Doctora en Ciencia Política. Profesora-investigadora en la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Xochimilco.
La Dra. Rhina Roux, reconocida por su destacado libro El Príncipe mexicano. Subalternidad, historia y Estado, es especialista en el Estado mexicano y en teoría política. En esta ocasión la Dra. Roux es entrevistada por el Dr. John Ackerman, Director del Programa Universitario de Estudios sobre Democracia, Justicia y Sociedad (PUEDJS) y en Revista Tlatelolco presentamos esta fructífera charla en torno a la Revolución Mexicana y su impacto en la construcción del Estado, la relevancia actual de Antonio Gramsci, así como los orígenes históricos del neoliberalismo.
John Ackerman (JA): Bienvenida a este espacio. Dinos quién eres y qué haces.
Rhina Roux (RR): Mi nombre es Rhina Roux. Soy politóloga de formación en los niveles de licenciatura, maestría y doctorado, egresada de la UNAM. Soy profesora-investigadora en la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Xochimilco. Mis objetos de investigación y reflexión son el Estado mexicano y las cuestiones del poder y del Estado en la teoría política, particularmente en Marx y Gramsci.
JA: Gramsci es un tema esencial pero empecemos por la historia. El Estado mexicano actual tiene muchas fuentes, orígenes históricos. Uno de ellos es la Revolución Mexicana. ¿Qué relevancia tiene la revolución mexicana en el mundo? ¿Y qué proyecto de Estado lanzó, más allá de lo que haya ocurrido después?
RR: La formación del Estado mexicano fue un proceso histórico de larga duración, para hablar en términos braudelianos. Fue un largo y complejo proceso atravesado por una cascada de rebeliones indígenas y campesinas y el despojo de más de la mitad del territorio nacional. En el gran arco histórico de formación del Estado la Revolución Mexicana fue una expresión violenta y condensada de la irrupción de las comunidades agrarias en el escenario político nacional.
La revolución mexicana fue una gran guerra campesina que interrumpió un ciclo secular de acumulación por despojo de bienes comunales, particularmente la tierra, abierto con las reformas borbónicas y continuado durante todo el siglo XIX. Esa revolución impuso en el orden jurídico del Estado dos principios ajenos a la doctrina liberal y sin referencia en el mundo de la época: el derecho de las comunidades agrarias al usufructo de la tierra bajo la forma del ejido y el dominio primigenio del pueblo mexicano sobre los bienes naturales comprendidos en el territorio nacional: tierras, aguas, bosques, salinas, minerales, petróleo. Lo que dio su peculiaridad al Estado surgido de la revolución fue que sacó la tierra y los bienes naturales de los circuitos del mercado, condicionando la existencia de la propiedad privada como un derecho constituido como transmisión de dominio de la Nación a los particulares. Esa fue la importancia y la trascendencia de la revolución.
JA: Entonces estamos hablando sobre los orígenes del Estado moderno mexicano desde la revolución. Enfaticemos: ¿cuáles son los elementos centrales de ese proyecto de Estado revolucionario?
RR: Esa revolución interrumpió un largo ciclo de acumulación por despojo y logró imponer en el orden jurídico del Estado, en el artículo 27 de la Constitución de 1917, dos principios que serían condición de posibilidad para restablecer un mando nacional y que serían la fuente de legitimidad de la élite gobernante posrevolucionaria: el reconocimiento jurídico del derecho de las comunidades agrarias al usufructo de la tierra y el dominio primigenio, inalienable e imprescriptible, de la nación sobre los bienes naturales comprendidos en su territorio. Lo que dio su peculiaridad a esa forma estatal fue que sacó la tierra y los bienes naturales de los circuitos del mercado. La Constitución que se promulgó en 1917 no era una Constitución anticapitalista, pero sí una que le puso diques al capital. Esa fue la radicalidad de la Constitución mexicana de 1917, sin referente jurídico en el mundo de la época.
“ La Constitución que se promulgó en 1917 no era una Constitución anticapitalista, pero sí una que le puso diques al capital. Esa fue la radicalidad de la Constitución mexicana de 1917, sin referente jurídico en el mundo de la época ”
La Revolución Mexicana tuvo un impacto, sobre todo cultural, en América Latina. Pero recordemos que la solución jurídica de 1917 se produjo en medio de la Primera Guerra Mundial, el estallido de la revolución bolchevique y un mundo trastocado. La promulgación de la Constitución de 1917 no significó, sin embargo, la reconstrucción inmediata de un orden estatal. La promulgación de una Constitución, por sí misma, no significa la creación de un Estado. Vendrían todavía largas batallas materiales y culturales en el turbulento mundo de los años veinte y treinta, en un conflictivo proceso que tuvo su cierre en el cardenismo.
