutil de dominación mediante medios políticos, económicos, sociales, militares o técnicos” (Martin, 1985, citado en Haag, 2011, pág. 9). La lógica del neocolonialismo radica en que, aunque los países consigan formalmente su independencia de las potencias coloniales, en la práctica siguen sometidos a los intereses de estas últimas. Por lo tanto, un país puede ser políticamente independiente, pero al mismo tiempo estar sometido a un control económico o a mecanismos extraeconómicos que favorecen los intereses imperialistas.

De acuerdo con Gerardo Szalkowicz (2024), uno de esos mecanismos extraeconómicos consiste en la tercerización del control territorial por medio de la paramilitarización de los países latinoamericanos. México, El Salvador, Colombia son un ejemplo de países en los cuales se han implementado este tipo de estrategias. En el hemisferio occidental, la tercerización del control territorial le permite a Estados Unidos intervenir en los países latinoamericanos sin que estas acciones le signifiquen reclamos o señalamientos de violación a los derechos humanos. El objetivo es intervenir en la política de otros países, construyendo marcos de interpretación en los que se crea que el aumento de la violencia y la inestabilidad política se debe a factores internos de los países subdesarrollados: corrupción, narcotráfico, etc., y no a una injerencia neocolonial.

Según el Índice global de crimen organizado 2023, en Haití operan alrededor de 200 pandillas, de las cuales 100 se concentran en la capital del país (GI-TOC, 2023). No obstante, de acuerdo a un informe de la ONU publicado en 2023, titulado “Mercados Criminales en Haití”, cerca del 80% de las armas que ostentan estos grupos armados provienen de Estados Unidos (TeleSURtv, 2024). Esta relación entre grupos armados, financiamiento estadounidense y crisis política y social sugiere pensar la situación haitiana desde un enfoque geopolítico y geoestratégico.

 Haití es considerado, al igual que otros países caribeños, un territorio geoestratégico para los Estados Unidos. Desde que Francia se apropió de esta tierra (llamada entonces Saint Domingue), el interés por esta isla caribeña ha radicado en su posición geográfica, su mano de obra barata y su extraordinaria tierra fértil para la producción, por ejemplo, de azúcar, café, tabaco, algodón e índigo. Desde la emergencia del capitalismo como sistema hegemónico, cada región y cada país desempeñan un rol en la división internacional del trabajo. Históricamente hablando, el rol que le fue asignado a Haití fue el de productor de mano de obra súper barata (Boisrolin, 2022). Ya Galeano explicaba cómo en el siglo XVIII Haití se convirtió en el primer productor de azúcar a nivel mundial, lo cual fue posible porque a esta isla fueron traídos desde África miles de esclavos para atender la exigencia del mercado mundial de producción de azúcar (Galeano, 1971).

En la actualidad no deja de representar lo mismo para la división internacional del trabajo. Una de las principales fuentes de empleo que se da en Haití es la manufactura, principalmente en la industria textil. En este sector laboral los trabajadores ganan aproximadamente entre 5 a 6 dólares por día. Si se compara el ingreso promedio de un obrero estadounidense en la misma industria, el cual gana 120 dólares la jornada, la realidad laboral que enfrenta el trabajador haitiano es de miseria (Milfort, 2022). Bajo estas condiciones de sobreexplotación el haitiano termina siendo un “esclavo asalariado”, como lo reflexiona Jean Eddy Lucien, profesor de la Universidad Estatal de Haití, quien además analiza que el sector textil de este país es atractivo para los inversionistas nacionales e internacionales por lo barata que es la mano de obra (Milfort, 2022). Esta condición histórica ha implicado que Haití no se haya podido desarrollar. 

Por otra parte, Estados Unidos interviene en Haití porque no puede permitirse otra Revolución Cubana ni otra Revolución Bolivariana (como la de Venezuela), mucho menos en el hemisferio que controla. Haití, al igual que estos países, se encuentra en área geopolíticamente privilegiada. Está claro que los norteamericanos no son indiferentes ante lo que ocurre en esta área. Cualquier tipo de levantamiento social, disidencia, sublevación o acciones revolucionarias son consideradas acciones que ponen en riesgo el statu quo que el hegemón ha impuesto históricamente en la región. Por ello, para evitar llegar hasta la etapa de la guerra económica, como lo hace con Cuba y Venezuela, es necesaria la intervención tercerizada, o bien, intervenir mediante las “misiones de paz”.  

Hace décadas que Haití vive una intervención camuflada de ayuda internacional. Desde 1993, las misiones de la ONU en este país no han solucionado los problemas que enfrenta su pueblo, al contrario, los han exacerbado. La introducción de enfermedades como el cólera, el uso excesivo de la fuerza, los casos de explotación sexual y las detenciones arbitrarias, son prueba de ello. Frente a la crisis reciente los movimientos sociales haitianos han alertado de las nuevas intenciones de la ONU, bajo el mandato de Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Canadá –el Core Group de la ONU sobre Haití– de un intento de injerencia extrajera bajo una nueva supuesta “misión de paz”. 

