“La democracia se mide por la participación del pueblo en el ingreso, la cultura y el poder, y todo lo demás es folklore democrático o retórica”

Pablo González Casanova (1965, p. 224)

1. Introducción

La publicación en 1965 de la primera edición de La Democracia en México de Pablo González Casanova marcó una época de despertar ciudadano que cambiaría para siempre el desarrollo del sistema político mexicano.  Esta obra maestra surgió de y contribuyó de manera definitiva al proceso de movilización estudiantil y popular que iluminó los años sesenta en México y el mundo.  Al estilo de El 18 Brumario de Luis Bonaparte de Carlos Marx y La Democracia en América de Alexis de Toqueville, La Democracia en México extrae profundas lecciones estructurales y reflexiones teóricas universales a partir del estudio interdisciplinario y multimodal de una coyuntura sociopolítica clave.   

La visión de la democracia de González Casanova rompe de manera tajante y audaz con los esquemas predominantes de la época inmersos en la lógica de la guerra fría. Su análisis resultó igualmente incómodo tanto para los burócratas del partido de Estado priista que comandaban desde Palacio Nacional como para los aventureros de la “ultra” más sectaria que ansiaban seguir de inmediato el ejemplo de la Cuba revolucionaria. Tal y como afirma en el epígrafe de este texto, González Casanova denuncia, por un lado, el “folklore democrático” de quienes imaginaban que por el simple hecho de que el texto de la Constitución mexicana reprodujera las formas de la democracia burguesa occidental, de división de poderes, elecciones periódicas y respeto a las libertades civiles, éstas tuvieran necesariamente también alguna materialización práctica. Al vincular la democratización con la necesaria redistribución del “ingreso, la cultura y el poder” nuestro autor rompe con los cánones de la democracia formalista y estrictamente institucional de las escuelas dominantes norteamericanas y europeas.

Por otro lado, González Casanova critica la “retórica” revolucionaria de quienes fantaseaban con la posibilidad de saltar de manera directa a una sociedad plenamente igualitaria y libre sin primero generar las condiciones básicas de desarrollo económico y cultural. El libro demuestra con datos precisos y argumentos sociológicos que el primer paso hacia la transformación social debe ser la democratización profunda tanto de la política como de la economía, que es necesario primero superar el colonialismo interno y el autoritarismo unipartidista antes de poder dar el salto al socialismo.

En el presente ensayo exploraremos primero la dura crítica de González Casanova al régimen priista de su época, cuyos homenajes falsos a la democracia liberal del norte recubrían una realidad profundamente autoritaria definida por la simulación y la hipocresía.  Después, en la segunda sección, examinaremos como nuestro autor pasa de su reflexión sobre la aplicación fallida del modelo democrático burgués a la crítica de raíz de los cimientos de ese mismo modelo, tanto en lo general como en lo particular en el contexto de países pobres con pasados colonializados. Posteriormente, en el tercer apartado, acompañamos a nuestro autor en su búsqueda de superar dialécticamente la falsa dicotomía entre la democracia burguesa y el vanguardismo leninista para trazar su propia ruta hacia una auténtica democracia popular y participativa firmemente arraigada en el proceso histórico mexicano. Finalmente, concluimos son algunas reflexiones sobre la enorme relevancia actual que el pensamiento de González Casanova sigue teniendo hoy para entender y descifrar los entretelones del sistema político mexicano.  

2. La república de la simulación

Para González Casanova el sistema político mexicano de su época funcionaba como un teatro o un templo donde si bien se cumplían con las formalidades de la puesta en escena y los guiones democráticos elaborados en el extranjero, en realidad los ritos ejecutados sólo servían para recubrir el funcionamiento de los factores reales de poder metaconstitucionales. Nuestro autor recurre de manera reiterada a metáforas religiosas para ilustrar su crítica a lo que podríamos llamar la república de la simulación que definía al sistema político mexicano de su época, donde las instituciones de la democracia liberal provenientes de Europa y los Estados Unidos tienen en México “una función programática, utópica y ritual de que carecen en sus lugares de origen” (González, 1965, p. 17).  “En la legislación hay un proceso semejante a aquél de tipo religioso en que se ocultan los ídolos bajo los altares, con la misma psicología del perseguido, del idólatra” (González, 1965, p. 17), elabora González Casanova.  