JA: Cuéntame del cardenismo. Esa es una época muy importante, porque hoy uno de los grandes elementos de la ideología neoliberal es despreciar, desprestigiar y atacar al cardenismo. Enrique Krauze en un momento dado decía que Cárdenas era un ignorante. Le han cargado muchas culpas al cardenismo por el “atraso” de México. Cuéntame la otra cara de la moneda. ¿Por qué el cardenismo es tan importante para el avance de México en ese momento y hasta la fecha?
RR: En primer lugar el cardenismo representó la materialización de lo que hasta ese momento era una promesa constitucional. Me refiero en particular a la realización del gran reparto agrario ejidal, que significó en los hechos invertir una tendencia secular de concentración de la tierra. Durante el cardenismo prácticamente se invirtieron las proporciones entre la tenencia de la tierra en propiedad privada y la tenencia ejidal y comunal. Además el reparto agrario se afirmó en medio de un ascenso en la curva de movilizaciones obreras. El mundo estaba saliendo de la crisis de 1929 y ello en México se tradujo en una época de efervescencia y movilización de los trabajadores asalariados urbanos. Fue la época de formación de los grandes sindicatos nacionales de industria: ferrocarrileros, petroleros, mineros, así como de huelgas demandando contratos colectivos de trabajo.
En ese contexto el cardenismo logró triunfar frente al proyecto callista, orientado éste a terminar la reforma agraria y a cancelar el reparto de tierras ejidales: un proyecto “vía farmer” de organización de la producción agraria. Con el reconocimiento de sindicatos nacionales de industria, contratos colectivos, el reparto ejidal y la expropiación de la industria petrolera todavía en manos extranjeras el cardenismo terminó el ciclo de violencia presente todavía en los años veinte y treinta. Esas fueron las bases materiales que pusieron fin a la violencia posrevolucionaria, y ello sin las purgas, los asesinatos y los juicios sumarios que caracterizaban todavía los métodos de solución de disputas dentro de la familia revolucionaria.
El cardenismo significó también la consolidación de una forma estatal cuya peculiaridad fue el reconocimiento de derechos de las clases subalternas y, con ello, la afirmación del mando estatal en todo el territorio nacional. La expropiación petrolera no significó expropiar una industria más. Significó la afirmación del mando estatal mexicano frente a Estados Unidos, después de una larga disputa jurídica en torno al Artículo 27. Significó la consolidación de una peculiar forma estatal.
“ La expropiación petrolera no significó expropiar una industria más. Significó la afirmación del mando estatal mexicano frente a Estados Unidos, después de una larga disputa jurídica en torno al Artículo 27. Significó la consolidación de una peculiar forma estatal ”
Con las reformas sociales cardenistas se consolidó una relación de mando-obediencia recíprocamente negociada, incorporando derechos de las clases subalternas, cumpliendo la promesa de reparto agrario ejidal, expropiando recursos del subsuelo y, por supuesto, fundando grandes mitos unificadores de la nación. Se trató de un proceso que transitó además por una gran batalla cultural encabezada por los maestros rurales. El reparto de tierras ejidales no fue una concesión “desde arriba”. Supuso la organización de milicias campesinas, un proceso de organización comunitaria, el reparto de armas para la defensa campesina frente a los finqueros. El cardenismo culminó un largo proceso de construcción estatal tejido en las vicisitudes, persistencias y conflictos de la historia mexicana, afirmando el reconocimiento de derechos de las clases subalternas que seguían siendo una promesa constitucional.
JA: Después del cardenismo empiezan a brotar las semillas del sistema neoliberal que termina consolidándose. Cuéntame un poco sobre el proceso de lucha interna, de descomposición, de interrupción de esta visión del Estado revolucionario consolidado y materializado con Lázaro Cárdenas.
RR: Con la experiencia del gobierno cardenista, decía, se consolida el proceso de formación del Estado. El cardenismo afirmó la institución presidencial como mando supremo del Estado. Terminó la “jefatura máxima” detrás del trono y se originaron grandes mitos de unificación nacional. En tan sólo tres años, entre 1936 y 1939, años del reparto de tierras ejidales y de la expropiación petrolera, se realizó lo que el historiador Adolfo Gilly llamó “la utopía cardenista”. En 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial, real vía de resolución de la crisis de 1929, y de esa confrontación violenta entre fracciones del capital surgió un mundo nuevo: una larga fase de expansión acompañada de nuevos lazos protectores institucionalizados en el llamado Welfare State (Estado de Bienestar). Un largo periodo de expansión que se tradujo en territorio mexicano en transformaciones materiales y sociales. La industrialización, la urbanización, la penetración del mercado en las tierras ejidales, la desintegración de ejidos colectivos, la apropiación privada de la renta de la tierra ejidal. Fue una transformación que modificó las formas de socialidad mexicana y cuya expresión institucional fue justamente el régimen del PRI (Partido Revolucionario Institucional).
