Hay textos que se escriben solos

Isidro Alterrealista

Isidro Alterrealista

Escritor, investigador, profesor de la Universidad Central del Ecuador, donde coordina la creación del Doctorado en Artes. Dirige el Laboratorio de Experimentos Culturales – El Achipiélago In(di)visible. Es autor de «Historia y memoria, los fines de la ficción en la obra de Ricardo Piglia, Roberto Bolaño y Javier Cercas». Obtuvo el doctorado en Literatura Comparada en la Universidad de la Sorbonne-Nouvelle, en Francia. Es el rector fundador de la Universidad de las Artes. Ex-ministro de Cultura del Ecuador en el gobierno del presidente Rafael Correa.

7 enero, 2023

La memoria de Gustavo Garzón, la que nos falta

Congreso de Morfología

14 de diciembre de 2022

 

1.

Hay textos que se escriben solos, de la mano de la ausencia que somos.

Mientras escribo esto pienso en voz alta en Roberto Bolaño hablando en voz alta delante de un público como ustedes en un Congreso como éste. Bolaño, aunque todo pareciera indicar lo contrario, aceptaba invitaciones a espacios universitarios, cuenta en otra conferencia en voz alta Allan Pauls, otro escritor, como Bolaño.

El texto que lee Bolaño se titula «Sevilla  me mata» y es breve como será este texto que leo pensando en voz alta en Bolaño y también en Pauls, y no sé porqué también en Violeta Parra, que nos escucha desde algún lado que no sabemos bien cuál es, o por lo menos yo no sé. Violeta Parra nos escucha decir en voz alta el nombre de Roberto Bolaño y escuchándonos recuerda a Nicolás Parra, que es un regalo imposible en Buenos Aires el día en que crucifican otra vez a Cristina Fernández de Kirchner. La crucifican como se crucifica lo imposible, como si las manos de Cristina no fueran manos sino poemas, y todos sabemos que los poemas no caben sobre ninguna materia, acaso sobre el papel, pero el papel, ya sabemos, de materia tiene poco, de olor tal vez, pero de materia no. El papel a lo mucho es el lugar donde uno escribe «hay textos que se escriben solos, de la mano de la ausencia que somos».

En alguna parte César Vallejo lanza: «quiero escribir pero me sale espuma». Leo la frase de Vallejo del mismo modo que leo «Sevilla me mata», donde Roberto Bolaño declara la imposibilidad de cumplir con el propósito que lo llevaba hasta ahí, al punto que «Sevilla me mata» es el antitítulo de una cosa que debía titularse «De dónde viene la nueva literatura latinoamericana», de modo que entre Vallejo y Bolaño hay algo que les une más allá de lo material, y ese algo podría llamarse membrana, o capullo, como en la charla que diera ayer Emilio López ayer aquí mismo, o mejor dicho una apertura, que es lo que andamos buscando los que buscamos algo.

«Quiero escribir pero me sale espuma» leo que dice César Vallejo, otro escritor como Bolaño, tal vez el escritor poeta más poeta de entre todos los poetas, y abro el libro buscando, o esperando encontrar las formas de la espuma, y efectivamente las encuentro, y para muestra este botón:

Quiero escribir, pero me sale espuma

Quiero decir muchísimo y me atollo;

No hay cifra hablada que no sea suma,

No hay pirámide escrita, sin cogollo;

Quiero escribir, pero me siento puma;

Quiero laurearme, pero me encebollo.

2.

Cuando Bolaño llega a Sevilla, en el 2003, sabe que el tiempo se ha terminado. Desde hace años, el escritor que es sabe que no vivirá para contarlo. En la vida de Bolaño el límite está claro, al punto que unos meses, días, no sé, después, muere. Tenía cincuenta años cuando los diarios anunciaron su muerte.

3.

Hay textos que se escriben solos, de la mano de las ausencias que somos. Escribo esta frase ridícula ya no pensando en Bolaño sino en Gustavo Garzón. Gustavo Garzón también tuvo una existencia breve o, mejor dicho, brevísima.