Aunque la división de poderes, el Estado de derecho, los derechos individuales y la democracia partidista existían de manera formal, estas piezas incumplían de manera sistemática y estructural con sus funciones respectivas asignadas dentro del esquema del liberalismo occidental. “La dinámica política, la institucionalización del cambio, los equilibrios y controles, la concentración y distribución del poder hacen de los modelos clásicos elementos simbólicos que recubren y sancionan una realidad distinta” (González, 1965, p. 23)  

Por ejemplo, el Poder Legislativo no ejerce contrapeso alguno al Poder Ejecutivo, sino que se limita a tener una función estrictamente simbólica al dotar de un poder casi metafísico, como supuesto representante de la voz del “pueblo”, a las iniciativas del presidente de la República. En suma, concluye González Casanova:

Así como los antiguos gobernantes decían gobernar a nombre de la Ley y que la Ley estaba respaldada por la divinidad, lo cual tenía un sentido funcional simbólico-religioso, en nuestra cultura cumple esa misma función la Cámara de Diputados. (…) desde un punto de vista antropológico, las leyes en México son sistemas de creencias y los modelos de gobierno también. (González, 1965, p. 33)

El proceso de supuesta competencia entre partidos políticos en elecciones termina siendo en realidad solamente “un juego político” o un “ceremonial electoral” (González, 1965, p. 24).  Y los partidos de oposición, que saben que su derrota está garantizada de antemano, en realidad no pasan de “constituir grupos de presión” (González, 1965, p. 24). De la misma manera el sindicalismo en lugar de representar a los trabajadores y sus intereses en realidad “presenta múltiples características de una variable dependiente, no sólo del partido del gobierno, sino específicamente del Ejecutivo” (González, 1965, p. 26).  Por su parte, la Suprema Corte de Justicia, en lugar de impartir justicia o defender los derechos humanos de los vulnerables, se limita solamente a “dar esperanza a los grupos y personas que pueden utilizar este recurso” (González, 1965, p. 36). 

El supuesto federalismo del Estado mexicano tampoco funciona. “La idea de una Federación integrada por Estados libres y soberanos, típica del modelo elaborado por los constituyentes de Filadelfia-y recogida por todas nuestras constituciones liberales hasta la actual- no corresponde a la dependencia real que guardan los Estados respecto del gobierno federal, y los gobernadores respecto del presidente” (González, 1965, p. 37).

Todas estas interpretaciones no se limitan a ser meras afirmaciones del autor, sino que están firmemente sustentadas en estudios estadísticos de la realidad política del momento. De manera magistral, González Casanova sistemáticamente trae a colación datos duros para demostrar la falsedad de la supuesta democracia liberal que regía en México durante los años sesenta y que el antiguo partido de Estado utilizaba como mero discurso para intentar legitimar su control sobre el poder público.

Esta dura crítica servía como agua bendita para empezar a exorcizar los demonios que comandaban la política nacional mexicana en aquel momento. Al desnudar los discursos falsos de la supuesta “normalidad democrática” que se vivía en México, el texto de González Casanova echaba leña a la hoguera de la protesta social y facilitaba la acción ciudadana a favor de una verdadera democratización del sistema político que tendría su momento cumbre en 1968, apenas tres años después de la publicación de la primera edición de La Democracia en México.

3. De la simulación a la redistribución del poder

González Casanova critica duramente al sistema político mexicano por su permanente hipocresía y simulación. Sin embargo, de manera sorprendente, la alternativa que propone no es un exhorto para lograr una simple congruencia con los modelos extranjeros de la democracia liberal. Nuestro autor rechaza de manera tajante las lógicas neocoloniales, reproducidas por la mayor parte de la ciencia política norteamericana, que postulan que el problema político central de América Latina sería la predominancia de la lógica colonial de “obedezco, pero no cumplo” y que la solución sería construir una nueva “cultura de la legalidad” más “moderna” y “desarrollada” que nos permitiría cumplir con el modelo europeo y estadounidense de convivencia política supuestamente “civilizada”.