JA: Vamos, entonces, con la creación del PRI. Hay un viraje ¿no?
RR: La nueva fase de expansión capitalista de la segunda posguerra se tradujo en el llamado “milagro mexicano”: un largo periodo de crecimiento y estabilidad económicos, con bajos índices de inflación y estabilidad en el tipo de cambio acompañado de un ascenso en la curva de salarios reales, pero también de apertura a la inversión extranjera. Ese proceso comenzó a erosionar los fundamentos materiales del Estado mexicano: la difusión de relaciones mercantiles, la expansión del trabajo asalariado, la penetración del mercado en las tierras ejidales y la proletarización de poblaciones campesinas cambiaron silenciosamente el entramado material y social en que se había sostenido una forma de la relación estatal. La expresión institucional, cristalizada, de ese proceso fue el régimen del PRI. La transformación del PRM (Partido de la Revolución Mexicana) en PRI (Partido Revolucionario Institucional) en 1946 no fue simplemente un cambio de siglas: fue la expresión de una mutación que comenzaba a operar en el régimen político.
¿Significó el fin del pacto con las clases subalternas? No. Pero se arrancó a esa relación su contenido vital que era la organización desde abajo, en las asambleas ejidales, en la organización sindical. Con ello se produjo una mutación del régimen. Continuaron sus componentes institucionales: un partido del aparato estatal, una estructura corporativa, el presidencialismo. Y sin embargo ese régimen fue vaciado de sus nutrientes vitales, reemplazados por intercambio de prebendas, favores clientelares, exaltación de la figura presidencial, control de organizaciones populares y secrecías. El “charrismo” sindical fue una de las expresiones de esa mutación política que incluyó también la conversión de la figura presidencial en una figura intocable, sacralizada.
“El Ogro Filantrópico”, una metáfora utilizada por Octavio Paz en 1978, dio cuenta en sentido literario de esa metamorfosis. Síntomas del cambio en el orden institucional fueron el traspaso del mando de los militares a los civiles, el disciplinamiento de toda la burocracia estatal a la voluntad presidencial y la subordinación de todos los poderes del Estado a la institución presidencial: el partido, el Poder Legislativo, el Poder Judicial, las gubernaturas, la estructura corporativa y el ejército. Y por supuesto sobre nuevas bases y organizaciones sociales (SNTE, FSTSE) continuó la confiscación de derechos ciudadanos: un rasgo de un régimen cuya legitimidad de origen no transitaba por las urnas sino por el cumplimiento de pactos corporativos. En las reglas no escritas del régimen había estado, y seguía estando, la circulación del mando entre los miembros de una misma élite política: la “familia revolucionaria”. La prolongación de esas reglas se explica por la naturaleza de un régimen cuya legitimidad no provenía del respeto a las elecciones, sino del cumplimiento de pactos corporativos.
JA: Saltemos al neoliberalismo, que como bien dices responde a fenómenos globales. ¿Qué es el neoliberalismo teóricamente y como época histórica? Empezamos ahí y aterrizamos en México.
RR: El neoliberalismo es una doctrina que tiene su origen en la segunda posguerra, como respuesta a la doctrina keynesiana. Friedrich Hayek y Milton Friedman, sus intelectuales, estructuraron un discurso crítico de la intervención y planificación estatal de las economías, reivindicando frente al poder del Estado la libertad del individuo y la autorregulación del mercado. Uno de los textos fundadores fue el libro de Hayek, Caminos de servidumbre, publicado en 1944, cuya tesis central era la existencia de un orden social “espontáneo” fundado en el mercado. Hayek fue un crítico del keynesianismo y un defensor de la vieja idea liberal del mercado autorregulado. Estos intelectuales formaron una escuela en 1947 en un pueblito suizo, Mont Pelerin, en una reunión en la que se propusieron lanzar una ofensiva contra el keynesianismo, pero también una crítica de la burocratización propia del Estado soviético, al que identificaban con un sistema totalitario.