Pronuncio su nombre como se pronuncian los nombres de los ausentes, y se entiende ya que pronunciar su nombre da sentido a esa frase que parece una membrana, una apertura, insisto, ahora que estamos en esto de las formas, las formas de la memoria. Hay nombres que se proscriben y han nombres proscritos que nos salvan. El nombre de Gustavo Garzón, el proscrito, nos salva. No recuerdo haber escrito en estos treinta y dos años su nombre. Lo he leído a veces, pero escribir su nombre no, hasta ahora, aquí, delante de ustedes que lo pronuncio. Gustavo Garzón.

Hace 32 años Gustavo fue proscrito para siempre de la faz de la tierra. La noche que precedió a su invisibilización criminal la pasó con sus amigos en la salsoteca «El Son Candela». Los meses que precedieron esa noche y su posterior desaparición los pasó dentro del Penal García Moreno. Los dos o tres años que trascurrieron antes de su encarcelamiento los pasó en la ciudad, en Quito. Pero eso no importa tanto, los pasó escribiendo, en realidad, y es aquí donde cobra sentido eso de «de la mano de las ausencias que somos», quizás.

Gustavo Garzón como Bolaño en cierta forma sabía ya que tenía los días contados. En alguna parte, en una carta larga que escribió, dirigida a su familia, el tono de la muerte transcurre las hojas de papel que no existen. Sucede que Gustavo Garzón había decidido que la vida solo tenía sentido de la mano de la justicia social, y que la justicia social en ese momento pasa por algo que se parece a un precipicio, que, como sabemos, es un lugar difícil de pronunciar. En otras palabras, Gustavo Garzón, el escritor, como Vallejo, Parra, y por ese camino Bolaño, tal vez sin saberlo, había establecido un andamio de dudosa estabilidad. Esa arquitectura es la de la apertura, o si quieren, del capullo, o si quieren también, la de la placenta que nos aloja por un tiempo y que luego abandonamos para siempre, como si nuestro destino fuera eso, el exilio, la ausencia, la soledad. En suma, Garzón había logrado construir un andamio indeciso y frágil, cuyos elementos constitutivos eran por un lado su amor por los demás, no solo sus padres y hermano, sino los demás, sus amigos y sus no amigos, la gente sin rostro; y por otro lado, Gustavo había mezclado todo esto con un ingrediente también incierto, y que se llama escritura, o literatura, o poesía, pónganle el nombre que quieran. Al juntar los dos ingredientes, más otros que aquí no vienen al caso, Gustavo Garzón se hizo –tal vez sabiéndolo, pero no queriéndolo (yo sé que Gustavo amaba la vida, le gustaba la salsa, disfrutaba de la conversación y de la risotada)–… se hizo de un guion trágico que culminaría con él, sus huesos, sus músculos, su sangre en un lugar indecible y amorfo, un lugar que no lleva nombre, anónimo, el lugar de los desaparecidos.

Su madre, que ahora es una persona muy mayor, sabe que lo que digo es incierto. El lugar donde desapareció su hijo de mano de las fuerzas estatales se llama Ecuador.

4.

Cuando Bolaño toma la palabra en Sevilla ya había escrito casi toda, por no decir toda su maravillosa obra literaria. Había escrito Los detectives salvajes2066La pista de hielo… Y no solo eso, había disfrutado, si a eso se puede llamar disfrutar, de los placeres de la fama que ofrece el mercado literario a los autores más vendidos. Pero, además, Bolaño ya sabía que esos abrazos y besos no valían lo que algunos creen que vale y por eso en «Sevilla me mata» critica sin pelos en la lengua a los escritores jóvenes industrializados, pasteurizados, ávidos de fama, dichosos solo cuando aparecen en las solapas de los periódicos de mayor circulación. Cuando Bolaño toma la palabra en Sevilla ya había escrito además y sobre todo «Literatura Nazi en América Latina», que es una especie de diccionario enciclopédico apócrifo de los escritores asesinos, perversos, ignominiosos que habitan, o poblarían la geografía de las letras excelsas de nuestro continente. Y había decidido ya que ese catálogo se merecía un vistazo cerrado, de lupa, un zoom in en todo el sentido de la letra, de uno de los personajes, con la intención de mirar de cerca los acontecimientos. No sé, en realidad, qué significa eso, mirar de cerca los acontecimientos…. Lo cierto es que a ese esfuerzo le puso el título que le puso: Estrella distante, le puso… haciéndose eco de un recuerdo que él tenía siempre presente, y que podríamos llamar sin temor al potrero de las cursilerías en los que nos movemos como peces en el agua, «la bandera nacional». La Estrella distante, la matria, la patria, el país, el pueblo de Chile, el territorio de Chile donde nació, donde dejó atrás la placenta esa de la que hablábamos hace un instante, y por lo tanto el territorio de la nostalgia… Estrella distante, Chile.