González Casanova se niega a tomar esta salida fácil y engañosa que sólo agravaría la situación de fondo al intentar meter con calzador los complejos y robustos procesos políticos de México y América Latina dentro de un zapato diseñado para otras latitudes con problemáticas y trayectorias históricas muy distintas.  Para nuestro autor, el problema de fondo no es en realidad el incumplimiento del modelo liberal sino más bien la utilización discursiva de ese modelo para intentar justificar la falta de una verdadera democratización que genere una mejora de la “participación del pueblo en el ingreso, la cultura y el poder”.

El problema central con el sistema político mexicano no es entonces “haber violado la teoría clásica de la economía y de la democracia, sino el no haber logrado romper aún la dinámica externa y sobre todo la dinámica interna de la desigualdad, típicas del subdesarrollo; el usar ese formidable aparato como parte de una dinámica interna de la desigualdad que, al acentuarse, resta fuerzas al desarrollo nacional y al propio poder nacional” (González, 1965, p. 88). El gran reto entonces no es perfeccionar el ejercicio de las formalidades democráticas importadas desde otras latitudes sino confrontar de manera directa y por medio de las herramientas a nuestro alcance esta “dinámica de la desigualdad”, que surge tanto del neocolonialismo externo que somete México a poderes exteriores como del “colonialismo interno” que funge como su contraparte y elimina la participación y el empoderamiento político de más de la mitad de la población. 

Ahora bien, el “formidable aparato” a que hace referencia González Casanova en la cita anterior es el Estado pos-revolucionario mexicano que, mal que bien, logró articular y unir el arquipélago de líderes políticos regionales con el fin de lograr la pacificación política, la soberanía nacional y el desarrollo económico. Este esfuerzo tendría su momento cumbre en el sexenio del General Lázaro Cárdenas del Río (1934-1940) y aún a pesar de la traición neoliberal a este modelo, iniciado desde el sexenio de Miguel Alemán (1946-1952), todavía se encontraría vivos algunos elementos progresistas durante los años sesenta en que escribía González Casanova.  

Para nuestro autor, en lugar de cumplir al pie de la letra con el modelo de democracia liberal proveniente del extranjero habría que partir de una evaluación objetiva y equilibrada de los costos y los beneficios del modelo político realmente existente en México. Para empezar, “hubiera sido insensato aplicar al pie de la letra la teoría clásica de la democracia y la teoría clásica de la economía” (González, 1965, p. 87), señala González Casanova.  Ello porque,  

…el respeto al “equilibrio de poderes” habría sido respeto a las conspiraciones de una sociedad semi-feudal, el respeto a los partidos habría sido respeto a los caciques y militares que tenían sus partidos; respetar el “sistema de contrapesos y balanzas” habría equivalido a tolerar los caciques y caudillos regionales, y respetar el municipio libre a tolerar la libertad de los caciques locales; observar el principio de no intervención del Estado en la economía habría implicado “dejar hacer” al subdesarrollo y a la intervención de las compañías monopólicas extranjeras y de sus respectivos Estados; cumplir con el derecho irrestricto de la propiedad habría significado mantener la propiedad semi-feudal y extranjera, y un statu quo que hace imposible la creación del mercado interno y la capitalización nacional. (González, 1965, p. 87)

González Casanova no deja lugar a dudas con respecto a su crítica de raíz al modelo de democracia liberal neocolonial, sobre todo en el contexto todavía semi-feudal, caciquil y de dependencia hacia el extranjero en que se encontraba México. Esta reflexión de González Casanova tiene ecos de pasajes similares de Vladimir Lenin en sus obras clásicas El Estado y la revolución (Lenin, 1997) y ¿Qué hacer? (Lenin, 2010) en que el revolucionario ruso desnuda el carácter hipócrita del modelo parlamentario burgués como una simple fachada para dar aparente legitimidad pública a un sistema social esencialmente desigual, injusto y excluyente. 