“ “El neoliberalismo es una doctrina que tiene su origen en la segunda posguerra, como respuesta a la doctrina keynesiana”. ”
Esta doctrina fue recuperada desde mediados de los años setenta para acompañar el proceso mundial de restructuración capitalista con que se respondió a la crisis de 1974-75, crisis que anunció el fin de los llamados “Treinta Gloriosos” (1945-1975). El neoliberalismo, en tanto reivindicaba la libertad individual y la idea del mercado autorregulado, criticando la intervención estatal en la economía presentándola como inhibidora de la libertad, fue el soporte ideológico de lo que se iniciaría como una larga ofensiva contra el trabajo y contra los lazos protectores de derechos materiales colectivos institucionalizados en la segunda posguerra. Ese discurso ideológico fue la punta de lanza para fundamentar la oleada de privatizaciones de bienes públicos y la desregulación de circuitos mercantiles y financieros anunciados con el viraje encabezado en 1978 por Deng Xiaoping en China, el ascenso en 1979 de Margaret Thatcher en Inglaterra y en 1980 con el Reagan en Estados Unidos. Objetivos similares, pero no iguales, tuvieron en América Latina las dictaduras militares inauguradas en 1973 con el golpe de Estado de Pinochet en Chile.
JA: ¿Qué implica el neoliberalismo con respecto al Estado? Porque una cosa es como doctrina económica… ¿Cómo se configura el Estado neoliberal?
RR: Quiero insistir en que el llamado “neoliberalismo” es una doctrina, un discurso ideológico que acompañó a un violento proceso de reestructuración de todas las relaciones sociales. No es un “modelo económico” ni una política coyuntural. Lo que presenciamos desde el último cuarto del siglo XX es una reconfiguración histórica de la sociedad del capital (o si se quiere, de la sociedad moderna): una gran transformación similar en sus alcances al trastocamiento de orden civilizatorio descrito por Karl Polanyi en su análisis del impacto social de la revolución industrial y de lo que metafóricamente llamaba “el molino satánico del mercado”. Lo que se ha dado en llamar “neoliberalismo”, y que aparece en la superficie como un viraje en las llamadas “políticas públicas”, es en realidad una gran transformación histórica que reconfigura los modos de dominación, el espacio global, las formas políticas, los entramados culturales y las subjetividades. Este proceso mundial ha transitado por una recomposición de las relaciones laborales en los procesos productivos, un nuevo ciclo de acumulación por despojo que reedita en escala ampliada el cercamiento de tierras comunales operado en los albores de la modernidad y un fenómeno inédito: la colonización por el capital de procesos naturales de reproducción de la vida (vegetal, animal y humana). Estas tendencias no surgen espontáneamente de una “mano invisible” del mercado ni del desarrollo tecnológico. Se sostienen en la violencia estatal y en la utilización de las innovaciones tecnológicas incubadas en la industria militar de la segunda posguerra: microelectrónica, informática, nanotecnología, biotecnología, digitalización.
De este proceso, desplegado a fondo durante los años noventa quebrando resistencias y desbordando formas anteriores de organización, surgió un nuevo mundo unificado por los circuitos financieros y un nuevo mando de las finanzas. La internacionalización de los procesos productivos y la desregulación de los circuitos mercantiles y financieros son parte constitutiva de este nuevo mundo unificado de las finanzas.
Si entendemos que el Estado no se reduce a los gobernantes ni es simplemente un aparato o conjunto de instituciones, sino un proceso relacional entre seres humanos, entonces la relación estatal también es arrastrada en esta mutación histórica y, más aún, es una de sus expresiones concentradas. La internacionalización de los procesos productivos, la deslocalización geográfica de la fábrica contemporánea, la impresionante movilidad de mercancías, dinero y capitales a escala global y en tiempo real, las nuevas oleadas migratorias, el lavado de dinero y los circuitos metalegales de acumulación (tráfico de drogas, tráfico de armas, trata de personas, órganos humanos) erosionan atributos históricos del Estado, incluyendo la soberanía.
Por encima de las formas estatales aparece un nuevo mando unificado de las finanzas. Un mando cada vez más impersonal y abstracto que traspasa las fronteras territoriales, erosionando atributos históricos de la moderna forma estatal y de la comunidad mundial de Estados surgida en el siglo XVII de la llamada “Paz de Westfalia”: pérdida de control de los espacios territoriales y erosión de la soberanía, entendida como el mando supremo dentro de un territorio nacional, depositario del monopolio de la violencia y de la creación de leyes ordenadoras de la convivencia. Ello no significa por supuesto la disolución del Estado. El espacio nacional-estatal, que expresa simultáneamente la real competencia mundial entre capitales y la fragmentación de las clases subalternas, sigue siendo un terreno de disputa por la hegemonía.
