Tan sólo son párrafos impresos en papel; conjunto de sílabas que crean palabras y algunos signos agregados para qué no se pierda la ortografía en ellas.

Aunque, si lo pienso bien, esas palabras desaparecen al leer y en su lugar quedan mundos en donde la magia es real; donde un guardaespaldas se enamora de la chica que tiene que proteger. O donde un joven tiene superpoderes y escapa para no ser atrapado por quienes desean robar sus poderes. También existen los hombres lobo y los hechiceros. Son mundos donde androides y humanos tratan de convivir en un mundo postapocalíptico.

Me gusta reflexionar sobre lo mucho que he aprendido cuando leo, no solo empecé a tener mejor vocabulario, sino que también aprendí que el amor no es igual para todos. También aprendí que existe la familia encontrada y escogida. Aprendí a ser joven ahora, no mañana, no en un rato. Ahora, porque no sabes si habrá un mañana; me enseñaron que la mejor combinación es una pickup llena de amigos con los que puedas cantar Heroes de David Bowie mientras atraviesan por un túnel a mitad de la noche.

Después, aparece un vacío en el corazón cuando recuerdo esos vocablos que han sido parte fundamental de mi crecimiento. Desde que comencé a leer y el conjunto de letras creaban místicamente palabras, a mi yo de cuatro años le parecía un superpoder, no la culpo, mi yo de dieciocho sigue pensando igual.

Solo me es necesario recapitular a las personas que conocí gracias a este don para confirmarlo, no es por presumir, pero he conocido al mago más famoso de todos los tiempos; también viví un romance nacido en París que decía a gritos que eran las personas indicadas, aunque no el tiempo correcto; no olvidemos tampoco cuando visité al hijo de Perseo en el campamento Media Sangre; y cuando conocí a dos chicos en una oficina postal en Nueva York con dos historias totalmente diferentes, pero con un destino en común.

Por último, tomó una bocanada de aire y recuerdo esos signos que me han acompañado durante toda mi vida, acentos que me han devuelto la esperanza como ese “Sí, acepto” de la dama que estaba cegada por su orgullo y prejuicio para no ver el amor que tenía para ella aquel chico burgués; y por la ausencia de esa pequeña tilde se te puede romper el corazón en pedazos, como cuando un joven que deseaba terminar con la lista de deseos del amor de su vida antes que la muerte los visitara y dijo “Si mi corazón sigue latiendo, es tuyo” cuando empezó a sentir que era muy tarde.

Y como aprendí de los libros, es de sabios cambiar de opinión, ahora sé que no solamente son párrafos impresos, son sueños que no encontraron una mejor forma de hacerse realidad que en papel y tinta. Y no son simplemente sílabas organizadas para tener sentido, son las voces de personas con grandes ideas y mucha imaginación, que no cesan hasta que son oídas. No son meramente  signos, son oportunidades que dan origen a historias que deseo con todo mi ser que sean contadas. Para muchos los libros no son la realidad, pero sé que, tanto para mí, como para ti, son historias reales que se sienten a carne y hueso, y que van más allá de lo que se considera “verdadero”.