Vemos entonces que la crítica de González Casanova va más allá de una denuncia solamente de la manera en que se haya aplicado el modelo democrático liberal en México, sino que también ataca de raíz al modelo mismo. Desde este punto de vista, nuestra “república de la simulación” no sería en realidad ninguna aberración, sino más bien sería la expresión más pura y nítida de la esencia misma del modelo burgués como un sistema fundamentalmente engañoso e hipócrita.  El problema central de nuestro sistema político no sería entonces alguna falta de congruencia con los principios liberales, sino más bien de un exceso de congruencia con ese modelo que también en sus países de origen estaría basado en la simulación.  

Es a partir de esta postura que podemos entender mejor los pasajes en La Democracia de México donde González Casanova pareciera justificar algunas características del sistema político mexicano autoritario.  Por ejemplo, afirma que si bien:

es cierto que el “formidable aparato” del Estado posrevolucionario ha roto en todas y cada una de sus partes los elementos de la teoría clásica de la política y de la teoría clásica de la economía, [es también] un instrumento útil para el desarrollo de un Estado-nación que surgió en un ámbito internacional muy distinto al de la Europa burguesa y de los Estados Unidos de Norteamérica. (González, 1965, p. 85).  

De manera paralela a la argumentación Leninista a favor de establecer de manera estrictamente transitoria una “dictadura del proletariado” con el fin de controlar y expropiar a los poderes fácticos, y así preparar el escenario para la instalación de una verdadera democracia participativa y popular, González Casanova también celebra la capacidad del partido de Estado de controlar, o expropiar políticamente, a los caciques y los caudillos regionales con el fin de generar las condiciones sociales y económicas necesarias para el florecimiento de una democracia verdadera. 

La historia del partido del gobierno es, durante todos estos años, una historia de control de los caudillos y caciques. Y ésa es una de sus funciones principales. En general puede decirse que todos los procesos de concentración del poder presidencial tienen en su origen, como una de sus funciones, el control de los caciques. (González, 1965, p. 48)  

Desde la época de Plutarco Elias Calles, el Partido Nacional Revolucionario integra y controla a los “partidos” regionales y personales de los caudillos de la revolución. La historia del partido del gobierno es, durante todos estos años, una historia de control de los caudillos y caciques. Y ésa es una de sus funciones principales, explica González Casanova.

4. Del partido de Estado a la transformación social

Pero tampoco se trata de dejar un ídolo, el del parlamentarismo burgués europeo, para rendir homenaje a otro: el modelo revolucionario marxista-leninista. González Casanova rechaza simultáneamente al liberalismo conservador como al vanguardismo leninista. La magia del análisis de nuestro autor es que precisamente rompe con los esquemas preconcebidos y dominantes de su época para trazar una ruta propia a partir de la robusta historia y las complejidades políticas propias de México y América Latina. A lo largo de su importante obra, González Casanova insiste en la necesidad de “acabar con los últimos vestigios de colonialismo intelectual –con disfraz conservador o revolucionario– e intentar un análisis de las relaciones entre la estructura política y la estructura social, con categorías propias de los países subdesarrollados, es de vital importancia para el análisis de las instituciones políticas de México.” (González, 1965, p.19). Es necesario entonces construir algo nuevo desde y para México y América Latina, una nueva forma de entender y ejercer la política desde abajo y a favor de los más pobres y vulnerables. 

Tal y como lo señalan Ambrosio Velasco, Margarita Favela e Israel Jurado en sus importantes textos en el presente volumen, de acuerdo con González Casanova el principal obstáculo para la realización de una democratización verdadera en México es la profunda desigualdad social y específicamente el “colonialismo interno” que cancela de facto los derechos públicos de más de la mitad de la población.  “Mientras haya colonialismo interno y no se alcance un relativo nivel de igualdad con los Estados Unidos –hecho improbable en tanto subsista el imperialismo– no habrá partidos políticos que se sucedan pacíficamente en el poder ni gobiernos estatales soberanos: mientras subsista el colonialismo interno no habrá sufragio universal, ni libertad municipal” (González, 1965, p. 189) escribe nuestro autor.