JA: Regresemos a México. El fraude electoral de 1988 ¿es coincidencia? ¿es parte de lo mismo? ¿cómo se desarrolla ese juego entre la política y la economía, el Estado y el neoliberalismo en México? Relátame un poco cómo se desarrollaba a partir de los años ochenta esa mezcla entre economía y política que parece muy especial en el caso mexicano.
RR: En el territorio mexicano la restructuración capitalista, postergada por el “boom petrolero”, arrancó con la crisis de 1982. Como en otras latitudes, apareció como un viraje en la conducción estatal y se inició con un asalto contra el trabajo durante el gobierno de Miguel de la Madrid: ofensiva contra los sindicatos, caída de los salarios reales, desmantelamiento de contratos colectivos, pero también con la privatización de empresas estatales. Supuso un quiebre unilateral, “desde arriba”, del viejo pacto estatal en que se fundaba la relación de mando-obediencia entre gobernantes y gobernados. La ruptura cardenista de 1988, nutrida en sus contenidos del viejo imaginario estatal, fue la expresión política de la protesta nacional por la ruptura de ese pacto. Tomó la forma de una gran rebelión ciudadana, impensable en los códigos del régimen, que expresó una crisis de la relación de mando/obediencia expresada en las urnas proponiéndose un tránsito pacífico y ordenado del llamado “régimen de partido de Estado” a un verdadero régimen republicano. La respuesta del régimen a ese desafío fue la imposición de Carlos Salinas de Gortari en la presidencia y el despliegue, a fondo, de la reestructuración capitalista, eufemísticamente llamada “modernización”.
Por su ubicación geográfica, por su historia, por su persistencia de socialidades comunitarias y por su peculiar configuración estatal esta gran transformación ha significado en México una violencia cotidiana vuelta pandemia. A diferencia de otras latitudes, aquí la restructuración terminó quebrando los fundamentos históricos, materiales y jurídicos, de una forma estatal que se había tejido en las luchas, las persistencias y las vicisitudes de la historia mexicana. La reconexión al mercado mundial y la nueva oleada “modernizadora” transitaban por la reversión de conquistas históricas de la revolución mexicana y de los años del cardenismo.
El proceso no sólo transitó por el desmantelamiento jurídico del ejido, sancionado en 1992 con la reforma del artículo 27 constitucional, sino por la integración selectiva y subordinada del territorio nacional en los circuitos mercantiles y productivos de Estados Unidos, formalizada en 1994 con el TLCAN. Ha transitado también por el desmantelamiento de contratos colectivos, la imposición de nuevas reglas de contratación y uso de la fuerza de trabajo, la precarización laboral y por un nuevo ciclo de acumulación por despojo. Una oleada de despojo universal que no sólo terminó desmantelando la estructura productiva estatal levantada durante la segunda posguerra, sino que significó el traspaso de bienes públicos a manos privadas: carreteras, puertos, aeropuertos, ferrocarriles, canales de comunicación satelital, banca y servicios financieros, apertura al capital de la industria eléctrica y de la distribución de gas natural, así como la privatización de bienes naturales con las que el capital restableció su dominio no sólo sobre la tierra, sino sobre todos los bienes naturales comunes (ríos, bosques, aguas, salinas, minerales) y aun bienes que eran considerados estratégicos en el artículo 28 constitucional, como la exploración y extracción de los recursos del subsuelo. De ese proceso surgió una nueva oligarquía financiera mexicana asociada con capitales externos.
Es esta destrucción de los fundamentos materiales y jurídicos del Estado lo que se traduce en una espiral de violencia cotidiana. No se trata simplemente del “crimen organizado”, que en realidad forma parte de los circuitos metales-legales de las finanzas. Se trata de una desenfrenada destrucción de los soportes históricos, materiales y jurídicos, de la República.
JA: Excelente. Me encantó el final. Pues pasemos si quieres a Gramsci y a la batalla cultural hegemónica. Para mí el él y autores contemporáneos como Boaventura de Sousa Santos. Como experta en Gramsci, cuéntame cuál es tu visión sobre la hegemonía y la disputa cultural, intelectual y la importancia de la misma refiriéndonos al neoliberalismo.