En Haití, la intervención internacional ha terminado por consolidar el control sobre las estructuras estatales con el objetivo de mantener al país bajo ocupación en lugar de ayudar a su población. Un claro ejemplo de esta estrategia se presentó en 2004, cuando Estados Unidos, Francia y Canadá influyeron en la renuncia del presidente Jean-Bertrand Aristide. Esta intervención provocó una ola de protestas por parte de miles de haitianos que exigían el regreso de Aristide. En respuesta, la llamada comunidad internacional organizó la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH), que oficialmente tenía la misión de restaurar el buen funcionamiento de las instituciones y supervisar un nuevo proceso electoral. Sin embargo, en la práctica, la MINUSTAH se convirtió en una misión militar. Además, los desvíos de fondos prometidos como ayuda humanitaria fueron significativos, ya que, en lugar de beneficiar a la población, los recursos terminaron en manos de empresas estadounidenses (Afinogenova, 2023).

Existen elementos estructurales que permiten considerar a Haití como una neocolonia al servicio de intereses internacionales. Según Lina María Patarroyo, el asistencialismo y las imposiciones económicas son mecanismos que ilustran esta lógica neocolonial. El asistencialismo promovido por ONGs y organismos internacionales reemplaza funciones esenciales del Estado haitiano, estableciendo un modelo de dependencia. Este enfoque no solo moviliza recursos sin responder directamente a las necesidades del país, sino que también refuerza la influencia de los países donantes sobre Haití. A esto se suma que desde la época colonial el país ha estado sometido a diversas deudas económicas que, en lugar de propiciar su desarrollo, han exacerbado su situación de dependencia (Patarroyo, 2018). Este tipo de injerencia y control económico invariablemente concluyen en la emergencia de crisis sociales, políticas y económicas como resultado del desgaste del modelo neocolonial.

¿Por qué estamos presenciando la descomposición del sistema neocolonial en Haití? El neocolonialismo sólo resulta utilitario mientras las fuerzas internacionales y nacionales que lo sustentan mantienen un equilibrio funcional para su reproducción. Cuando las estructuras que lo permiten entran en crisis, el desequilibrio lleva al desgaste. La situación actual en Haití ha superado este equilibrio. Las estructuras político-económicas que permitieron a Estados Unidos y sus aliados controlar el país durante más de un siglo están ahora deterioradas, principalmente por dos factores: la grave crisis social derivada de años de intervención externa y la respuesta del pueblo haitiano que frente a la crisis se moviliza para demandar soberanía y mejores condiciones de vida. Por lo tanto, la erosión de la vida política, social y económica, que ha llevado a una aguda inestabilidad política y un aumento de la pobreza, hace que sea imprescindible implementar nuevas estrategias de control e intervención internacional, ya sea para mantener el dominio político y económico o para contener la movilización popular.

En efecto, el sistema neocolonial cuando entra en crisis necesita de mecanismos extrainstitucionales para contener el descontento social y la posibilidad de organización política. Para ello ha recurrido históricamente a la represión, a la implementación de dictaduras, a la manipulación de elecciones, a golpes de Estado, o más recientemente a la tercerización del control territorial y a las llamadas “misiones de paz”. Por lo tanto, la resistencia del pueblo haitiano también es un elemento que influye directamente en la descomposición del sistema neocolonial. 

El neocolonialismo entra en desgaste no sólo por la pobreza que produce, también porque se enfrenta a una capacidad de resistencia. Haití es un pueblo que cuenta con un legado de resistencia a lo largo de su historia como república. Como lo argumenta Magorie St Fleur: “la Revolución Haitiana dejó un legado de resistencia y lucha por la justicia social que continúa inspirando al pueblo haitiano en la actualidad” (2024). No se implementan dictaduras, ni se ejerce represión, ni tercerización del territorio si no es por la respuesta de resistencia del pueblo haitiano. Tan sólo, en los últimos años este pueblo se ha movilizado contra la corrupción, la violencia y la injusticia política que los asfixia. El 4 de marzo de 2021, Día Internacional de la Mujer, cientos de mujeres haitianas se manifestaron en las calles de la capital contra el referéndum impulsado por el entonces presidente Jovenel Moïse que buscaba refrendar la redacción de una nueva Constitución (DW, 2021).  

En octubre de 2022 miles de haitianos salieron a las calles para exigir la renuncia del primer ministro Ariel Henry, quien en menos de un año implementó medidas económicas que se tradujeron en el aumento del precio de los combustibles y a quien consideraban incapaz de gestionar la crisis social. A principios de 2024 se llevaron a cabo nuevas protestas contra Henry, quien finalmente fue orillado a renunciar en abril de 2024 (AP, 2024; AP y PL, 2024). 