De acuerdo con González Casanova, la existencia de una sociedad dual elimina la posibilidad de que las zonas marginadas, y en particular las indígenas, ejerzan plenamente su ciudadanía.

Para entender la estructura política de México es necesario comprender que muchos habitantes son marginales a la política, no tienen política, son objetos políticos, parte de la política de los que sí la tienen. No son sujetos políticos ni en la información, ni en la conciencia, ni en la organización, ni en la acción. (González, 1965, p. 108) 

Es urgente entonces romper con lo que llama “la dinámica de la desigualdad” para pasar a una nueva “dinámica del igualitarismo”. Para alcanzar este objetivo es necesario acabar tanto con el autoritarismo del Estado como con la dictadura del mercado. Pero donde nuestro autor pone mayor énfasis es en la necesaria transformación de nuestra cultura política. Esta transformación tendría dos caras. Por un lado, habría que acabar con la cultura de la obediencia que suele contagiar a los estratos bajos ya que “la estructura autoritaria de la sociedad, y el autoritarismo irracional provocan una educación autoritaria de los bajos estratos” (González, 1965, p. 211). Específicamente, González Casanova señala que:

las demandas populares del México marginal sobreviven bajo formas tradicionales de súplica y petición a las agencias gubernamentales, de queja en los organismos políticos paragubernamentales, en que la súplica se hace más humilde y la queja se acentúa más, conforme más humilde y marginal es el ciudadano o grupo de ciudadanos que la formulan, o a cuyo nombre se formula. Trátase de un sistema muy antiguo, que se ha combinado con formas republicanas de petición y lucha, en que operan personajes popularmente llamados padrinos, valedores, tatas, compadritos, coyotes, influyentes. (González, 1965, p. 153)

Por otro lado, entre los sectores clasemedieros de la sociedad impera un aspiracionalismo conservador que los mantiene quietos y despolitizados. Para González Casanova: 

el desarrollo, la movilización y la movilidad del país coinciden con fenómenos de conformismo, acomodo, moderación, analizando en torno al desarrollo nacional, lo que podríamos llamar el factor esperanza, esto es, la idea del individuo de que se puede salvar individualmente, de que puede resolver sus problemas personales y familiares dentro de los carriles que le ha trazado el propio desarrollo, sin modificaciones sustanciales ni actitudes radicales. (González, 1965, p. 133)

Este “factor esperanza” o lo que hoy podríamos llamar “echeleganismo” se basa en los mitos de la meritocracia fomentado por el sistema capitalista neoliberal donde sería el esfuerzo individual en lugar de la lucha colectiva lo que determinaría tanto el éxito personal como el desarrollo social de un país. (Devillamagallón, 2022) 

Ahora bien, al colocar la problemática de la desigualdad como el reto central para el proceso democratizador, González Casanova de nuevo nos coloca dentro del campo del marxismo-leninismo que precisamente postula la necesidad de acabar con la desigualdad estructural entre clases sociales como condición de la posibilidad de establecer procesos realmente democráticos y participativos. Sin embargo, desde su perspectiva siempre ecléctica y sincrética nuestro autor se niega a seguir la ruta del “aventurerismo” que concluiría que la única forma de realmente democratizar al país sería por medio de una revolución armada para primero transformar de fondo las condiciones de producción y de explotación en el país. De acuerdo con González Casanova:

si se busca el desarrollo se tiene que buscar un desarrollo pacífico y, en la lexicología marxista, se tiene que buscar un desarrollo burgués y una democracia burguesa. Esta situación hace que todo marxista consecuente se convierta en un aliado necesario y potencial de los procesos de desarrollo y democracia, aunque a largo plazo tenga como meta el acceso al socialismo. (González, 1965, p. 225)