RR: ¿Por qué es importante la teoría política de Gramsci? Entre otras muchas razones porque la reflexión teórica que Gramsci emprendió en la soledad de las cárceles mussolinianas nos ayuda a comprender el fenómeno estatal en toda su complejidad. ¿En qué sentido? Primero, por su insistencia en considerar el Estado como una forma de la vida social: una construcción política que no descansa únicamente en la fuerza, sino también en la aceptación voluntaria del mando por los gobernados. Segundo, porque en su elaboración teórica Gramsci comprendió al Estado como un fenómeno que trasciende lo que habitualmente se entiende por “Estado” (instituciones, aparato gubernativo, parlamentos, policía, ejército) incluyendo la esfera de la sociedad civil como uno de sus momentos constitutivos. Si esto es así, entonces el Estado no sólo se reproduce en el plano de las instituciones políticas, en el aparato estatal, sino también en las prácticas cotidianas, en las mentalidades y en las subjetividades. Lo que Gramsci, en su concepto de “Estado integral”, llamaba “la trama privada de lo estatal”.
“ ¿Por qué es importante la teoría política de Gramsci? Entre otras muchas razones porque la reflexión teórica que Gramsci emprendió en la soledad de las cárceles mussolinianas nos ayuda a comprender el fenómeno estatal en toda su complejidad. ”
Gramsci insistía: el Estado no se reduce a un aparato de coerción ni descansa únicamente en la fuerza. Para dar cuenta de la existencia de una dirección política, intelectual y moral, como parte de la trama estatal reelaboró un antiguo concepto griego: hegemonía. Un concepto que, en mi lectura de los Cuadernos de la cárcel, no debe ser entendido como sinónimo de “ideología dominante” o de “consenso”. Con el concepto hegemonía, a mi juicio, Gramsci trataba de dar cuenta de que la existencia del Estado supone la conformación de un marco común, material y significativo (en parte discursivo) sin el cual no puede establecerse una relación perdurable de mando/obediencia entre gobernantes y gobernados. No se trata, sin embargo, de un concepto “culturalista”, ni es sinónimo de “ideología dominante” impuesta “desde arriba” a una sociedad pasiva y resignada. La hegemonía supone una dimensión material muchas veces olvidada: formas de apropiación de apropiación de trabajo excedente y modos de participación o exclusión de la riqueza social.
Ahora bien, la hegemonía es un territorio en disputa, porque en el análisis de Gramsci las clases subalternas no son pasivas, ni inferiores, ni sumisas. Juegan un papel activo en la conformación de una relación estatal: dentro de y en oposición a la relación estatal. Para Gramsci no hay construcción de una hegemonía sin incorporación de las demandas y aspiraciones de las clases subalternas.
JA: No usaste la palabra como tal de sentido común. ¿Es a propósito? Es que luego la gente circula la teoría como de “sentido común” y me di cuenta de que no la usaste así como tal y me preguntaba si era a propósito. Me interesa platicar sobre cómo se iba materializando en México el neoliberalismo pues acompañando estos cambios económicos, políticos, hay toda una disputa cultural. Tienes razón. No es cultural como de “cultura”, sino de ese espacio de sentidos que tienen su base material. ¿Cómo se desplegó eso a partir de los años ochenta, acompañando el proceso con esa búsqueda de legitimidad? ¿Cuáles son los elementos centrales de la hegemonía neoliberal en el sentido gramsciano?
RR: proceso está por supuesto acompañado de una transformación cultural que transita por el intento de destruir la memoria colectiva y mitos considerados “arcaicos” reescribiendo la historia mexicana, cambiando la versión de la historia desde las escuelas modificando entre otras cosas los libros de texto. A ello corresponde también la difusión de nuevas narrativas que exaltan el individualismo, la competencia, el éxito individual. Se trata de impulsar, en la vida material y en el imaginario colectivo, una nueva república de las mercancías fundada en lazos impersonales entre individuos solitarios, aislados y no organizados. A este proceso correspondió también la erosión de la educación pública en todos sus niveles y el traslado a la educación pública de los criterios empresariales de eficiencia, calidad y productividad individual.
“ Una transformación cultural que transita por el intento de destruir la memoria colectiva y mitos considerados arcaicos reescribiendo la historia mexicana, cambiando la versión de la historia desde las escuelas modificando entre otras cosas los libros de texto ”
JA: Concretamente vamos por ahí, porque Aguilar Camín y Jorge Castañeda dicen en su ensayo Un futuro para México que para avanzar en México tenemos que deshacernos de estos atavismos históricos como el cardenismo y abrazar el futuro. Y este discurso se reproduce dentro de esto que se llamó la Iniciativa México.
RR: Por supuesto toda historia oficial se construye como discurso de legitimación del poder y de ello no estuvo exenta la élite gobernante posrevolucionaria. Y sin embargo esa historia no puede considerarse simplemente una construcción ideológica impuesta “desde arriba”. Los mitos que también forman parte del entramado simbólico de un Estado no son meras leyendas o narraciones falsas. Expresan también lo que en el acervo de la memoria colectiva, enraizada en la experiencia, quedan sedimentadas como historias ejemplares.