5.

Como Gustavo Garzón, porque Gustavo y Roberto son coétanos, y si no me equivoco, tienen prácticamente la misma edad, Roberto Bolaño hizo la experiencia de la poesía y de la escritura literaria en general, de manera atropellada y vehemente. Si ustedes quieren pronunciar la palabra pasión, háganlo, no hay problema. La novela Estrella distante, como la novela Los detectives salvajes, recogen parte de ese atrevimiento, que se puede contar así: en ambas novelas aparecen personajes juveniles con rostros como los de ustedes, que han venido a este congreso a escucharnos comentar sobre las poéticas de la memoria; esos personajes juveniles escriben sin miedo, empujados, como el “Ángel Nuevo” de Paul Klee, por un viento que los impulsa hacia adelante enceguecidos por el deseo de vivir a toda prisa, o tal vez, sin miedo, eso, el miedo, la valentía… 

Bolaño insistía en eso, no hay nadie más valiente que lxs poetas, porque nunca se ha visto a un poeta que gane nada, los poetas siempre pierden constataba, y, sin embargo, insisten los poetas en ese campo de batalla que es el de escribir sobre un papel que no existe, que apenas huele… En Estrella distante esos poetas, que él coloca en la década del 70 y más exactamente hacia el 75, 76, esos jóvenes escritores se reúnen en talleres de escritura promovidos por universidades, centros culturales, señores y señoras pudientes, se juntan en esos talleres a leer y criticar, a veces de manera implacable, los textos de los demás. Nos podríamos preguntar el sentido de esos encuentros, pero no es el momento. Lo cierto es que los encuentros acontecían, y esos jóvenes eran felices e ilusos, ilusos, eso es, porque nadie se podía imaginar que el espacio de la poesía es también un espacio social, de modo que eso de que la poesía es todo lo lindo que hay en el mundo, en Estrella Distante, Bolaño lo tumba como se podría tumbar un muñeco de espuma flex…

El caso que cuenta no es muy complicado, quiero decir, se puede decir sin dar demasiadas vueltas: la verdad es que en el espacio de la creación que son los talleres literarios no solo habían los jóvenes idealistas que como Bolaño y Garzón habían decidido dedicar sus vidas a la creación; también habían los otros. En el caso de Estrella Distante, hay un poeta que no parece estudiante, que no parece necesitar dinero para el almuerzo, que parece usar shampoo todos los días… un poeta que no se parece a ninguno de los otros, y ese poeta, lamento comunicárselo, es un asesino. Ofrece dos nombres: el primero, Alberto Ruiz-Tagle, debajo de ese nombre actúa como un poeta que está aprendiendo… el segundo, Carlos Wieder. Bajo este nombre actúa como lo que es, un militar más, afín a la dictadura pinochetista. En suma, Carlos Wieder se llama el poeta asesino que Roberto Bolaño denuncia, desde la ficción claro, responsable del asesinato de las hermanas Garmendia y de otros jóvenes artistas e intelectuales que como ustedes habrían querido vivir felices y contentos sus vidas largas y dichosos, pero que no, se encontraron con Wieder y sus secuaces… Ahí se terminó todo.

Cuando digo todo, es todo.

Pero Wieder de verdad era un poeta, escribía en el cielo con su avión traído desde la Segunda Guerra Mundial, de la Fuerza Aérea del Tercer Reich. Escribía además en latín, palabras sabias, clásicas, que nadie entendía.

6.

Gustavo Garzón, la memoria de Gustavo Garzón, vive.

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