Los “ultras” que rechazan esta estrategia de largo plazo olvidan, dice González Casanova, lo que decía Ernesto “Che” Guevara de que, “donde un gobierno haya subido al poder por alguna forma de consulta popular, fraudulenta o no y se mantenga al menos una apariencia de legalidad constitucional, el brote guerrillero es imposible de producir por no haberse agotado las posibilidades de la lucha cívica”. (González, 1965, p. 196)

En las propias palabras de nuestro autor, “no es posible otra revolución a menos que se suspenda el desarrollo del capitalismo, se impida definitivamente la organización democrática de la clase obrera y campesina, y triunfe la reacción imperialista e interna, en cuyo caso México no será uno de los países que pasen al socialismo en forma pacífica.” (González, 1965, p. 205). Para González Casanova, los avances reales en materia de justicia social resultado de la Revolución Mexicana junto con la simulación democrática de parte del gobierno priista si bien de ninguna manera permiten un verdadero desarrollo económico y político del país, sí son suficientes para cortar la posibilidad de una revolución armada en el México, o por lo menos durante los años sesenta en que él publicó la obra bajo análisis. 

Sin embargo, el hecho de que una revolución armada no sea factible no implica de ninguna manera que una revolución pacífica no sea necesaria. González Casanova respalda un amplio programa de transformación democrática desde dentro del régimen posrevolucionario mexicano que busca transformar de raíz las coordenadas de poder social, político, económico y cultural en el país.  Nuestro autor pone un énfasis particular en el tema de la formación de cuadros y en la organización democrática tanto de las organizaciones sociales como de los partidos políticos. “El problema que se planteará durante algún tiempo a la clase obrera mexicana será el de la formación de cuadros, el de la organización democrática no sólo del trabajador organizado sino del trabajador superexplotado, estudiando en forma concreta y objetiva las posibilidades de esa organización, y de la lucha cívica” (González, 1965, p. 204). Y con respecto al PRI, González Casanova afirma que “es necesario a la vez democratizar y mantener el partido predominante, e intensificar el juego democrático de los demás partidos, lo cual obliga a la democratización interna del partido como meta prioritaria, y a respetar y estimular a los partidos de oposición revisando de inmediato la ley electoral” (González, 1965, p. 113). Esta democratización interna del partido dominante es necesaria por “la extraordinaria concentración del poder” en manos del presidente y porque “se necesita canalizar la presión popular, unificando al país, para la continuidad y aceleración de su desarrollo y, dejar que hablen y se organicen las voces disidentes para el juego democrático y la solución pacífica de los conflictos.” (González, 1965, p. 113)

5. Vigencia actual

Las reflexiones de González Casanova son sorprendentemente vigentes hoy, casi sesenta años después de la publicación de la primera edición de su obra en 1965.  Aun con la victoria electoral de Andrés Manuel López Obrador en 2018, que rompió simultáneamente con treinta años de una supuesta “transición democrática” simulada y también con setenta y ocho años de un régimen poscardenista cada vez más autoritario y neoliberal, México sigue arrastrando muchos de los mismos vicios y problemas democráticos diagnosticados en La Democracia en México.

Hoy, como en 1965, la crítica y la autocrítica son más necesarias que nunca para evitar que el impulso popular transformador no se estanque, se burocratice o se traicione.  No son tiempos para descansar en nuestros laureles, sino momentos para avanzar con cada vez mayor determinación a favor de la resolución de raíz de los grandes problemas nacionales. 