JA: ¿Concretamente cuáles son los mitos que ellos quieren destruir?
RR: Los grandes mitos nacionales se construyen en el proceso histórico de formación del Estado. Toda forma estatal requiere de mitos como parte de su orden simbólico: son clave en la formación de una identidad colectiva. Esos mitos no son meras construcciones desde las élites. Si ciertas historias o personajes se vuelven mitos es por la intervención activa de las clases subalternas en el escenario de construcción del Estado nacional. En el caso mexicano los mitos están ligados a las vicisitudes, conflictos y persistencias del proceso de conformación de una forma estatal que debió construirse desde una matriz colonial y habiendo sufrido el despojo de más de la mitad del territorio nacional. El triunfo de la élite liberal en la construcción de una República que, para ser tal, debió afrontar intervenciones extranjeras apoyado en guerrillas campesinas, volvió por ejemplo a la figura de Benito Juárez, indígena liberal, uno de los grandes símbolos unificadores de la nación.
El Estado mexicano, para ser Estado y ser nacional, debió incluir en su entramado material e inmaterial formas de socialidad y símbolos de las clases subalternas: desde el reconocimiento de una civilización indígena como matriz originaria de la nación mexicana, hasta Juárez y los Niños Héroes defendiendo la República y por supuesto la revolución mexicana. Hablamos aquí de mitos en el sentido en que Gramsci utilizó el término recuperando una idea de Georges Sorel: como un resorte para la formación de una voluntad colectiva nacional-popular, imágenes que forman parte del entramado simbólico de una construcción estatal en la que también intervienen activamente las clases subalternas.
La conversión de la revolución mexicana en mito estatal y su sacralización en los rituales del poder no fue producto solamente de la elaboración de una historia oficial o de la apropiación del acontecimiento en el discurso del poder. Si la importancia de un mito no radica en la veracidad de lo narrado, sino en ser un relato transmitido de generación en generación sobre un acontecimiento significativo para un grupo humano, entonces la incorporación de la revolución en el entramado simbólico del Estado –aunque la historia oficial colocó juntas a figuras contrapuestas como las de Madero, Carranza, Zapata y Villa- expresó también lo que en la memoria colectiva quedó sedimentado como una historia ejemplar: la hazaña de unos ejércitos campesinos, nutrido de peones, aparceros, mineros, maestros rurales y ferrocarrileros que con la rabia acumulada en décadas de despojo y desprecio lograron destruir un ejército y restablecer en los textos jurídicos y en la vida material el derecho a la tierra y el patrimonio de bienes comunes heredados de sus antepasados.
La renovada expansión de los circuitos del mercado y el despojo universal que le acompaña no significan solamente destruir los fundamentos históricos, materiales y jurídicos de una forma estatal. Transita también por una transformación en las costumbres, las mentalidades y los valores que guían la conducta de los seres humanos. No se trata de un proceso acabado, cuyo desenlace pueda definirse de antemano, sino de una disputa por la hegemonía. Una gran transformación ha operado en los últimos cuarenta años en las formas de socialidad y en el orden jurídico. Lo interesante es que esa transformación no ha logrado extirpar mitos y símbolos del viejo imaginario estatal.
“ La renovada expansión de los circuitos del mercado y el despojo universal que le acompaña no significan solamente destruir los fundamentos históricos, materiales y jurídicos,de una forma estatal. Transita también por una transformación en las costumbres, las mentalidades y los valores que guían la conducta de los seres humanos. ”
JA: Decías que el proyecto hegemónico neoliberal trató de extirpar y cambiar estos “sentidos comunes”, pero que fracasó, al final de cuentas y eso es impresionante.
RR: Sí, porque finalmente un imaginario estatal, con sus símbolos y mitos se transmiten de generación en generación y reposan en experiencias acumuladas. No basta entonces reescribir la historia. La disputa por la hegemonía es también una disputa por valores morales y el reconocimiento de derechos. En las grietas abiertas por la erosión del Estado mexicano irrumpió una nueva actividad beligerante de las iglesias, interesadas en intervenir en asuntos que sólo deben competir al reconocimiento de derechos ciudadanos en el ámbito público secularizado del Estado: las nuevas luchas feministas por el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos, el reconocimiento de derechos a los homosexuales, el reconocimiento de matrimonios igualitarios, los derechos de adopción de parejas homosexuales son parte de este terreno hoy en disputa por el reconocimiento de derechos.