No obstante, el movimiento social haitiano que incluye organizaciones campesinas, políticas, sindicales y feministas, articulado en el Frente Patriótico Popular también se organiza por la defensa de su soberanía ante la amenaza de una nueva injerencia extranjera. Un movimiento social que ha abogado por una solución haitiana no injerencista, no impuesta bajo una ocupación militar extranjera, sino por una solución propia que rechaza el neocolonialismo norteamericano (Resumen Latinoamericano, 2024). Bajo esa misma bandera por la defensa de la soberanía se han pronunciado organizaciones de La Vía Campesina en Haití –un movimiento internacional de organizaciones populares fundado en 1993–, quienes rechazan la presencia militar extranjera que supuestamente pretende controlar el avance de la violencia. En ese sentido, vemos cómo las movilizaciones populares y las organizaciones de izquierda se vuelven imprescindibles para comprender la realidad actual en Haití. Es decir, el desgaste del sistema neocolonial no se entiende sin la resistencia del pueblo haitiano.

Finalmente, como hemos visto, la descomposición del sistema neocolonial no implica su declive abrupto, sino más bien un desgaste progresivo. En este contexto, Estados Unidos se enfrenta a una nueva crisis social mientras intenta preservar el sistema que le permite intervenir en Haití, al mismo tiempo que enfrenta una creciente resistencia de los sectores populares. El desenlace de la crisis social, política y económica en Haití dependerá de si se consolida una nueva fase de mantenimiento del sistema o, por el contrario, se logra su superación. Para ello, es fundamental la capacidad de organización y autocrítica del pueblo haitiano, así como la solidaridad internacional para contrarrestar las nuevas intenciones injerencistas.

 

Fuentes referenciadas 

Afinogenova, I. (21 de octubre de 2022). “Colonialismo de ONG: cómo las ‘intervenciones humanitarias’ devoraron Haití | Inna Afinogenova”. Video de YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=5ZAQwA_2VlQ&t=200s 

Afp. (4 de marzo de 2024). “Haití, paralizada por estado de emergencia tras fuga de miles de reos”. La Jornada. https://www.jornada.com.mx/noticia/2024/03/04/mundo/haiti-paralizada-por-estado-de-emergencia-tras-fuga-de-miles-de-reos-9188 

Ap. (5 de febrero de 2024). “Protestan en Haití para exigir la renuncia del primer ministro”. La Jornada. https://www.jornada.com.mx/noticia/2024/02/05/mundo/protestan-en-haiti-para-exigir-la-renuncia-del-primer-ministro-7203 

Ap y PL. (25 de abril de 2024). “Renuncia Ariel Henry como primer ministro de Haití entre ola de violencia”. La Jornada. https://www.jornada.com.mx/noticia/2024/04/25/mundo/renuncia-ariel-henry-como-premier-de-haiti-entre-ola-de-violencia-7649 

Alfonso, D. y Rivara, L. (2020). Haití. De la Revolución de 1804 a la crisis actual. Memoria Revista de Crítica Militante, (273), 28-34. https://ri.conicet.gov.ar/handle/11336/216560 

Castro, S. (1971). La ocupación norteamericana de Haití y sus consecuencias (1915-1934). Siglo XXI Editores. 

Fonseca, M. (2018). “Críticas a la Colonialidad del Poder: revisitando la crisis política haitiana de 1991-1994”. Foro internacional, 58(1), 49-88. https://www.scielo.org.mx/scielo.php?pid=S0185-013X2018000100049&script=sci_arttext 

Banco Mundial. (8 de enero 2020). “Haití: proporcionar oportunidades a todos los haitianos”. Banco Mundial. https://www.bancomundial.org/es/results/2020/01/08/haiti-providing-opportunities-for-all-haitians 

BBC News Mundo. (13 de marzo de 2024). “5 factores que explican las raíces históricas de la crisis permanente que afecta a Haití”. BBC News Mundo. https://www.bbc.com/mundo/articles/cy9zk78gnldo 

Beltrán, D. (6 de septiembre de 2023). “La historia de cómo el capitán Germán Rivera reclutó mercenarios colombianos para asesinar al presidente de Haití”. Infobae. https://www.infobae.com/colombia/2023/09/06/como-recluto-el-capitan-r-german-rivera-a-los-mercenarios-colombianos-que-asesinaron-al-presidente-de-haiti/ 

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Febbro, E. (2 de marzo de 2004). “Relato del secuestro del renunciante Aristide”. Página 12. https://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-32147-2004-03-02.html 

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Imagen de portada tomada de: Redacción. Periodismo Humano. https://www.redaccion.com.ar/la-crisis-politica-de-haiti-explicada-en-seis-puntos/.

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