“Nuestros éxitos nos engañan a nosotros mismos y nos llenan de una satisfacción provinciana, que hace un tabú de toda crítica a fondo de la política nacional y del desarrollo de México, y convierte en herejes y delincuentes a quienes la enuncian o sostienen, precisamente para acelerar el desarrollo” (González, 1965, p. 174), escribe González Casanova en 1965. Y continúa:

son éxitos relativos, importantes en el panorama de los países subdesarrollados; pero que no han acabado en términos globales con la estructura de la dependencia y la dinámica de la desigualdad, y que sólo nos permiten marchar lentamente con un enorme saldo de hombres miserables. Una tarea importante de la crítica nacional consiste en tener una idea firme de que hemos sabido resolver problemas y de que la solución es insuficiente. (González, 1965, p. 174)

Por ejemplo, es evidente que en México seguimos con serios problemas en el ámbito de la cultura política, tanto en los estratos más humildes como en los estratos más privilegiados. La compra y coacción del voto y el condicionamiento de programas sociales a favor del voto se mantienen hoy más vigentes que nunca (infobae, 2022). También el “echeleganismo” conservador distorsiona el debate político nacional al volverse caldo de cultivo para la propagación de desinformación y noticias falsas. Tanto el clientelismo como el aspiracionalismo achican el debate público y debilitan nuestra democracia de la misma manera en que ocurría cuando se publicó la obra de González Casanova.

Tampoco hemos logrado expulsar al caciquismo del sistema político nacional. Sigue vigente la afirmación de González Casanova con respecto a la relevancia de las personas por encima de las ideologías o los partidos políticos. “El mejor modo todavía de descubrir la afiliación política de un individuo, en la intimidad de los eventos políticos, consiste más que en buscar el partido a que pertenece o la ideología que sustenta, en hallar su parentesco, lugar de origen o cercanía con un jefe: háblese así todavía de cardenistas, avílacamachistas, alemanistas, ruizcortinistas y quizás un poco menos de lopezmateístas” (González, 1965, p. 50), escribe nuestro autor. Y remata: “El caciquismo, desaparecido como sistema nacional de gobierno, deja una cultura de las relaciones personales, del parentesco y los compadrazgos, que sobrevive en una estructura distinta y se mezcla, como estilo, cortesía o forma de conocimiento político, con las nuevas costumbres y agrupaciones en un México moderno.” (González, 1965, p. 50)

Hoy los nombres han cambiado, pero en general el sistema parece mantenerse intacto. Por ejemplo, en el contexto de la lucha política rumbo a la sucesión presidencial de 2024 son pocos quienes hablan en términos ideológicos o programáticos. Tampoco pareciera importar la opinión de los militantes o de los procedimientos estatutarios del partido Morena a la hora de determinar candidatos. Todo se reduce a una lucha de egos entre caciques y sus seguidores correspondientes, los claudistas, los marcelistas, los adanistas y los monrealistas, entre otros.  Mientras, los partidos de la oposición están totalmente desfondados y, así como en los años sesenta, su lucha política-electoral pareciera reducirse a una lucha estrictamente simbólica sin ninguna posibilidad real de derrotar a la maquinaria del partido oficial que hoy domina el tablero político nacional. 

Con respecto a la división de poderes ha habido algunos avances importantes recientes.  Por ejemplo, durante las primeras dos décadas del siglo actual se ejerció una fuerte oposición desde el Congreso de la Unión a las políticas presidenciales de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.  A partir de 1997, pero sobre todo entre los años 2003 y 2018, el Poder Legislativo se convirtió en un verdadero contrapeso, muy distinto a la simulación de los años sesenta. Sin embargo, a partir de 2018 el péndulo pareciera empezar a retornar al esquema antiguo. Con el control cada vez más fuerte del partido oficial Morena sobre el Congreso de la Unión, así como la falta de debate interno dentro de este partido, podríamos estar en riesgo de un retorno a la dominación presidencial de antaño. 

Con respecto a los factores reales del poder, hay algunos nuevos que habría que tomar en cuenta para complementar los análisis de González Casanova: los medios de comunicación, las redes sociales y los mercados financieros internacionales. Si bien el primero y el tercero de estos poderes ya existían en los años sesenta, estos hoy cuentan con un poder voraz que jamás había podido imaginar cualquier analista hace sesenta años.