JA: Entonces hay un ataque intelectual, cultural, social en contra de este legado, este espíritu revolucionario del pueblo mexicano. Pero no se logra transformar de raíz a este pueblo. De alguna u otra manera se mantiene intacta la dignidad del pueblo mexicano. ¿Qué ocurre? ¿se resiste o no se resiste?
RR: Pienso que persisten muchos de los mitos y símbolos de un orden simbólico construido en las vicisitudes y conflictos de la historia. Mitos y símbolos que no puedes borrar de un plumazo porque son justamente construcciones históricas y porque las mentalidades cambian muy lentamente, sobreviviendo incluso a las revoluciones, como sugirió Fernand Braudel al explicar ese ritmo de las temporalidades históricas que llamó la “historia de larga duración”.
Pero lo que tampoco podemos soslayar son las transformaciones reales que han operado en la sociedad. La flexibilidad como nueva norma de las relaciones laborales y la precarización en el mundo del trabajo desbordaron formas anteriores de organización colectiva, como los sindicatos. La confiscación de derechos laborales y el desmantelamiento del sistema de seguridad social han significado un proceso de atomización y de fragmentación social, rompiendo solidaridades. A ello se agregan las nuevas oleadas migratorias del campo hacia la ciudad y hacia Estados Unidos. Lo que quiero subrayar es que ha avanzado de manera efectiva un proceso de atomización social, un quiebre de solidaridades colectivas, incluso en las universidades con los programas de estímulos al rendimiento individual.
Sin embargo hay formas culturales y elementos del viejo imaginario estatal que persisten. Destaco la figura de lo que he llamado, desde la lectura gramsciana de El Príncipe de Maquiavelo, el Príncipe mexicano: una figura protectora anclada en las corrientes profundas de la historia mexicana y encarnada en el siglo XX en la institución presidencial. Una clave importante del anclaje material de esas formas culturales es la persistencia de muy antiguas socialidades comunitarias, que han abierto un nuevo ciclo de resistencia y de rebelión frente al despojo de bienes comunes: desde los yaquis en Sonora hasta los mayas en la península de Yucatán. El nuevo proceso de acumulación por despojo implica no sólo la apropiación de bienes comunes. Va acompañado de la proletarización de poblaciones campesinas, de pueblos enteros obligados al desplazamiento forzado o a migrar hacia las ciudades o hacia Estados Unidos. Estamos aun inmersos en un torbellino de grandes y conflictivas transformaciones en la sociedad mexicana.
Entonces la persistencia de sociedades comunitarias es muy importante. El proceso de acumulación por despojo implica no sólo despojo de bienes comunes, sino proletarización de poblaciones campesinas, de comunidades a las que obligan migrar hacia centros urbanos o hacia Estados Unidos. Ha habido grandes transformaciones en la sociedad mexicana. Estamos en ese proceso, llevamos más de 30 años y esto también ha reconfigurado las relaciones sociales.
JA: ¿Qué ocurrió el primero de julio de 2018?
RR: El desquite en las urnas: 30 millones de votos. Una respuesta ciudadana a los agravios acumulados. Pero esa elección presidencial fue también una expresión de la persistencia de una forma de la politicidad mexicana en los hábitos y en las mentalidades: en la añoranza de un Príncipe que rehiciera lo deshecho, devolviera certidumbres e impartiera justicia.
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REVISTA TLATELOLCO: DEMOCRACIA DEMOCRATIZANTE Y CAMBIO SOCIAL, Vol. 1, Núm. 2, enero – junio 2023, es una publicación semestral, editada por la Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad Universitaria, Alcaldía Coyoacán, Ciudad de México, C.P. 04510, a través del Programa Universitario de Estudios sobre Democracia, Justicia y Sociedad, Av. Ricardo Flores Magón No. 1, Piso 13, colonia Nonoalco Tlatelolco, Alcaldía Cuauhtémoc, C.P. 06900, Ciudad de México, Tel. 5551172818 ext. 49787, URL: https://puedjs.unam.mx/revista_tlatelolco/, correo electrónico: revistatlatelolco@puedjs.unam.mx. Editor responsable: John Mill Ackerman Rose. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo de Título: 04-2022-111112043400-102, ISSN: en trámite, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número: John M. Ackerman Rose, Av. Ricardo Flores Magón No. 1, Piso 13, colonia Nonoalco Tlatelolco, Alcaldía Cuauhtémoc, C.P. 06900, Ciudad de México, Tel. 5551172818, ext. 49787. Fecha de última modificación: 28 de febrero de 2023.
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