En cierto sentido, la función que antes jugaba la iglesia durante los años sesenta ahora la juegan los medios y las redes.  La descripción de González Casanova de las campañas de desinformación y la utilización de la estrategia del medio y de superstición de parte de la iglesia para manipular a las masas se podría aplicar a la situación actual con respecto a la utilización de los medios y las redes por los grandes poderes corporativos para asustar a la población:

La manipulación de estos temores y fobias de la sociedad tradicional y su vinculación con la guerra fría, mediante campañas de rumores, acusaciones, llamados alarmantes; los cuentos y fantasías de miedo que se hacen circular en el campo, los pueblos y hasta las ciudades; el uso de, instrumentos religiosos-amuletos, exorcismos y campanas que tocan a rebato de profetas y profecías, de apóstoles y santos, de imágenes supersticiosas de lo monstruoso, y conceptos populares de lo demoniaco; vinculados y enfrentados al comunismo como entidad infernal y diabólica, en el sentido tradicional del término; ligados a una acción política cada vez más efectiva, en que los sacerdotes van sustituyendo a los maestros como líderes de las comunidades y de los ejidos. (González, 1965, p. 61) 

Lo que ahora llamamos “Fake news” es en realidad una vieja práctica utilizada desde siempre como estrategia para controlar al pensamiento del pueblo y limitar su acción política autónoma. Con respecto a los antiguos poderes fácticos, los sexenios más recientes han desmentido el optimismo de González Casanova con respecto a la inevitable desmilitarización del país. En 1965 González Casanova escribió que “el militarismo ya no representa en la política mexicana esa amenaza permanente y organizada que actúa en forma de cuerpo político, imponiendo sus condiciones con la fuerza y amenazando con romper la paz si no recibe prestaciones especiales, fueros y privilegios, como grupo escogido y poderoso dentro de la nación” (González, 1965, p. 51). Si continúa la tendencia secular de empoderamiento de las fuerzas militares en México que hemos atestiguado desde el sexenio de Felipe Calderón hasta la fecha, ello podría implicar una reversión histórica que nos colocaría en una situación muy distinta y aún más problemática incluso que el México de los años sesenta. 

Seguimos arrastrado entonces varios de los peores vicios del pasado y adicionalmente contamos con nuevos retos resultado del desarrollo del capitalismo mundial y del sistema político mexicano.  Pero la lucha por “la participación del pueblo en el ingreso, la cultura y el poder” sigue siendo hoy más relevante y necesaria que nunca y es algo que implica, como en los tiempos de la primera edición de La Democracia en México, simultáneamente hacer efectivas las formas de la democracia burguesa como construir organización y poder popular desde las bases a favor de una verdadera transformación de las estructuras de poder social.

6. Referencias bibliográficas

Devillamagallón, R. (Director). (2022). El proyecto cultural del neoliberalismo. [Documental]. PUEDJS-UNAM-CANAL22-CONACYT https://youtu.be/44iAkhHxrhg 

Garzón, E. (2001). Derecho y democracia en América Latina. Isonomía, 14, 33-63.

Gilly, A. (1994). Cardenismo: una utopía mexicana. Ediciones Era. 

González, P. (1965). La Democracia en México. Ediciones Era.

Harrison, L. (2008). The Central Liberal Truth: How Politics Can Change a Culture and Save it From Itself. Oxford University Press.

Infobae. (29 de septiembre del 2022). Morena vs Morena: militantes presentaron a AMLO denuncias de compra de votos y acarreados en elecciones internas. https://www.infobae.com/america/mexico/2022/09/29/morena-vs-morena-militantes-presentaron-a-amlo-denuncias-de-compra-de-votos-y-acarreados-en-elecciones-internas/ 

Lenin, V. (1997). El Estado y la revolución. Fundación Federico Engels. https://fundacionfedericoengels.net/images/PDF/lenin_estado_revolucion_2ed_interior_alta.pdf 

Lenin, V. (2010). ¿Qué hacer? Ministerio del Poder Poder Popular para la Comunicación y la Información. https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1900s/quehacer/que_hacer.pdf 

Medin, T. (1990). El sexenio alemanista: ideología y praxis de política de Miguel Alemán, Ediciones Era.

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